Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 30/12/2018 Festividad Sagrada Familia.

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  • #10798
    Anónimo
    Inactivo

    «Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros»

    Lectura del santo Evangelio según San Lucas

    Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.

    Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres.

    Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

    Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

    Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

    «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

    Él les contestó:

    «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

    Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

    Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

    Su madre conservaba todas esto en su corazón.

    Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.

    Palabra del Señor.

    #12957
    Anónimo
    Inactivo

    Dejo los comentarios al Evangelio del domingo, día de la Sagrada Familia.

    VIVIR AMISTOSAMENTE

    [align=justify]Son muchas las personas que no conocen la felicidad ni la alegría de la amistad. No se debe a que carezcan de amigos o amigas. Lo que sucede es que no saben vivir amistosamente.

    Son hombres y mujeres que sólo buscan su propio interés y bienestar. Jamás han pensado hacer con su vida algo que merezca la pena para los demás. Sólo se dedican a «sentirse bien». Todo lo demás es perder el tiempo.

    Se creen muy «humanos». Al sexo practicado sin compromiso alguno lo llaman «amor». La relación interesada es «amistad».

    En realidad viven sin vincularse a fondo con nadie, atrapados por un individualismo atroz. En todo momento buscan lo que les apetece. No conocen otros ideales. Nada es bueno ni malo, todo depende de si sirve o no a los propios intereses. No hay más convicciones ni fidelidades.

    En estas vidas puede haber bienestar, pero no dicha. Estas personas pueden conocer el placer, pero no la alegría interior. Pueden experimentarlo absolutamente todo menos la apertura amistosa hacia los demás. Sólo saben vivir alrededor de sí mismos. Para ser más humanos necesitarían aprender a vivir amistosamente.

    La verdadera amistad significa relación desinteresada afecto, atención al otro, dedicación. Algo que va más allá de las «amistades de negocios» o de los contactos eróticos de puro pasatiempo.

    Al afecto y la atención al otro se une la fidelidad. Uno puede confiar en el amigo, pues el verdadero amigo sigue siéndolo incluso en la desgracia y en la culpa. El amigo ofrece seguridad y acogida. Vive haciendo más humana y llevadera la vida de los demás. Es precisamente así como se siente a gusto con los otros.

    Se ha dicho que una de las tareas pendientes del hombre moderno es aprender esta amistad, purificada de falsos romanticismos y tejida de cuidado, atención y servicio afectuoso al otro.

    Una amistad que debería estar en la raíz de la convivencia familiar y de la pareja, y que debería dar contenido más humano a todas las relaciones sociales.

    Celebramos hoy la fiesta cristiana de la familia de Nazaret. Históricamente poco sabemos de la vida familiar de María, José y Jesús. En aquel hogar convivieron Jesús, el hombre en el que se encarnaba la amistad de Dios a todo ser humano, y María y José, aquellos esposos que supieron acogerlo como hijo con fe y amor.

    Esa familia sigue siendo para los creyentes estímulo y modelo de una vida familiar enraizada en el amor y la amistad.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿FELICIDAD EN FAMILIA?

    [align=justify]Sin duda, es siempre tentador para toda familia encerrarse en su propia felicidad. Tratar de construir un «hogar feliz», de espaldas a la infelicidad de otras familias o de otros hombres y mujeres, privados incluso de hogar.

    Entonces, se vive el amor «de puertas para dentro». Se estrecha la solidaridad a los límites de la familia. Y la «gratuidad» queda reducida al mundo privado de los intereses familiares. El amor no supera los lazos de sangre.

    Naturalmente, esto sólo es posible en una postura de evasión y desentendiéndose de los problemas y sufrimientos ajenos.

    Nos mantenemos al margen, sin hacernos responsables de los problemas de los demás y sin interferirnos nunca en sus alegrías ni en sus penas. «Cada uno en su casa y Dios en la de todos».

    Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar en el propio hogar a la sagrada familia de Nazaret ha ido acompañado de este ideal de lograr una armonía y felicidad familiar.

    Y esto es bueno. Sin duda, es necesario también hoy estimular y promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos y la solidaridad familiar, valores sin los cuales fracasará la familia.

    Pero sería una equivocación creer que es esto lo único que la familia cristiana tiene que escuchar en el evangelio de Jesús.

    El amor cristiano no conoce límites ni puede quedar restringido egoístamente en las fronteras del propio hogar. Según el evangelio, «el discípulo debe orientar su solidaridad no hacia los miembros, del círculo familiar, sino hacia los desgraciados de la tierras (J. M. Castillo).

    El Papa Juan Pablo II nos recordó con palabras que deberían tener un eco especial en los hogares cristianos en estos momentos de grave crisis económica: «Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta».

    El hogar cristiano debe estar abierto no sólo para acoger a los necesitados sino también para que sus miembros salgan a responsabilizarse y comprometerse en el esfuerzo por una sociedad mejor.

    Una familia atenta a los dolores de la humanidad, dispuesta a compartir con los necesitados y comprometida en la. medida de sus posibilidades en la lucha por mejorar la convivencia social, podrá sufrir por ello repercusiones dolorosas en el interior del mismo hogar, pero está caminando hacia la verdadera felicidad cristiana.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    UNA FAMILIA DIFERENTE

    [align=justify]Entre los católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar, entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?

    La familia, según él, tiene su origen en el misterio del Creador que atrae a la mujer y al varón a ser «una sola carne», compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.

    Siguiendo la llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.

    Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan su andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.

    Una familia cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Es Jesús quien alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia.

    El hogar se convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana: la confianza en un Dios Bueno, amigo del ser humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia decisiva.

    En un hogar donde se le vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia siempre acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.

    Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    Fraternalmente.-

    #19010
    Anónimo
    Inactivo

    Dejo los comentarios al Evangelio del domingo, día de la Sagrada Familia.

    VIVIR AMISTOSAMENTE

    [align=justify]Son muchas las personas que no conocen la felicidad ni la alegría de la amistad. No se debe a que carezcan de amigos o amigas. Lo que sucede es que no saben vivir amistosamente.

    Son hombres y mujeres que sólo buscan su propio interés y bienestar. Jamás han pensado hacer con su vida algo que merezca la pena para los demás. Sólo se dedican a «sentirse bien». Todo lo demás es perder el tiempo.

    Se creen muy «humanos». Al sexo practicado sin compromiso alguno lo llaman «amor». La relación interesada es «amistad».

    En realidad viven sin vincularse a fondo con nadie, atrapados por un individualismo atroz. En todo momento buscan lo que les apetece. No conocen otros ideales. Nada es bueno ni malo, todo depende de si sirve o no a los propios intereses. No hay más convicciones ni fidelidades.

    En estas vidas puede haber bienestar, pero no dicha. Estas personas pueden conocer el placer, pero no la alegría interior. Pueden experimentarlo absolutamente todo menos la apertura amistosa hacia los demás. Sólo saben vivir alrededor de sí mismos. Para ser más humanos necesitarían aprender a vivir amistosamente.

    La verdadera amistad significa relación desinteresada afecto, atención al otro, dedicación. Algo que va más allá de las «amistades de negocios» o de los contactos eróticos de puro pasatiempo.

    Al afecto y la atención al otro se une la fidelidad. Uno puede confiar en el amigo, pues el verdadero amigo sigue siéndolo incluso en la desgracia y en la culpa. El amigo ofrece seguridad y acogida. Vive haciendo más humana y llevadera la vida de los demás. Es precisamente así como se siente a gusto con los otros.

    Se ha dicho que una de las tareas pendientes del hombre moderno es aprender esta amistad, purificada de falsos romanticismos y tejida de cuidado, atención y servicio afectuoso al otro.

    Una amistad que debería estar en la raíz de la convivencia familiar y de la pareja, y que debería dar contenido más humano a todas las relaciones sociales.

    Celebramos hoy la fiesta cristiana de la familia de Nazaret. Históricamente poco sabemos de la vida familiar de María, José y Jesús. En aquel hogar convivieron Jesús, el hombre en el que se encarnaba la amistad de Dios a todo ser humano, y María y José, aquellos esposos que supieron acogerlo como hijo con fe y amor.

    Esa familia sigue siendo para los creyentes estímulo y modelo de una vida familiar enraizada en el amor y la amistad.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿FELICIDAD EN FAMILIA?

    [align=justify]Sin duda, es siempre tentador para toda familia encerrarse en su propia felicidad. Tratar de construir un «hogar feliz», de espaldas a la infelicidad de otras familias o de otros hombres y mujeres, privados incluso de hogar.

    Entonces, se vive el amor «de puertas para dentro». Se estrecha la solidaridad a los límites de la familia. Y la «gratuidad» queda reducida al mundo privado de los intereses familiares. El amor no supera los lazos de sangre.

    Naturalmente, esto sólo es posible en una postura de evasión y desentendiéndose de los problemas y sufrimientos ajenos.

    Nos mantenemos al margen, sin hacernos responsables de los problemas de los demás y sin interferirnos nunca en sus alegrías ni en sus penas. «Cada uno en su casa y Dios en la de todos».

    Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar en el propio hogar a la sagrada familia de Nazaret ha ido acompañado de este ideal de lograr una armonía y felicidad familiar.

    Y esto es bueno. Sin duda, es necesario también hoy estimular y promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos y la solidaridad familiar, valores sin los cuales fracasará la familia.

    Pero sería una equivocación creer que es esto lo único que la familia cristiana tiene que escuchar en el evangelio de Jesús.

    El amor cristiano no conoce límites ni puede quedar restringido egoístamente en las fronteras del propio hogar. Según el evangelio, «el discípulo debe orientar su solidaridad no hacia los miembros, del círculo familiar, sino hacia los desgraciados de la tierras (J. M. Castillo).

    El Papa Juan Pablo II nos recordó con palabras que deberían tener un eco especial en los hogares cristianos en estos momentos de grave crisis económica: «Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta».

    El hogar cristiano debe estar abierto no sólo para acoger a los necesitados sino también para que sus miembros salgan a responsabilizarse y comprometerse en el esfuerzo por una sociedad mejor.

    Una familia atenta a los dolores de la humanidad, dispuesta a compartir con los necesitados y comprometida en la. medida de sus posibilidades en la lucha por mejorar la convivencia social, podrá sufrir por ello repercusiones dolorosas en el interior del mismo hogar, pero está caminando hacia la verdadera felicidad cristiana.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    UNA FAMILIA DIFERENTE

    [align=justify]Entre los católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar, entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?

    La familia, según él, tiene su origen en el misterio del Creador que atrae a la mujer y al varón a ser «una sola carne», compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.

    Siguiendo la llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.

    Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan su andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.

    Una familia cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Es Jesús quien alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia.

    El hogar se convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana: la confianza en un Dios Bueno, amigo del ser humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia decisiva.

    En un hogar donde se le vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia siempre acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.

    Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    Fraternalmente.-

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