Inicio › Foros › Formación cofrade › Santoral › 30/07/2012 San Abdón, San Sénen y San Pedro Crisologo.
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30 julio, 2012 a las 7:18 #7843
Anónimo
InactivoSantos: Pedro Crisologo, obispo y doctor de la Iglesia; Abdón y Senén, Rufino, Gerardo, Germán, Julita, Máxima, Donatila, Segunda, Septimia, Augusta, mártires; Leopoldo de Castellnuovo, Terencio, confesores; Silvano, eremita; Imeterio, monje; María de Jesús Sacramentado Venegas de la Torre, virgen.San Addón y San Senén.A la hora de escribir la hagiografía de estos dos mártires, uno se queda algo perplejo porque las Actas son tardías, probablemente del siglo VI, y repletas de exageraciones que intentan aumentar sus figuras siempre cortas por la carencia de datos. Seguramente a su autor le pasó igual que a mí; no teníamos abundantes cosas ciertas sobre Abdón y Senén; él se sentía en la obligación de dar respuesta –e intentaba catequizando– a las lógicas preguntas de los fieles que los veneraban; las rellenó con los pocos datos de que disponía. Yo solo intento dar una somera noticia sobre ellos a los hipotéticos lectores futuros, y como lo que nos ha llegado es lo que el anónimo autor de las Actas escribió, pues lo pongo ya –salvando con esta observación previa la verdad histórica– como lo hemos recibido.
No hay duda acerca de su remota antigüedad, ni del hecho de su martirio, ni de lo prolongado e inmemorial de su culto. Un aspecto digno de comentario –por lo extraño y menos frecuente entre el innumerable grupo de mártires que dio la Ciudad Eterna– es la relación de Abdón y Senén con el mundo persa.
Con un error de ocho años se puede uno aproximar a la fecha de su martirio; no es posible acercarse más: o fueron muertos en la persecución de Decio, en torno al año 250, o, si murieron en la de Valeriano, fue alrededor del 258.
La Passio es de San Policronio. En ella se les describe como ‘subreguli’ o jefes militares de Persia. Ya hay un dato; lo malo es que también afirma el autor que fueron hechos prisioneros por Decio y esto ya no es creíble, porque Decio no peleó nunca allí, ni hizo guerra a los persas. Hay que aclarar que su origen persa se conoce también por otro tipo de documento, esta vez iconográfico y aparecido en la decoración de la tumba de los mártires, en la catacumba de Ponciano de la Vía de Porto, donde fueron enterrados después que los cristianos recogieran sus cuerpos y donde recibían una especial veneración; sus figuras están esculpidas con vestiduras propias de los persas y con gorros orientales. La nota del cronógrafo de Filócalo, del año 354, dice así en la lista de enterramientos de mártires: «El día 3 de las ‘calendas de agosto’ –es decir, el 30 de septiembre–, Abdón y Senén, en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al ‘Oso encapuchado’». Y esto coincide con la aportación del calendario jeronimiano, de donde lo tomaron los demás martirologios posteriores como el de Beda, Adón y Usuardo. Pero bien pudieron ser, en lugar de personajes importantes, un par de parias trabajadores de los almacenes del puerto romano, que eran cristianos.
Bueno, después de tanta letra, convendrá decir algo de los santos Abdón y Senén, ¿no? A ello voy.
Se dice que fueron denunciados por enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos insepultos. Cuando los detuvieron, se les quiso obligar a sacrificar a los ídolos y se negaron con absoluta intrepidez, proclamando al mismo tiempo la divinidad de Jesucristo. De la cárcel los sacaron para ponerlos, situados como avanzadilla cautiva y cargada de cadenas, delante de la carroza triunfal del emperador, en marcha victoriosa y radiante por las calles de Roma. A su paso, Abdón y Senén escupían a las estatuas de los ídolos que encontraban. Los condujeron al circo, allí fueron expuestos ante los osos y leones, que inexplicable y maravillosamente los respetaron ante el estupor y griterío de los espectadores. Por fin, les cortaron la cabeza, arrastraron sus cuerpos atados de pies y manos, y los dejaron abandonados delante del dios Sol. Un grupo de cristianos los retiró en secreto y les dieron sepultura.
Los restos de Abdón y Senén se trasladaron a la rica basílica levantada sobre la catacumba que Adriano III restauró al final del siglo VIII–de la que no queda ni rastro– y de ahí los pasó el papa Gregorio IV a la iglesia de San Marcos en el año 826, en el actual palacio de Venecia. Parte de esas reliquias se veneran en el monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur Tech, de los Pirineos orientales.
De todos modos, aparte de las conclusiones de la historia escrita, labrada en piedra y testificada por la arqueología, es indudable la existencia de dos cristianos antiquísimos, muertos por la fe en Jesucristo, a los que se les dio un inmemorial culto. Lo demás importa menos; el hecho de que fueran grandes sátrapas y gente top de Persia o no; que vinieran ya bautizados de un país exótico como emblema descendiente de aquellos primeros persas evangelizados quizá por San Simón y San Judas, o que fueran gente trabajadora residente en Roma y allí convertidos a la fe, o incluso nacidos ya en Roma de una generación anterior de cristianos persas importa menos; es la simple conjetura ante el hecho del largo y fiel camino recorrido por Abdón y Senén hasta dar en Roma la vida por la fe. Saciar la curiosidad no es tan primordial; a la postre, ni siquiera sus mismos nombres son tan importantes, lo que da color a la historia es su fidelidad.
San Pedro Crisologo.Probablemente nació en Ímola, en la Emilia, provincia de Bolonia (Italia), hacia el año 380. Lo educó el piadoso Cornelio de Ímola y, por las cosas que dejó escritas, fue el mismo santo obispo quien lo inició en el servicio del altar ordenándolo de diácono, haciéndolo presbítero y consagrándolo obispo.
Rávena era entonces el lugar de la residencia imperial en Occidente y a Pedro lo nombraron su primer arzobispo; debió de ser en el primer cuarto del siglo v. Precisamente por ser la mayor autoridad eclesiástica en la residencia del emperador, acudieron a él tanto Teodoreto de Ciro como Eutiques, en el año 449, buscando protección en la polémica suscitada por las cuestiones cristológicas tan terriblemente enconadas entre los orientales.
La magnífica respuesta es la que cabe esperarse de un buen arzobispo, porque hablaba de la unidad de la Iglesia y de fidelidad a la Sede de Pedro: «En todo te exhortamos, honorable hermano –escribió–, a que acates con obediencia todas las decisiones escritas por el Santísimo Papa de la ciudad de Roma, ya que San Pedro, que continúa viviendo y presidiendo en su propia sede, brinda la verdadera fe a los que la buscan. Nosotros, en cambio, para el bien de la paz y de la fe, no podemos asumir funciones de juez sin el consentimiento del obispo de Roma». Todo un resumen teológico válido en cualquier época para afirmar la autoridad del primado de Roma; pero –por la antigüedad del escrito– nos hallamos en el caso presente con un testimonio documental importante sobre cómo entendió siempre la Iglesia la autoridad del sucesor de Pedro.
Pedro Crisologo se distinguió por la eficaz y abundante construcción de edificios sagrados para el culto, y por convertirse en consejero de la emperatriz Gala Placidia; se le recuerda por haber tenido en sus brazos a San Germán –el gran obispo de Auxerre– mientras se moría, cuando, en el año 445, estaba de paso por Rávena; y se dio a conocer por sus actuaciones en el ordenamiento del culto a los santos.
Pero, por encima de tanto mérito, se le conoce más por su condición de pastor bueno de su rebaño; atento a las necesidades de sus fieles, quiso y supo cuidar de su vida cristiana, estimulándola con el ejemplo y formándola con una predicación de la que tenemos su constancia.
Se conservan cerca de doscientos sermones, homilías sobre pasajes evangélicos, comentarios a salmos y otros pasajes del Antiguo Testamento, explicación del Símbolo, y tratado sobre el Padrenuestro, que hacen pensar en la esmerada preparación de los que se acercaban a recibir el bautismo. Entre los escritos conservados existen panegíricos de santos, y discursos circunstanciales con ocasión de motivos menos frecuentes, como son las consagraciones episcopales.
En todos ellos aparece la preocupación pastoral del obispo. Es cierto que los especialistas descubren y señalan un estilo demasiado formal y académico, que resta frescura y está falto de la espontaneidad necesaria para la fácil comunicación con su auditorio a causa del empleo de giros, juegos de palabras y pleonasmos, que más hacen pensar en que se concibieron para ser escritos y no para ser predicados. Pero sea como fuere, a pesar de que sus obras están saturadas de preocupaciones y tecnicismos cristológicos propios de la época por desarrollarse su ministerio entre los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451), por la rectitud de su contenido se le llamó en la Edad Media «Crisologo», que quiere decir «palabra de oro», o «que da oro». Desde entonces ha quedado como apellido –distintivo particular– unido a su nombre.
Murió en el año 450. Sus reliquias se veneran hoy en la cripta de San Casiano, de la catedral de Ímola.
El papa Benedicto XIII le dio el título de doctor de la Iglesia, en el año 1729.
Porque el obispo no es santo solo por ser un buen gestor; hace falta que su amor a Dios le lleve a desvivirse por los que tiene encomendados; y eso no se consigue de modo pleno solo con administraciones, sino transmitiendo celosamente a Jesucristo con el empleo de todos los medios al alcance –escritos o predicados–, con altura en la ciencia teológica, con penitencia que convence, con sincera piedad para llevar a los sacramentos, y unido al de Roma.
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