La conmemoración de los santos Ana y Joaquín es una buena ocasión para recordar las raíces humanas de Jesús. En él, Dios se ha emparentado con la estirpe humana.
La vida discreta de María había de compaginarse con el silencio sobre sus antepasados. Sin embargo, la liturgia de la Iglesia parece intentar penetrar en ese silencio, no tanto para satisfacer nuestra curiosidad, cuanto para darnos ocasión para celebrar los planes de Dios sobre la historia humana, que se había de convertir en una historia redimida.
De hecho, la antífona de entrada que se canta al inicio de la Eucaristía de hoy nos introduce en una celebración marcada por el signo de la alegría: «Alabemos a Joaquín y a Ana por su hija; en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos»». Los protagonistas son los padres, pero el objeto de la alabanza es la providencia divina que, en María, prepara los caminos para la llegada del Salvador.
SANTA ANA y SAN JOAQUÍN ANA. PADRES DE LA VIRGEN MARIA Y ABUELOS DE JESUS.
El nombre de Joaquín, que recuerda el de un rey de Judá, significa “Yahvé fortalece”. El nombre de Ana, que se puede traducir por “misericordiosa” o “llena de gracia”, evoca también la figura amable de la madre del profeta Samuel.
Las genealogías de Jesús que se incluyen en el Evangelio de San Mateo y de San Lucas no dan noticia alguna de los nombres de los padres de María. Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye a los padres de María los nombres que hoy se nos presentan en la celebración litúrgica.
De hecho se encuentran en el “Evangelio del Pseudo-Mateo, llamado “Evangelio de la Natividad de María” y, sobre todo en el “Protoevangelio de Santiago”. Este apócrifo del siglo II, cuenta que Joaquín contrajo matrimonio a los 20 años con Ana, hija de un tal Isacar, perteneciente como él a la tribu de Judá y al linaje de David.
Procedentes de Galilea, se habrían trasladado pronto a Jerusalén donde vivirían en una casa cercana a la piscina Probática. La actual iglesia de Santa Ana trata de evocar aquella tradición, aunque es cierto que subsiste también otra tradición que sitúa la vivienda de los padres de María en Séforis (Galilea).
La leyenda apócrifa se detiene en numerosos detalles anecdóticos. Así se complace en subrayar la esterilidad de Ana, las oraciones de los piadosos esposos, la larga espera, la ausencia del marido, las revelaciones de los ángeles a uno y otra, el encuentro de Joaquín y Ana junto a la Puerta Dorada de Jerusalén, escena inmortalizada por uno de los frescos de Giotto.
Los relatos apócrifos narran también el nacimiento de María, los cuidados que le ofrecieron sus padres, así como la dedicación al servicio del templo de aquella niña que sube decidida los quince escalones del lugar santo. Todos estos pasajes constituyen otros tantos motivos iconográficos, representados con mucha frecuencia por la pintura y la escultura.
SAN JOAQUÍN
San Joaquín y la Virgen Niña dormida. (López Portaña .1804.)
San Juan Damasceno dice que el padre de María se llamaba Barpanther. Según el Protoevangelio de Santiago, (apócrifo, que se remonta a las últimas décadas del siglo II en su núcleo primitivo), contrajo matrimonio con Santa Ana a la edad de veinte años. Pronto se trasladaron a Jerusalén, viviendo, al parecer, en una casa situada cerca de la famosa piscina Probática.
Gozaban ambos esposos de una vida conyugal dichosa y de un desahogo económico que les permitía dar rienda suelta a su generosidad para con Dios y a su liberalidad para con los prójimos. Algunos documentos llegan incluso a decir que eran los más ricos del pueblo y dan incluso una minuciosa relación de la distribución que hacía San Joaquín de sus ganancias.
Joaquín es rechazo por el sacerdote Rubén al ofrecer su sacrificio en el templo
Sólo una sombra eclipsaba su felicidad, y ésta era la falta de descendencia después de largos años de matrimonio. Esta pena subió de punto al verse Joaquín vejado públicamente una vez por un judío llamado Rubén al ir a ofrecer sus dones al Templo.
El motivo de tal vejación fue su esterilidad, que todos por entonces consideraban como señal de un castigo de Dios. Tal impacto causó este incidente en el alma de San Joaquín, que inmediatamente se retiró de su casa y se fue al desierto, en compañía de sus pastores y rebaños, para ayunar y rogar a Dios que le concediera un vástago en su familia.
Mientras tanto Ana, su mujer, había quedado en casa, toda desconsolada y llorosa porque a su condición de estéril se había añadido la desgracia de quedarse sola por la súbita desaparición de su marido.
Después de cuarenta días de ayuno Joaquín recibió una visita de un ángel del Señor, trayéndole la buena nueva de que su oración había sido oída y de que su mujer había concebido ya una niña, cuya dignidad con el tiempo sobrepujaría a la de todas las mujeres y quien ya desde pequeñita habría de vivir en el templo del Señor.
Poco antes le había sido notificado a Ana este mismo mensaje, diciéndosele, además, que su marido Joaquín estaba ya de vuelta. Efectivamente, Joaquín, no bien repuesto de la emoción, corrió presurosamente a su casa y vino a encontrar a su mujer junto a la puerta Dorada de la ciudad, donde ésta había salido a esperarle.
Encuentro de Joaquín y Ana en la puerta Dorada (Giotto)
Tras descubrir Ana inesperadamente, que está embarazada, ambos se encuentran y se abrazan ante la Puerta Dorada de Jerusalén. . Para evidenciar el gozo que al matrimonio causa la noticia, y el amor que se tienen, se les suele representar en actitud de darse un abrazo, más raramente un beso.
Llegó el fausto acontecimiento de la natividad de María, y Joaquín, para festejarlo, dio un banquete a todos los principales de la ciudad. Durante él presentó su hija a los sacerdotes, quienes la colmaron de bendiciones y de felices augurios.
Joaquín no echó en olvido las palabras del ángel relativas a la permanencia de María en el Templo desde su más tierna edad, e hizo que, al llegar ésta a los tres años, fuera presentada solemnemente en la casa de Dios. Y para que la niña no sintiera tanto la separación de sus padres procuró Joaquín que fuera acompañada por algunas doncellas, quienes la seguían con candelas encendidas.
Estos son los detalles que la tradición cristiana nos ha transmitido acerca de la vida de San Joaquín. Todos ligados, naturalmente, al nacimiento y primeros pasos de María sobre la tierra.
Si es verdad que buena parte de los referidos episodios deben su inspiración a analogías con figuras del Antiguo Testamento y al deseo de satisfacer nuestra curiosidad sobre la ascendencia humana de Jesús, no lo es menos que todos, en conjunto, ofrecen una estampa amable y altamente ejemplar del padre de la Virgen, que ha sido forjada por muchos años de tradición y que goza del refrendo autorizado de la Iglesia.
SANTA ANA
Si algo queremos saber tendremos que acudir de nuevo a los evangelios apócrifos. Vivía en aquellos tiempos en tierras de Israel un hombre rico y temeroso de Dios llamado Joaquín, perteneciente a la tribu de Judá. A los veinte años había tomado por esposa a Ana, de su misma tribu, la cual, al cabo de veinte años de matrimonio, no le había dado descendencia alguna
Joaquín era muy generoso en sus ofrendas al Templo. Un día, al adelantarse para ofrecer su sacrificio, un escriba llamado Rubén le cortó el paso diciéndole: “No eres digno de presentar tus ofrendas por cuanto no has suscitado vástago alguno en Israel”.
Afligido y humillado, Joaquín se retiró al desierto a orar para que Dios le concediera un hijo. Mientras tanto Ana se vestía de saco y cilicio para pedir a Dios la misma gracia. No obstante, los sábados se ponía un vestido precioso por no estar bien, en el día del Señor, vestir de penitencia.
Estando así en oración en su jardín suplicaba a Dios con estas palabras: “¡Oh Dios de nuestros padres! Óyeme y bendíceme a mí a la manera que bendijiste el seno de Sara, dándole como hijo a Isaac”.
Al decir estas palabras dirigió su mirada al árbol que tenía delante y, viendo en él un pájaro que estaba incubando sus polluelos, exclamó amargamente y con repetidos suspiros: “¡Ay de mí! ¿A quién me asemejo yo? No a las aves del cielo, puesto que ellas son fecundas en tu presencia, Señor.”
La humilde súplica de Ana obtuvo una respuesta inmediata de lo Alto. Un ángel del Señor se le apareció anunciándole que iba a concebir y a dar a luz, y que de su prole se hablaría en todo el mundo.
Nada más oír esto prometió Ana ofrecerlo a Dios al instante. Al mismo tiempo Joaquín recibió idéntico mensaje en el desierto, por lo cual, lleno de alegría, volvió al punto a reunirse con su esposa.
Y se le cumplió a Ana su tiempo y al mes, noveno alumbró. Cuando supo que había dado a luz una niña, exclamó: “Mi alma ha sido hoy enaltecida.” Y puso a su hija por nombre Miriam.
Representación de la Inmaculada Concepción con los padres de la Virgen María en los que se dio origen a la concepción gloriosa de María
Al cumplir su primer año Joaquín dio un gran banquete presentando su hija a los sacerdotes para que la bendijeran. Mientras tanto Ana, dando el pecho a la niña en su habitación, componía un himno al Señor Dios diciendo: “Entonaré un cántico al Señor mi Dios porque me ha visitado, ha apartado de mí el oprobio de mis enemigos, y me ha dado un fruto santo. ¿Quién dará a los hijos de Rubén la noticia de que Ana está amamantando? Oíd, oíd, las doce tribus de Israel: “Ana está amamantando”. Y, dejando la niña en su cuna, salió y se puso a servir a los comensales.
Joaquín quiso llevar a la niña al Templo del Señor para cumplir su promesa cuando la pequeña cumplió dos años. Pero Ana respondió: “Esperemos todavía hasta que cumpla los tres años, no sea que vaya a tener añoranza de nosotros”. Y Joaquín respondió: “Esperemos”.
SANTA ANA Y SAN JOAQUÍN, PRESENTAN A MARÍA EN EL TEMPLO
Presentación de María en el Templo (Giordano)
(La obra representa el momento en que los padres de la Virgen, conducen de los brazos a la niña al templo para ser consagrada a Dios. Sobre ellos aparece el símbolo del Espíritu Santo, y en primer plano a la izquierda se localiza un ángel que ofrece un cesto de flores a la niña)
Por fin a los tres años fue llevada la pequeña María al Templo, donde el sacerdote la recibió con estas palabras: “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”. Y la hizo sentar sobre la tercera grada del altar.
Con este heroico rasgo de desprendimiento los apócrifos cierran el capítulo dedicado a los padres de la Virgen María. Después de dejar a su hija en el Templo Ana se aleja silenciosamente y se esfuma para siempre. Su misión había terminado.
LAS VIRTUDES DE SANTA ANA
Santa Ana con su hija (Murillo)
- Una mujer paciente y humilde. Durante veinte años Ana sufre sin queja la tremenda humillación de la esterilidad. Cuando, por fin, su amargura se derrama en presencia del Señor, sus quejas son tan suaves y humildes que inclinan al Señor a escucharla. Su larga prueba no ha endurecido su corazón, no le ha agriado.
- Una mujer generosa. Pide para tener, a su vez, el gozo de dar. En cuanto tiene la seguridad de haber sido escuchada, su primer pensamiento es devolver algo por la gracia recibida: hará donación a Dios de este mismo hijo cuyo nacimiento se le anuncia.
- Una mujer agradecida. En su felicidad no se olvida de dar gracias al Señor. ¡Y con qué júbilo exultante y candoroso! “Oíd, oíd, las doce tribus de Israel: Ana está amamantando!” Ella misma ignora cuán fausta es la nueva que está anunciando a Israel y al mundo entero: “¡Ana está amamantando!”
- Una mujer abnegada, dispuesta a desprenderse de su hija para siempre; a privarse de ella cuando sea preciso para darse a los demás. Así, dejando a la niña en su cuna, se dedica a atender a sus invitados.
- Abnegada, pero no fría ni insensible. “Esperemos —le dice a su esposo—, esperemos a que la pequeña cumpla tres años… No sea que vaya a tener añoranza de nosotros…” Y en su voz temblorosa se adivina la añoranza que está ya atenazando su propio corazón.
- La vena soterrada de la ternura asoma en estas tímidas palabras de Ana. Y ésta es la pincelada definitiva, la que nos revela su alma entera y nos la hace sentir muy cercana a nuestro corazón.
SU CULTO Y LITURGIA EN EL DÍA 26 DE JULIO
Joaquín y Sta. Ana unidos en una misma fiesta tras la reforma litúrgica conciliar.
El culto a Santa Ana, se introdujo ya en la Iglesia oriental en el siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X. El culto a San Joaquín es más reciente y su fiesta se celebraba el 16 de agosto. Tras la Reforma litúrgica del Concilio, San Joaquín y Santa Ana se celebran juntos el día 26 de julio.
El relato evangélico que se proclama en este día evoca las palabras con las que Jesús declara dichosos a sus contemporáneos por haber tenido la suerte de ver y oír lo que habían anhelado los profetas y los justos de otros tiempos.
Por otra parte, la imagen habitual de Santa Ana, acompañando a María y al pequeño Jesús, refleja, también para un tiempo de desentendimiento e individualismo, la necesaria relación y comprensión entre las generaciones.
Santa Ana con su hija y su nieto. Imagen de la parroquia de «Santa Ana» en Cervera del Río Alhama, muy venerada por los cerveranos y a quien celebran con grandes fiestas.
PATRONOS Y DIA DE LOS ABUELOS
El texto del libro del Eclesiástico (41, 1.10-15), que se lee en la celebración eucarística, nos invita a hacer revivir en gratitud la memoria de los antepasados. No es extraño que esta fecha evoque con frecuencia entre los cristianos la presencia de los abuelos y la responsabilidad ética de ofrecer la necesaria atención integral a los ancianos.
RAZONES PARA ESTE DÍA
-Los valores humanos como el respeto y el cariño hacia nuestros mayores son algo importante y connatural a nuestra sociedad.
-La figura de los padres de nuestros padres está presente en la cercanía-lejanía de nuestra infancia y juventud.
-Nuestros padres, muchas veces a causa de sus trabajos encomiendan a los abuelos el cuidado de los niños; infinidad de veces hacen las funciones de padres con todo amor y dedicación.
-El día 26 de julio puede ser un gran día para celebrar el DÍA DE LOS ABUELOS, empeño de la Asociación Edad Dorada-Mensajeros de la Paz que quiere que este día se institucionalice tanto en España como en el resto del mundo, precisamente en este día en que la Iglesia celebra la fiesta de los abuelos de Jesús.
UN DÍA DE GRATITUD
Se convierte así el día 26 de julio en la fiesta del agradecimiento a nuestros abuelos porque ellos dieron la vida a nuestros padres y a través de ellos se prolonga la cadena biológica de la humanidad.
Gracias a ellos nosotros hemos vivido muchas cosas. Por eso es un día de acción de gracias por la vida, por los cuidados, desvelos y sufrimientos, por su derroche de amor y cariño. Por su indescriptible ayuda en nuestra educación y en la formación de nuestra personalidad.
Los abuelos vuelven a vivir su segunda paternidad en el cuidado de sus nietos, mejorando con la sabiduría de los años lo que con los hijos no pudieron o supieron hacer.
Celebrar la fiesta de los abuelos es una extensión justa y cada día más necesaria del cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.
RELACIONES ENTRE GENERACIONES
El Niño Jesús con sus padres y abuelos
Cuando se está en la cima serena de los años se contemplan en los retoños de los nietos vivas prolongaciones de su propia existencia.
Los ojos de los abuelos miran con redoblado amor la figura y presencia de los nietos. Con un amor que más que signo paternal, lo es patriarcal y providencial, oteando horizontes que van más allá de la frontera del tiempo, pues su vida ya la ven prolongada y asegurada en los nietos.
Los abuelos son un factor integrador de la vida familiar, siendo elementos creadores de afectividad, cariño y comprensión; su equilibrio emocional permite mantener un clima de tranquilidad y de sosiego en el hogar.
Las personas mayores precisan mantener relaciones intergeneracionales para renovar sus conocimientos y obtener vivencias complementarias que les llenen de vida y les rejuvenezcan.
La soledad de los abuelos suele ser su mayor pobreza, pues produce la sensación de vacío, difícil de sustituir. Necesitan cariño.
El Papa San Juan Pablo II, escribió en “Evangelium vitae” “¡Nuestros abuelos!. La Biblia les reserva el calificativo de ricos en sabiduría, maestros de la vida, testigos de la tradición de la fe y personas llenas de respeto a Dios”.
El libro del Levítico nos exhorta: “Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano”. Honrar a los ancianos supone un triple deber: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. Ya observaba Cicerón que “el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes”.
Compilación de datos por D. Víctor Jadraque (Párroco de Alberite (La Rioja)