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20 marzo, 2012 a las 11:33 #7664
Anónimo
InactivoSantos: Nicetas, Guillermo, Leoncio, Wulfrano, Gutberto, Remigio, obispos; Martín de Dumio, abad: Pablo, Cirilo, Eugenio, José, Alejandra (Sandra), Víctor, Anatolio, Sebastián, Focio, Claudia, Eufrasia, Eufemia, Matrona, Ciriaca, mártires; Arquipo, compañero de San Pablo; Fotina, la Samaritana; Ambrosio, confesor; Heriberto, presbítero y eremita; María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, fundadora de las Siervas de Jesús de la Caridad.San Martín Dumiense.Dumio, situado geográficamente cerca de Braga –la capital del reino de los suevos–, distingue del otro Martín de Francia a nuestro Martín. Fue el apóstol de los suevos a los que convirtió al catolicismo. El testimonio de San Isidoro de Sevilla señala el 560 como fecha de la conversión. Eran los suevos un pueblo indomable y el terror de Roma; atravesaron las Provincias y pasaron sus fronteras; se trasladaron de las riberas del Rin a las del Miño; arrasaron a los francos y pasaron el Pirineo; luego se reparten las tierras de Galecia y ponen su capital en Braga; llegaron a bajar hasta la Bética y conquistaron Sevilla en las tierras llanas. Transcurre la vida del santo en el siglo VI.
San Martín Dumiense, según conocemos por el epitafio de su tumba que escribió él mismo, era oriundo de Panonia, en la actual Hungría. Debió de nacer entre el 510 y el 520. Quiso vivir el don de la fe en las mismas fuentes. Peregrina a Palestina con la avidez de conocer, pisar, besar y tocar la tierra de Cristo; allí aprovecha su tiempo entre oración, mortificación, y el estudio del griego, que le contacta con los santos Padres primeros. Luego pasa por Roma, donde murió y vive Pedro. Atraviesa el reino de los francos donde se encuentra con los suevos y aprovecha la oportunidad de hacer apostolado con este pueblo.
Karriarico, rey suevo arriano –habían caído los suevos en el arrianismo por la actividad del gálata Ayax, enviado por Teodorico–, mandó embajada noble para pedir en la afamada y milagrosa tumba de San Martín de Tours el portento de la curación de su hijo. Era ya la segunda vez que lo hacía, la primera misión no dio el resultado apetecido; ahora manda la ofrenda del peso de su hijo en oro y plata, y presenta la promesa de conversión si obtiene del santo de Tours lo que humildemente pide. Y se cura el vástago del rey suevo. Es la ocasión para dejar el arrianismo. San Gregorio de Tours narrará, como testigo presencial –dejando en el relato el polvo de la leyenda–, el ruego de la doble embajada y la posterior conversión del bravo pueblo suevo.
Así fue como pasó el presbítero húngaro Martín a Galecia, de mano de sus casi-paisanos, los belicosos emigrantes centroeuropeos. En Dumio funda un monasterio para la alabanza divina, la oración, el recogimiento, la difusión de la fe y la atención del pueblo. ¡Bien conocida tiene la necesidad de la oración para extender el Evangelio! Quizá conoció el estilo de Arlés y, posiblemente, tuvo referencias de la regla de San Benito, pero aquí los monjes se gobiernan al ritmo que marca el abad –y ya obispo-– Martín de Dumio.
Regula la vida del clero formándoles según los cánones y los acuerdos de los concilios españoles y africanos; atiende celoso al campesinado donde abundan las supersticiones paganas, célticas y germánicas. Encarga a su monje Pascasio la traducción de «Las palabras de los ancianos» y él mismo traduce «Las sentencias de los Padres egipcios»; escribe para los suyos otras sabrosas obras de piedad, ascéticas y doctrinales, –Formula vitae honestae y De correctione rusticorum– como tratados cortos y monográficos que rezuman sabiduría humana al estilo de Séneca y espíritu cristiano.
Contribuyó a la conversión de los suevos al catolicismo. En el concilio de Braga del 561 –como un precursor de san Ildefonso en el III de Toledo– se ha logrado la conversión del rey y del pueblo, se establece la unidad y se tiene el gozo de escuchar la fórmula del bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Murió en el año 580.
Santa María Josefa del Sagrado Corazón de Jesús Sancho de Guerra.Es la primera santa vasca. María Josefa del Corazón de Jesús, fundadora de las Siervas de Jesús, fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el día 1 de octubre del 2000, en Roma, en la misma ceremonia en que fueron canonizados también otros 122 santos, de los que 120 murieron mártires en China.
María Josefa nació en el seno de una humilde familia el 7 de septiembre de 1842, en Vitoria- Álava- España. Sufrió muy pronto la pérdida del padre. A los quince años fue enviada a Madrid para completar la formación y orientar su vida; precisamente en esta época sintió fuertemente la vocación religiosa y escogió la consagración en la vida activa entrando en el recién fundado instituto de las Siervas de María; pero aquello no era lo suyo.
Aconsejada por San Antonio María Claret y Santa Soledad Torres Acosta, dejó las Siervas de María, junto a tres compañeras, con las que fundó, en la primavera de 1871, el Instituto de las Siervas de Jesús de la Caridad para la asistencia a los enfermos. Se establecieron en Bilbao y allí comenzaron a ofrecer las primicias de su vocación atendiendo a los enfermos a domicilio. María Josefa tenía 29 años.
Durante la guerra carlista prestaron sus servicios con gran heroísmo ante la presencia de enfermedades fuertemente contagiosas, como el cólera, el tifus y la tuberculosis, llevando consuelo a muchos hogares. Con notable rapidez fueron ampliando su misión, llegando a hospitales, asilos y guarderías para niños.
Las vocaciones aumentaron rápidamente y se crearon nuevas fundaciones en otras ciudades de España, como Burgos o Miranda de Ebro.
María Josefa fue, durante cuarenta y dos años seguidos, la superiora del nuevo instituto que se ramificó en varias casas visitadas por ella constantemente, hasta que una larga y dolorosa enfermedad la confinó en Bilbao, viéndose obligada por doce años a descansar en un sillón a causa de su dolencia cardiaca, mientras gobernaba la Congregación.
A su muerte santa, el 20 de marzo de 1912, dejó fundadas 42 casas, la última de ellas en Concepción (Chile). Se caracterizó por su amor al Corazón misericordioso de Jesús bajo cuya protección está puesta la Congregación. De esa inagotable fuente obtenía la sensibilidad para su brillante función de gobierno y para cuidar a los enfermos en sus domicilios, hospitales, clínicas o sanatorios; de ella heredan sus hijas caridad y modos para tratar a los ancianos en residencias, y a todos los necesitados que acuden a los dispensarios. Se saca de su abundante epistolario: «La asistencia no consiste solo en dar las medicinas y los alimentos al enfermo; hay otra clase de asistencia, y es la del corazón, procurando acomodarse a la persona que sufre».
La fama de santidad de María Josefa fue creciendo con el gran número de gracias y favores alcanzados por su mediación. La declararon Venerable el 7 de septiembre de 1989 y Juan Pablo II la beatificó el 27 de septiembre de 1992.
Hoy sus hijas son 1100, presentes en España, Italia, Francia, Portugal, Chile, Argentina, Colombia, México, Ecuador, Perú, República Dominicana y Filipinas. De acuerdo con el cambio de los tiempos, a su primera finalidad de asistencia a los enfermos han añadido otras en Obras de Beneficencia y Caridad, como la acogida y cuidado de mujeres ancianas, y la atención de niños en casas nido, sobre todo, en los países más pobres de América Latina y de Asia.
Estas mujeres están presentes en Madrid desde 1895. En los primeros años, fueron pasando por varias sedes, hasta que en 1957 se establecieron en el edificio actual de Guzmán el Bueno 107. Con su deseo de adaptación a las necesidades de los enfermos han ampliado la atención a un centro para Terminales en el Hospital de San José de Cuatro Vientos; cuentan también con un dispensario de carácter benéfico, y se entusiasman con salir al paso a las urgencias del momento, abriendo centros asistenciales y para terminales de sida.
Su delicada atención a los enfermos –«estuve enfermo me visitasteis» y «conmigo lo hacéis»– en sus propios domicilios es proverbialmente reconocida y admirada. Cada día salen a la calle con una misión: llevar a las familias la tranquilidad, la asistencia de caridad y el trato amable.
María Josefa entregó su vida a los enfermos, y de ella viven sus hijas –ojalá sean más– un carisma de «Amor y Sacrificio» como lema.
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