Inicio Foros Formación cofrade Santoral 27/01/2012 San Julían, Santa Angela y San Enrique

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    Santos: Ángela de Mérici, fundadora; Emerio y Cándida, Devota, Maura, Teodorico y Domiciano, confesores; Lupo, Julián, obispos; Julián, Avito, Dativo, Vicente, mártires; Mariano, Mauro, abades; Vitaliano, papa; Pedro Egipcio, anacoreta; Enrique de Osó y Carvelló, fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús; Gamelberto, párroco.

    San Julían de Mouras.

    Fue martirizado durante la persecución de Domiciano en un lugar de Galicia, llamado entonces Aguas Quintianas, que tomaron el nombre de Quinto Metelo.

    Solo conocemos su existencia por el Martirologio Romano.

    En la capilla de los mártires de la catedral de Badajoz se instala un pequeño retablo dorado a expensas del Chantre D. Luis Ortiz de León para depositar el cuerpo del mártir. Presenta cuatro columnas estriadas, rematada con una hornacina en donde hay una imagen de la Virgen. Su autor fue Alonso Rodríguez Lucas, en 1678. El Cabildo, a instancia del penitenciario D. Juan Solano de Figueroa, propulsor de la liturgia pacense, insta al Obispo cisterciense de Badajoz D. Fray Francisco de Roys Mendoza, en 1668, a pedir la misa y oficio según las normas vigentes para España. Se fecha su celebración por la Congregación romana el 27 de enero.

    Santa Angela de Mérici

    Quedó huérfana a los dieciséis años. Guapa, heredera de una fortuna nada frecuente, libre de compromisos y con un número mayor de lo deseable de cazafortunas que buscaba su cortejo. Independiente y con una vida por delante. Procedía de una familia rica y noble. Nació en Desenzano, en Italia, cerca del lago Garda, en 1474. Murió en Brescia, en la Lombardía, el 24 de enero de 1540.

    Vivió entre los vapores del Renacimiento. Aquel frenético hacer en arte, pinturas, esculturas, libros y costumbres dejó también una secuela pobre y menos digna en el cambio del pensamiento que llegaba a la degradación de las costumbres. Eso le hizo darse perfectamente cuenta a Ángela de las desastrosas consecuencias que había traído consigo para la vida moral de muchas personas la moda del Renacimiento.

    Quiso hacer algo por la juventud que veía desquiciada, desorientada, maltratada, frecuentemente manipulada y, en tantas ocasiones, pervertida; algo para detener el desmoronamiento de tanta chica joven tratada con desconsideración.

    Se hizo terciaria franciscana y se dedicó a enseñar el catecismo a los niños de su pueblo. Y lo hacía con tal entusiasmo, arte y fruto que la noticia, ya traspasada a la región de Brescia, hace que el papa Clemente VII la llame con el deseo de que la desarrolle en Roma. Las dificultades expuestas y entendidas por ambas partes lo hicieron imposible en aquel momento.

    En 1524 hizo Ángela una peregrinación a Tierra Santa. Esto lo consideró siempre como el mejor regalo de su vida; no se sabe muy bien qué cosa sucedió, ni si aquel prodigio extraño fue o no milagro; pero ella salió a los Santos lugares ciega y regresó con vista. Es el único hecho sobresaliente de su vida.

    En 1535 fundó una congregación religiosa en la iglesia de Santa Afra de Brescia que se llamó la Compañía de las vírgenes de Santa Úrsula; puso la actividad de la nueva familia religiosa bajo la protección de santa Úrsula por ser una santa cuya vida y martirio era un estandarte levantado en alto que representaba el triunfo de la distinción y pureza cristiana sobre la impureza y la grosería de los bárbaros. Ángela de Mérici es así la fundadora de las ursulinas: la primera orden religiosa dedicada a la enseñanza.

    Y curioso. No pretendió darles hábito, ni vida en común, ni votos, ni clausura a aquellas mujeres. Era solo el compromiso de vida cristiana que, por amor a Jesucristo, se comprometían a una actividad apostólica que radicaba en enseñar y esto con espíritu cristiano. No es extraño que fueran consideradas como unas revolucionarias que habían roto lo moldes y que eran difícil de entender. Eran monjas diferentes de todas las demás monjas.

    Luego, después que ella murió, aquellas ursulinas dividieron los carismas: unas quisieron vivir en comunidad sin votos, y así lo hicieron, ayudadas por san Carlos Borromeo, que era muy amigo de la uniformidad; otras ursulinas, sobre todo en Francia, adoptaron los modos propios de la vida en estricta clausura; las más prefirieron seguir el espíritu fundacional, viviendo en sus casas con sus familias y dedicando su vida a la instrucción de las jóvenes. Por eso, por algún tiempo, hubo tres clases de ursulinas, conviviendo en paz.

    Conviene resaltar, de santa Ángela de Mérici, que fue una pionera en eso de fundar una institución secular. Y también pionera en lo de preocuparse de instruir a la juventud mucho antes de que los poderes públicos pensaran en la fundación de ministerios que se ocupasen de dar instrucción, desparramar formación y cultura –eso que se llama enseñanza pública– a los niños y jóvenes, que es la primera de las inversiones a medio o largo plazo para lograr el bien común que están llamados a promover.

    Su vida, como se ve, está lejos de lo ostentoso y llamativo; desde fuera no se descubre nada sensacional; es una vida quemada en el silencio del misterioso amor a Dios y en el servicio entregado al puro servicio del prójimo. Bien lo expresa la iconografía pintando a la santa con un crucifijo en la mano que hace brotar flores de su leño.

    San Enrique de Ossó

    Nace en 1840, el día 15 de octubre, en Vinebre (Tarragona), hijo de Jaime de Ossó y de Micaela Cervelló; aunque su partida de bautismo afirma que fue el día 16, él siempre se fió más del testimonio de su madre que le confirmó su nacimiento coincidente con la fiesta de Santa Teresa de Jesús, que habría de ser su permanente modelo de fidelidad. Él mismo afirma que tuvo «buenos padres, piadosa madre y santos abuelos». Su padre quiso hacerlo comerciante, mientras él quería ser maestro.

    El 15 de septiembre de 1854 muere su madre víctima de la epidemia de cólera que asoló media España y este hecho cambia su vida. En el mes de octubre huye a Montserrat a pie y sin dinero; su propósito es claro y no admite resquicios: «Seré siempre de Jesús», le dice a su hermano Jaime cuando es descubierto su paradero. Desaparecen las dificultades familiares y puede ingresar finalmente en el seminario de Tortosa; más adelante se formará también en el de Barcelona. Antes de ordenarse sacerdote –Tortosa, 21 de septiembre del año 1867– asistió a unos ejercicios espirituales predicados por quien luego sería san Antonio María Claret.

    Su vida sacerdotal se presenta desde los comienzos plena de oración acompañada de sacrificio, está dispuesto a la entrega a Dios sin condiciones, y tiene un afán apostólico ansioso de enseñar a la gente a conocer y amar a Jesús. Pero los tiempos no se lo facilitaban. Estalla la Revolución «Septembrina» del 1868. Hay dificultades importantes: el seminario cerrado, los sacerdotes casi perseguidos y los bienes eclesiásticos incautados. Solo cuando se suaviza la situación política y social puede rehacerse la normalidad y el obispo le encomienda organizar la catequesis de los niños.

    Su celo parece que no tiene límites. Una de las peculiaridades de su vida apostólica es precisamente la capacidad organizativa para dirigir y coordinar los esfuerzos, mediante fundaciones, para que Cristo sea conocido y amado por todos. Al menos cinco fundaciones se pueden contar en su no muy extensa vida sacerdotal en el tiempo: la Asociación de la Purísima Concepción para jóvenes campesinos (1870); Asociación de las Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús, aprobada en 1873, para muchachas jóvenes; la Hermandad Josefina, para hombres (1876); para niños, El Rebañito del Niño Jesús (1876) y la joya más preciosa –que había de ser su alegría y corona de espinas al mismo tiempo–, La Compañía de Santa Teresa de Jesús, que se dedicará a la enseñanza para regenerar el mundo, educando a la mujer según el espíritu de Santa Teresa (23 de junio de 1876), comenzando con ocho jóvenes.

    Otra de las facetas de su vida apostólica intensa es la pluma. Funda en 1871 El Amigo del Pueblo, que es un semanario para criticar los artículos anticlericales de «El Hombre»; seguramente lo hizo muy bien porque la censura llegó a clausurarlo en el año siguiente. El año 1872 es pródigo en escritos y publicaciones: le editan Guía práctica del Catequista, funda la revista mensual Santa Teresa de Jesús y publica el libro El Espíritu de Santa Teresa. Le sigue El Cuarto de hora de Oración, que alcanza en vida de su autor hasta quince ediciones y, en la actualidad, llegan a cincuenta y tres. Y finalmente, en 1890, saca a la luz la trilogía El Tesoro de la Juventud, El Devoto Josefino y Tres Florecillas a la Virgen de Montserrat.

    Entendió bastante de celos, envidias, rivalidades y traiciones con motivo del largo pleito por la casa-colegio que tuvo que soportar para defender los derechos de la fundación Teresiana desde octubre del 1879 hasta octubre de 1886, recorriendo los Tribunales de Tarragona, de la Rota y de Roma con las sucesivas apelaciones y con el desenlace de la sentencia condenatoria. Conoció el abandono de amigos íntimos, la oposición de sacerdotes y del obispo. Supo de calumnias y de abusos de poder. Eran muchos los triunfos apostólicos, era tan grande la entrega, era tan fecunda la labor, era tan amplio el sacrificio… era demasiada la popularidad, había demasiado fuego en sus palabras, eran demasiadas las obras emprendidas, era demasiado el trabajo y demasiada la oración. En fin, era demasiado santo. Las pruebas de la justicia de su causa –que le sobrepasó en vida–, fraudulentamente ocultadas en su momento, no fueron descubiertas ¡hasta el 1967! en los archivos vaticanos.

    Sufrió también pasión y sufrimiento sin cuento por la mala marcha de la Compañía de Santa Teresa de Jesús y por el mal gobierno general que de ella hace Rosario Elíes, la primera Superiora elegida según las Constituciones, que está enferma y por ello incapaz del desempeño del cargo, atornillada a su asiento y apegada al mando, desprovisto de autoridad y solo deja la casa central donde ya no disfruta de cariño, ni aprecio.

    Muere el 27 de enero de 1896, en el convento franciscano de Santo Espíritu, a 17 kilómetros de Sagunto, en Gilet, probablemente por un fallo cardíaco. Han sido 55 años de vida y 28 de sacerdote.

    El 16 de junio de 1993 es canonizado por el papa Juan Pablo II, en Madrid.

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