Inicio › Foros › Formación cofrade › Santoral › 02/02/2012 La presentación del Señor y Purificación de María
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2 febrero, 2012 a las 12:45 #13621
Anónimo
InactivoLa Presentación del Señor. Santos: Catalina de Ricci, virgen; Cornelio, el Centurión; Lorenzo, Flósculo, obispos; Cándido, Fortunato, Aida, Feliciano, Firmo, Aproniano, mártires; Adalbaldo, confesor; Juana de Lestonnac, fundadora.La Presentación del Señor y la Purificación de la Virgen.Con medio euro nuestro se hubiera podido pagar el rescate del Niño.
Aquella era una ley vieja de la Vieja Ley. Y decía: «Conságrame todo primogénito. Todos los primogénitos de entre los hijos de Israel, tanto de los hombres como de los animales, míos son». Lo decía el libro del Éxodo.
Se hizo necesaria esa disposición para atender a las necesidades del culto; pero cuando la tribu de Leví –los levitas– se hizo cargo de ese cometido, ya no se hizo necesario el cumplimiento en cuanto se refería a los niños; en adelante, podría lograrse su exención mediante el pago de cinco siclos. Y ni siquiera era necesario llevar al bebé a Jerusalén, bastaba el pago del impuesto, después de treinta y un días de nacido.
Otra disposición legal –aparece en el libro llamado Levítico– se refería a las madres y consistía en purificarse de la impureza –solo legal– mediante un sacrificio de dos pichones en el templo, que también podía realizarse por tercera persona, si había causa suficiente para que la mamá se pudiera ausentar.
Ni Jesús –infinitamente por encima de una ley ritual transitoria–, ni María –Virgen Inmaculada, santa sobre todas las madres santas– están obligados. Solo la obediencia, humildad y respeto a las instituciones legales del Pueblo de Dios los motivan.
De todas formas, desde Belén, podían hacerse las dos gestiones en el día y regresar sin apretura de tiempo. Probablemente un burro acompaña a la familia de José y sirve de vehículo para tan ligera carga.
Entra en la escena del Templo un dúo importante por lo curioso de ser muy ancianos y curiosos ancianos por lo importante que dicen.
Simeón, un iluminado, un santo, un profeta y un poeta en la misma persona. Este anciano, que se nos antoja amigo desde el principio, acuna al niño en sus brazos huesudos, bendice a Dios y dice que está dispuesto a morirse porque ya ha visto todo lo que tenía que ver. Canta un improvisado poema lleno de metáforas que hablan de apertura de cárceles, relevo de centinelas, amaneceres claros, cadenas rotas y describe horizontes universales. Con el niño que tiene en brazos llega un mundo nuevo a estrenar. Es la salvación; aunque casi tartamudea para hablar de espadas que cortarán dolorosísimamente las fibras más sensibles y delicadas del alma de María, como condición para ese gozo proféticamente contemplado.
El otro personaje es Ana, la hija de Fanuel. Con sus ochenta y cuatro años –que son muchos– aún mantiene un corazón joven, capaz de sensibilidades y finuras de enamorada que le transportan a la alabanza, a la bendición y a decir a todos con alborozo que en el chiquillo aquel están las claves de la tan esperada redención liberadora.
Las iglesias acentuaron uno y otro aspecto de modo distinto; unas cargaron la fiesta en la contemplación de Jesús presentado y otras recargaron el gesto de la Virgen purificada. La incansable viajera Eteria conoció la alborozada fiesta de Oriente –ellos casi siempre fueron los primeros en la celebración de los misterios– y la describió como inyección de optimismo y esperanza para los cristianos que se reunían en Jerusalén para celebrarla.
Con el paso del tiempo llegó todo el símbolo –mudo y silencioso, pero con multicolor elocuencia explosiva– expresando al Niño en la candela y llamando a la Virgen Candelaria. Es la incontestable pedagogía que expresa el símbolo de alegría y gozo con la luz y, con lógica, llama candelero a quien la porta. Porque Cristo es el «resplandor» de Dios, «luz de luz», «luz del mundo» para ver la creación y en ella los hombres –cada uno en su situación– con una claridad nueva, aquella de la Resurrección, con la que «da la vida a los hombres». Y Candelaria está sugiriendo el beso caliente de las candelas encendidas cuando hace frío; trae el eco siempre audible del «caminad como hijos de la luz» que se participó en el bautismo con el otro símbolo de la entrega de vela o cirio, encendido del pascual, cualidad estrenada, porque antes solo había «tiniebla».
La delicada sugerencia del símbolo es clara también para sentirme «recipiente de barro quebradizo» –tantas veces roto y recompuesto con lañas– portador de luz capaz de quemar e iluminar a otras gentes, con la responsabilidad de vivir en verdad, sin permitir apagón, porque es preciso tener «la antorcha encendida en la mano, mientras se aguarda al Esposo».
Santa Juana De Lestonnac.Juana de Lestonnac nace en Burdeos (Francia), el 27 diciembre de 1556, en una familia de la alta nobleza.
Vive de cerca las guerras entre protestantes y católicos. Su padre, Ricardo de Lestonnac, miembro del Parlamento de Burdeos y consejero en asuntos religiosos, era defensor de la fe católica, conocido por su honradez y rectitud. Su madre, Juana Eiquem de Montaigne, estaba comprometida con el calvinismo, participaba en reuniones clandestinas y se resistía, a su manera, a los viejos moldes. Era una mujer culta, atrevida, capaz de divergir con su marido en la tumultuosa cuestión religiosa.
Juana de Lestonnac participó, como era costumbre entonces entre los matrimonios mixtos, de la educación en las dos confesiones.
Eran tiempos complicados y al mismo tiempo, interesantes. La modernidad acababa de cambiar las claves de interpretación de la historia, se estrenaba el esfuerzo de hacer dialogar la fe y la razón, la individualidad y lo socialmente establecido, la tradición y la innovación.
Sobrina de Miguel de Montaigne, un hombre erudito, famoso ya en su tiempo, un humanista y como buen humanista amigo de “gustar las cosas para elegir y discernir después”, introdujo a Juana en este pensamiento y también en las nuevas corrientes de la modernidad.
Se casó muy joven con Gastón de Montferrant, barón de Landirás, de la Motte y de otros lugares. Un buen partido y un buen hombre, según dicen. Muy pronto se convirtió en madre, tuvo ocho hijos, tres de los cuales murieron de pequeños. A los 41 años enviudó y poco después tuvo también que asumir el dolor de la pérdida de su hijo mayor. Viuda con cuatro hijos en edades difíciles su situación era la de una mujer, como diríamos ahora (y salvando todas las distancias), con todas las cargas familiares. En estos momentos decidió poner las energías no sólo en los suyos si no también en otros, ampliar sus relaciones más allá de los lazos sanguíneos. Empleaba sus influencias y las posibilidades que le daban para estar cerca de quienes no tenían las mismas ventajas, para procurar más dignidad en las familias empobrecidas, para acompañar a las personas enfermas, para alcanzar libertad a algunos presos. Se fraguaba en este tramo de su vida una actitud decidida de trabajar por los demás con todas sus fuerzas.
Unos años más tarde, a los 46 años, cuando sus hijos empiezan a tomar las riendas de su vida, Francisco se casa, Marta y Magdalena optan por la vida religiosa, sólo quedaba Juana, la pequeña, que casi era joven casadera para los usos de entonces, decide entrar en el monasterio Cisterciense de las Feullantinas de Toulouse. El monasterio de las Feullantinas era conocido por su estricta observancia y austeridad de vida y Juana no pudo hacer frente a todo eso. Una tarde la Superiora del monasterio le comunicó que no podía asumir la responsabilidad de que siguiera allí. La Historia de la Orden, en el relato de esa noche “la Noche del Cister” nos describe a una mujer en el más absoluto desconcierto, en auténtica confusión, afligida y triste. Es desde esa oscuridad desde la que Juana relee su vida y decide apostar por la confianza en Dios y en sí misma como buscadora de la verdad. Nos cuenta la Historia de la Orden que, en ese momento, encontró consuelo y luz, comprendió que lejos de paralizarse tenía que ponerse manos a la obra. Dice el texto de la Historia de la Orden: “vio un gran número de jóvenes a punto de caer en el abismo y comprendió que era ella quien debía tenderles la mano”
Juana de Lestonnac ve a un montón de jóvenes en dificultad y comprende la importancia de tenderles la mano para evitar que se pierdan como personas. Intuye una Misión educativa que poco tiene que ver con asistencialismos o beneficencias, se trata de una tarea preventiva que les ayude a hacerse personas capaces, por si mismas, de salir de la bruma.
Se da un espacio para madurar la idea, para rumiarla en solitario, para confrontar y pedir consejo y compagina, al mismo tiempo, este sueño con lo que la vida le traía: Otra epidemia de peste asola Burdeos y era necesario echar una mano. Su hija Juana estaba preparando su boda y la requería… Cuando va teniendo las cosas más claras, busca la manera de llevarlo a cabo. Después de un proceso poco fácil, porque era distinto a lo que había hasta entonces, encuentra a dos jesuitas, el P. De Bordes y P. Raymond, que apoyan su empresa. Se le unen un grupo de mujeres que comparten el Proyecto.
El día 7 de marzo de 1606 Juana y sus primeras compañeras presentan el Proyecto para que sea aprobado por la iglesia. Tampoco fue fácil la aprobación, no se hizo real hasta un año después (7 de abril de 1607).
Juana de Lestonnac se atreve a identificarse con María de Nazaret. Madre, buscadora de la presencia de Dios en el desconcierto y en lo desquebrajado, como ella, quiere que sea la compañera y el modelo de referencia de la Orden que acaba de nacer; de ahí el nombre de Compañía de María.
Es por esto sabemos por qué calificamos a Juana de Lestonnac de “mujer de espíritu abierto, profunda conocedora de la problemática de su época, que fue capaz de implicarse en la búsqueda de soluciones y optó para encauzarlas por la educación del sector más desfavorecido entonces: las mujeres”
Su Proyecto educativo nos habla de receptividad, de capacidad para dejarse impregnar por la diversidad, de capacidad para recoger de su tiempo aportaciones varias y trasladarlas al campo educativo, de “gustar las cosas para elegir después”. Algunas ideas calvinistas, el humanismo de Miguel de Montaigne, la experiencia Ignaciana y el sistema pedagógico de los Jesuitas, se mezclaron con su larga e intensa experiencia de vida y fueron la base para su elaboración.
Hoy, 400 años más tarde, nos encontramos con un Proyecto enriquecido por el paso del tiempo y por el paso por diferentes contextos y culturas.
La Compañía de María está presente en 26 países de cuatro continentes: África: República Democrática del Congo, Camerún, Kenia, Tanzania y Egipto; Asia: Japón, Filipinas y Líbano; América: Estados Unidos, México, Nicaragua, Cuba, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Brasil y Argentina; Europa: Francia, España, Bélgica, Italia, Inglaterra, Holanda y Albania.
Muere en Burdeos el 2 de febrero de 1640, siendo declarada venerable en 1834 , beatificada el 23 de Septiembre de 1900 por León XIII y canonizada el 15 de Mayo de 1949 por Pío XII
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