Con tradición y fe, como cada año en el Martes Santo, se vienen celebrando dos procesiones en este día. La primera y más antigua dentro del día, es la «Flagelación del Señor» de la Cofradía de la Flagelación de Jesús de la Parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús y le seguiría la Cofradía de La Santa Cruz, de los Hnos. Maristas con los dos dos pasos que actualmente se procesionan y el «paso» del Santo Encuentro, más conocido con el sobrenombre de «paso del Ayuntamiento» por ser propiedad del Ayuntamiento de Logroño, pero cedido a ésta Cofradía y que años atrás era el único que procesionaban.
¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
entregar a su hijo
a tal doliente escarnio?Por los pecados de su gente
vio a Jesús en esos sufrimientos
y doblegado por los azotes
por burlas y otros tormentos.
Jesús se encuentra con María, su madre, en la Vía Dolorosa.
María, la madre de Jesús, se encontraba también en Jerusalén cuando recibió la noticia de la detención de su hijo.
Se acerca al palacio de Pilato para intentar ver a su hijo. Junto a ella están María Magdalena, María, la hermana de Lázaro, así como Juan, el discípulo predilecto. Es allí donde oye por parte del tribunal la sentencia a muerte de su hijo y a lo lejos ve su lamentable estado. María se pone a llorar ha visto a su hijo lleno de golpes, de bofetadas, de escupiduras y coronado de espinas», «commota sunt omnia viscera mea» y viéndolo en semejante estado, se desvanece.
Pilato salió del tribunal, una parte de los soldados le siguió, y se formó delante del palacio una pequeña escolta que se quedó con los condenados.
Mucha gente, entre los cuales están los enemigos de Jesús que habían estado presentes en su arresto en el Huerto de Los Olivos, vinieron a caballo para acompañarlo al suplicio. Los alguaciles lo condujeron al medio de la plaza, donde vinieron esclavos a echar la Cruz a sus pies. Los dos brazos estaban provisionalmente atados a la pieza principal con cuerdas. Los soldados colocaron con gran esfuerzo sobre el hombro derecho la pesada Cruz, y pusieron sobre el cuello de los dos ladrones las piezas traveseras de sus respectivas cruces, atándoles las manos a ellas.
La trompeta de la caballería de Pilato empezó a sonar, dando la señal de marcha. Uno de los fariseos a caballo se acercó a Jesús, arrodillado bajo su carga y le dijo: ¡arriba!”.
El gobernador en persona se puso a la cabeza de un destacamento para impedir todo movimiento tumultuoso. Delante marchaba un soldado con una trompeta tocando en todas las esquinas y proclamando la sentencia. A pocos pasos seguía una multitud de hombres y de chiquillos, que traían cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más robustos, traían los palos, las escaleras y las piezas principales de las cruces de los dos ladrones.
Al final del cortejo, venía Jesús Nuestro Señor. Los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la Cruz, temblando, lleno de llagas y heridas, debilitado por la pérdida de la sangre y por no haber comido ni bebido nada desde la víspera, devorado de calentura y de sed y asaeteado por dolores infinitos. Con la mano derecha sostenía la Cruz sobre su hombro derecho; con su mano izquierda, exhausta, hacía de cuando en cuando esfuerzos para levantarse su larga túnica, con la que tropezaban sus pies heridos. Su cara estaba ensangrentada e hinchada; su barba y sus cabellos manchados de sangre; el peso de la Cruz y las cadenas apretaban contra su Cuerpo la túnica de lana, que se pegaba a sus llagas y las abría. A su derredor no había más que irrisión y crueldad; más su boca rezaba y sus ojos perdonaban.
Detrás de Jesús iban los dos ladrones, con los brazos atados a los travesaños de sus cruces separados del pie. No tenían más vestidos que un largo delantal; la parte superior del cuerpo la llevaban cubierta con una especie de escapulario sin mangas abierto por ambos lados y en la cabeza un gorro de paja. Dimas, el buen ladrón, estaba tranquilo mientras que el otro no cesaba de protestar y quejarse.
La escolta romana impedía que se acercasen la muchedumbre excesivamente, así que los curiosos tenían que dar la vuelta por otras calles transversales y correr delante de ellos para verlos pasar. Casi todos ellos llegaron antes que Jesús al Calvario.
Antes de empezar la subida al Gólgota, Jesús ya no podía andar; como los soldados tiraban de Él y lo empujaban sin misericordia, cayó al suelo y la Cruz cayó a su lado. Los verdugos se detuvieron, llenándolo de imprecaciones y pegándole. A los dos lados del camino había mujeres llorando y niños asustados. Jesús levantó la cabeza y aquellos hombres atroces en lugar de aliviar sus tormentos, le pusieron en su sitio la corona de espinas y de nuevo le cargaron la Cruz sobre los hombros, y a causa de la corona hubo de ladear la cabeza, con dolores infinitos, para poder colocar sobre su hombro el peso de la Cruz con que estaba cargado y así continuó de nuevo su camino, cada vez más duro.
La dolorosa Madre de Jesús había salido de la plaza después de pronunciada la sentencia inicua, acompañada de Juan y de algunas mujeres. Pero cuando el sonido de la trompeta, el ruido del pueblo y la escolta de Pilato anunciaron la marcha hacia el Calvario, no pudo resistir al deseo de ver a su Divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar. Encontraron un palacio, seguramente la residencia del Sumo Pontífice Caifás, cuya puerta daba a la calle. Juan obtuvo de un criado compasivo el permiso para ponerse en la puerta con María y los que la acompañaban, entre ellos, José de Arimatea, y Salomé de Jerusalén.
La Madre de Dios estaba pálida y con los ojos enrojecidos de tanto llorar y cubierta enteramente de una capa gris parda azulada. Se oía ya el ruido que se acercaba, el sonido de la trompeta y la voz del pregonero, publicando la sentencia en las esquinas. El criado abrió la puerta, el ruido era cada vez más fuerte y espantoso. María se arrodilló y oró fervientemente. Luego volviéndose a Juan dijo: “¿Me quedo? ¿Debo irme? ¿Cómo podré soportar este espectáculo?” Juan le respondió: “Si no te quedas a verlo pasar luego lamentarás no haberlo hecho”. Salieron a la puerta con los ojos fijos en la procesión que aún estaba distante, pero que avanzaba poco a poco. La gente no se ponía delante sino detrás y a los lados.
La escolta estaba a ochenta pasos. Cuando los que llevaban los instrumentos de suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: “¿Quién es esa mujer que se lamenta?” y otro respondió: “Es la Madre del Galileo”. Los miserables al oír tales palabras, llenaron de injurias a esta dolorosa Madre, la señalaban con el dedo y uno de ellos tomó en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la Cruz y se los presentó a la Virgen en tono de burla.
Pero María miraba a Jesús que se acercaba y se agarró al pilar de la puerta para no caerse, pálida como un cadáver, con los labios azules.
Jesús, temblando, doblado bajo la pesada carga de la Cruz, inclinando sobre su hombro la cabeza coronada de espinas. Echó sobre su Madre una mirada de compasión y habiendo tropezado cayó por segunda vez sobre sus rodillas y sobre sus manos.
María, en medio de la violencia de su dolor, no vio ni soldados ni verdugos; no vio más que a su querido Hijo; se precipitó desde la puerta de la casa en medio de los soldados, que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado y se abrazó a Él. Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Algunos soldados sin embargo, tuvieron compasión y, aunque se vieron obligados a separar a la Santísima Virgen, ninguno de ellos le puso las manos encima.
Juan y las otras mujeres, ayudaron a María a levantarse y rodeándola la condujeron de nuevo a la puerta del palacio, donde cayó por el dolor sobre sus rodillas. Muchas mujeres con velos y derramando lágrimas. Los escoltas, le empujaron a Jesús con mucha crueldad para que siguiese adelante.
Con inmenso amor María mira otra vez a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran de nuevo , y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo.
Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo Jesús. Se ha cumplido la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma. En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.
Una veintena de mujeres de la Cofradía de la Santa Cruz, de los Hermanos Maristas de Logroño, llevan en hombros cada año el «paso» de Ntra. Sra. la Virgen del Rosario y esperan con fe, entusiasmo e ilusión, el momento del inicio de la procesión.
Esta imagen salió por primera vez ésta procesión en el año 2008. La talla de la imagen, es obra del escultor andaluz Manuel Madroñal Isorna y es una imagen de vestir, realizada en madera de cedro policromada y pintada al óleo. Destaca según sus portadores y cofrades, la suavidad del «trazo y la dulzura que desprende su rostro junto a los ricos ropajes y joyería que la adornan».
El manto que viste Ntra. Señora, cambia según el tiempo litúrgico del año. Pero cada Martes Santo el manto que la Cofradía utiliza y viste a la Virgen, es un manto muy especial y precioso, pues es «el más valioso», al estar bordado en hilo de oro, obra de unas religiosas de la localidad sevillana de Coria del Río, que lo hicieron con «muchísimo cariño».
La incorporación de este nuevo paso en 2008 supuso para la Cofradía de la Santa Cruz cumplir el deseo de contar con uno nuevo «paso» y dedicado en exclusiva a la Virgen por «nuestro carácter marista»
Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz llorosa
en que pendía su Hijo
injustamente agredido.En su alma gimiente,
contristada y doliente
apenada y entristecida
la espada fue hiriente.¡Oh, cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Ungido Mesías
Unigénito de Dios.Languidecía y se dolía
a los pies del madero
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.¿Qué hombre no lloraría
si a la Madre de Cristo viera
sollozante triste y dolida
viendo tanto suplicio?¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
entregar a su hijo
a tal doliente escarnio?Por los pecados de su gente
vio a Jesús en esos sufrimientos
y doblegado por los azotes
por burlas y otros tormentos.Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar en el madero
la voluntad del Espíritu.Ea, Madre, fuente de amor
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar
y compartir tu pena.Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad
como el Hijo nos enseña.Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado al corazón
al sufrir con esa entrega.De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
por eso te suplico
reparte conmigo las penasDéjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
quiero hacerlo siempre
mientras me dure la vida.Junto a la Cruz quiero estar
querida Madre mía
y contigo a tu lado
en el llanto, en su agonía.Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo
déjame llorar contigo
en la amargura divina.Haz que llore la muerte de Cristo
hazme partícipe de su Pasión,
haz que me quede con sus llagas
para marcar mi corazón.Haz que me hieran sus llagas
haz que con la Cruz de Pasión
me embriague la Sangre de tu Hijo
su redención y perdón.Para que no me queme en las llamas
defiéndeme tú, Virgen santa,
permanece junto a mí al igual
en el día del juicio final.Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
y me conduzca dulcemente
en el camino final de mi vida.Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
ver tu rostro hermoso
en el Paraíso de la gloria.
Organizado por la Cofradía de la Santa Cruz de los H.H. Maristas, estaba previsto para hoy 15 de abril de 2025 la salida procesional del «Santo Rosario del Dolor» a las 20.00 horas, con los pasos «Stabat Mater» y «Ntra. Sra. del Rosario», con salida desde la Plaza de San Bartolomé y por el siguiente recorrido: calles Herrerías, Travesía de Palacio, Marqués de San Nicolás, Sagasta, Portales, Plaza del Mercado, Caballerías, con regreso a San Bartolomé. Pero el mal tiempo con lluvia, ha desaconsejado que esta Cofradía iniciara dicho recorrido. Se ha celebrado y rezado un Rosario que ha dado comienzo a las 19.15 horas» dentro del templo de San Bartolomé
ESTABA LA MADRE DE JESÚS (STABAT MATER)
María, la madre de Jesús, se encontraba también en Jerusalén cuando recibió la noticia de la detención de su hijo. María le ve y llora porque está lleno de golpes, de bofetadas, de escupiduras y coronado de espinas», «commota sunt omnia viscera mea» y viéndolo se desvanece.
La acompañan algunas otras mujeres, entre ellas está María Magdalena. Así pues, al lado de María, la otra figura especialmente excepcional sobre las demás mujeres es Magdalena. Entre todas la llevan siguiendo a Jesús cargado con la cruz. Cuando Jesús es clavado y María lo ve, no hablan. La crucifixión se describe y se acentúa con toda su crueldad y los tormentos impuestos a Jesús. Le sale sangre de las 4 heridas, de pies y manos. La belleza huye de su rostro y se cumple lo que dijo Isaías, que el que era speciosus se ve indecoras. El rostro lo tiene lívido por los azotes recibidos. En María cabe el deseo de morir con Él. Pide a los judíos que la crucifiquen con Jesús, invoca a la muerte con palabras de dolor y desesperación, pero la muerte huye de quien la busca. Jesús es para ella padre, hijo, esposo, y no quiere quedar sola; no tendrá quien la aconseje. Finalmente, seguramente le dice a Jesús que, si no puede ser que muera con él, que le deje a alguien. El tono triste y desesperado de María, que ha perdido las fuerzas, que desea morir junto a él, que llora continuamente, acongojada por la visión de Jesús, es el mismo que la de cualquier madre que ve morir a su hijo de esta manera tan brutal.
El versículo del evangelio de Juan, en el que Jesús le encomienda a su madre, es una de las pocas referencias evangélicas a María en la Pasión de Jesús, Dice Jesús desde la Cruz, (1136-1137): «Mulier, ecce fílius tuus», añade que no ha de llorar, que él ha de beber el cáliz y ha de salvar a la humanidad; y que no la deja sola, porque estará con ella por todos los siglos. Entretanto le dice a Juan que la cuide. El tono empleado por Jesús es más calmado, es como un sermón en el que adoctrina sin que su dolor se refleje en notas de dramatismo o de desesperación. Jesús dice a María: «Madre, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). En una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27).
Los peores malhechores sufrían este tormento
al que lo mando Pilato pensando calmar al pueblo
y también exasperado al interrogar a Cristo
y conocer que aquel hombre era además un Justo.Atado por las muñecas completamente desnudo,
a Jesús fijan a un poste, poste de mediana altura;
sus espaldas encorvadas presentan un plano fácil
de manera que los golpes, no sea ni uno perdido.El castigo lo ejecutan hombres muy fuertes y rudos
manejando con destreza el espantoso flagelo,
que era un látigo formado por largas tiras de cuero
que tenían insertados pequeños trozos de hueso
rematando a su final en unos ganchos de hierro.Zumban flagelos al aire cayendo golpes sin cuento
a Jesús el Nazareno, que se contrae de dolor
bajo todos los zarpazos producidos por los ganchos
que se hundían en sus carnes como uñas afiladas
desgarrando horriblemente aquel cuerpo tan sagrado.El tormento inconcebible bajo el chasquear de látigos
el Salvador lo sufría en un completo silencio
sin una queja siquiera, con resignación divina,
enfureciendo con ello a los sayones perversos.Cuando al fin lo desataron con sus carnes desgarradas
una capa le pusieron aquellos seres malvados
del mismo color que el suelo rodeando la columna;
su bendita y santa sangre tapizaba el pavimento.
Así como la Cofradía de la Santa Cruz de los Hnos. Maristas ha optado por recogerse en el interior del templo de San Bartolomé y no procesionar, desde la Parroquia de Santa Teresita, la Cofradía de la Flagelación ha tomado las decisiones contraria y ha esperado a la hora de salida para decidir y el último minuto tomar la decisión muy atrevida de salir… Las calles de Logroño, aún mojadas por la tormenta, han recibido al cortejo que no ha renunciado a su cita con el Martes Santo pero que enseguida ha tenido que rectificar y volver a su templo.
Flagelación de Nuestro Señor
Poco después de la medianoche, Jesús fue arrestado en Getsemaní por los guardias del templo, y fue llevado primeramente ante Anás y luego ante Caifás, el sumo sacerdote judío ese año. Entre la una de la mañana y el amanecer, Jesús fue juzgado ante Caifás y el Sanedrín político, y fue hallado culpable de blasfemia. Luego los guardias lo vendaron, le escupieron, y le pegaron en el rostro con sus puños. Poco después del amanecer, presumiblemente en el templo, Jesús fue juzgado ante el Sanedrín religioso (fariseos y saduceos), y de nuevo fue hallado culpable de blasfemia, un crimen castigable con la muerte.
Debido a que el permiso para una ejecución tenía que provenir de los gobernantes romanos, Jesús fue llevado temprano en la mañana por los guardias del templo al Pretorio de la Fortaleza Antonia, residencia y asiento de gobierno de Poncio Pilato, el procurador de Judea. Sin embargo, Jesús fue presentado ante Pilato con la primera acusación hecha a Jesús, no como un blasfemo, sino como un rey autoproclamado que rechazaría la autoridad romana «Se ha hecho Hijo de Dios y según nuestra ley debe morir». Pilato no presentó ningún cargo contra Jesús al juzgar que no caía bajo la ley romana. Era cuestión religiosa y la Justicia romana no actuaba en estos casos para dirimirla. Por lo que consideró a Jesús inocente. Pilato dice: No encuentro en él, causa alguna de condenación.
Tras una deliberación, los judíos hacen una segunda acusación que sí entraba dentro de la Lex Julia: Había permitido ser aclamado Hijo de David que según ellos iba a ser su rey. Quería hacerse rey y esto iba contra el Emperador. Pilato ahora si que tiene obligación de atender esta acusación. Le pregunta a Jesús sobre su realeza y, no sacando nada en claro, lo considera de nuevo inocente.
Enterado de la estancia de Herodes en Jerusalén y siendo Jesús súbdito suyo, Pilato se lo envía a ver si le resuelve el problema. Pero Herodes tampoco presentó ninguna acusación oficial y lo devolvió a Pilato.
De nuevo Pilato no pudo encontrar base alguna para un cargo legal contra Jesús, pero la gente demandaba la crucifixión con persistencia. Pilato en el tercer juicio dice a los judíos: Ni Herodes ni yo encontramos en él causa alguna de muerte. Pero Pilato, finalmente cedió a su demanda. Equipara a Jesús con un criminal y ladrón, con Barrabás y hace la propuesta de a quién de los dos querían que les soltase.
La plebe prefiere a Barrabás, a la vez que grita que Jesús sea crucificado. Así entregó a Jesús para ser flagelado y crucificado, pensando incluso que, con solo la flagelación, el pueblo se conformaría. Pilato pensó: Le castigaré y luego le soltare. Después de este episodio, Jesús es flagelado y es presentado al pueblo diciéndole: ECCE HOMO.
Debemos de suponer, que la salud de Jesús era excelente. Sus viajes a pie a través de la Palestina habrían excluido cualquier enfermedad física de importancia o una constitución débil. En este sentido, es razonable suponer que Jesús gozaba de buen estado de salud antes de su caminata a Getsemaní. Sin embargo, durante las 12 horas entre las 9 pm del jueves y las 9 am del viernes, Él sufrió una enorme tensión emocional, como se evidencia por la hematidrosis, abandono de sus más cercanos amigos como fueron sus discípulos y el castigo físico en el primer juicio judío. Además de esto, en el escenario de una noche traumática y desvelada, Jesús fue obligado a caminar más de 4 kilómetros de uno a otro local donde se celebraron los juicios. Estos factores físicos y emocionales podrían haber dejado a Jesús particularmente vulnerable a los efectos adversos y hemodinámicos de la flagelación.
La flagelación en sí no fue un castigo exclusivo para Jesús. Lo mandaba la ley. La flagelación era un preámbulo legal a toda ejecución. y solo las mujeres, los senadores romanos y los soldados (con excepción de casos de deserción) estaban exentos. Había otra excepción: los ciudadanos romanos condenados a decapitación. Estos no eran flagelados, sino fustigados con la fusta. Esto se hacía, según Tito Livio, en el mismo lugar del suplicio, inmediatamente antes de la decapitación.
Los condenados a crucifixión eran flagelados habitualmente durante el trayecto que había entre el lugar donde se dictaba la sentencia y el del suplicio. Muy raro, como en el caso de Jesús, que se llevara a cabo en las dependencias del tribunal. Esto sólo se hacía en los casos en que la flagelación era sustitutiva de la pena capital. El caso de Jesús pues, fue raro. Su flagelación no fue la legal que precedía a toda ejecución y que se daba en el trayecto, camino del suplicio, sino que constituyó un castigo especial.
El instrumento usual era un azote corto (flagrum o flagellum) con varias tiras de cuero sencillas o entrelazadas, de diferente longitud, en las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de ovejas a varios intervalos. Ocasionalmente se utilizaban barrotes. Para la flagelación, el hombre era desnudado, y sus manos eran atadas a un poste. Las espaldas, las nalgas y las piernas eran azotadas, bien sea por dos soldados o por uno que alternaba la posición. La severidad de la flagelación dependía de la disposición de los verdugos y su objetivo era debilitar a la víctima a un estado próximo al colapso o la muerte. Después de la flagelación, los soldados solían burlarse de sus víctimas.
Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones, y las tiras de cuero y huesos desgarraban la piel y el tejido subcutáneo. Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. El dolor y la pérdida de sangre usualmente creaban las condiciones para un shock circulatorio. La cantidad de sangre perdida podía muy bien determinar cuánto tiempo sobreviviría la víctima en la cruz.
Una vez dada la orden de castigo, Jesús fue atado con cuerdas gruesas y resistentes. Las manos por encima de la cabeza, quedando así, casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo. De esta manera quedaba inutilizado, para que no pudiera defender algunas partes del cuerpo con los brazos y para que, en el caso de shock, no cayera al suelo. Jesús fue severamente azotado en el pretorio. No se sabe si el número de azotes se limitaba a 39, de acuerdo a la ley judía.
A este hombre debilitado que reclamaba ser rey, los soldados comenzaron a escarnecer colocando una túnica sobre sus hombros, una corona de espinas sobre su cabeza, y un palo como cetro en su mano derecha. A seguidas le escupían y le golpeaban en la cabeza. Más aun, cuando le arrebataron la túnica, probablemente reabrieron las heridas.
La flagelación severa, con su intenso dolor y apreciable pérdida de sangre, probablemente dejaron a Jesús en un estado casi de shock. Más aun, la hematidrosis había dejado su piel muy sensible. El abuso físico y mental descargado por los judíos y los romanos, así como la falta de alimentos, agua y descanso, también contribuyeron a su estado general de debilidad. Por tanto, aún antes de la crucifixión, la condición física de Jesús era por lo menos muy seria sino crítica.
El número de latigazos como hemos dicho, según la ley hebrea era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos y en dependencia militar romana, por tanto more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera y esa era la intención de Pilato, y la otra para que, en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era la ley.
Cuando los clásicos latinos nos hablan de esta flagelación more romano, nos dicen que el reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el cuerpo. Así quedó Jesús. Por eso a la pregunta: ¿cuántos latigazos dieron a Jesús? la respuesta sería, hasta que le dejaron irreconocible; hasta que se cansaron. La ley romana no limitaba el número. Todas las partes del cuerpo de Jesús fueron objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera podido morir, como les había sucedido con otros. Y en este caso tenían una consigna: no matarlo. Así lo había mandado Pilato: «Le castigaré y luego le soltaré».
Las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos, las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, provocaron, sin duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.
Pero si en la parte externa Jesús quedó irreconocible por las heridas y por la sangre, en el interior de su organismo sufrieron también lesiones muy graves órganos vitales, como el hígado y el riñón. Los golpes fuertes sobre la zona renal, instauraron sin duda, una disfunción en los riñones. Lo mismo podemos decir sobre el hígado, donde provocaron también una disfunción del mismo. A esta disfunción o insuficiencia hepato-renal, junto a mayor pérdida de sangre, fueron acompañadas de cambios electrolíticos y de otros parámetros biológicos con todas las consecuencias gravísimas para la supervivencia.
La disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria, comenzada en Getsemaní. Esta disnea se aumentó todavía más, si cabía, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron a órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tenía graves síntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de líquido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no se tenía. Sin duda cayó, al desatadle las cuerdas, sobre el charco de sangre que había salido de su cuerpo. No olvidemos, que todo esto recayó sobre una dermis y epidermis sumamente sensible al dolor después de la hematidrosis.
En las circunstancias de Jesús es imposible explicar médicamente el dolor que sentiría cada vez que recibía un correazo con las bolas de plomo. Podríamos decir que en estos momentos Jesús era SÓLO DOLOR.
(Fotografías «NueveCuatroUno, LaRioja y Logroño Pasión)