Inicio › Foros › Formación cofrade › Santoral › 25/09/2012 San Cleofás y San Alonso, Niño de La Guardia
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25 septiembre, 2012 a las 7:37 #13952
Anónimo
InactivoNuestra Señora de la Fuencisla. Santos: Alberto de Jerusalén, Atanasio, Baldovino, Sergio, confesores; Irene, Aurelia, Neomisia, matronas; Arnolfo, Solemnio, Lupo, Cástor, Anacario, Anatalon, obispos; Antila, Bardomiano, Eucarpo, Herculano, Niño de La Guardia, Formerio, mártires; Ermenfredo, abad; Pafnucio, Ceofrido, monjes; Cleofás, discípulo del Señor; Nilo, anacoreta.San Cleofás.Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús y la otra en San Juan cuando habla de una «María, la mujer de Cleofás» que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde en que fue crucificado y moría Jesús. Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía de haber bastantes en Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía de ser un cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que hoy narramos.
Es la alborada del Domingo. Unas mujeres enamoradas de Jesús quieren envolver en lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cadáver que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando lo pusieron en el sepulcro. En aquel momento hubo tanto… tanto dolor y tan poco tiempo que la noche se echaba encima y solo pudieron improvisar. Hoy, pensaban, con la luminosidad del día, podremos demostrar con obras el amor que le tuvimos sin miedo a que sea un obstáculo el tiempo; sí, hoy será distinto.
El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles avisan que está vivo el muerto. Las mujeres, locas de alegría, nerviosas, corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden creer ese inusitado acaecimiento.
La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados. Como los hombres también lloran, aún mantienen sus ojos la hinchazón y rojez de abundantes lágrimas derramadas a moco tendido no hace mucho tiempo, quizá cuando se despidieron de sus compañeros. Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho. Son tantos años juntos, tantas ilusiones truncadas, tantas promesas secas, tantas alegrías cegadas… hasta los proyectos del Reino se esfumaron con los clavos, la cruz y la lanza. Con Jesús muerto mal se anda.
Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían «ofuscada la mirada». Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les recordó que ya estaba previsto por los profetas.
Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: «Quédate con nosotros, que el día ya declina». El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En este instante le reconocieron.
Ahora, desandar lo andado para decirle a los hermanos que las mujeres mañaneras tenían razón no es pesado, es alegría; avanzan en la noche tan seguros como a pleno día porque lucen mucho las estrellas, los pasos se han tornado ágiles y firmes, el corazón late con fuerza, el gozo se ha hecho vida. Notan la vehemencia de decir pronto a los otros que Jesús sí es el Mesías.
Con Jesús Vivo bien se camina.
San Alonso, Niño de La Guardia.El mundo de la literatura ha dejado constancia de este terrible suceso del siglo XV en los alrededores de Toledo. Lope escribió El Niño Inocente y Quevedo se ocupó de él, proponiendo en carta escrita al rey se dignase disponer las cosas para que el santo Niño compartiera el patronato de España con Santiago; afirmaba que «puede interceder a Dios, como no puede otro alguno, por la pasión que Cristo pasó por él y por la que él pasó por Cristo».
Ya en el año 1501 hay referencias a los lugares de culto en los que se le venera que son los mismos en los que sufrió y fue enterrado. La Guardia lo tomó por Patrón y señala el día de su fiesta. El cardenal Siliceo apoya en 1547 su estatuto de limpieza en la devoción que se presta al Santo Niño. Consta la veneración que los reyes Fernando V, Carlos I y Felipe II le tuvieron. Y se sabe que el papa Pío VII confirmó su culto en 1805.
El siglo XV está plagado de problemas enconados y agudos suscitados por los conversos del judaísmo; motivaron la predicación de Vicente Ferrer y de otros muchos; salieron a la luz disposiciones eclesiásticas y leyes civiles porque hubo persecuciones con matanzas. Se produce un repetido intento sincero para facilitar conversiones al cristianismo; partía la iniciativa de un verdadero afán apostólico, pero al tener siempre pobres o nulos resultados, ni el poder político ni el militar pudieron mantenerse al margen ni sustraer la atención a los hechos. Hubo falsos conversos que seguían practicando un judaísmo casero con repercusiones en el orden social. Los Reyes Católicos, fracasados los esfuerzos persuasorios del 1478, solicitaron del papa Sixto IV la bula para establecer la Inquisición; en el 1480 ya quedaba nombrado el tribunal, pero no por ello estaba asegurado el orden; estaban implicadas personas judías poderosas en dinero y número, como se hizo patente en el complot de Sevilla, el asesinato en Zaragoza del inquisidor Pedro de Arbués en 1485, la resistencia a la entrada de los inquisidores en Teruel, en Barcelona y Valencia. Los alborotos de Jaén y Córdoba del 1467 se repitieron con mayor virulencia en la ciudad de Toledo entre 1486 y 1488.
En los hechos luctuosos de Toledo que terminaron con el martirio del Niño intervinieron once personajes; cinco eran judíos y seis judaizantes. El médico de Tembleque, Yuçá Tazarte, era tenido por judío experto en sortilegios; Benito García de las Mesuras era un judío bautizado y fue quien raptó al niño; Jucé Franco, el zapatero de Tembleque, es judío y relator de los hechos; Fernando Rivera hizo de Pilato; Juan Gómez era el sacristán de La Guardia; los demás se llaman Ça Franco, Alonso Franco, Pedro García, Iohan, Lope y David de Perejón.
En Toledo se van produciendo periódicamente en los dos últimos años actos de penitencia pública humillante con lectura ante todos de los modos probados de haber judaizado. Los penitenciados se cuentan por miles, después de haber confesado su mal obrar. Ya ha habido un centenar de muertos. La situación es verdaderamente triste. Hay pánico inmenso ante tanto espectáculo amargo; los que han judaizado son presa de un miedo inmenso, rezuman odio que les sale por todos los poros del cuerpo y cavilan toda clase de tentativas para salvarse.
A mitad del 1487 o del 1488, Alonso Franco tuvo que hacer penitencia pública en castigo por haber judaizado; ante todos sonaron las disciplinas que rasgaron su carne. Se sintió tan humillado que, en compañía de sus hermanos, concibe un plan de venganza, y pretende inútilmente dar fin a los métodos empleados. Como se decía que el médico de Tembleque conocía el remedio, van a verle y a pedirle consejo; les dice que se hagan con un muchacho. Raptaron en la puerta del Perdón de la Catedral de Toledo al niño de 4 años, hijo de Alonso de Pasamontes (en algún lugar reza como Alonso Martín de Quintanar) y de Juana la Guindera. ¿Qué intentan? Se han confabulado para reproducir en la criatura toda la Pasión de Cristo. Era una diabólica idea que andaba errática por la Europa del tiempo y que acarreó la muerte injusta y cruel de muchos niños.
Lo llevaron al lugar llamado La Hoz de la Guardia y precisan la fecha: el Viernes Santo. Allí, a la luz de la lumbre, abofetean a la criatura, le escupen, le ponen corona de espinas y azotan sus espaldas. El rito se hace pronunciando sortilegios blasfemos. Crucifican al niño, le sacan el corazón con un cuchillo, y llevan su cadáver a enterrar en secreto a un lugar próximo a Santa María de Pera. La forma consagrada para el rito sacrílego mágico que conminaba la muerte de los inquisidores –y de todos los cristianos– rabiando, la facilitó Juan Gómez, sacándola de la iglesia que tenía bajo su custodia.
No conseguido el efecto intentado, deciden llevar el corazón del niño con otra ostia consagrada a Zamora donde saben que vive un importante judío sabio para que realice el sortilegio de manera eficaz. Sorprendidos en el camino, confesaron el hecho. Resultado: Solo el octogenario judío Ça Franco fue perdonado. Tres ya habían muerto. De siete restantes, fueron quemados, unos vivos, y otros –confesos y arrepentidos–, ya estrangulados, en el «Brasero de la Dehesa» de Ávila
Fue un tristísimo hecho más de la historia que acentuó el encono de las posturas religiosas hasta el punto de disponer la autoridad protección para los judíos amenazados de muerte en todas las partes del Reino. El martirio del niño de La Guardia tuvo influencia en la expulsión de los judíos del 1492.
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