Inicio Foros Formación cofrade Santoral 17/02/2019 San Fintán, abad y fundador.

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    Santos: Los 7 Santos Fundadores de los Servitas (Alejo de Falconieri, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Lotoringo, Ugocio); Faustino, Policromio, Silvino y Benedicto, Eutropio, obispos; Teódulo, Donato, Secundiano y Rómulo, mártires; Fintán, abad; Francisco Regis Clet, sacerdote mártir de China.

    San Fintán, abad y fundador.

    En uno de los tratados que se conservan del Libro de Leinster, San Fintán aparece como una imagen de San Benito. Por otra parte, es indudable que su monasterio de Cloneenagh, en Leix, gozó de gran fama entre los contemporáneos del santo. Unas letanías antiguas hablan de «los monjes de Fintán, descendiente de Eochaid, que sólo comían hierbas y bebían agua; no es posible nombrarles a todos, pues fueron innumerables». En el mismo tono se expresa Oengus: «El generoso Fintán, nunca comió más que pan de avena silvestre, ni bebió más agua que la del pantano». La biografía latina del santo, exagera todavía más los detalles de su vida de penitente. Según ella, un ángel predijo a la madre de Fintán la santidad de su futuro hijo. El niño tuvo, desde la infancia, el don de profecía; fue educado por San Columbano de Tir de Glas, quien le aconsejó retirarse a la soledad. En el desierto, Fintán llevó una vida de gran austeridad, y, con el tiempo, llegó a reunir una gran multitud de discípulos. Lo que sabemos, aparte de esto, se reduce a una lista de milagros, aunque no son estos tan extravagantes, como en la mayoría de los documentos hagiográficos irlandeses. La biografía de San Fintán deja la impresión de que se trataba de un hombre extraordinario, severo consigo mismo y muy bondadoso con los demás. Una vez, cuando los monjes de las comunidades vecinas se quejaron de que las reglas de San Fintán eran demasiado severas para la fragilidad humana, el santo las aligeró un poco a sus compañeros, pero las conservó intactas para sí mismo.

    En la narración de la vida de San Fintán aparecen muchos rasgos del modo de vida de los primitivos monjes irlandeses. Por ejemplo, algunos monjes de Cloneenagh, «que deseaban ardientemente llevar vida de peregrinos y no querían permanecer en su lugar de origen, partieron del monasterio sin permiso del santo abad» y fueron a Bennchor y a Inglaterra. Fintán no parece haber tomado a mal la falta y recibió bondadosamente a uno de los fugitivos que volvió más tarde. La brutalidad y violencia de aquella época aparece en otro hecho que al mismo tiempo pone de manifiesto el respeto de San Fintán por los muertos: un grupo de bandidos volvió triunfante de una incursión por los pueblos vecinos, con las cabezas de los enemigos ensartadas en las puntas de las lanzas. Los bandidos dejaron aquellos despojos a las puertas del monasterio y San Fintán se encargó de darles sepultura en el cementerio de los monjes. Cuando los vecinos preguntaron al santo por qué había enterrado las cabezas, éste respondió: «Porque confiamos en que el día del juicio Dios no condenará al infierno a estos hombres, en virtud de los méritos y la gloria de todos los siervos de Dios que se hallan sepultados en este santo lugar y que oraron durante su vida por todos los que iban a ser enterrados en su compañía. Como la cabeza es la parte principal del cuerpo, esperamos que Dios tendrá misericordia de ellos». Por infantil que sea esta concepción teológica, es indudable que el deseo de estar enterrado en compañía de quienes más esperanza podían tener de resucitar gloriosamente, estuvo muy extendido, desde la época de las catacumbas hasta fines de la Edad Media. Uno de los bandidos que habían decapitado a sus enemigos ingresó más tarde en el convento de Cloneenagh.

    Se cuenta que, en cierta ocasión, uno de los monjes siguió por curiosidad a San Fintán hasta el sitio solitario en que acostumbraba orar; el cuerpo del santo despidió una luz tan viva, que casi dejó ciego al curioso monje. También se cuenta que San Columbano, hallándose en la isla de Iona, tenía todos los domingos por la noche una visión de San Fintán sentado entre los ángeles, frente al trono de Jesucristo. Columbano rogó a uno de sus discípulos que buscase al santo en Irlanda, y le describió como un hombre de aspecto angelical, con la tez rosada, ojos brillantes y cabello blanco.

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