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  • #7690
    Anónimo
    Inactivo

    Él había de resucitar de entre los muertos.

    Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

    Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:

    – «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »

    Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

    Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le hablan cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

    Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

    Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

    Palabra del Señor

    #12242
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo el comentario al Evangelio de mañana.

    UNA FE NUEVA EN JESUS, RESUCITADO POR EL PADRE

    [align=justify]A partir de la resurrección, los creyentes vivimos con una fe nueva nuestro seguimiento a Jesús.

    Jesús, nuestro Salvador

    En la resurrección descubrimos los cristianos que Jesús es nuestro único Salvador. El único que nos puede llevar a la liberación y a la vida. “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).

    El mensaje de Jesús tiene un valor muy distinto al que puedan tener los mensajes de otros profetas. La actuación salvadora de Jesús tiene un valor muy distinto al que pueden tener las de otros liberadores. Dios no ha resucitado a cualquier profeta o a cualquier liberador. Dios ha resucitado a Jesús de Nazaret.

    En la resurrección de Cristo hemos descubierto que nuestra vida tiene salida. Hay un mensaje, hay un estilo de vivir, hay una manera de morir, hay Alguien que nos puede llevar hasta la vida eterna: Jesucristo. “A éste le ha exaltado Dios con su derecha como jefe y Salvador” (Hch 5, 31).

    Jesús, Hijo de Dios vivo

    La resurrección nos ha descubierto que la muerte de Jesús no ha sido una muerte cualquiera. Su muerte ha sido el paso a la vida de Dios. La resurrección nos ha descubierto que Jesús no era un hombre cualquiera. Dios, realmente es su Padre. Un Padre del que Jesús recibe toda su vida. Por eso, Jesús no ha quedado abandonado en la muerte.

    A partir de la resurrección, los cristianos creemos en Jesús, el Hijo de Dios vivo, lleno de fuerza y creatividad, que vive ahora junto al Padre, intercediendo por los hombres e impulsando la vida hacia su último destino (Hb 7, 25; Rm 8, 34).

    Jesús, vivo en su comunidad

    Si Jesús ha resucitado no es para vivir lejos de los hombres. El Resucitado está presente en medio de los suyos. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

    Los cristianos creemos que Cristo vive en medio de nosotros. No estamos huérfanos. Cuando nos reunimos dos o tres en su nombre, allí está El (Mt 18, 20). La Iglesia no es una organización solitaria, una comunidad que camina sola por la historia. Es el “cuerpo de Cristo” resucitado. Es Cristo resucitado el que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente (Ef 4, 10-12).

    El encuentro con Jesús vivo

    Jesús resucitado no es un personaje del pasado. Para los cristianos, Cristo es Alguien vivo que camina hoy junto a nosotros en la raíz misma de la vida (Jn 14, 13-14). Creemos que Jesús no es un difunto. El actúa en nuestra vida, nos llama y nos acompaña en nuestra tarea diaria (Lc 24, 13-35).

    Por eso, creer en el Resucitado es dejarnos interpelar hoy por su palabra viva, recogida en los evangelios. Palabras que son “espíritu y vida” para el que se alimenta de ellas (Jn 6, 63). Creer en el Resucitado es verlo aparecer vivo en el último y más pequeño de los hombres. Es decir, saber acoger y defender la vida en todo hermano necesitado (Mt 25, 31-46).

    Cristo resucitado, futuro del hombre

    Jesús, resucitado por el Padre, solo es “el primero que ha resucitado de entre los muertos” (Col 1, 18-19). El se nos ha anticipado a todos para recibir del Padre esa vida definitiva que no está también reservada a nosotros. Su resurrección es el fundamento y la garantía de la nuestra (1 Co 15, 20-23).

    No podemos creer en la resurrección de Jesús sin creer en nuestra propia resurrección.

    “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6, 14). En Cristo resucitado se inicia nuestra propia resurrección porque en El se nos abre definitivamente la posibilidad de alcanzar la vida eterna.

    NO CUALQUIER ALEGRÍA

    Que él había de resucitar de entre los muertos

    ¿Se puede celebrar la Pascua cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿Es posible la alegría cuando tanta gente sigue crucificada? ¿No hay algo de falsedad y cinismo en nuestros cantos de gozo pascual? No son preguntas retóricas, sino interrogantes que le nacen al creyente desde el fondo de su corazón cristiano.

    Parece que sólo podríamos vivir alegres en un mundo sin llantos ni dolor, aplazando nuestros cantos y fiestas hasta que llegue un mundo feliz para todos, y reprimiendo nuestro gozo para no ofender el dolor de tantas víctimas. La pregunta es inevitable: si no hay alegría para todos, ¿qué alegría podemos alimentar en nosotros?

    Ciertamente, no se puede celebrar la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran complacidos su propio bienestar, ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive y se mantiene a base de olvidar a quienes sólo conocen una vida desgraciada.

    La alegría pascual es otra cosa. Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la justicia y la felicidad de los desdichados. Y lo va a lograr. Un día, «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá más llanto, ni gritos, ni dolor» (Ap 21, 4). Un día, todo eso habrá pasado.

    Nuestra alegría pascual se alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. Al contrario, nos dejamos conmover y afectar por su dolor, dejamos que nos incomoden y molesten. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra la insensatez y la maldad hasta el fin de los tiempos. No lo hemos de olvidar nunca: cuando huimos del sufrimiento de los crucificados no estamos celebrando la Pascua del Señor, sino nuestro propio egoísmo.[/align]

    #18295
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo el comentario al Evangelio de mañana.

    UNA FE NUEVA EN JESUS, RESUCITADO POR EL PADRE

    [align=justify]A partir de la resurrección, los creyentes vivimos con una fe nueva nuestro seguimiento a Jesús.

    Jesús, nuestro Salvador

    En la resurrección descubrimos los cristianos que Jesús es nuestro único Salvador. El único que nos puede llevar a la liberación y a la vida. “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).

    El mensaje de Jesús tiene un valor muy distinto al que puedan tener los mensajes de otros profetas. La actuación salvadora de Jesús tiene un valor muy distinto al que pueden tener las de otros liberadores. Dios no ha resucitado a cualquier profeta o a cualquier liberador. Dios ha resucitado a Jesús de Nazaret.

    En la resurrección de Cristo hemos descubierto que nuestra vida tiene salida. Hay un mensaje, hay un estilo de vivir, hay una manera de morir, hay Alguien que nos puede llevar hasta la vida eterna: Jesucristo. “A éste le ha exaltado Dios con su derecha como jefe y Salvador” (Hch 5, 31).

    Jesús, Hijo de Dios vivo

    La resurrección nos ha descubierto que la muerte de Jesús no ha sido una muerte cualquiera. Su muerte ha sido el paso a la vida de Dios. La resurrección nos ha descubierto que Jesús no era un hombre cualquiera. Dios, realmente es su Padre. Un Padre del que Jesús recibe toda su vida. Por eso, Jesús no ha quedado abandonado en la muerte.

    A partir de la resurrección, los cristianos creemos en Jesús, el Hijo de Dios vivo, lleno de fuerza y creatividad, que vive ahora junto al Padre, intercediendo por los hombres e impulsando la vida hacia su último destino (Hb 7, 25; Rm 8, 34).

    Jesús, vivo en su comunidad

    Si Jesús ha resucitado no es para vivir lejos de los hombres. El Resucitado está presente en medio de los suyos. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

    Los cristianos creemos que Cristo vive en medio de nosotros. No estamos huérfanos. Cuando nos reunimos dos o tres en su nombre, allí está El (Mt 18, 20). La Iglesia no es una organización solitaria, una comunidad que camina sola por la historia. Es el “cuerpo de Cristo” resucitado. Es Cristo resucitado el que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente (Ef 4, 10-12).

    El encuentro con Jesús vivo

    Jesús resucitado no es un personaje del pasado. Para los cristianos, Cristo es Alguien vivo que camina hoy junto a nosotros en la raíz misma de la vida (Jn 14, 13-14). Creemos que Jesús no es un difunto. El actúa en nuestra vida, nos llama y nos acompaña en nuestra tarea diaria (Lc 24, 13-35).

    Por eso, creer en el Resucitado es dejarnos interpelar hoy por su palabra viva, recogida en los evangelios. Palabras que son “espíritu y vida” para el que se alimenta de ellas (Jn 6, 63). Creer en el Resucitado es verlo aparecer vivo en el último y más pequeño de los hombres. Es decir, saber acoger y defender la vida en todo hermano necesitado (Mt 25, 31-46).

    Cristo resucitado, futuro del hombre

    Jesús, resucitado por el Padre, solo es “el primero que ha resucitado de entre los muertos” (Col 1, 18-19). El se nos ha anticipado a todos para recibir del Padre esa vida definitiva que no está también reservada a nosotros. Su resurrección es el fundamento y la garantía de la nuestra (1 Co 15, 20-23).

    No podemos creer en la resurrección de Jesús sin creer en nuestra propia resurrección.

    “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6, 14). En Cristo resucitado se inicia nuestra propia resurrección porque en El se nos abre definitivamente la posibilidad de alcanzar la vida eterna.

    NO CUALQUIER ALEGRÍA

    Que él había de resucitar de entre los muertos

    ¿Se puede celebrar la Pascua cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿Es posible la alegría cuando tanta gente sigue crucificada? ¿No hay algo de falsedad y cinismo en nuestros cantos de gozo pascual? No son preguntas retóricas, sino interrogantes que le nacen al creyente desde el fondo de su corazón cristiano.

    Parece que sólo podríamos vivir alegres en un mundo sin llantos ni dolor, aplazando nuestros cantos y fiestas hasta que llegue un mundo feliz para todos, y reprimiendo nuestro gozo para no ofender el dolor de tantas víctimas. La pregunta es inevitable: si no hay alegría para todos, ¿qué alegría podemos alimentar en nosotros?

    Ciertamente, no se puede celebrar la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran complacidos su propio bienestar, ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive y se mantiene a base de olvidar a quienes sólo conocen una vida desgraciada.

    La alegría pascual es otra cosa. Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la justicia y la felicidad de los desdichados. Y lo va a lograr. Un día, «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá más llanto, ni gritos, ni dolor» (Ap 21, 4). Un día, todo eso habrá pasado.

    Nuestra alegría pascual se alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. Al contrario, nos dejamos conmover y afectar por su dolor, dejamos que nos incomoden y molesten. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra la insensatez y la maldad hasta el fin de los tiempos. No lo hemos de olvidar nunca: cuando huimos del sufrimiento de los crucificados no estamos celebrando la Pascua del Señor, sino nuestro propio egoísmo.[/align]

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