Inicio › Foros › Formación cofrade › Santoral › 16/05/2012 San Simón Stock, San Juan Nepomuceno y Santa Gema
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16 mayo, 2012 a las 20:49 #13782
Anónimo
InactivoSantos: Ubaldo, Posidio, Fuerte, Honorato, Audas, Peregrino, Dómnolo, obispos; Flaviano, Aquilino, Victoriano, Genadio, Félix, Andrés Bobola, mártires; Juan Nepomuceno, presbítero; Gema Galgani, Máxima, Frejus, vírgenes; Brendano, Simón Stock, abades; Fidolo, confesor; Bernardo Mentón, eremita.San Simón Stock.Fue el principal reestructurador de la Orden del Carmelo en el siglo XIII. En tiempos anteriores, el Carmelo tuvo una estructura estrictamente eremítica.
«Stock» –que significa tronco–, añadido al nombre, sobre todo a partir del siglo XV en que se hace ya común esta denominación, le viene –según una de las fuentes– por su anterior vida de eremita solitario que vivió en el tronco de un árbol seco de los bosques ingleses. Los biógrafos posteriores se sirvieron de esta cualidad y nombre para agigantar su ascetismo.
Alguna otra fuente hace a Simón proveniente de los cruzados o peregrinos de los Santos lugares, ya que no fue infrecuente que algunos de estos amadores de la aventura pidieran vestir el hábito de los carmelitas, influidos por la oración y soledad que aquellos monjes llevaban en las grutas del monte Carmelo del que recibían nombre.
Los cristianos palestinos tuvieron que decidirse a exponerse a desaparecer a manos de los mahometanos, o animarse a salir hacia Europa, cuando terminó la tregua que habían pactado Federido II y el sultán de Egipto. En 1238 tomaron los del Carmelo la decisión de emigrar a Inglaterra, a pesar de que llevaban consigo el temor de que aquel cambio les trajera peligro para su oración y aislamiento.
Los nobles Guillermo Vescy y Ricardo Grey les facilitaron el establecimiento en los conventos de Hulne y Kent. Eran los años 1241 y 1242. Una de las versiones es en este momento donde señala la entrada de Simón en el Carmelo. El caso fue que, en el 1245, tuvieron los carmelitas un Capítulo General en Aylesford, en el que eligieron como prior mayor a Simón, dándole la plenitud de autoridad sobre la Orden.
Mucho tuvieron que sufrir aquellos buenos monjes. No conseguían adaptarse al nuevo ritmo de vida, con un clima tan poco propicio; no se sentían acogidos por la gente; la mayor parte de ellos comprobaba que sus temores eran bien fundados y que era poco menos que imposible seguir viviendo según la Regla de san Alberto. Simón hizo lo que pudo ante aquel cúmulo de dificultades de sus monjes; buscó apoyo en el papa Inocencio IV del que consiguió cartas de recomendación, y recurrió al rey Enrique III de Inglaterra para poder echar raíces; reformó la Regla para poder vivir en las ciudades y tomar parte en el servicio a las almas. Pero al descontento generalizado se añadió el mal de las deserciones de algunos monjes, y del paso que otros dieron a otras Órdenes en las que veían más garantías de salvación.
En medio de esta grave crisis tuvo lugar la aparición de la Virgen que mostraba por el Carmelo una protección especial. Se le apareció al bueno de Simón, rodeada de ángeles y llevando en sus manos el Escapulario de la Orden. Le dejó en regalo la promesa: «Quien lo lleve y muera con él, se salvará».
Acontecimiento tan singular sirvió para alentar a los desanimados carmelitas. Luego, el escapulario con la promesa de la Virgen trascendió a toda la Iglesia como manifestación de la maternidad universal de María, a través de la adscripción a la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen.
De Simón Stock no hay mucho más; continuó en su esfuerzo de afianzar y consolidar la Orden en Europa hasta su muerte, ocurrida en Burdeos el 16 de mayo de 1265.
Hoy, parte de sus restos –milagrosamente salvados de la Revolución francesa– se conservan en el convento de Aylesford, a donde se trasladó su cabeza en 1951.
Mira por dónde lo bien que queda explicada la inmemorial y popularísima devoción al Escapulario de Nuestra Señora del Carmen que tantísimos fieles cristianos llevan impuesto desde la infancia, la niñez o la juventud –los menos lo reciben en la madurez o en la ancianidad–. Claro está que no es amuleto del que dependa una determinada suerte, ni una póliza de seguro –producto típico de nuestra sociedad tan exacta– que prescinde en fuerte grado de la Providencia de Dios, al tiempo que procura atar lo más posible todos los cabos aquí abajo. No. El escapulario del Carmen es, más bien, una señal de predilección de la Virgen que asegura proteger a quien ha acudido a Ella pidiendo su protección; por eso no deberá evitar –quien lo lleve de por vida– el esfuerzo por honrar a la Madre de Dios y por vivir según pide y enseñó su propio Hijo; el resto lo pondrá Ella, que nunca abandona. Quien pensara que llevar el Escapulario del Carmen es un pasaporte automático para el Cielo, algo mágico o automático, como cuando sale un botellín de refresco en la maquinita al pulsar el botón, se ha equivocado de ventanilla.
San Juan Nepomuceno.La razón por la que se le venera es su martirio; pero la causa por la que murió mártir ha tenido que esperar tiempo hasta poder ser presentada como la más probable entre las posibles. A las oscuridades de la lejanía en el tiempo hay que añadir confusiones de fechas de fallecimiento –hicieron un desdoble de la figura del Nepomuceno–, la escasez de documentación, y los enredos malintencionados de los protestantes que, incluso en el siglo XIX, muchísimo después de su canonización, se sacaron de la manga que Juan Nepomuceno era un invento de los jesuitas para hacer olvidar la figura de Juan Hus. La causa próxima del martirio –defensor de los derechos de la Iglesia, frente a los abusos del poder civil– ya hubiera sido suficiente para justificar su santidad; pero hallazgos posteriores han dado la razón a lo que el pueblo sencillo afirmó siempre –en un mudo boca a boca– desde que murió: Juan Nepomuceno fue mártir del secreto de la confesión.
El marco es la diócesis de Praga en el siglo xvi. Juan Nepomuceno ha nacido en Nepomuk, alrededor del año 1345; en el 1370 es notario de la curia arzobispal; sacerdote desde el 1379, se le ve como párroco de Gall, en Praga, y como estudiante de derecho. Lo mandan a Padua en 1387 para conseguir el grado de doctor en canónico. A su vuelta es canónigo arcediano de Zatec y Vicario general de la archidiócesis de Praga.
Murió en la abadía de Kladruby el abad Racek; eligieron a Olen como sucesor. Pasado el tiempo legal para poner objeciones, sin que ninguna se hubiera presentado, Juan Nepomuceno lo confirmó en su puesto, ejerciendo sus funciones de Vicario.
Tropezó esta decisión con las pretensiones del rey Wenceslao, que quería suprimir la abadía, hacer de ella un obispado y dárselo a Juan Nanko, miembro de la corte. Contrariado, presionó sobre el Vicario sin resultado y mandó arrojarlo al río Vitava, en el año 1309. Con ello, se terminaba la historia y Juan pasó a ser mártir por defender los derechos de la Iglesia. Lo imprevisto fue el casi motín popular que siguió al hecho y el inesperado culto masivo en torno a la tumba del mártir.
En su momento, el Arzobispo de Praga Juan Jenstein, que murió en Roma y se le sepultó en Santa Práxedes, envió memoria a Roma testimoniando el martirio de quien había sido su Vicario. El arzobispo era un hombre santo, docto, reformador de las costumbres y con frecuencia tuvo que oponerse a las injustas pretensiones de Wenceslao, rey de Bohemia, hijo del «Padre de la patria», el emperador Carlos IV.
Pero había algo más.
El pueblo decía que el rey odiaba a aquel santo sacerdote y que por eso lo mató; que lo de los sucesos de la abadía no eran más que la excusa para provocar su muerte intentada por otros motivos más vergonzosos. Algunos llegaron a insinuar los enredos palaciegos como causa del martirio y hasta se oyeron voces de que se trataba del sigilo sacramental. En 1471, el historiador Zidek, en su Zpravovna, dedicada al rey Jorge, se hace eco de la noticia popular y describe el sepulcro de Juan Nepomuceno en la iglesia de San Vito, donde el pueblo veneraba las reliquias del mártir; Pekar, otro historiador bohemo, no se atreve a negar que Juan hubiera sido confesor de la reina.
Parece ser que se eleva a muy probable la hipótesis de que, siendo Juan Nepomuceno confesor de la reina, los celos llegaron a cegar la mente del rey, que de ninguna manera consiguió sacar al eclesiástico la verdad oída en sus confesiones; de este modo, Juan terminó muriendo mártir por defender el sigilo sacramental bajo la apariencia de defender los derechos de la Iglesia.
Y esto parece explicar algo más lo inexplicable en sí. Me explico. El 27 de enero de 1725, estaba reunida la comisión que llevaba adelante el proceso de canonización de Juan Nepomuceno, que se veneraba ya como beato desde la declaración de Inocencio XIII, el 25 de enero de 1721, y cuya elevación a los altares había sido insistentemente solicitada por los emperadores, obispos, Órdenes religiosas y las universidades de Viena, Praga y Bratislava. En aquel momento estaban presentes el Arzobispo de Praga, altos cargos eclesiásticos y un grupo de peritos civiles expertos en medicina y cirugía. Se trataba de examinar y analizar la lengua del mártir que inexplicable e insólitamente se encontró incorrupta, seca y de color gris. Ante todos ellos, empezó a esponjarse y quedó rosa, como si fuera la de una persona viva.
Fue canonizado el 19 de marzo de 1729 por Benedicto XIII. Con toda lógica, se le nombró patrón del sigilo sacramental y también se le ha añadido la protección de la fama y del buen nombre.
Es patrón de Bohemia y Moravia.
El pueblo cristiano sigue venerando sus reliquias en la iglesia de San Vito.
Santa Gema Galgani.Nace en Italia a finales del siglo XIX y muere en los comienzos del XX. Vio la primera luz en familia modesta y pronto es visitada por lo que la gente acostumbra a llamar tribulación: el padre muere de tumor maligno, la madre fallece de tuberculosis pulmonar, la mitad de los hermanos mueren jóvenes y, entre ellos, su hermano preferido. Los huérfanos fueron recogidos en casa de los Giannini, allí mismo, en Lucca.
Tuvo una niñez enfermiza que la hicieron escasamente desarrollada. Operada quirúrgicamente, se desarrolla en ella todo un proceso desconcertante para los médicos que optan por desahuciarla ante la imposibilidad de curarla. Abscesos, males óseos, meningitis, sordera, caída del cabello, tumor en la cabeza, parálisis. También llega a perder la vista, pero se produjo una curación inesperada.
Luego vienen los desmayos, pesadillas, delirios y arrebatos de los que sana súbitamente y en los que incurre de manera inesperada con una alternancia imposible de predecir y que para sus médicos es ocasión de despiste y desconcierto hasta el desaliento.
Y los males no son exclusivamente los del cuerpo, también se le colocan en el alma. No estuvo libre de tentaciones diabólicas y terribles que llegaron a ponerla tan fuera de sí que quienes la contemplaron en estos trances llegaron a pensar que estaba loca.
En Lucca se pudo ver ejemplaridad cristiana en todo este género de padecimientos que fueron llevados por Gema con bendita paciencia, aceptando la voluntad divina y ofreciéndolos como reparación por las ofensas que los hombres hacen a Dios.
Siguieron las calumnias de quienes afirman que todo eso es puro fingimiento y la tildan de embaucadora, mentirosa y amiga de llamar la atención; sufre desprecios incluso por parte de sus hermanos que para nada quieren el espectáculo, ni el revuelo que está proporcionando al pueblo su situación; soporta incomprensiones por parte de los cuidadores médicos que no se explican lo que está ocurriendo y algunos la catalogan como una paciente histérica que, además, presenta dificultades para ser reconocida como a ellos les gustaría. También debió de dolerle la desatención o quizá indiferencia por parte del obispo Juan Volpi, que se vio obligado a intervenir en el caso por lo excepcional de la situación ya que, cuando Gema tiene 22 años, se reproducen en su cuerpo los estigmas de la Pasión del Señor; aparecen y desaparecen espontáneamente en sus manos, en los pies y costado; son heridas abiertas y sangrantes con las que quiso Dios premiar su virtud, pero que desconciertan más aún a los «listos» incapacitados para admitir que estas cosas puedan pasar incluso en el siglo XX… y que se repiten los viernes.
Se añaden a todo esto los fenómenos prodigiosos –como revelaciones y sudor de sangre– que son testificados por su director espiritual, el pasionista padre Germán de San Estanislao.
Su figura extraña fue discutida, tanto mientras vivió como después de muerta, por la peculiaridad de su insólita vida tan plagada de sufrimientos inverosímiles. Incluso el proceso de santidad, comenzado en Lucca, tuvo que continuarse y llevarse a término en Pisa por los ánimos tan enfrentados y encrespados de los vecinos que habían convivido con la santa. El papa Pío IX bien se preocupa de afirmar fina, clara y explícitamente que la causa de canonización de la santa es la heroicidad de las virtudes vividas, sin entrar en la cuestión de que tantos hechos y tan extraños padecidos tengan un origen sobrenatural.
«Padeciendo se aprende a amar», le dijo el propio Cristo en un éxtasis. Pues… ¡vaya discípula!
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