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9 abril, 2011 a las 7:38 #7401
Anónimo
InactivoTras un parón por causas ajenas a mi voluntad, retomamos los comentaarios. Ha sido una pena pero hemos dejado pasar domingos con evangelios muy simbólicos acerca de la presencia de Dios en nuestra vida: luz, agua, vida., muerte. Símbolos todos ellos muy «cristianos» y que nos deben hacer abrir los ojos. Mañana toca el evangelio de la freusrrección de Lázaro. NUESTRA ESPERANZA
El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?»
Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.
La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?
Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.
Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.
Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como «una sociedad de incertidumbre» (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?
Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá… ¿Crees esto?»
A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.
¡EN LOS SEPULCROS HAY VIDA!
El adiós definitivo a un ser muy querido nos hunde inevitablemente en el dolor, la impotencia y la falta de sentido. Es como si la vida entera quedara destruida. No hay palabras ni argumentos que nos puedan consolar. ¿En qué se puede esperar?
El relato de Juan no tiene sólo como objetivo narrar la resurrección de Lázaro, sino, sobre todo, despertar la fe, no para que creamos en la resurrección como un hecho lejano que ocurrirá al fin del mundo, sino para que «veamos» desde ahora que Dios está infundiendo vida a los que nosotros hemos enterrado.
Jesús llega «sollozando» hasta el sepulcro de su amigo Lázaro. El evangelista dice que «está cubierto con una losa». Esa losa nos cierra el paso. No sabemos nada de nuestros amigos muertos. Una losa separa el mundo de los vivos y de los muertos. Sólo nos queda esperar el día final para ver si sucede algo.
Esta es la fe judía de Marta: «Sé que mi hermano resucitará en la resurrección del último día». A Jesús no le basta. «Quitad la losa». Vamos a ver qué es lo que sucede con el que habéis enterrado. Marta pide a Jesús que sea realista. El muerto ha empezado a descomponerse y «huele mal». Jesús le responde: «Si crees, verás la gloria de Dios». Si en Marta se despierta la fe, podrá «ver» que Dios está dando vida a su hermano.
«Quitan la losa» y Jesús «levanta los ojos a lo alto» invitando a todos a elevar la mirada hasta Dios antes de penetrar con fe en el misterio de la muerte. Ha dejado de sollozar. «Da gracias» al Padre porque «siempre lo escucha». Lo que quiere es que los que lo rodean «crean» que es el Enviado por el Padre para introducir en el mundo una nueva esperanza.
Luego «grita con voz potente: Lázaro, sal fuera». Quiere que salga para mostrar a todos que está vivo. La escena es impactante. Lázaro tiene «los pies y las manos atados con vendas» y «la cara envuelta en un sudario». Lleva los signos y ataduras de la muerte. Sin embargo, «el muerto sale» por sí mismo. ¡Está vivo!
Esta es la fe de quienes creemos en Jesús: los que nosotros enterramos y abandonamos en la muerte viven. Dios no los ha abandonado. Apartemos la losa con fe. ¡Nuestros muertos están vivos!
CREER PARA TENER VIDA
Una de las ideas más insidiosas que se han extendido en la sociedad moderna en torno a la religión es la sospecha de que hay que eliminar a Dios para poder salvar la dignidad y felicidad de los hombres.
De hecho, son bastantes los que poco a poco van abandonando su «mundo de creencias y prácticas» porque piensan que es un estorbo que les impide vivir. No entienden que Cristo pueda decir que ha venido, no para que los hombres perezcan», sino para que «tengan vida definitiva».
La religión que ellos conocen no les ayuda a vivir. Hace tiempo que no pueden experimentar a Cristo como fuente de vida, y se sorprenden al saber que hay hombres y mujeres que creen en él precisamente porque desean vivir de manera más plena.
Y, sin embargo, es así. El verdadero creyente es una persona que no se contenta con vivir de cualquier manera. Desea dar un sentido acertado a su vida. Responder a esas preguntas que nacen dentro de nosotros: ¿De dónde le puede llegar a mi vida un sentido más pleno? ¿Como puedo ser yo más humano? ¿En qué dirección he de buscar?
Si hay tantas personas que hoy, no solo no abandonan la fe, sino que se preocupan más que nunca de cuidarla y purificarla, es porque sienten que Cristo les ayuda a enfrentarse a la vida de un modo más sano y positivo.
No quieren vivir a medias. No se contentan con «ir tirando». Tampoco les satisface «ser un vividor». Lo que buscan desde Cristo es estar en la vida de una manera más convincente, humana y gratificante.
Lo lamentable no es que algunas personas se desprendan de una «religión muerta» que no les ayuda en modo alguno a vivir. Eso es bueno y purificador. Lo triste es que no lleguen a descubrir una «manera nueva de creer» que daría un contenido totalmente diferente a su fe.
Para esto, lo primero es entender la fe de otra manera. Intuir que ser cristiano es, antes que nada, buscar con Cristo y desde Cristo cuál es la manera más acertada de vivir. Como ha dicho J. Cardonnel, «ser cristiano es tener la audacia de ser hombre hasta el final».
Alentado por el mismo Espíritu de Cristo, el cristiano va descubriendo nuevas posibilidades a su vida y va aprendiendo maneras nuevas y más humanas de amar, de disfrutar, de trabajar, de sufrir, de confiar en Dios.
Entonces la religión va apareciendo a sus ojos como algo que antes no sospechaba: la fuerza más estimulante y poderosa para vivir de manera plena. Ahora se da cuenta de que abandonar la fe en Cristo no sería solo «perder algo», sino «sentirse perdido» en medio de un mundo que no tendría ya un futuro y una esperanza definitivos.
Poco a poco, el creyente va descubriendo que esas palabras de Jesús «Yo soy la resurrección y la vida» no son sólo una promesa que abre nuestra existencia a una esperanza de vida eterna; al mismo tiempo va comprobando que, ya desde ahora, Jesucristo es alguien que resucita lo que en nosotros estaba muerto, y nos despierta a una vida nueva.
El último evangelio, atribuido por la tradición a Juan, es un escrito que va a iluminar la vida de Jesús con una profundidad teológica nunca antes desarrollada por ningún evangelista.
Jesús no es solo el gran Profeta de Dios. Es «la Palabra de Dios hecha carne», hecha vida humana; Jesús es Dios hablándonos desde la vida concreta de este hombre.
Más aún, en la resurrección, Dios se ha manifestado tan identificado con Jesús que el evangelista se atreve a poner en su boca estas misteriosas palabras: «El Padre y yo somos uno», «el Padre está en mí y yo en el Padre».
Por supuesto, Dios sigue siendo un misterio. Nadie lo ha visto, pero Jesús, que es su Hijo y viene del seno del Padre, «nos lo ha dado a conocer». Por eso Juan va narrando los «signos» que Jesús hace revelando la gloria que se encierra en él, como Hijo de Dios enviado por el Padre para salvar al mundo.
Si cura a un ciego es para manifestar: «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida».
Si resucita a Lázaro es para proclamar: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá».
A la luz de la resurrección, el evangelista revela que el objetivo supremo de Jesús es dar vida: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia».
Es lo único que Dios quiere para sus hijos e hijas. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo» .
A la luz de la resurrección todo cobra una profundidad grandiosa que no podían sospechar cuando le seguían por Galilea.
Aquel Jesús al que han visto curar, acoger, perdonar, abrazar y bendecir es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo para que todos encuentren en él la salvación.
Espero que lo aprovecheis.
Fraternalmente.-
9 abril, 2011 a las 7:49 #11996Anónimo
InactivoGracias Josma. Te echábamos de menos a ti y a tus comentarios 9 abril, 2011 a las 7:49 #18049Anónimo
InactivoGracias Josma. Te echábamos de menos a ti y a tus comentarios -
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