Inicio Foros Formación cofrade Santoral 13/03/2012 Santa Eufrasia y San Nicéforo

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    Santos: Nicéforo, patriarca; Ansovino, obispo; Rodrigo, Basilio, presbíteros y mártires; Eufrasia, Cristina, vírgenes; Salomón, Macedonio, Patricia, Modesta, Teuseta, Horres, Teodora, Ninfodora, Marco, Arabia, Sabino, Máximo, Marcial, Silvano, Felicidad, Lorenza, Urpasiano, mártires; Heldrado, abad; Bonifacio, arzobispo (beato).

    Santa Eufrasia.

    Una de las personalidades fuertes por lo singular de su vida, muy venerada entre los fieles desde el siglo V, ejemplar modélico de vida monacal, con virtudes practicadas heroicamente por el deseo de imitar a Jesucristo, y con multitud de milagros realizados aún en vida.

    Se la presenta nacida en Constantinopla, a finales del siglo IV, siendo emperador Teodosio el Grande. Su hagiógrafo parece insinuar que estaba emparentada con el emperador, y afirma que era hija del senador Antígono, gobernador de Licia, y de Eufrasia, ambos cristianos.

    Parece ser que su madre, huyendo de unas segundas nupcias al quedar viuda, no encontró más medio para salvarse de los inoportunos acosos de los numerosos pretendientes que huir a refugiarse en una de sus extensas posesiones de Egipto, llevándose a su hija de corta edad.

    El biógrafo cuenta que allí tomaron contacto con uno de los abundantes monasterios de mujeres que estaban desparramados por la Tebaida. Lo prodigioso fue que Eufrasia, cuando solo contaba siete años de edad, quisiera quedarse entre aquellas mujeres dedicadas a la oración y a la penitencia, sin que sirvieran ni la autoridad de la madre ni los razonamientos de la abadesa. Todas intentaron hacerla desistir de su terco empeño, y al no conseguirlo, pensaron que la austeridad de la vida monacal y la falta de atractivo para una niña la harían cambiar de pensamiento. No fue así, aquella niña parecía recibir con agrado y alegría todas dificultades que le iban saliendo al paso, encontrándose pronto como una monja más y con el deseo vivo de ser en todo y para siempre de Jesucristo.

    Al cumplir los doce años y poder recibir el velo y el hábito, decidió formalmente romper con todas las ataduras y compromisos contraídos con el mundo. Escribió carta al emperador pidiéndole se hiciera cargo de vender todas sus posesiones, repartir el dinero a los pobres, dar la libertad a sus esclavos, y perdonar todas las deudas de sus administradores y renteros desde que murieron sus padres.

    La presentan como un modelo de ascetismo sonriente que no tiene parangón. Se afirma de Eufrasia que tuvo que soportar muchas e insidiosas tentaciones del Demonio con sueños impertinentes, turbación agotadora, imaginaciones horripilantes e incluso intentos sobrenaturales de daño físico, como tirarla a un pozo, o hacer que un hacha le cayera encima para herirla, o vertiera sobre ella ollas de agua hirviendo. Se refiere que de todo ello salió triunfante gracias a la oración y por abrir con una sinceridad total el alma al confesor y seguir sus consejos, consiguiendo que los enredos diabólicos más sirvieran para santificarla que para ofender a Dios.

    Así, con la gracia divina, ganó en humildad, queriendo ser siempre la última en el monasterio y pidiendo que le dejaran realizar los oficios más serviles y bajos con talante notoriamente alegre. También se hizo más mortificada, llegando al extremo de no necesitar ingerir alimento más de una vez por semana, sin experimentar ningún síntoma de debilidad y mostrándose como una de las más diligentes y activas de sus compañeras de cenobio.

    Tal estilo de vida no se vio libre de otro tipo de tropiezos. Parece ser que suscitó los celos y envidias de otras monjas, principalmente de Germana, que llegó a tratarla de hipócrita y embustera; dicen que la tal Germana intentó convencer a las demás de que Eufrasia –con sus humildades y penitencias– buscaba solamente hacerse notar, que aquella vida tan manifiestamente sonriente era una pura ostentación, y que pretendía singularizarse para lograr un día ser elegida abadesa. Fue el trabajo de la ruin y mezquina envidia. ¿Sabes cómo cuentan que reaccionó Eufrasia? Echándose a los pies de la envidiosa monja, pidiéndole perdón y rogándole que pidiese a Dios por ella.

    Cuentan que, con el fin de probar su humildad y obediencia, le encomendaron tareas y trabajos aparentemente inútiles como era trasladar de un lugar a otro pesadas piedras para volver luego a ponerlas otra vez en su sitio; aquello que a cualquiera parecería una cosa ridícula, sin provecho y sin sentido, como se la mandaban, pues ¡que la hacía con alegría! La obediencia de los monjes santos es así, entrega incondicional de la voluntad a quien tiene el poder de mandar.

    Pronto murió. El 13 de marzo del 410, cuando tenía solo treinta años de edad y cumplía veintitrés de vida monacal.

    El nombre, Eufrasia, en griego significa alegría. Y no se sabe muy bien si fue la religiosa quien hizo honor al nombre, o si comenzaron a llamar así a una excepcional religiosa, de nombre desconocido, que lo mereció por su comportamiento.

    San Nicéforo.

    Hacia el año 790, en Constantinopla, Teodoro, secretario del emperador, y Eudoxia tienen un hijo.

    Hay por ese entonces en Oriente una peligrosa tendencia a la fiscalización por parte del emperador de las cuestiones religiosas. Esto es mala cosa; las intromisiones por parte del poder civil en el campo de la teología casi siempre tuvieron malos resultados, como testifica la historia; so pretexto de ayudar a la fe, se disimula el afán desmedido de poder y pone de manifiesto –en este caso– la clara decisión de mostrar una oposición abierta a todo lo que llegue de Roma. Se trata de la tendencia iconoclasta –el rechazo y prohibición de dar culto a las imágenes– que degenera en herejía.

    Nicéforo se educa bajo la tutela celosa de su madre cuando muere en el destierro su padre. Ella se preocupó de llevarlo a los mejores maestros para que cuidaran su preparación intelectual y contribuyeran al asentamiento en su vida de los criterios morales por los que debería guiarse.

    En el año 780 se inaugura un buen período de paz con la emperatriz Irene y su hijo Constantino VI. Nicéforo pasa a la corte a ocupar el puesto que de modo tan exquisito desempeñó su mismísimo padre; es nombrado Secretario general. Con la autoridad de legado imperial asiste al II concilio de Nicea que es el VII de los universales o ecuménicos, en el año 787.

    La tendencia anímica de Nicéforo es la soledad. Construye a sus expensas un monasterio a orillas del Bósforo, en la parte oriental, y allí se retira para buscar una intimidad con Dios que no tenía en los palacios de la cosmópolis.

    Se produce una nueva llamada a trabajar en la corte donde le añoran por su buenhacer, su honradez y bondad. Es un hombre cabal y fiable. Allá va de nuevo Nicéforo llevando consigo la nostalgia de un tiempo santo, sobrio y de paz. Vive en palacio, pero intenta como puede alternar las altas gestiones y la vida religiosa; incluso llega a hacerse cargo del hospital general de Bizancio donde tiene oportunidades sobradas de ejercitar la caridad con los que más la necesitan.

    No es extraño que el pueblo le elija y el emperador lo proponga para la sede patriarcal de Constantinopla a la muerte de Tarasio. Cierto que debió vencerse la timidez para aceptar, porque buen conocimiento tenía él de cómo andaban los ánimos en las alturas y de qué manera se recibían e interpretaban las orientaciones del papa de Roma; por otra parte, su elección dejaba inevitablemente postergados a algunos aspirantes a la sede que se quedaban en segundo puesto y esto en los eclesiásticos no es fácil de asimilar; además, ni siquiera era sacerdote. Hubo que darle previamente la ordenación sacerdotal y, tras la consagración episcopal, tomó posesión de Santa Sofía el 12 de abril del 806.

    El 10 de julio del año 813 corona como emperador a León V el Armeno. Este experto soldado lo hubiera hecho bien si no se hubiera entrometido a remover en cuestiones teológicas que le sobrepasaban. Volvió a resucitarse el tema de «las imágenes»; reunió en torno a sí un grupo de obispos adeptos, resentidos y ávidos de honor, que le apoyaran en sus propósitos de supeditar al poder civil la autoridad religiosa. Nicéforo no tuvo más remedio que oponerse con claridad. Un conciliábulo se reúne para intrigar. El Patriarca defiende los derechos y autoridad de la Iglesia, excomulga a los reunidos y termina desterrado por el emperador a instancia de los obispos «trepa». Con ellos se dio comienzo a la persecución de la ortodoxia católica.

    Anciano, enfermo y abandonado, muere Nicéforo el 2 de junio del año 829 –día de su fiesta en la Iglesia Oriental– en el monasterio que construyó en el Bósforo. Repuesta su memoria, se trasladaron sus restos a la basílica de los Santos Apóstoles de Bizancio el 13 de marzo del 829 –fiesta en la Iglesia latina–.

    Mala es la manipulación de la Iglesia para aumento de poder; sin disculpar, se puede llegar a comprender humanamente en un ambicioso emperador. Pero la existencia de obispos despreocupados de su misión apostólica y condescendientes con sus bajas pasiones, anhelando no se sabe muy bien qué interés humano, pone a prueba la fe. Líbranos para siempre, san Nicéforo, de obispos enredadores.

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