Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Evangelio del domingo 10/02/2019 5º de T. Ordinario Ciclo C.
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6 febrero, 2019 a las 20:04 #10846
Anónimo
Inactivo«Dejándolo todo, lo siguieron»Lectura del santo evangelio según San LucasEn aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor9 febrero, 2019 a las 18:42 #12962Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. ¿MAS HUMANOS SIN DIOS?[align=justify]Por tu palabra, echaré las redes.Hoy todos nos sentimos humanistas. Todos estamos de acuerdo en que, de una manera o de otra, debemos buscar la liberación plena de la humanidad.
El verdadero problema surge cuando nos preguntamos cómo se puede hacer al hombre más humano.
A partir, sobre todo, de L. Feuerbach y C. Marx, la crítica atea a la religión ha insistido en que es necesario suprimir a Dios para lograr el nacimiento del verdadero hombre. Sólo cuando «el ser humano sea el ser supremo para el hombre», la humanidad se pondrá en camino hacia su verdadera liberación.
Que el ser humano sea el dios y creador de sí mismo puede resultar ciertamente seductor al hombre contemporáneo. Pero, ello no quiere decir que lo haga más humano.
Quizás, la cuestión más decisiva para el futuro de la fe entre nosotros sea la de saber si el ser humano puede ser más humano sin Dios. ¿Cuándo es el hombre más grande y más humano, cuando sabe vivir desde la fe en el Dios liberador de Jesús, o cuando se le diviniza y se le deja solo, como dueño y señor de su existencia?
El mensaje de Jesús es un verdadero reto. Según el evangelio, ninguna persona puede darse a sí misma la salvación plena que anda buscando desde lo más hondo de su ser.
Sólo cuando aceptamos a Dios como único Señor y lo sabemos acoger como origen y centro de referencia de todo su ser y su quehacer, podemos alcanzar nuestra verdadera medida y dignidad. Desde Dios podemos descubrir los verdaderos límites de nuestro ser y la grandeza de nuestro destino.
¿Es posible alcanzar la salvación total desde nuestro esfuerzo autónomo y solitario? ¿Es posible existir alguna vez como un ser autónomo, dueño de su existencia?
Lo importante es verificar cuál es el «dios» al que nos sometemos y de quien hacemos depender nuestra vida. Descubrir cuál es el «dios» público o privado al que adoramos.
En realidad, para cada uno de nosotros, «nuestro dios particular» es aquél al que rendimos totalmente nuestro ser. Todos conocemos el nombre de muchos de estos dioses: dinero, salud, éxito, sexo, poder, trabajo, rendimiento, prestigio, eficacia…
El relato evangélico nos invita a reflexionar «en nombre de quién estamos echando las redes». Pues es fácil pasarse toda la vida luchando sin lograr llenar de contenido verdaderamente humano nuestra existencia diaria.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] ERROR NEFASTO[align=justify]Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que si Dios no existiera, desaparecería totalmente el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo hombre, como lo ha recordado con insistencia la filosofía moderna. Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.
Lo propio del creyente es que vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y liberador.
Pero, ¿cuál es la actitud real de Dios ante nuestro pecado? No es tan fácil responder a esta pregunta. En el Antiguo Testamento se da un largo proceso que, a veces, los creyentes no llegan a captar. «Todavía queda mucho camino hasta que comprendamos o adivinemos que la cólera de Dios es solamente la tristeza de su amor».
Pero resulta todavía más deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar con gozo al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando, después de Jesucristo, esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?
No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal del hombre. Y que el pecado es un mal para el hombre, y no para Dios. Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien. »
Quien, desde la culpa, sólo mira a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.
La escena que nos describe Lucas es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús, abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
La reacción de Jesús, encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres.»
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] LA FUERZA DEL EVANGELIO[align=justify]El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y «la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios». No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de modo imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos «haciendo cosas» desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo? Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús.
Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él.
La fe cristiana solo se despierta cuando las personas descubren el fuego de Jesús.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
JESÚS NOS RESCATA DE VIIR HUNDIDOS.[align=justify]Nosotros medimos “enredados” por nuestros cálculos. Nos atrapa la red del limitado realismo, de los práctico, de nuestros intereses, de lo que nos gusta… Jesús nos pide que lancemos nuevamente las redes para que lo imprevisible entre en nuestra vida y “descoloque” nuestra manera de pescar.La pesca es abundante cuando nos dejamos “atrapar” por la red de Jesús. Atrapados en su red, somos capaces de atraer a otros hacia Jesús y su propuesta de vida bienaventuradas. Jesús es quien atrae y llama. Su amor nos rescata de vivir hundidos.
Para pescar lo mejor “ser pescados” por Jesús. Luego, comenzaremos una vida nueva, diferente, con otros criterios que se aproximan más a nuestra auténtica vocación.
Sintamos esta semana cómo Jesús nos ama, nos llama y nos “atrapa”.
[/align]
[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero sscc
[/align] Fraternalmente.
9 febrero, 2019 a las 18:42 #19015Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. ¿MAS HUMANOS SIN DIOS?[align=justify]Por tu palabra, echaré las redes.Hoy todos nos sentimos humanistas. Todos estamos de acuerdo en que, de una manera o de otra, debemos buscar la liberación plena de la humanidad.
El verdadero problema surge cuando nos preguntamos cómo se puede hacer al hombre más humano.
A partir, sobre todo, de L. Feuerbach y C. Marx, la crítica atea a la religión ha insistido en que es necesario suprimir a Dios para lograr el nacimiento del verdadero hombre. Sólo cuando «el ser humano sea el ser supremo para el hombre», la humanidad se pondrá en camino hacia su verdadera liberación.
Que el ser humano sea el dios y creador de sí mismo puede resultar ciertamente seductor al hombre contemporáneo. Pero, ello no quiere decir que lo haga más humano.
Quizás, la cuestión más decisiva para el futuro de la fe entre nosotros sea la de saber si el ser humano puede ser más humano sin Dios. ¿Cuándo es el hombre más grande y más humano, cuando sabe vivir desde la fe en el Dios liberador de Jesús, o cuando se le diviniza y se le deja solo, como dueño y señor de su existencia?
El mensaje de Jesús es un verdadero reto. Según el evangelio, ninguna persona puede darse a sí misma la salvación plena que anda buscando desde lo más hondo de su ser.
Sólo cuando aceptamos a Dios como único Señor y lo sabemos acoger como origen y centro de referencia de todo su ser y su quehacer, podemos alcanzar nuestra verdadera medida y dignidad. Desde Dios podemos descubrir los verdaderos límites de nuestro ser y la grandeza de nuestro destino.
¿Es posible alcanzar la salvación total desde nuestro esfuerzo autónomo y solitario? ¿Es posible existir alguna vez como un ser autónomo, dueño de su existencia?
Lo importante es verificar cuál es el «dios» al que nos sometemos y de quien hacemos depender nuestra vida. Descubrir cuál es el «dios» público o privado al que adoramos.
En realidad, para cada uno de nosotros, «nuestro dios particular» es aquél al que rendimos totalmente nuestro ser. Todos conocemos el nombre de muchos de estos dioses: dinero, salud, éxito, sexo, poder, trabajo, rendimiento, prestigio, eficacia…
El relato evangélico nos invita a reflexionar «en nombre de quién estamos echando las redes». Pues es fácil pasarse toda la vida luchando sin lograr llenar de contenido verdaderamente humano nuestra existencia diaria.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] ERROR NEFASTO[align=justify]Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que si Dios no existiera, desaparecería totalmente el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo hombre, como lo ha recordado con insistencia la filosofía moderna. Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.
Lo propio del creyente es que vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y liberador.
Pero, ¿cuál es la actitud real de Dios ante nuestro pecado? No es tan fácil responder a esta pregunta. En el Antiguo Testamento se da un largo proceso que, a veces, los creyentes no llegan a captar. «Todavía queda mucho camino hasta que comprendamos o adivinemos que la cólera de Dios es solamente la tristeza de su amor».
Pero resulta todavía más deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar con gozo al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando, después de Jesucristo, esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?
No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal del hombre. Y que el pecado es un mal para el hombre, y no para Dios. Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien. »
Quien, desde la culpa, sólo mira a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.
La escena que nos describe Lucas es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús, abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
La reacción de Jesús, encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres.»
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] LA FUERZA DEL EVANGELIO[align=justify]El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y «la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios». No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de modo imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos «haciendo cosas» desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo? Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús.
Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él.
La fe cristiana solo se despierta cuando las personas descubren el fuego de Jesús.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
JESÚS NOS RESCATA DE VIIR HUNDIDOS.[align=justify]Nosotros medimos “enredados” por nuestros cálculos. Nos atrapa la red del limitado realismo, de los práctico, de nuestros intereses, de lo que nos gusta… Jesús nos pide que lancemos nuevamente las redes para que lo imprevisible entre en nuestra vida y “descoloque” nuestra manera de pescar.La pesca es abundante cuando nos dejamos “atrapar” por la red de Jesús. Atrapados en su red, somos capaces de atraer a otros hacia Jesús y su propuesta de vida bienaventuradas. Jesús es quien atrae y llama. Su amor nos rescata de vivir hundidos.
Para pescar lo mejor “ser pescados” por Jesús. Luego, comenzaremos una vida nueva, diferente, con otros criterios que se aproximan más a nuestra auténtica vocación.
Sintamos esta semana cómo Jesús nos ama, nos llama y nos “atrapa”.
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[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero sscc
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9 febrero, 2019 a las 18:43 #12963Anónimo
InactivoSe me olvidó el dibujo de Fano. Ahí va.
9 febrero, 2019 a las 18:43 #19016Anónimo
InactivoSe me olvidó el dibujo de Fano. Ahí va.
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