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7 enero, 2019 a las 16:51 #10812
Anónimo
InactivoJesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los CielosLectura del santo Evangelio según San LucasEn aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma, y vino un voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Palabra del Señor.11 enero, 2019 a las 17:24 #12959Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. PASAR DE DIOS[align=justify]A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: La interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?.
Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir “como cosas en medio de cosas”
Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por lo “exterior”, Dios queda como un objetivo demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres “pasan de Dios”, lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto es que no les “sirve” para nada útil.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese “Bautismo de Espíritu Santo” al hombre de hoy.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchen ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia?
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] CREER, ¿PARA QUE?[align=justify]Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe.Quizás la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en absoluto para ellos a la hora de orientar y dar sentido a su vivir cotidiano.
Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Les parece todo ello un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentarla vida sobre unas bases más realistas.
Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin El. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta sólo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua” pero no ha descubierto nunca qué significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”. Cuando uno sigue pensando equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no ha vivido nunca la experiencia viva de Dios.
La experiencia de sentirse acogido por El en medio de la soledad y el abandono, sentirse consolado en el dolor y la depresión, sentirse perdonado en el pecado y el peso de la culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y caducidad, sentirse impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la fragilidad.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión, Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevemos a ser humanos hasta el final. Para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito. Para defender nuestra verdadera libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, toda la verdad, toda la ternura que se puede encerrar en el ser. Para seguir trabajando nuestra propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] INICIAR LA REACCIÓN[align=justify]El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los «bautizará con el Espíritu Santo y con fuego».A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy «la mediocridad espiritual». La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
Estos últimos años ha ido creciendo la desconfianza en la fuerza del Espíritu, y el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los «signos de los tiempos».
Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos creyentes.
Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida».
Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
CON EL AGUA COMENZÓ TODO[align=justify]El Espíritu revolotea sobre nuestra vida y se convierte en vida en el bautismo. Agua y fuego, Espíritu y vida nos comunican el Amor del Padre que, en el Predilecto, nos hace también a nosotros garantes de su inagotable don-donación.Abrámonos al Espíritu, que lo hace todo nuevo, que se filtra alegre en nuestra existencia para que nos volvamos más hacia Dios. Que en la lucha por la paz y la justicia en tantos países, el Espíritu conduzca a los pueblos por sus veredas, donde alcanzarán la plenitud y una historia digna.
Recordemos nuestro bautismo. Agradezcámosle al Señor este don. Y el Domingo a hacernos la señal de la cruz con agua bendita como memoria de tan extraordinario día, que “empapó” para siempre nuestra vida.
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[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc
[/align] Fraternalmente.-
11 enero, 2019 a las 17:24 #19012Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. PASAR DE DIOS[align=justify]A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: La interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte, ¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?.
Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir “como cosas en medio de cosas”
Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por lo “exterior”, Dios queda como un objetivo demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres “pasan de Dios”, lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto es que no les “sirve” para nada útil.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese “Bautismo de Espíritu Santo” al hombre de hoy.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchen ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia?
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] CREER, ¿PARA QUE?[align=justify]Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe.Quizás la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en absoluto para ellos a la hora de orientar y dar sentido a su vivir cotidiano.
Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Les parece todo ello un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentarla vida sobre unas bases más realistas.
Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin El. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta sólo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua” pero no ha descubierto nunca qué significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”. Cuando uno sigue pensando equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no ha vivido nunca la experiencia viva de Dios.
La experiencia de sentirse acogido por El en medio de la soledad y el abandono, sentirse consolado en el dolor y la depresión, sentirse perdonado en el pecado y el peso de la culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y caducidad, sentirse impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la fragilidad.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión, Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevemos a ser humanos hasta el final. Para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito. Para defender nuestra verdadera libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, toda la verdad, toda la ternura que se puede encerrar en el ser. Para seguir trabajando nuestra propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] INICIAR LA REACCIÓN[align=justify]El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los «bautizará con el Espíritu Santo y con fuego».A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy «la mediocridad espiritual». La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
Estos últimos años ha ido creciendo la desconfianza en la fuerza del Espíritu, y el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los «signos de los tiempos».
Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos creyentes.
Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida».
Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
CON EL AGUA COMENZÓ TODO[align=justify]El Espíritu revolotea sobre nuestra vida y se convierte en vida en el bautismo. Agua y fuego, Espíritu y vida nos comunican el Amor del Padre que, en el Predilecto, nos hace también a nosotros garantes de su inagotable don-donación.Abrámonos al Espíritu, que lo hace todo nuevo, que se filtra alegre en nuestra existencia para que nos volvamos más hacia Dios. Que en la lucha por la paz y la justicia en tantos países, el Espíritu conduzca a los pueblos por sus veredas, donde alcanzarán la plenitud y una historia digna.
Recordemos nuestro bautismo. Agradezcámosle al Señor este don. Y el Domingo a hacernos la señal de la cruz con agua bendita como memoria de tan extraordinario día, que “empapó” para siempre nuestra vida.
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[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc
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