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  • #8227
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]¿Saldremos de esta?[/align]
    [align=justify]Llevamos una larga temporada viviendo de sobresalto en sobresalto: leyes de marcado carácter ideológico -y pienso particularmente en el asesinato masivo de niños no nacidos -, irresponsables a la postre; el descomunal pufo de las empresas y las familias españolas auspiciado por los bancos; un paro en metástasis; los casos de corrupción en la patronal, la clase política y la familia real; gente que va a la cárcel por robar para comer y ladrones de guante blanco que no la pisan, pese a mangar millones de euros, etc.

    Los primeros casos de corrupción que recuerdo fueron en la época de Felipe González. Era frecuente escuchar a comunicadores de prestigio nacional, aquello de

    Quote:

    “para que los mejores estén en los puestos importantes del poder político, es fundamental que tengan sueldos dignos, sueldos que les permitan preferir la carrera política al desarrollo profesional, por ejemplo, en una empresa”.


    Desde entonces vengo escuchando la frasecita de marras – y versiones mejoradas de la misma – cada vez que se descubre a un político metiendo la mano en el dinero público para financiar sus aspiraciones de “nuevo rico” y, lo confieso, revolverme en el asiento de pura indignación ya no me sirve. Para ser un político honrado no hace falta estar bien pagado, hace falta ser honrado.

    El sistema sanitario español –por poner una comparación accesible– funciona con la excelencia que le es propia gracias a la buenísima formación académica de nuestros profesionales sanitarios, y es sostenible y universal gracias a que los salarios de nuestros médicos, siendo razonables, son inferiores a los que cobran profesionales de su rango en otros países del mundo desarrollado. Teniendo en cuenta la carrera de obstáculos que hay que salvar hasta poder ejercer como médico (nota de selectividad, coste económico de la carrera, años de estudio, exámenes, interinidad, horarios inconciliables con la vida familiar, etc.), una se pregunta: ¿qué mueve a un joven español para solicitar el ingreso en la facultad de medicina? ¿El salario que espera cobrar? ¿El puesto fijo si aprueba el MIR? ¿El orgullo de madre/padre, cuando puedan presentarle diciendo “éste es mi hijo y es médico”? ¿La ilusión por contribuir al bien de la sociedad salvando vidas? Creo que sobre todo esto último.

    Harta de tener que salvar la cara de los buenos políticos, yo me pregunto: “cuando se inician en el poder, ¿tienen el mismo tesón y el mismo afán de servicio que los estudiantes de medicina? ¿Superan alguna prueba que les valide como posibles gobernantes? ¿Les mueve el mismo altruismo cuando revisan sus sueldos y complementos salariales al alza? ¿Son verdaderamente dignos cuando se justifican ante los casos de corrupción y piden consideración para su profesión?”

    El respeto se gana, no se pide. Menos reivindicar la propia inocencia y más demostrarla comprometiéndose en la lucha contra la corrupción.

    El mundo es grande y complejo, parece imposible de mejorar, pero no lo es. La realidad puede tener múltiples caras, algunas difíciles de comprender; sin embargo, existen una verdad y un bien absolutos hacia los cuales podemos avanzar, sin miedo a gastar el tiempo que tenemos concedido esterilmente, dando la importancia justa a los medios con relación a los fines, sin dudas sobre el final. Basta con permanecer abiertos a la presencia de Dios en nuestras vidas, asumir la defensa de la vida sin fisuras, y decidir ser honrados frente a los otros y frente a uno mismo.

    La corrupción es el principal enemigo de la esperanza, ese

    Quote:

    “poderoso recurso social al servicio del desarrollo humano integral, en la libertad y en la justicia.” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate),

    y en esto todos podemos ayudar, promoviendo una sociedad de conciencia.[/align]
    [align=justify]Saldremos de esta sólo si los que tenemos conciencia de del bien, trabajamos por darlo a conocer y alentamos a las personas que nos rodean a perseguirlo porque compensa. La actitud individual es lo que marcará la diferencia[/align]

    #12491
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]CRISTIANOS Y POLÍTICA[/align] [align=justify]Nunca he sido partidaria de lo que ahora se da en llamar gobiernos tecnócratas (políticos especialistas en distintas ramas de la ciencia, monopolizando los cargos del Gobierno). Si bien creo que el saber no ocupa lugar, menos si ostentas un cargo político, dado el impacto transformador de las leyes que promueven los partidos cuando llegan al Gobierno y a las Cortes Generales (poder ejecutivo y legislativo), considero más importantes: el sentido común, el conocimiento de la realidad cotidiana, la caridad, el sentido de justicia, la ausencia de ideologías y la honradez, que la licenciatura en… ¡lo que sea!

    Dicho en otras palabras: es saludable y necesario para la democracia dejar abierta la puerta del acceso al poder a las personas que se plantean su paso por la política como una forma de compromiso social, no como una profesión.

    Igual que hay miles de personas comprometidas en Cruz Roja, Acción Católica, Protección civil, Manos Unidas, la Asociación Española contra el Cáncer, etc., casi todas ejerciendo de voluntarios, algunos como liberados, hay mucha gente deseando participar en política desde la honestidad y el altruismo. ¿Por qué no se pesca, por ejemplo, a los ciudadanos españoles que se han implicado en el desarrollo de las muchas Iniciativas Legislativas Populares promovidas en toda España? Es un derroche inmenso bloquear cualquier sugerencia que no venga de los afiliados, o relegar a los militantes que se ofrecen para trabajar – y no son concejales o alcaldes – a poner sellos y repartir banderitas.

    Alguno estará pensando: “hablar de política en una publicación diocesana, no queda bien”. Yo le digo, el mundo laico es familia, y economía, y catequesis, y trabajo; es formación al matrimonio, hijos… ¡y política! Mi propósito no es abusar del aprecio o la confianza que me profesan, sino alentarles a ser – también en política – críticos, constructivos, valientes, honestos, comprometidos con la justicia y la caridad.

    Para que la participación ciudadana dejara de ser una frase hecha, pueden hacerse mil cosas. Lo primero, desde luego, que los partidos políticos dejen de ser el club de amigos con intereses comunes y se conviertan en verdaderas asociaciones civiles con carácter asambleario. Pero si ellos se resisten a cambiar sus estructuras, bien porque los “de arriba” no quieren perder privilegios, bien porque consideran, en verdad, que sus estatutos y organigrama no admiten ninguna mejora o actualización, los ciudadanos podemos ejercer la responsabilidad individual. Y no me refiero exclusivamente al hecho de votar la opción menos mala.

    Podemos, en primer lugar, mirar nuestras conciencias y comprometernos con los valores que mencionaba antes. Si vamos a tirar la primera piedra, al menos armémonos de la integridad moral – que no fanatismo – suficiente. Dejo constancia de que lograr esto exige una revisión personal profunda y periódica.

    En segundo lugar, podemos establecer líneas rojas infranqueables y ser consecuentes con ellas. Por ejemplo, para mí es requisito imprescindible que el partido al que otorgo mi confianza con el voto electoral, no haya votado a favor del aborto, ni se pronuncie a favor del mismo. En la última reforma de ley que hubo al respecto, votaron favorablemente siete partidos: PSOE, PNV, ERC, BNG, IU, ICV y Nafarroa Bai. Estos, salvo cambio de posición, están, de facto, descartados en cualquier consideración que yo me haga respecto al sentido de mi voto, pues quien es capaz de consentir el asesinato de niños indefensos, no ofrece ninguna garantía de compromiso con la justicia, el bien común o el honor. Si cada cual hiciera lo mismo con aquellos valores que considerara irrenunciables, en relación a los partidos, provocaríamos un cambio político de dimensiones épicas.

    ¿Se imaginan cuál sería la reacción de los gobernantes si en unas elecciones ganara el voto en blanco (1), y las implicaciones de esta revolución cívica?

    _________________________________________________________________________________________________[/align]
    Notas:1) Según la ley vigente en España, se considera voto en blanco el depositado en la urna, o enviado por correo según la norma, que no contiene ninguna papeleta. La ley electoral española los suma al total de sufragios sobre el que se calcula el reparto de escaños, perjudicando a los partidos minoritarios, que necesitan al menos un 3% del total de los votos para obtener representación parlamentaria.

    #18544
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]CRISTIANOS Y POLÍTICA[/align] [align=justify]Nunca he sido partidaria de lo que ahora se da en llamar gobiernos tecnócratas (políticos especialistas en distintas ramas de la ciencia, monopolizando los cargos del Gobierno). Si bien creo que el saber no ocupa lugar, menos si ostentas un cargo político, dado el impacto transformador de las leyes que promueven los partidos cuando llegan al Gobierno y a las Cortes Generales (poder ejecutivo y legislativo), considero más importantes: el sentido común, el conocimiento de la realidad cotidiana, la caridad, el sentido de justicia, la ausencia de ideologías y la honradez, que la licenciatura en… ¡lo que sea!

    Dicho en otras palabras: es saludable y necesario para la democracia dejar abierta la puerta del acceso al poder a las personas que se plantean su paso por la política como una forma de compromiso social, no como una profesión.

    Igual que hay miles de personas comprometidas en Cruz Roja, Acción Católica, Protección civil, Manos Unidas, la Asociación Española contra el Cáncer, etc., casi todas ejerciendo de voluntarios, algunos como liberados, hay mucha gente deseando participar en política desde la honestidad y el altruismo. ¿Por qué no se pesca, por ejemplo, a los ciudadanos españoles que se han implicado en el desarrollo de las muchas Iniciativas Legislativas Populares promovidas en toda España? Es un derroche inmenso bloquear cualquier sugerencia que no venga de los afiliados, o relegar a los militantes que se ofrecen para trabajar – y no son concejales o alcaldes – a poner sellos y repartir banderitas.

    Alguno estará pensando: “hablar de política en una publicación diocesana, no queda bien”. Yo le digo, el mundo laico es familia, y economía, y catequesis, y trabajo; es formación al matrimonio, hijos… ¡y política! Mi propósito no es abusar del aprecio o la confianza que me profesan, sino alentarles a ser – también en política – críticos, constructivos, valientes, honestos, comprometidos con la justicia y la caridad.

    Para que la participación ciudadana dejara de ser una frase hecha, pueden hacerse mil cosas. Lo primero, desde luego, que los partidos políticos dejen de ser el club de amigos con intereses comunes y se conviertan en verdaderas asociaciones civiles con carácter asambleario. Pero si ellos se resisten a cambiar sus estructuras, bien porque los “de arriba” no quieren perder privilegios, bien porque consideran, en verdad, que sus estatutos y organigrama no admiten ninguna mejora o actualización, los ciudadanos podemos ejercer la responsabilidad individual. Y no me refiero exclusivamente al hecho de votar la opción menos mala.

    Podemos, en primer lugar, mirar nuestras conciencias y comprometernos con los valores que mencionaba antes. Si vamos a tirar la primera piedra, al menos armémonos de la integridad moral – que no fanatismo – suficiente. Dejo constancia de que lograr esto exige una revisión personal profunda y periódica.

    En segundo lugar, podemos establecer líneas rojas infranqueables y ser consecuentes con ellas. Por ejemplo, para mí es requisito imprescindible que el partido al que otorgo mi confianza con el voto electoral, no haya votado a favor del aborto, ni se pronuncie a favor del mismo. En la última reforma de ley que hubo al respecto, votaron favorablemente siete partidos: PSOE, PNV, ERC, BNG, IU, ICV y Nafarroa Bai. Estos, salvo cambio de posición, están, de facto, descartados en cualquier consideración que yo me haga respecto al sentido de mi voto, pues quien es capaz de consentir el asesinato de niños indefensos, no ofrece ninguna garantía de compromiso con la justicia, el bien común o el honor. Si cada cual hiciera lo mismo con aquellos valores que considerara irrenunciables, en relación a los partidos, provocaríamos un cambio político de dimensiones épicas.

    ¿Se imaginan cuál sería la reacción de los gobernantes si en unas elecciones ganara el voto en blanco (1), y las implicaciones de esta revolución cívica?

    _________________________________________________________________________________________________[/align]
    Notas:1) Según la ley vigente en España, se considera voto en blanco el depositado en la urna, o enviado por correo según la norma, que no contiene ninguna papeleta. La ley electoral española los suma al total de sufragios sobre el que se calcula el reparto de escaños, perjudicando a los partidos minoritarios, que necesitan al menos un 3% del total de los votos para obtener representación parlamentaria.

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