Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Evangelio del domingo 14/04/2013
- Este debate está vacío.
-
AutorEntradas
-
8 abril, 2013 a las 10:05 #8238
Anónimo
Inactivo3ª SEMANA DE PASCUAJesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescadoLectura del santo evangelio según San Juan 21, 1-14En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
– «Me voy a pescar.»
Ellos contestan:
– «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
– «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron:
– «No.»
Él les dice:
– «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. »
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
– «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
– «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
– «Vamos, almorzad,»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.10 abril, 2013 a las 15:26 #12542Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios del Evangelio del domingo. ALGUIEN NOS ESPERAVenid a comer. Jn 21,1-19El verdadero y decisivo problema que tiene planteado la humanidad es «el problema del futuro». ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué va a ser de mí mismo, de mi familia, mis proyectos, mis aspiraciones? ¿Qué va a ser de mis hijos, de mi pueblo, de la humanidad entera? ¿En qué van a terminar nuestras luchas, trabajos y esfuerzos?
Son bastantes los que sintiéndose «hombres de mente moderna» rechazan la esperanza cristiana como pura mitología carente de todo valor. Utopías fantásticas propias de una época aún no iluminadas por la razón.
Los pensadores marxistas pretenden enseñarnos hoy a vivir con otro realismo, sin poner nuestra mirada en ilusiones vacías y engañosas. Hemos de aceptar con resignación nuestra propia muerte individual. Lo importante es que la sociedad continúa y es en el progreso y en el desarrollo de esa sociedad siempre mejor, donde debemos poner nuestra esperanza. Así escribe el marxista checo V. Gardaysky: «Mi suerte es para mí, el fin de las esperanzas, a pesar de lo cual constituye una esperanza pura obrar para la sociedad». La muerte es la derrota personal de cada individuo pero, gracias a la aportación de cada uno de nosotros, la sociedad progresa y camina con esperanza hacia el futuro.
Quizás son hoy bastantes los que, sin ser marxistas, tienen una concepción de la muerte muy semejante a la de este pensador. Pero, ¿se ha resuelto así el problema de nuestro futuro? ¿Es ésa toda la esperanza que podemos tener?
¿Qué decir entonces de todos los que han sufrido en el pasado y han muerto sin ver cumplidas sus esperanzas? ¿Qué decir de nosotros mismos que no tardaremos en formar parte de ese número de personas que no han visto colmadas sus ansias infinitas de felicidad?
¿Hay que abandonar a la desesperación y al absurdo a todos los débiles, los vencidos, los tarados, los viejos, y todos aquellos que no pueden contribuir al progreso de la sociedad, porque no pertenecen a la élite de quienes empujan la historia hacia un futuro feliz?
Pero además, ¿podemos tener la seguridad de que la sociedad está progresando hacia ese mundo feliz que el hombre busca como su verdadera patria? Este mundo cada vez más dominado por el hombre, ¿no es un mundo cada vez más lleno de amenazas? ¿No se perfila cada vez con más claridad la posibilidad de un final catastrófico más que de una consumación feliz?
Los cristianos creemos que cuando se desvanece la esperanza en la Resurrección y la salvación de Dios, el mundo no se enriquece sino que se vacía de sentido y queda privado de horizonte.
Nosotros creemos que sólo Cristo resucitado, en quien Dios nos ha abierto una esperanza definitiva de futuro, nos puede proteger de la desesperación, del vacío, del sin-sentido y de la tristeza, de la frustración final.
Por eso, mientras nos afanamos «en medio del mar» de la vida, tenemos puesta nuestra mirada en ese Cristo Resucitado que nos espera «en la orilla» y nos invitará a saciar por fin toda nuestra hambre de felicidad: «Venid a comer».
VIVIR ENAMORADOSimón, hijo de Juan, ¿me quieres? Jn 21, 1-19El canadiense B. Lonergan ha sido el último teólogo que ha recordado de manera penetrante que «creer es estar enamorado de Dios». ¿Qué puede pensar hoy alguien que escuche esta afirmación? Por lo general, los teólogos no hablan de estas cosas, ni los predicadores se detienen en sentimentalismos de este género. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa puede ser confiarse a un Dios que es sólo Amor?
Nada nos acerca con más verdad al núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento. La idea no es la «genialidad» de un teólogo piadoso, sino la tradición constante de la teología mística que arranca del cuarto evangelio: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor».
El enamoramiento es, probablemente, la experiencia cumbre de la existencia humana. Nada hay más gozoso. Nada llena tanto el corazón. Nada libera con más fuerza de la soledad y del egoísmo. Nada ilumina y potencia con más plenitud la vida. Los místicos lo saben. Por eso, cuando hablan de su fe y entrega a Dios, se expresan como los enamorados.
Se sienten tan atraídos por Él que Dios comienza a ser el centro de su vida. Lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la persona amada, así les sucede a ellos. No sabrían vivir sin Dios. Él llena su vida de alegría y de luz. Sin Él les invadiría la tristeza y la pena. Nada ni nadie podría llenar el vacío de su corazón.
Alguien podría pensar que todo esto es para personas especialmente dotadas para vivir el misterio de Dios. En realidad, estos creyentes enamorados de Dios nos están diciendo hacia dónde apunta la verdadera fe. Ser creyente no es vivir «sometido» a Dios y a sus mandatos. Antes que nada, es vivir «enamorado» de Dios.
Para el enamorado no es ningún peso recordar a la persona amada, sintonizar con ella, corresponder a sus deseos. Para el creyente enamorado de Dios no es ninguna carga estar en silencio ante él, acogerlo en oración, escuchar su voluntad, vivir de su Espíritu. Aunque lo olvidemos una y otra vez, la religión no es obligación, es enamoramiento.
En este contexto la escena evangélica del cuarto evangelio cobra una hondura especial. La pregunta de Jesús a Pedro es decisiva: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» La respuesta de Pedro es conmovedora: «Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero».
AL AMANECEREn el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea.
Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: «Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada». Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús».
¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:»¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo.
Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:»Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.
Ayuda a reconocer la presencia de Jesús vivo entre nosotros. Pásalo.
También el de Kamiano.
Lánzate en busca del Resucitado.El Resucitado nos enseña a lanzarnos a la pesca de cada día, sin miedo, sin agobios, con mirada esperanzada. La sombra del Resucitado cubre las aguas de la vida, nos estimula y orienta en cada momento.
Algunas veces puede que nuestros ojos no vean los peces, la redada, los frutos de la Resurrección. El tiempo de Pascua nos invita a tener una mirada nueva y atenta a la acción del Señor.
Es tiempo de lanzarse con los discípulos, con Pedro… para alcanzar al Resucitado.
También el comentario bíblico.
La Resurrección desde la experiencia del amorIª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la ComunidadI.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.
I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.
I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.
IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cieloII.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.
II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.
Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amorIII.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.
Fraternalmente.-
10 abril, 2013 a las 15:26 #18595Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios del Evangelio del domingo. ALGUIEN NOS ESPERAVenid a comer. Jn 21,1-19El verdadero y decisivo problema que tiene planteado la humanidad es «el problema del futuro». ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? ¿Qué va a ser de mí mismo, de mi familia, mis proyectos, mis aspiraciones? ¿Qué va a ser de mis hijos, de mi pueblo, de la humanidad entera? ¿En qué van a terminar nuestras luchas, trabajos y esfuerzos?
Son bastantes los que sintiéndose «hombres de mente moderna» rechazan la esperanza cristiana como pura mitología carente de todo valor. Utopías fantásticas propias de una época aún no iluminadas por la razón.
Los pensadores marxistas pretenden enseñarnos hoy a vivir con otro realismo, sin poner nuestra mirada en ilusiones vacías y engañosas. Hemos de aceptar con resignación nuestra propia muerte individual. Lo importante es que la sociedad continúa y es en el progreso y en el desarrollo de esa sociedad siempre mejor, donde debemos poner nuestra esperanza. Así escribe el marxista checo V. Gardaysky: «Mi suerte es para mí, el fin de las esperanzas, a pesar de lo cual constituye una esperanza pura obrar para la sociedad». La muerte es la derrota personal de cada individuo pero, gracias a la aportación de cada uno de nosotros, la sociedad progresa y camina con esperanza hacia el futuro.
Quizás son hoy bastantes los que, sin ser marxistas, tienen una concepción de la muerte muy semejante a la de este pensador. Pero, ¿se ha resuelto así el problema de nuestro futuro? ¿Es ésa toda la esperanza que podemos tener?
¿Qué decir entonces de todos los que han sufrido en el pasado y han muerto sin ver cumplidas sus esperanzas? ¿Qué decir de nosotros mismos que no tardaremos en formar parte de ese número de personas que no han visto colmadas sus ansias infinitas de felicidad?
¿Hay que abandonar a la desesperación y al absurdo a todos los débiles, los vencidos, los tarados, los viejos, y todos aquellos que no pueden contribuir al progreso de la sociedad, porque no pertenecen a la élite de quienes empujan la historia hacia un futuro feliz?
Pero además, ¿podemos tener la seguridad de que la sociedad está progresando hacia ese mundo feliz que el hombre busca como su verdadera patria? Este mundo cada vez más dominado por el hombre, ¿no es un mundo cada vez más lleno de amenazas? ¿No se perfila cada vez con más claridad la posibilidad de un final catastrófico más que de una consumación feliz?
Los cristianos creemos que cuando se desvanece la esperanza en la Resurrección y la salvación de Dios, el mundo no se enriquece sino que se vacía de sentido y queda privado de horizonte.
Nosotros creemos que sólo Cristo resucitado, en quien Dios nos ha abierto una esperanza definitiva de futuro, nos puede proteger de la desesperación, del vacío, del sin-sentido y de la tristeza, de la frustración final.
Por eso, mientras nos afanamos «en medio del mar» de la vida, tenemos puesta nuestra mirada en ese Cristo Resucitado que nos espera «en la orilla» y nos invitará a saciar por fin toda nuestra hambre de felicidad: «Venid a comer».
VIVIR ENAMORADOSimón, hijo de Juan, ¿me quieres? Jn 21, 1-19El canadiense B. Lonergan ha sido el último teólogo que ha recordado de manera penetrante que «creer es estar enamorado de Dios». ¿Qué puede pensar hoy alguien que escuche esta afirmación? Por lo general, los teólogos no hablan de estas cosas, ni los predicadores se detienen en sentimentalismos de este género. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa puede ser confiarse a un Dios que es sólo Amor?
Nada nos acerca con más verdad al núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento. La idea no es la «genialidad» de un teólogo piadoso, sino la tradición constante de la teología mística que arranca del cuarto evangelio: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor».
El enamoramiento es, probablemente, la experiencia cumbre de la existencia humana. Nada hay más gozoso. Nada llena tanto el corazón. Nada libera con más fuerza de la soledad y del egoísmo. Nada ilumina y potencia con más plenitud la vida. Los místicos lo saben. Por eso, cuando hablan de su fe y entrega a Dios, se expresan como los enamorados.
Se sienten tan atraídos por Él que Dios comienza a ser el centro de su vida. Lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la persona amada, así les sucede a ellos. No sabrían vivir sin Dios. Él llena su vida de alegría y de luz. Sin Él les invadiría la tristeza y la pena. Nada ni nadie podría llenar el vacío de su corazón.
Alguien podría pensar que todo esto es para personas especialmente dotadas para vivir el misterio de Dios. En realidad, estos creyentes enamorados de Dios nos están diciendo hacia dónde apunta la verdadera fe. Ser creyente no es vivir «sometido» a Dios y a sus mandatos. Antes que nada, es vivir «enamorado» de Dios.
Para el enamorado no es ningún peso recordar a la persona amada, sintonizar con ella, corresponder a sus deseos. Para el creyente enamorado de Dios no es ninguna carga estar en silencio ante él, acogerlo en oración, escuchar su voluntad, vivir de su Espíritu. Aunque lo olvidemos una y otra vez, la religión no es obligación, es enamoramiento.
En este contexto la escena evangélica del cuarto evangelio cobra una hondura especial. La pregunta de Jesús a Pedro es decisiva: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» La respuesta de Pedro es conmovedora: «Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero».
AL AMANECEREn el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea.
Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: «Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada». Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús».
¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:»¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo.
Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:»Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.
Ayuda a reconocer la presencia de Jesús vivo entre nosotros. Pásalo.
También el de Kamiano.
Lánzate en busca del Resucitado.El Resucitado nos enseña a lanzarnos a la pesca de cada día, sin miedo, sin agobios, con mirada esperanzada. La sombra del Resucitado cubre las aguas de la vida, nos estimula y orienta en cada momento.
Algunas veces puede que nuestros ojos no vean los peces, la redada, los frutos de la Resurrección. El tiempo de Pascua nos invita a tener una mirada nueva y atenta a la acción del Señor.
Es tiempo de lanzarse con los discípulos, con Pedro… para alcanzar al Resucitado.
También el comentario bíblico.
La Resurrección desde la experiencia del amorIª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la ComunidadI.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.
I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.
I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.
IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cieloII.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.
II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.
Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amorIII.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.
Fraternalmente.-
-
AutorEntradas
- Debes estar registrado para responder a este debate.
