Inicio Foros Formación cofrade Santoral 27/10/2019 San Caleb o Elesbaán, monje.

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    Santos: Vicente, Sabina, Cristeta, Florencio, Máximo, Venancio, Luciano, Donato, Capitolina, Eroteida, mártires; Frumencio, Desiderio, Quintiliano, Teodoro II, obispos; Néstor, Odrán, Tekla, Haimanot, confesores; Ciriaco, patriarca; Elesbaán, rey; Abraham, anacoreta.

    San Caleb o Elesbaán, monje.

    En casi dos milenios de cristianismo son muchos los casos de soberanos e incluso familias reales enteras que han ascendido a las más altas cotas de santidad; pero entre ellos, los menos conocidos son, indudablemente, los muchos monarcas etíopes, de nombres casi impronunciables para nosotros, venerados como santos locales por la Iglesia copta. Uno de ellos es, precisamente, nuestro santo de hoy, que vivió en el siglo VI, y es conmemorado también por el Martirologio Romano.

    Sus hechos están estrechamente unidos a la muerte de los mártires de Nagrán, ciudad de la Península Arábiga, en el territorio del actual Yemen. Tal zona había sido conquistada por los etíopes a inicios del siglo VI, que se habían ocupado también de la difusión del cristianismo; pero un día el judeo Du Nuwas o Dun’an inició una revuelta que llevó a la muerte del príncipe Aretas, de su mujer, de sus cuatro hijos, y de un centenar de cristianos.

    El Patriarca de Alejandría de Egipto escribió a los obispos orientales recomendándoles venerar a las víctimas de la matanza como mártires, y que incluso los católicos festejamos. Con ayuda del en ese momento emperador Justino, empujó al rey axumita Elesbaan a vengar el asesinato. Esto no resultó del todo mal: reconquistó el Yemen, ajustició a Dun’an y tomó posesión de las principales plazas fuertes. Alban Butler sostenía que «luego de haber dado su escarmiento al tirano gracias a la bendición divina, gestionó su victoria con admirable clemencia y moderación», aunque puesto a la luz de los hechos esa reconstrucción no parece conforme a la realidad: sea en batalla, sea en los sucesivos encuentros con los hebreos, San Elsebaan demostró siempre gran ferocidad y crueldad.

    La tradición cuenta, sin embargo, que al fin de su vida el monarca quiso abdicar en favor de su hijo, donó su corona a la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, y transcurrió sus últimos días llevando una vida de eremita ejemplar en la Ciudad Santa. Allí murió hacia el año 555.

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