Santos: Escolástica, Austreberta, Sotera, Clara de Rímini, vírgenes; Zótimo, Caralampo, Porfirio, Bapto, Ireneo, Jacinto y Amancio, mártires; Bruno, Silvano, Tumna, obispos; Guillermo, ermitaño; Lorenzo, Leonardo, monjes; Arnoldo, abad.
Santos Porfirio y Bapto (Bato, Daucto, Dauto) de Magnesia, mártires.
En un resumen de los martirologios griegos se dice que, bajo el reinado de Séptimio Severo, el prefecto Luciano, que gobernaba en Magnesia, mandó detener a un sacerdote llamado Caralampo, porque éste despreciaba los edictos imperiales que prohibían predicar el Evangelio. Con el propósito de vencer la constancia del sacerdote, Luciano mandó que le torturaran y él mismo se unió a los verdugos para desgarrar las carnes del confesor con garfios de hierro. Se dice que en aquel momento, por justo juicio de Dios, las manos del pefecto Luciano quedaron paralizadas y adheridas al cuerpo del mártir, sin que su dueño pudiese retirarlas. Pero Caralampo elevó a Dios una plegaria, pidiendo el perdón para el inhumano verdugo y las manos de Luciano recuperaron el movimiento.
Ante un prodigio tan evidente, los dos lictores, Porfirio y Bapto, que también desempeñaban el oficio de verdugos, abjuraron del culto de los ídolos y se declararon cristianos; tres mujeres que presenciaban el suplicio, siguieron su ejemplo. Pero el prefecto persistió en su incredulidad y mandó que todos fuesen decapitados al instante.