Inicio Foros Formación cofrade Santoral 07/09/2019 Santos Festo y Desiderio, mártires.

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    Santos: Albino, Almundo, Tilberto, confesores; Gondulfo, Gratulo, Pánfilo, Teodorico, Vivencio, Euberto o Evorcio, obispos; Bono, Fausto, Mauro, Gerón, Calcedonio, Sozón, Severino, Juan, Eupsiquio, Atanasio, mártires; Carísima, Clodoaldo, Faciolo, Hildurdo, Lucas, Madelberta, Augustal, confesores; Eustaquio, Juan de Lodi, abades; Nemorio, diácono; Regina, virgen y mártir.

    Santos Festo y Desiderio, mártires.

    Muy poquito sabemos de estos dos santos que traemos hoy a nuestro foro.

    Festo y Desiderio eran, respectivamente, diácono y lector del obispo San Jenaro. Su martirio ocurre al mismo tiempo y así está contada, junto con la historia del gran mártir de Nápoles, San Jenaro.

    Cuanto éstos tuvieron noticias de que siervos de Dios habían caído en manos de los perseguidores de la fe, decididieron ir a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperar, sus visitas no pasaron inadvertidas para los carceleros, quienes dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento y otros acompañantes, iba con frecuencia a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que aprehendieran al imprudente desconocido y compañeros y los llevaran a su presencia. Jenaro, el obispo, Festo, su diácono, y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador. Ahí, los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después, el gobernador debió trasladarse a Pozzuoli y los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, tuvieron que caminar delante de su carro hasta aquella ciudad, donde fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban los otros mártires antes mencionados.

    A todos se les condeno a ser despedazados por las fieras y sólo aguardaban, hacinados en la inmunda celda, a que se cumpliera la sentencia. Un día antes de la llegada de San Jenaro y sus dos compañeros, los otros cuatro confesores fueron expuestos a las bestias que no hicieron otra cosa más que rondar en torno suyo, sin atacarlos. Algunos días más tarde, los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas. El pueblo, irritado y sorprendido, imputó a la magia la salvación de los cristianos y vociferó para pedir que los mataran, de suerte que ahí mismo los siete confesores fueron condenados a morir decapitados.

    La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio fueron enterrados los restos de los mártires.

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