Inicio Foros Formación cofrade Santoral 11/02/2019 San Severino de Agaune, abad.

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    Santos: Pedro Jesús Maldonado Lucero, sacerdote y mártir; Lucio, Deseado y Desiderio, Calocero, Castrense, Lázaro y Secundino, Adolfo, Ecián, obispos; Severino, Abad; Saturnino, Dativo y Félix, Ampleio, mártires; Jonás, Pedro de Guarda, Cedmón, monjes; Gregorio II y Pascual, papas; Severino, abad; Eloísa y Teodora, emperatriz.

    San Severino de Agaune, abad.

    Vivió en una época en que en las Galias aun no estaba perfectamente implantada la fe cristiana, y estaba muy extendida la herejía arriana. Según parece, fue nativo de Borgoña (Burgundia) de noble origen, y educado en la fe católica; como otros en la época, sintió el llamado a retirarse del mundo, y fue a establecerse como ermitaño a un valle que atraía a muchos candidatos a la vida solitaria de penitencia y oración, se trataba del valle de Agaunum, limitado por escarpadas montañas y el río Ródano. Perteneciente a la actual Suiza, se alza allí la ciudad de Saint-Maurice, cuyo nombre evoca precisamente lo que hacía atractivo el valle ya en el siglo V: según la tradición allí habían padecido el martirio san Mauricio y sus compañeros de la legión tebana a inicios del siglo IV; el valle era entonces un fuerte polo de atracción religiosa.

    Cuando San Severino se estableció allí, a fines del siglo V, no había aun una abadía en sentido propio, sino más bien unas dispersas chozas de ermitaños, que poco más tarde darían lugar a la primera fundación de la abadía de Agaunum, en el año 515, unos pocos años después de la muerte de Severino. No se puede decir, por tanto, que haya sido abad en el sentido propio y actual del término, porque no había aun una comunidad monástica regular, pero la tradición oral ha conservado el recuerdo de San Severino como abad, quizás porque fue él uno de los que ayudó a que esa comunidad de dispersos eremitas se pusieran en movimiento para la formación de un monasterio.

    En el año 502, el rey Clodoveo adoptó el cristianismo, y en el 504, habiendo oído la fama de taumaturgo de Severino, lo hizo llevar a París para que lo curara de una dolencia con la que los médicos no habían podido. Según parece, San Severino supo que ese viaje sería el último de su vida, se despidió de sus monjes y fue a cumplir el encargo del rey. En este punto la tradición adorna el viaje de ida con varios milagros que corroboran su fama (y que posiblemente sirven para resumir hechos cuyos detalles se nos han perdido), curación de un sordomudo, curación de un leproso, y llega a París donde cura al rey Clodoveo de su dolencia. En el viaje de vuelta, cuando estaba en la localidad de Château-Landon, se detuvo junto a unos ermitaños de vida santa que había en el lugar, y allí murió, corroborada su santidad por una luz celestial que lo envolvió y acompañó el tránsito de su alma (motivo que suele aparecer en su iconografía).

    Es difícil establecer los hechos de su vida porque nos han llegado narrados, o más bien novelados, en un documento muy posterior, del siglo IX, carente de bases documentales firmes. Sin embargo puede decirse con certeza que, aunque no podamos estar ciertos de los detalles, este documento recoge una muy sólida tradición local. El culto de San Severino es muy antiguo, e incluso el título de la iglesia de San Severino de París se refiere a este santo. No debe confundirse a San Severino abad con el San Severino ermitaño que recordamos el 23 de noviembre, y que vivió en París en el mismo siglo que el de hoy.

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