Inicio Foros Formación cofrade Santoral 25/02/2012 San Valerio y San Toribio Romo González

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    Santos: Victorino y Víctor, Nicéforo, Claudio, Diodoro, Serapión, Papías, Donato, Justo, Ireneo y Daniel, mártires; Félix III, papa; Tarasio, patriarca; Regino, obispo y mártir; Toribio Romo González, sacerdote y mártir; Cesáreo, Avertano y Romeo, Valerio y Bonelo del Bierzo, confesores; Valberga, Aldetrudis, abadesas; salesianos mártires en Li-Thau-Tseul: Luis Versiglia, obispo, y Calixto Caravario, sacerdote; Lorenzo Bai Xiaoman, seglar mártir de China.

    San Valerio.

    Santo de heroicas virtudes y de invicta paciencia en la adversidad.

    Nacido en Astorga y cristiano desde pequeño. La región del Bierzo es el escenario y de su vida. Quiso entrar en el monasterio que fundó san Fructuoso en Compluto, pero por razones todavía hoy desconocidas no pudo.

    Fallido el intento monacal, comienza una vida de oración y penitencia viviendo al estilo de los antiguos eremitas. Su modo de vivir, poco frecuente en la época, hace que de boca en boca vaya pasando la noticia de su existencia entre los habitantes del lugar que empiezan a visitarle en la ermita que hay junto al castillo llamado de la Piedra, en Astorga. Allá concurren con deseos de escucharle y de ser confortados en sus penas. El clérigo cuidador de la ermita solo comienza a interesarse por ella cuando advierte el sonar de las monedas y huele los pingües beneficios de las ofrendas; como se posesiona de ellas de mala manera, el santo se marcha para no facilitar su codicia extrema; pero hasta los pocos libros que tenía hubo de dejarlos en la ermita por considerar el clérigo chupón que fueron de ella.

    La gente del lugar le echa de menos y le sugieren un nuevo sitio para vivir, rezar y predicar. En Ebronato le edifican los fieles un oratorio donde se instala y recomienza. Como la gente se arremolina en torno a él, el obispo nombra un presbítero para que atienda la pequeña iglesia construida; Justo se llama el pastor y su justicia en el nombre se queda. De nuevo queda Valerio sin techo y reducido a la miseria. La gente sigue queriéndole y sufre la mala envidia de Justo que, en alguna ocasión, llegó a emplear la violencia física contra Valerio.

    En el mismo Bierzo, allí donde Fructuoso fundó el monasterio de San Pedro, encuentra un lugar tranquilo y puede reanudar una vez más su vida penitente y orante de eremita. El obispo de Astorga, Isidoro, le llama y pide su compañía para asistir al concilio de Toledo, al que no llegan por la muerte del prelado.

    También escribió dejando por escrito testimonio de la época. Esta literatura se conservó en el monasterio de Carracedo y la mantuvo como tesoro la iglesia de Oviedo. Su pluma dejó a la posteridad la vida de San Fructuoso, un abundante grupo de máximas y consejos a los religiosos del Bierzo, las revelaciones de los monjes Máximo y Bonelo y la historia del abad Donadeo.

    Terminó su vida a finales del siglo VII y sus reliquias se conservaron en el Altar Mayor de la iglesia del monasterio de San Pedro de los Montes, de la orden benedictina, cerca de Ponferrada.

    A quien se interna en su vida le da la sensación de que Dios lo preparó para la contrariedad. Y lo muy curioso del caso es que sus enfrentados siempre fueron clérigos. ¿Tan feo les pareció Valerio? Muchos de los buenos afirman, con pueril benevolencia, que es muy difícil convivir en esta tierra con un santo verdadero; pero quizá no caen en la cuenta de que a quien seriamente le cuesta convivir con los demás es al que lleva vida recta.

    San Toribio Romo González.

    México –concretamente la archidiócesis de Guadalajara– poseerá en breve uno de los templos con mayor capacidad para el culto de la Cristiandad. Su rector, monseñor Óscar Sánchez Barba, ha declarado que los planos están pensados para dar cabida a 20.000 fieles. Será el «Santuario de los Mártires». El día 25 de octubre del año 2000, el mismo año de la canonización de un numeroso grupo de ellos por el papa Juan Pablo II, fue bendecida ya la primera piedra en ceremonia presidida por el Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara, cuna de la mayoría de los mártires de la persecución religiosa mexicana.

    Al margen de las lecturas sociológicas o políticas que indudablemente se suscitarán ante la erección del Santuario, que ciertamente tendrá las medidas de lo monumental, es claro que su construcción supone un reconocimiento agradecido de la Iglesia mexicana a la muchedumbre de mártires que dieron su vida por la fe en Cristo, una coherencia que ennoblece a toda la nación mexicana por el incondicional amor a Dios y servicio a los hermanos que hicieron estos campeones de la fe. Además, tendrá para los millones de bautizados un valor de testimonio permanente que ayude a vivir con fidelidad todas las consecuencias e imperativos del ser católico en cualquier circunstancia, al tiempo que entronca con las seculares raíces del pueblo mexicano al margen de las convulsiones con las que la historia sacude temporalmente a los pueblos.

    El Santuario servirá para la piedad de los católicos que es un exponente del amor a Dios: si se le ama, se le reza. Y como no se ama algo o a alguien sin conocerlo, el amor a Dios presupone su conocimiento: ese saber profundo que da la fe, que se vive y se celebra en la Iglesia católica.

    Toribio fue un sacerdote de Jesucristo, suyo, muy suyo; joven enamorado. Duró poco su labor. Todo lo hizo en poco tiempo. No hacía falta más… su labor continúa hoy.

    Había nacido en Santa Ana de Guadalupe, perteneciente a la parroquia de Jalostotitlán, Jalisco, diócesis de San Juan de los Lagos, el 16 de abril de 1900.

    Lo nombraron Vicario con funciones de párroco en Tequila, Jalisco, archidiócesis de Guadalajara.

    Se le conoció como sacerdote de corazón sensible, de oración asidua. Apasionado de la Eucaristía pidió muchas veces: «Señor, no me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión». También se recuerda que en una Primera Comunión, al tener la sagrada Hostia en sus manos, dijo: «¿Y aceptarías mi sangre, Señor, que te ofrezco por la paz de la Iglesia?».

    Estando en Aguascalientes, un lugar cercano a Tequila que le servía de refugio y centro de su apostolado, quiso poner al corriente los libros parroquiales. Trabajó el viernes todo el día y toda la noche. A las cinco de la mañana del sábado 25 de febrero de 1928, quiso celebrar la Eucaristía pero, sintiéndose muy cansado y con sueño, prefirió dormir un poco para celebrar mejor. Apenas se había quedado dormido cuando un grupo de milicianos y soldados entraron en la habitación y uno de ellos le señaló diciendo: «Ese es el cura, mátenlo». El Padre Toribio se despertó asustado, se incorporó y recibió una descarga. Herido y vacilante caminó un poco; la nueva descarga, por la espalda, cortó su vida y la sangre generosa de Toribio enrojeció la tierra de esa barranca jalisciense.

    La Iglesia –arada de Dios– se edifica con las tareas mismas del campo: hace falta roturar la tierra, sembrar la semilla, regar o pedir que el cielo deje caer agua, escardar y limpiar. Pero el fruto solo se consigue cuando la simiente puesta en el surco muere.

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