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24 abril, 2012 a las 12:06 #7714
Anónimo
InactivoSantos: Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir; Roberto, Benito Menni Figini, fundadores; María Eufrasia Pelletier, fundadora; Sabas, Alejandro, Eusebio, Neón, Leoncio, Longinos, mártires; Melito, Gregorio, Honorio, obispos; Egberto, presbítero; Diosdado, abad; Bova y Dova, abadesas; Daniel, anacoreta; Wilfrido, arzobispo; Francisco Colmenario, beato.San Fidel de Sigmarigna.Fidel vivió en esa época de luchas, llena de recelo e inseguridad por motivos religiosos y políticos que sembraron el furor, las represiones violentas y la muerte en el corazón de Europa.
Sigmaringa es una ciudad de Suabia, a orillas del Danubio. Allí nació Fidel en el año 1577. Hijo de Juan Roy y Genoveva Rosemberger; un piadoso matrimonio católico con solera. Le pusieron por nombre Marcos, cuando lo bautizaron. Como estudió en la Academia Archiducal de Friburgo, de donde salió con dominio de latín, francés e italiano, se colige que su familia era noble o estaba cercana a la clase «top» del país. Se hizo doctor en ambos derechos.Un viaje organizado por el barón de Stotzingen para que sus hijos y otros conocieran Europa le dio a Marcus Roy la oportunidad de ponerse en contacto con el protestantismo, conocer su desorientación y descubrir los manejos con los que la nueva ola religiosa iba adquiriendo prosélitos. Abrió despacho de abogado en Ensisheim (Alsacia), pero lo abandonó muy pronto porque el modo de trabajar impuesto era a base de «arreglos» tan inmorales como injustos; la conducta de determinados colegas embaucadores le hizo aborrecer la profesión. ¿Cómo era posible ser al mismo tiempo cristiano y abogado?
Decide entrar en los capuchinos que, en ese momento, están en alza y muy extendidos por Alemania y Suiza. La lucha debió de ser dura contra sí mismo, porque todos los que le conocían bien le advierten que aquella decisión era enterrar talentos que había recibido de Dios, pero pudo más la llamada superior: «Quiero vivir en humildad, penitencia y sufrimiento. Salí desnudo del seno de mi madre y me despojo de todo para abandonarme desnudo en los brazos del Salvador». Tomó el hábito en Friburgo –ahora es fray Fidel– y se ordenó sacerdote en 1612.
Su predicación, mientras es responsable de los conventos de Friburgo, Rheimfeldem y Feldkirch, hace mella en los oyentes; es un sacerdote sereno, piadoso y documentado. Recorre Suiza, Austria y el sur de Alemania.
En 1622 se va a producir un cambio notable en su vida por la petición que hizo el archiduque Leopoldo de Austria a la Santa Sede, solicitando el envío de misioneros. La verdad es que hacían falta por la labor herética que habían realizado Zwinglio, Calvino y Ecolampadio; era una zona infectada por la herejía; Suiza fue uno de los países que más sufrió las consecuencias del protestantismo, llegando a la división del país: Berna, Zurich y Ginebra eran ciudades protestantes, mientras que Lucerna, Zug y Friburgo permanecían católicas, y en la región de los grisones estaban mezclados. El caso fue que en aquella coyuntura cayó muy bien la petición en Roma, donde se acababa de fundar la Congregación de Propaganda Fide.
Fidel fue comisionado para realizar aquella labor evangelizadora y catequética al frente de diez misioneros capuchinos. Tan sabía a dónde iba que se despidió de los suyos antes de partir a los sitios ya trabajados anteriormente por Carlos Borromeo y Pedro Canisio. Comenzó a misionar el 14 de abril y murió el día 24, ¡diez días!
¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos? Le invitaron unos herejes de Seewis; era domingo; decían que querían oír la Palabra de Dios de labios del famoso misionero. Fidel se confesó, celebró la Misa y marchó escoltado. Se encontró con la iglesia abarrotada de gente, pero mataron a la escolta e irrumpieron en el templo armados de espadas, mazas, trabucos y bombardas. Un golpe de espada en la cabeza lo dejó de rodillas, cuando se trasladaba de lugar le oyeron rezar «Jesús, María, valedme» y no le permitieron decir más porque le destrozaron el cráneo y le atravesaron con espadas.
Su sepulcro está en la catedral de Coira y su cráneo en el convento de Feldkirch. Los dos lugares fueron un manantial de milagros. Benedicto XIV lo canonizó el 26 de junio de 1746.
El misionero es el hombre que, por amor a Dios, ha dejado de lado lo que más puede atarle: la familia, el idioma, las costumbres… y voluntariamente se ha entregado para servirle todo lo que pueda y sin condición. Dejar la vida –algunas veces de modo violento– entra en su guión.
San Benito Menni Figini.Milanés que vivió 74 años fecundos empleados en fundar la Orden de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús y en restaurar por encargo especial del papa Pío IX la Orden de San Juan de Dios, que había nacido en España y casi terminó donde nació por la desamortización de Mendizábal.
Benito había nacido en Milán en 1841, el 11 de marzo, lo bautizaron el mismo día, llamándolo Ángel-Hércules; murió en Francia –concretamente en Dinan– el 24 de abril de 1914. Era el quinto hijo de los quince que tuvo el matrimonio formado por Luis Menni y Luisa Figini. Dejó el buen trabajo que tenía en un banco para ingresar en los Hermanos de San Juan de Dios cuando tenía diecinueve años. La mayor parte de su vida la pasó en España y, mientras abría hospitales que habían pertenecido a la Orden prácticamente extinguida en el siglo pasado y levantaba comunidades de su Orden, le sobró tiempo para fundar en España, en 1881, la Orden de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, en Ciempozuelos (Madrid) donde reposan sus restos. Esa es la razón de por qué la mayor parte de su tiempo y actividad apostólica transcurrió en España. Fue Prior general por nombramiento directo del papa, recorrió también Portugal, México y Francia.
La fundación comenzó con la colaboración de la viuda María Josefa Recio Martín y la soltera María Angustias Giménez Vera –conocidas en Granada en 1878– que llevaban tiempo queriendo entregar su vida a una institución religiosa que atendiera a enfermas, a ser posible mentales. En la dirección espiritual ellas le pedían, mientras que Benito dilataba la solución. Cuando él intentaba suscribir conciertos para que los Hermanos se pudieran ocupar de los enfermos, los gestores le piden que también se hagan cargo de las mujeres. Ellas fueron la solución. Comenzaron preparando ropas y haciendo comidas para la labor de los varones; pero eso no era suficiente. Daba tanta pena ver la lastimosísima situación de las enfermas que no podían tener los cuidados mínimos y se sabía de tantas que deplorablemente eran puestas fuera de su propia casa por imposibilidad familiar… Decidió fundar. Fue en 1881.
Comenzaron con una enferma a la que le besaron los pies; luego vinieron muchas, muchísimas más. Realizan su labor de atención según los medios de que disponen y de la cultura del país donde están, pero sus enfermas están limpias, alegres, las que pueden rezan, y algunas hasta trabajan o hacen manualidades esperando un mejor momento para la reintegración familiar y social. Según los casos, a unas las tratan de por vida y a otras, de manera solo temporal. Hay casos en que buscan la cooperación de las familias y en otros la suplen porque no se puede hacer más. Es todo un puntal ejemplo de pastoral sanitaria con las enfermas que padecen deficiencias psíquicas.
Con el paso del tiempo, en poco más de un siglo, la labor está extendida por cuatro continentes y están presentes en veinticuatro países, sin excluir los de mayor conflictividad; como muestra será suficiente nombrar a Guinea, Congo, Vietnam, Liberia, Mozambique, Filipinas, Camerún… aunque hay bastantes más.
En la fecha de su canonización forman la familia sobrenatural más de cien casas abiertas funcionando con su carisma hospitalario y más de mil doscientas hermanas dedicadas a hacer presente a la Iglesia con la atención a los enfermos –especialmente mentales– que la familia de sangre y la sociedad no están preparadas a atender, bien por imposibilidad, bien por su escasa o nula rentabilidad. Es un testimonio claro de caridad por la atención a los enfermos más débiles y marginados.
Lo canonizó el papa Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999, en la basílica de San Pedro.
Sí, todavía a las puertas del tercer milenio –cuando se miman por postulados ecológicos las especies en peligro de extinción como los osos polares, las ballenas, los buitres, burros, lobos, lagartos y camaleones– hace falta que la Iglesia proponga solemnemente ejemplos de caridad heroica y actividad apostólica para estimular a los fieles en la marcha del único camino –la caridad– que Él dejó, y para recuerdo de que el hombre, cualquiera que sea su condición, conserva el altísimo valor de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, siendo el único ser de la creación sensible que Dios ha amado por sí mismo.
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