Inicio Foros Formación cofrade Santoral 21/07/2012 San Lorenzo de Brindis, Santa Ana y Andrés Wang

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    Santos: Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia; Abamón, Adrián, Elio, Víctor, Práxedes, Julia, Claudio, Justo, Jocundo, Alejandro, Longinos, Feliciano, Juan, mártires; Alberico Crescitelli, sacerdote mártir, Ana Wang, joven, Andrés Wang Tianquing, niño, y compañeros mártires chinos; Arbogasto, abad; Domnino, Ignacio, Crimoaldo, Gondulfo, confesores; Zótico, obispo; Reinilda, virgen; Juan, monje; Daniel, profeta.

    San Lorenzo de Brindis.

    Nació en Brindis en 1559, a tres años de que el Concilio de Trento pusiera fin a su tarea de aclarar la fe de la Iglesia en los puntos negados por la herejía, y unos días antes de que muriera el duro e intransigente papa Paulo IV –ese que hartó tanto a los romanos que se atrevieron a derribar su estatua–, y al que sucedió Pío V, firme y santo, pero más flexible.

    Su familia noble y distinguida le puso nombre de emperador: César. Siendo adolescente quiso hacerse franciscano conventual, pero aquella intentona terminó en fracaso. Al salir del convento marchó con su madre a refugiarse en Venecia, donde se encontraban más al abrigo de las posibles y temidas invasiones de los turcos que amenazaban las orillas del mar en la punta de la bota italiana donde se encontraba la vivienda familiar de los Rossi.

    El 17 de febrero de 1575 se hizo capuchino en Verona, esta vez en serio, y cambió César por Lorenzo. Estudió en la universidad de Padua, especializándose en Sagrada Escritura; adquirió un extensísimo conocimiento de idiomas –latín, italiano, francés, alemán, griego, siríaco y hebreo–; en Teología no fue menos porque, aun antes de ser sacerdote, le encargaron la predicación de dos cuaresmas en Venecia, que resultaron con tal éxito que el papa Clemente VIII le mandó predicar a los judíos de Roma cuando se ordenó sacerdote.

    Ocupó altos cargos en su Orden hasta llegar a elegirlo General para los años 1602-1605. Pero su labor principal fue la de predicador, polemista y diplomático; un todo revuelto, al estilo de la época. Lo mandaron a Austria en el año 1599 al frente de un grupo de capuchinos; estableció conventos en Viena, Graz y Praga. La gente va hablando de que a sus cuarenta años ya ha recorrido Italia; dicen que es un hombre austero, cultísimo, polemista excelente y predicador claro y sincero. Estas características quedaron bien probadas en Hungría, Bohemia, Bélgica, Suiza, Alemania. Francia, España y Portugal.

    Se le vio combatiendo al turco en Hungría en 1601. El papa Clemente VIII envió a Lorenzo al emperador Rodolfo II, convencido de que en su persona mandaba a todo un ejército. Aunque pareciera exageración, porque lo que se necesitaban eran abundancia de brazos armados, el príncipe Felipe Manuel consiguió la victoria contra Mohamet III en Stuhiweissenburg que era un peligro inminente para toda Hungría, Austria y la Cristiandad entera por los ochenta mil turcos que intentaban avanzar. Aseguran que la imponente figura de Lorenzo, con su conocimiento de lenguas y el desempeño de su oficio de capellán, dio la moral suficiente a las tropas cristianas para vencer; arengó a las tropas, aconsejó a los generales y dirigió a las tropas sin más arma que el crucifijo.

    Pero no quedaría su figura bien descrita sin hacer mención de su labor diplomática al más alto nivel. Intentó y hasta consiguió la liga de los príncipes católicos de Alemania, que tuvo la finalidad de hacer un bastión para frenar el empuje de los protestantes. Llevó adelante una misión oficial ante el príncipe Felipe III de España, consiguiendo su apoyo y la incorporación a la liga. También contribuyó a poner paz y concordia entre España y Carlos Manuel el Grande, en 1618, duque de Saboya.

    Su obra escrita quedó en más de ochocientos Sermones entre lo que se cuentan los de tema mariológico y otros para la predicación dominical; también se encentran entre ellos panegíricos de santos y un sistemático conjunto propio para los tiempos litúrgicos de Adviento y Cuaresma. Se muestra con un magnífico exegeta en la Explicación del Génesis, donde aparecen sus profundos conocimientos de hebreo, caldeo y arameo que tanto le sirvieron en sus discusiones con los judíos para intentar su conversión. Su categoría de apologeta que lucha para la conversión de los herejes protestantes –emulando en dialéctica a san Pedro Canisio–, puede verse en Lutheranismi Hypotyposis, resumen de la polémica con el luterano Policarpo Leiser, consejero del príncipe elector de Sajonia.

    Murió en Lisboa, el 22 de julio de 1619, cuando negociaba –en feliz legación desempeñada con un tesón infatigable, entre audaz y persuasivo– en Madrid y Lisboa, procurando defender a la ciudad de Nápoles de la tiranía del virrey Osuna. Trasladaron su cuerpo al convento de las franciscanas de Villafranca del Bierzo, en Galicia. León XIII canonizó al santo políglota en 1881. Lorenzo fue nombrado doctor de la Iglesia por Juan XXIII, en 1959.

    A lo que parece, Lorenzo lo hizo muy bien trabajando y esforzándose por llevar las almas a Dios con escritos, controversias, disputas, y sermones; al fin y al cabo, para eso se hizo fraile. Pero no le viene nada mal a este mundo que alguien intente arreglarlo un poco más, aunque sea con la política y la diplomacia, si sabe hacerlo.

    Santa Ana Wang, San Andrés Wang Tianquing y resto de compañeros mártires.

    Entre los testimonios más significativos y documentados de los mártires chinos, se destaca el caso de Ana Wang, adolescente asesinada en Hebei durante la revolución de los Boxers.

    Ana Wang nació en 1886 en Majiazhuang, en la zona del Weixian, al sur de la provincia del Hebei, en el seno de una familia cristiana. Perdió a su madre a la edad de 5 años. Muy pronto mostró su fuerte carácter: a los 11 años es prometida como esposa, pero se opone vigorosamente a este proyecto.

    El 21 de julio de 1900, una banda de boxers penetra en Majiazhuang. Hacen una redada de cristianos a los que exponen con claridad la orden venida de arriba: «El gobernador ha prohibido practicar la religión occidental. En caso de apostasía, seréis liberados. En caso contrario, os mataremos».

    La suegra de Ana, llena de miedo y conociendo que la alternativa va en serio, se decide por la apostasía y quiere que Ana tome la misma decisión. Pero Ana se opone a seguirla gritando: «Creo en Dios, soy cristiana, no quiero renegar de Dios. Jesús, ¡sálvame!». Ana y sus compañeras se quedan rezando toda la noche. A la mañana siguiente, los boxers conducen a los cristianos que no quisieron renegar de su fe al campo de ejecución.

    Ana asiste a la terrible escena de la ejecución del pequeño Andrés Wang Tianquing, de 9 años. Los no cristianos lo quieren salvar, pero su madre afirma: «Yo soy cristiana, mi hijo es cristiano. Tendréis que matarnos a los dos». Los jefes de la banda se hacen una mueca con la cabeza. El pequeño Andrés se arrodilla y dobla su pequeño cuerpo; mira a su madre y su rostro se ilumina con una sonrisa; después, el hacha del verdugo cae sobre su cabeza. En esa ocasión, los boxers asesinaron a mujeres y a sus hijos, uno de ellos de 10 meses; uno de los torturadores tomó al niño por los pies, lo partió en dos y lo arrojó a los pies de su madre, ya muerta.

    Ana tiene la mirada fija en la iglesia de Weixian. Arrodillada, reza en voz alta con los ojos fijos en el cielo. Un militar se acerca y le dice: «Renuncia a tu fe y te salvarás». Pero Ana no responde e, insistiendo el militar, le dice: «No me toques. Soy cristiana. Antes que la apostasía, prefiero morir». El bandido entonces le corta el brazo derecho y repite su petición: «¿Reniegas ahora?». Nada que hacer. Le da otro golpe. Ana dice: «La puerta del cielo está abierta» y susurra por tres veces el nombre de Jesús, bajando la cabeza. El bandido le da el golpe final y, con un tajo, se la arrancó.

    Horripilante, ¿verdad?

    Aquí no caben interpretaciones ni leyendas doradas que puedan magnificar tanto la barbarie de los verdugos como la fortaleza de la fe. Sencillamente el lenguaje –parco en barroquismos– refiere los hechos tal y como sucedieron. Ana Wang, una adolescente de catorce años, fue canonizada por Juan Pablo II el día 1 de octubre junto con otros 119 mártires de China, de los cuales 87 eran ciudadanos de aquel inmenso país. El grupo elevado a los altares es escuetamente una minoría representativa de los miles de católicos que murieron en China entre los siglos XVII y XX. Solo a manos de los boxers murieron por testificar su fe más de treinta mil. La historia de Ana Wang, si bien pone la piel de gallina, descubre ejemplarmente la profundidad del compromiso agradecido de la fe en Jesucristo.

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