Inicio Foros Formación cofrade Santoral 22/08/2012 Coronación de Virgen María y San Felipe Benicio.

  • Este debate está vacío.
Viendo 1 entrada (de un total de 1)
  • Autor
    Entradas
  • #13912
    Anónimo
    Inactivo

    Santa María Reina. Santos: Timoteo, Hipólito, Sinforiano, Atanasio, obispos; Marcial, Saturnino, Epicteto, Félix, Fabriciano, Filiberto, Antusa, Agatónico, Zótico, Mauro, Ireneo, Oro, Orepses, Guniforte, Luciano, Antonio, Mapril, mártires; Sigfrido, Lamberto, abades; Felipe Benicio, confesor.

    Coronación de la Virgen María.

    Esta fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia unánime de toda la Tradición que ha reconocido desde siempre su dignidad de Reina, por ser Madre del Rey de reyes y Señor de señores. La coronación de María como Reina de todo lo creado, que contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario, está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.

    El dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva de modo natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María. Ella fue trasladada al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la Santísima Trinidad como Reina; así lo enseña el concilio Vaticano II: «terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte». Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por la piedad de los fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia.

    Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, enseña: «La Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la anunciación se definió como esclava del Señor fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera «discípula» de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28).

    Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, «sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar» (Const. Lumen gentium, 36), y ha conseguido plenamente aquel “estado de libertad real”, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! (…). La gloria de servir no cesa (…); asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico…».

    Santa María es una Reina sumamente accesible, pues todas las gracias nos vienen a través de su mediación maternal.

    En la institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a todos los cristianos a acercarse a este «trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas», quiso alentar a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarnos para llegar a aborrecer el pecado, «para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos», a quien es Reina y tan gran Madre. Adeamus ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur… Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno (Hb 4, 16).

    De nuevo en la Biblia, concretamente en el Apocalipsis, leemos que «apareció en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas». Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María, la Madre de Jesús, confiada a Juan en el Calvario. Cuando, ya anciano, escribía estas visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo.

    Los tres rasgos descritos son símbolo de esta dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos. Así se lo recordamos cada día en las letanías del Rosario: reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes, de todos los santos…

    Pero también es nuestra Reina. De ahí que sea muy frecuente expresar este título de María mediante la costumbre de coronar las imágenes de la Santísima Virgen de forma canónica solemne, y que el arte cristiano haya representado a María como Reina, sentada en trono real, con las insignias de la realeza y rodeada de ángeles. El pueblo cristiano le levanta ermitas y santuarios donde recurre a Ella con esas oraciones –Salve Regina, Ave Regina coelorum, Regina coeli laetare…– tantas veces repetidas.

    El reinado de María se ejerce diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos llenas la gracia y la misericordia del Señor. A Ella acudimos en cada jornada; pedimos su protección musitando aquella entrañable Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra… ¡o cantándola!

    San Felipe Benicio.

    Es cuando la época de los feudales está en franca decadencia y tiende a desaparecer. Comienzan las ciudades libres, se potencia el comercio, salen las agrupaciones artesanales llamadas gremios; nacen las universidades, comienzan las cofradías y cambian las formas de vida ascética, el monasterio solitario del campo se hace convento urbano. Surgen imperiosas las catedrales. Se inventan Órdenes mendicantes exponiendo con frenesí el Evangelio, hasta el punto que los papas y príncipes se asustan y llegan a tomar medidas para limitarlas. Los servitas se acaban de fundar el 15 de agosto de 1233 por aquellos piadosos caballeros florentinos que se han propuesto dedicarse a extender la devoción y culto a la Santísima Virgen María y en ese mismo día de agosto y año nació, también en Florencia, el hijo de Jacobo y Albanda que se llamó Felipe. ¿Premonición? El padre era de los Benici y la madre, de los Frescobaldi.

    Cuando crece el chico, estudia medicina en París, en Padua hace su doctorado y practica el oficio en Florencia, donde no deja de visitar la iglesia de los servitas en su barrio de Cafaggio. Un día le llamó la atención una frase que se contenía en la lectura y predicación del episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles del oficio que se hacía en una iglesia; quizá prestó más atención porque en el texto se escuchaba el nombre del apóstol Felipe, su santo, que convirtió al etíope eunuco de la reina Candaces. La frase en concreto era: «Felipe, acércate al carro». Y todo el día le estuvo machacando los oídos sin ser capaz de desprenderse de ella. Por si la sugerencia no fuera suficientemente clara, la misma Virgen Santísima le dio el empujón final. Termina el episodio pidiendo la admisión en la Orden de los Servitas a Bonfilio Bonaldi, uno de los fundadores, que en ese momento era el superior de la casa.

    En Monte Senario, a unos kilómetros de Florencia, desempeña los oficios más simples en la casa y en el campo, mezclados con presencia de Dios y mucha humildad, queriendo pasar desapercibido; incluso le permitieron vivir en soledad, ocupando un casuco próximo, para que nadie pudiera ser testigo de su penitencia ni molestado en su oración. Enviado a Siena para atender la casa, camina casualmente con otros dos servitas que descubren en el humilde lego su formación intelectual. Comienza un nuevo servicio en la vida de Felipe que termina siendo sacerdote, maestro de novicios, secretario del General y, a su muerte, lo eligen para que dirija la Orden como General, dando un impulso a los servitas tan fuerte que algunos, equivocándose o exagerando, le tuvieron como uno de sus fundadores.

    No se sabe muy bien por qué, pero tenía verdadero horror a desempeñar cargos altos; siempre se opuso con todos los medios a su alcance para evitarlos y, cuando no le fue posible, vio en ellos el designio de la Providencia. De hecho, en el Capítulo que reunió en Pistoya, en el año 1268, presentó la dimisión de su cargo, renunciando al generalato, aunque no se la aceptaron. Desatendió el nombramiento de arzobispo de Florencia cuando se lo propusieron. Y con el papado… La Santa Sede vacaba por tres años ya, desde que murió el papa Clemente IV, y los cardenales del cónclave de Viterbo no acababan de ponerse de acuerdo en elegir un sucesor. Pensaron en Felipe y quisieron elegirlo papa, conocida su prudencia y santidad; pero huyó al monte –debió de ser por la zona que hoy llaman como Baños de San Felipe– sin otra compañía que la de un religioso de su confianza, obstinado en desaparecer, y allí estuvo oculto hasta que se hizo pública la elección de Gregorio X.

    Con ansias de predicar, visita las casas de Francia y aprovecha para extender la devoción y culto a la Santísima Virgen por Avignon, Tolosa y París, pasando a los Países Bajos, Sajonia y Alemania.

    Asistió al concilio de Lyon. Intentó poner paz en Bolonia, Florencia y Pistoya que estaban enzarzadas por las luchas entre güelfos y gibelinos hasta que se llegó a la firma de la paz con el juramento de Florencia.

    En la ciudad de Forli debieron de «hacer pupa» sus predicaciones a más de uno, porque un grupo de exaltados, capitaneados por Peregrino, llegaron a ejercer violencia física contra Felipe, hasta desnudarle vergonzosamente y apalearlo. No pasará demasiado tiempo antes de que el valentón Peregrino se acerque a suplicarle que le admita entre los servitas.

    Otros gestos llamativos de su vida –esos que expresan las heroicas virtudes de los santos– son que Felipe, en defensa de su pureza, resolvió el acoso de una mala mujer revolcándose desnudo por la nieve; y también que, de modo milagroso, quedó instantáneamente curado un leproso que le pedía limosna al ponerse la capa que Felipe se quitó para abrigarlo.

    También fundó una casa para arrepentidas en la ciudad de Todi.

    Llamaba ‘mi libro’ al crucifijo y abrazado a él murió el 22 de agosto de 1285.

    Lo canonizó el papa Clemente X y la bula la publicó, pasado el tiempo, el papa Benedicto XIII.

    ¿Era humildad lo que le hacía huir de los puestos altos?

    ¿Era bien entendida esa humildad que comportaba una negativa al servicio que la Iglesia le pedía? ¿Incluida la negativa a servir desde el papado? Él lo entendió así en lo profundo de su conciencia; no ha sido en la historia el único caso. Y, si la misma Iglesia lo canoniza post mortem, nos encontramos en la penumbra de quienes somos incapaces de ver con exactitud los hechos con aquella luminosidad que tienen los santos.

    Lo pintaron abrazado a la cruz y con la mitra a sus pies. Probablemente no intentó el artista enseñar desprecio, ¿quiso expresar prioridades?

Viendo 1 entrada (de un total de 1)
  • Debes estar registrado para responder a este debate.