Inicio Foros Formación cofrade Santoral 27/07/2012 San Pantaleón y otro grupo de mártires de Córdoba

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    Santos: Arnaldo, obispo; Bertoldo, Conrado, abades; Clemente, Celio, Nemesio, los 7 Santos Durmientes, confesores; Eterio, Félix, Mauro, Desiderato, Valeriano, obispos; Juliana y Semproniana, Aurelio, Natalia (Sabigoto), Félix, Liliosa, Jorge, Julia, Jocunda, Pantaleón, Sergia, Hermolao, Hermipo, Hermócrates, mártires; Mártires de Salsete.

    San Pantaleón.

    Mártir de los primeros siglos de la Iglesia, concretamente de la persecución de Diocleciano, que parece un héroe salido de una película concebida para la propaganda del Dios cristiano.

    En las Actas, están presentes todos los elementos comunes a los añadidos por la leyenda áurea en tantos casos. No faltan las exageraciones en la expresión, lo fantasioso en los tormentos, las conversiones milagrosas de los testigos y verdugos, las profesiones de fe hechas con apasionamiento literal, la impotencia de los jueces y las evidentes muestras de la acción divina tanto para salvar al mártir como para castigar a los fautores del cruento martirio.

    Nace Pantaleón al final del siglo II en Nicomedia. El Imperio ya no está tan seguro de sí por la distancia entre la metrópoli y Oriente; se ha pensado poner un césar en el otro extremo como medida de gobierno y han decidido implantar la religión oficial para cuidar la unidad. Nicomedia es residencia del emperador en Oriente. Pantaleón es hijo de Eustorgio, senador; su madre es cristiana, pero murió pronto. Aprendió medicina de Eufrosino, médico del emperador Diocleciano.

    Hermolao es un sacerdote cristiano, celoso en su apostolado, que está de incógnito por servir mejor y por más tiempo. Un día se encontraron los dos y, viendo la buena calidad de Pantaleón, le dio abiertamente cuenta de la fe. El joven médico pidió buscar ocasiones para continuar esa charla tan interesante en otros momentos.

    El caso desesperado de un niño muerto por la mordedura de una víbora que aún reptaba le sirvió para invocar a Cristo, consiguiendo la resurrección del niño y la muerte instantánea de la víbora. Captado por el mismo Jesús para la fe, pidió el bautismo sin dilación.

    A partir de este momento, su vida es un tejido de milagros entrelazados de modo abrumador e inverosímil. La curación de un ciego irremediable hecha en su domicilio por la invocación del nombre de Cristo y la imposición de la mano sobre los ojos, hizo que su padre, espectador de la escena, proclamara que Jesús es el Dios verdadero, destrozara los ídolos lares que encontró por casa y, después de la adecuada instrucción, recibiera el bautismo antes de morir.

    Pantaleón repartió sus bienes entre los pobres, se entrega del todo a Dios con fervor, da libertad a los esclavos, y toda su energía la quema en la caridad como médico. Pero todo aquello armó gran revuelo; los enfermos solo quieren ser curados por Pantaleón; entre los colegas se empieza a hacer sospechoso por merma de ingresos y terminó siendo acusado ante el emperador como cristiano, cuando hace muy poco se ha firmado el edicto de exterminio (a. 303) de los cristianos que rompen la unidad de creencia y cuya existencia como pequeño grupo rebelde no es tolerable dentro del Imperio.

    Uno de los primeros mártires fue el ciego curado milagrosamente en su casa. Pantaleón no cede a la presión ni a las seducciones. Le aplicaron el tormento del potro, luego rastrearon sus carnes con garfios de hierro y aplicaron teas encendidas a las heridas; una fuerza sobrenatural le reanima, mientras que los brazos de los verdugos quedan tiesos cuando quieren continuar el tormento. Prepararon un caldero de plomo hirviendo, pero, al echarlo dentro, la superficie se quedó fría y dura. Le arrojaron entonces al mar con un gran peso atado al cuello y salió andando sobre el agua hasta la playa. Lo llevaron a las fieras que salieron aullando de las jaulas y se amansaron al verlo. Por fin, la gente –admirada– pide la libertad para el preso y, aunque le aplicaron el suplicio de la rueda, salió ileso.

    Hicieron preso al buen presbítero Hermolao y a otros dos con el proyecto de meterlos con él en la cárcel y conseguir por convicción la apostasía. Hermolao, Hermipo y Hermócrates murieron mártires. A Pantaleón lo azotan con látigos que tenían puntas de hierro; mandaron decapitarlo y quemar su cuerpo, pero, cuando está gozoso y atado al olivo, tuvo que animar a los temblorosos verdugos para que cumplieran su obligación de tajarle el cuello, pero ¡la espada se volvió blanda y el hecho consiguió que el lictor pidiera perdón de rodillas! Ya es el mismo Pantaleón quien pide la cuchilla para culminar su martirio; la sangre, al saltar, salpica al olivo que floreció al momento. No tuvieron valor para quemar su cuerpo; los cristianos lo recogieron con veneración. Su culto se hizo muy popular y extendido.

    Así es como aparece Pantaleón ante el tirano como una personificación del triunfo de Cristo frente a los intentos opresores de los hombres, frente a las leyes físicas y frente a los instintos animales de las fieras hambrientas.

    La primera lectura de la vida de san Pantaleón sugiere una obra literaria corta concebida como apología de la fe cristiana que toma como punto de arranque la figura de un mártir. O quizá pueda clasificarse el opúsculo dentro del género épico, con el in crescendo de la narración similar al que se encuentra en la descripción midrásica de las antiguas plagas de Egipto, que expresan la historia religiosa de Israel coloreándola imaginativamente para deleitar al lector, utilizando sobre todo la hipérbole desbordada; esa fe que el pueblo debe conocer; la fe que incluye la impresionante grandeza del Dios que le salva, y el empeño que pone para conseguirlo por encima de los dioses falsos, que quedan impotentes y en ridículo. Hasta podría ser que el hagiógrafo de Pantaleón pensara en dar respuesta a los cristianos para animarles en el esfuerzo de ser fieles a las exigencias cristianas cada uno en su medio, cargando las tintas en la narración de la perseverancia en las pruebas de San Pantaleón y en las ayudas que Dios no niega jamás a quienes le aman.

    Todo son conjeturas y las posibilidades quedan en alto. Pero resta otro pensamiento no menos valioso a tener en cuenta. ¿Y si resultara que lo que cuentan las Actas fuera cierto y nos hubiéramos puesto las gafas de los ilustrados del XVIII, pidiendo una depuración de las hagiografías por juzgarlas no-históricas y fantasiosas, como un invento humano? Ciertamente no quisiera yo caer en semejante trampa, después de haber escrito tantas historias de santas y santos. ¿Y si resultara que las cosas fueron tal cual se han escrito, porque a Dios le pareció bien utilizar de ese modo a la persona de Pantaleón? Como posible, lo es desde el ángulo del poder de Dios; pero seguramente sería un caso insólito y manifestaría una providencia extraordinaria.

    Después de todo este largo epílogo, y aprendido lo que se encuentra en los antiguos escritos, que cada lector se anime a intentar hacer la criba de lo que se entienda como verdadero y lo que pueda interpretarse como adorno literario.

    San Aurelio y su esposa Santa Natalia (Sabigoto), San Félix y su esposa Santa Liliosa y San Jorge, mártires.

    Aurelio es hijo de un mahometano de los que ocupaban Córdoba, en España; pero su madre es cristiana y procuró educarlo en la fe verdadera. Pronto quedó huérfano de padre y madre; una tía suya, también cristiana, se encargó de hacerlo un hombre. Al llegarle la edad se casó con Natalia, hija de padres mahometanos pero, convertida al cristianismo, se bautizó cuando ellos murieron y empezó a llamarse Sabigoto; tienen dos hijas pequeñas; son ricos y emparentados con gente importante de la ciudad por la parte mora.

    Félix es uno de los amigos de Aurelio y está casado con Liliosa. A ellos, las cosas les van igualmente bien, no por agarenos, sino por la renuncia que años atrás hizo Félix a la fe de los cristianos; tuvo miedo; no se atrevió a afrontar la vida con las limitaciones de trabajo, económicas, los impuestos, la mala perspectiva para los futuros hijos con todas las puertas cerradas para prosperar y disimuló su fe ante el juez. Por ello no les va nada mal. Él sigue creyendo en Dios, pero no frecuenta las reuniones, ni participa en el culto porque no se interprete que da marcha atrás.

    Han comenzado a pasar cosas graves en la ciudad emirada en los últimos tiempos. Los ánimos se han calentado y comenzado a haber gente muerta por ser cristiana. Primero mataron a un presbítero que se llamaba Perfecto, luego a otros más; hay gente en la cárcel por su fe. En general, los cristianos de Córdoba están ya hartos de su deteriorada situación, y han comenzado a presentarse ellos mismos, de modo espontáneo, al tribunal. Otros piensan que esta es la ocasión de lavar sus culpas y hasta parece ser el caso de Félix. Los dos matrimonios llevan tiempo hablando entre ellos de responsabilidades y de fidelidad. Una de las primeras cabezas cristianas les ha hecho poner en balanza lo que se gana y lo que se pierde; es ese hombre valiente y docto obispo que se llama Eulogio. Las dos parejas se animan a ser fieles y más valientes de lo que son.

    Cuando el otro día estaba Aurelio en la plaza vio un espectáculo triste en sí mismo y lamentable; llevaban en un borrico, con gran alboroto, entre gritos y gestos maldicentes, al bueno de Juan; iba herido, le pegaban con cuerdas, le insultaban y maldecían por ser cristiano y no bendecir al Profeta. Llegó a casa y no pudo ocultar su pena por la injusticia, todo en él era rebeldía por la impotencia; Liliosa escuchó la versión y pronto la conocen Aurelio y Sabigoto. Ahora los cuatro están dispuestos a buscar solución definitiva pasando por el martirio; pero deben prepararse bien al momento decisivo. Primero, Aurelio y Sabigoto deben llevar a sus hijas al monasterio que fundaron Jeremías e Isabel; ahora es Isabel la abadesa de Tábanos y ella se encargará de cuidarlas con la dote que pondrán a su disposición; luego, sí, deben mejorar su oración, sus sacrificios, su amor a Dios. Y así comienza una nueva dimensión en sus vidas. Los cuatro están a partir un piñón cuando dan abundantes limosnas con sus bienes, comienzan a dormir en el suelo, practican el ayuno, visitan a los enfermos y hasta deciden ir –con influencias– a la prisión para dar algo de consuelo.

    Fue allí donde encontraron a Flora, la virgen que es hija de mahometano y cristiana, y a María, monja de Cuteclara y hermana del diácono Wilabonso, decapitado el siete de junio del año pasado. Ellas están condenadas a muerte por sacrílegas y parece que lo que esperan es un premio por su alegría y decisión. Las dos parejas fueron a consolarlas y salieron de la cárcel con fuego en sus corazones.

    Conocieron en el monasterio tabanense a Jorge, un monje oriental, concretamente de Siria, que pasó veintiséis años en San Sabas, cerca de Jerusalén, enviado a África para recoger limosnas para mantener a los monjes que habían quedado allí. Es diácono, amigo de Eulogio, sencillo y servidor de todos; habla griego, árabe y latín. Se les unió desde entonces, pensando en el martirio, y ya no se les despega ni de día ni de noche.

    Los cinco se han presentado ante el juez; le ponen al corriente de su fe cristiana al tiempo que afirman la falsedad de la religión que profesan todos los seguidores de Mahoma. El juez se esfuerza en hacerles recapacitar sobre su locura; les está haciendo ver la vida que tienen por delante con promesas de bienes, comodidades y honra. Todo es basura comparado con Jesucristo a quien desean servir por encima de todo. Les da cinco días de cárcel para pensar y poder reunir al Consejo porque son personas importantes por su parentela y él no quiere decidir su suerte. Ante los nuevos jueces, pareció que tenían ellos más ganas de ser condenados que los jueces en condenarles. Terminaron degollados, aplicando la ley, por maldecir al Profeta. Fue el día 27 de julio del año 852.

    Dos matrimonios y un fraile dijeron públicamente del modo más fuerte y claro que es mejor el bien de Cristo que la totalidad de bienes terrenos. Amén.

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