Inicio › Foros › Formación cofrade › Santoral › 12/05/2012 San Nereo, San Aquiles, San Pancracio y San David
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12 mayo, 2012 a las 9:50 #7738
Anónimo
InactivoSantos: Domingo de la Calzada, patrono de la construcción; Pancracio, patrono de los pasteleros; Nereo, Aquiles, Dionisio, Casto, Casio, Ciriaco, Baroncio, Tutela, Máximo, Grato, mártires; David Uribe Velasco, sacerdote mártir; Germán, Epifanio, Emilio, Deseado, Modoaldo, obispos; Felipe, confesor; Gemma, virgen; Macario, abad; Remigio, monje; Juana de Portugal y Catalina Páez, virgen, beatas.San Nereo y San Aquiles.Consta con certeza la existencia de estos dos mártires antiquísimos.
Los testigos de esta afirmación son el culto, los martirologios, los libros litúrgicos y los monumentos. Es muy posible situarlos en torno a la persecución de Domiciano, o quizá posponerlos a la de Trajano.
Consta el hecho de su martirio y el lugar de su sepulcro. El español papa Dámaso los tiene por soldados, cuando levantó la basílica de Santa Petronila, mártir, junto a cuyo sepulcro fueron enterrados los dos mártires Nereo y Aquiles; el epitafio que escribió dice que dejaron las armas y abandonaron su trabajo en la guardia pretoriana por no servir más al tirano, y da por supuesto que esa fue la causa de su martirio.
El culto antiquísimo está localizado en torno al sepulcro de Petronila, en el cementerio de la vía Adreatina. El papa Siricio (390) construyó la basílica subterránea que encierra su sepulcro con sus nombres.
Las Actas que relatan su martirio salieron a la luz en 1479 por el renacentista Mombritius; de ahí pasaron a Surio para escribir su Vitae Sanctorum y, posteriormente, las tomaron los Bolandos, en 1680, antes de terminar en los Años Cristianos populares; son tardías, probablemente del siglo V, y de un valor histórico dudoso. Es más, las actas de Flavia Domitila bien pudieron ser escritas por un autor inclinado al maniqueísmo, ya que más que una apología de la virginidad son un alegato contra el matrimonio.
Parece que la finalidad del autor de las Actas fue presentar una historia novelada en torno a la figura de Flavia Domitila con la pretensión de ensalzar su figura, agrupando en torno a ella personajes de cuya existencia no puede dudarse desde la arqueología o la historia, pero de los que se tienen pocos datos escritos; y esta carencia no debe extrañar cuando la referencia se remonta tantos siglos atrás; de hecho, de la persecución neroniana contada por Tácito quedan bien pocas noticias, los nombres de Pedro y Pablo, y poco más. Y es así como suele surgir la leyenda; se toma como punto de arranque un dato cierto y luego se monta sobre el personaje un ropaje fabuloso. Por eso no es nada extraño el hecho de que las Actas presenten a los mártires Nereo y Aquiles como eunucos, al estilo de las cortes bizantinas del siglo V, servidores de Flavia Domitila –cuya hagiografía se refleja para el día 7 pasado–, sobrina del emperador Domiciano, convertidos por el Apóstol Pedro, y causantes de que Flavia rechace el matrimonio con Aureliano, hijo del cónsul, por convencerla para que abrace la virginidad.
La narración seguirá diciendo que el mismo papa Clemente, sobrino del cónsul Clemente, será quien reciba los votos de Flavia y le dé el velo de las vírgenes.
Aureliano la denunciará como cristiana y la mandarán a la isla de Pandataria, acompañada de sus servidores. Desde allí enviaron a Nereo y Aquiles a Terracina donde los condenó a muerte el procónsul Menio Rufo.
Los restos de los mártires aparecieron enterrados en el cementerio, propiedad de la familia de Domitila, junto al sepulcro de Petronila, supuesta hija de San Pedro, en el arenal de la vía Ardeatina.
San Pancracio.La antiquísima devoción que su martirio suscitó en la antigüedad no ha perdido tensión ni fuerza hasta hoy.
Nos queda la pena de no poder recibir sin condiciones lo que nos relatan las actas tardías sobre el martirio de Pancracio. En realidad, plasman al pie de la letra el esquema común una y otra vez relatado. Cuando se inicia el juicio, se relata la primera actitud del juez que adopta un tono paternal, confiando, sin duda, en que el asunto se resuelva por las buenas; incluso se escuchan de su boca promesas llenas de posibilidades para el futuro –justo las que no se le hubieran hecho al muchacho en circunstancias normales, es decir, sin que le hubieran denunciado y hecho preso–. Probablemente, nunca hubieran cumplido ni siquiera en el caso de que la apostasía se hubiera tenido lugar; pero quien escribió las actas quería no solo dejar testimonio del hecho martirial; también intentaba animar al lector y a los posibles oyentes a que se removieran en su interior y mejoraran su vida cristiana con el ejemplo de Pancracio. Ante la negativa firme y resuelta del chico, se pasa a la segunda fase consistente en amenazas expresadas por el juez; a ellas responde Pancracio con una exaltación de fe; se dirá enfáticamente que confía solo en Dios, que le ama sobre todo, y que le premiará en la otra vida lo mismo que en ella castigará a quien le rechaza con pertinacia. Como el juez se ve a sí mismo impotente –y hasta ofendido– por las respuestas, no le queda más remedio que dictar la sentencia condenatoria para salvar su dignidad y quedar libre del más espantoso ridículo.
Hecha esta premisa, se dice que Pancracio había nacido en Synada, ciudad de Frigia; quedó huérfano pronto y se encargó de él un tío por parte de padre que se llamaba Dionisio. Se fueron a Roma y van a encontrar casa junto a la que vivía refugiado el papa Marcelino por la persecución que Diocleciano había levantado contra los discípulos de Jesús. Tan atraídos y hechizados se sintieron los dos extranjeros de la bondad y dulzura de Marcelino que le pidieron el bautismo, asumiendo los riesgos que comportaba en aquellos momentos tan difíciles. Dionisio murió y a los pocos días apresaron a Pancracio, que podía contar unos catorce años más o menos. También murió mártir, con la cabeza cortada.
Tan grande fue el impacto de la muerte del joven Pancracio, martirizado cuando solo se abría a la vida –quizá esa sea la razón de por qué los pasteleros lo eligieron como patrón–, que no hubo reparo para darle culto junto a los celebérrimos mártires Nereo, Aquiles y Flavia Domitila. Su sepulcro de conserva en las catacumbas de la Vía Aurelia de Roma.
Vendrá bien aquí alabar las bondades –reivindicar los derechos– de los jóvenes, porque bien demostrado queda con Pancracio que a los catorce años algunos pueden llegar a la madurez, fidelidad querida y aceptada hasta la muerte. Es equivocación identificar senectud con madurez y juventud con irresponsabilidad. Demuestra la vida que no siempre van de la mano la ancianidad con la entrega; hay casos en los que el viejo está retorcido en sí, lleno de egoísmos, hecho un calculador. Y también la historia testifica la existencia de jóvenes que saben salir de sí, deseosos de volar con ilusiones a estrenar y mirando al mundo de frente; sí, de esa manera que a tanto «sesudo» le da miedo, atreviéndose a llamar a la audacia temeridad, porque hay alguien que se arroja en el brazo de Dios, jugando su vida a una carta, la carta de amor. Rotundamente sí, Pancracio es un aviso al navegante que tiene la manía de llamarse a sí mismo «prudente».
San David Uribe Velasco.A David Uribe Velasco le llegó un día la persecución, la calumnia y la muerte.
A cualquier sacerdote –como les pasa en particular a todos los cristianos que quieren serlo de verdad–, el cumplimiento de su misión le resultará más temprano que tarde suficientemente difícil. Es una consecuencia directa de ser otro Cristo, más: el mismo Cristo. Y un Cristo sin cruz no se entiende, sería una caricatura, un remedo del verdadero y único Redentor a quien representa. Por eso, la dificultad está ahí al lado; y en cualquier momento puede adquirir tintes dramáticos, o gloriosos, según se mire.
Lo que pasa es que a unos les llega escondida, a otros más fuerte, a algunos más amarga y a los predilectos tan atroz que, humanamente, sobrecoge.
David nació en Buenavista de Cuéllar, perteneciente a la diócesis de Chilapa, el 29 de diciembre de 1889.
Se ordenó sacerdote y era el buen párroco de Iguala. Ejercía ejemplarmente su ministerio en una región profundamente invadida por la masonería, el protestantismo y un grupo de cismáticos. Se ve que la tarjeta de presentación como párroco ya era complicada allí.
El militar que le apresó le propuso toda clase de garantías y libertad si aceptaba las leyes –no eran precisamente humanitarias, ni respetuosas con la dignidad de las personas, solo eran producto del odio, de la revancha, y estaban plenas de aborrecimiento a la Iglesia y a Dios– y la promesa de hacerlo obispo de la Iglesia cismática –ingrediente al alcance de cualquiera– creada por el Gobierno de la República. Pero el Padre David reafirmó lo que había escrito un mes antes, y que revela toda la fuerza de su fe y de su fidelidad: «Si fui ungido con el óleo santo que me hace ministro del Altísimo, ¿por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la sangre de Cristo? ¡Qué felicidad morir en defensa de los derechos de Dios! ¡Morir antes que desconocer al Vicario de Cristo!». Evidentemente, estas actitudes no salen espontáneamente porque sí; para ellas se precisa un clima sobrenatural de oración.
Ya en la prisión escribió sus últimas palabras: «Declaro que soy inocente de los delitos que se me acusa. Estoy en las manos de Dios y de la Virgen de Guadalupe. Pido perdón a Dios y perdono a mis enemigos; pido perdón a los que haya ofendido».
La calumnia, juicios falsos, testigos amañados, y todo lo demás son situaciones conocidas, posibles y aun previstas. ¿No fue así con el Maestro? A pesar de los apaños de los furibundos enemigos, la caridad es el motor para vivir al estilo del Señor, para darle honor; y en ese trance nunca falta la imprescindible y generosísima gracia de Dios.
Llegado a un lugar cercano a la estación de San José Vistahermosa, diócesis de Cuernavaca, fue sacrificado con un tiro en la nuca el 12 de abril de 1927.
El sacerdote David, de treinta y ocho años, el que supo estar a la altura de lo heroico en la imitación de Jesucristo, fue canonizado en Roma el 21 de mayo del año 2000.
Ya antes había sido llamado definitivamente «siervo bueno y fiel».
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