Inicio Foros Formación cofrade Santoral 28/05/2018 Santa Helicónide de Tesalónica, mártir.

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    Santos: Justo, Senador, Germán, Nicéforo, Podio, Juvenal, Lanfranco, obispos; Emilio, Félix, Priamo, Feliciano, Crescente, Luciano, Eladio, Pablo, Helicónida, Dioscórides, Carauno, Víctor, mártires; Eugenio, Justo, confesores; Guillermo, eremita.

    Santa Helicónide (Helicónides, Helcónide, Helicónida o Helcónida) de Tesalónica, mártir.

    Hoy, la Iglesia conmemora a esta mártir griega de curioso nombre y con distintas variantes, incluso las indicadas pero sin la H, y que vivió en el siglo III procedente de la ciudad de Tesalónica, aunque como veremos, pasó por dos procesos distintos y acabó sufriendo el martirio en Corinto.

    El Martirologio Romano de 1956 dice textualmente el día 28 de mayo: “En Corinto, Santa Elcónida, mártir, en tiempo del emperador Gordiano. Atormentada primero bajo el presidente Perennio con varios suplicios, y de nuevo torturada por su sucesor Justino, pero librada por un ángel, por último cercenados los pechos, arrojada a las fieras, probada por el fuego y decapitada, consumó el martirio.”

    Desarrollando esta breve aunque detallada referencia podremos conocer un poco mejor a la mártir que celebramos hoy, para lo cual seguiremos su passio griega.

    Según nos dice este relato, Helicónide era una virgen cristiana que vivía en Tesalónica. Durante la persecución del emperador Gordiano, en el siglo III, se había trasladado a la ciudad de Corinto, donde se dedicaba a exhortar a los habitantes para que dejaran de adorar a los ídolos insensibles y abrazaran la fe en Cristo, para que rindieran culto al verdadero Dios, Creador del universo. Es decir, que era una predicadora y que evangelizaba al pueblo.

    Por estas actividades, fue arrestada por orden del procónsul Perinio, Peronio o Perennio -tampoco está claro el nombre exacto de este magistrado- el cual, admirándose de su belleza física, trató de persuadirla, con halagos y amenazas, para que sacrificase a los dioses. Como ella rechazó la oferta, la entregó a los verdugos para que la torturaran, quienes la ataron por los pies a un yugo de buey y le destrozaron las plantas de los pies, la sumergieron en un caldero de plomo derretido y la atormentaron con otras atrocidades de este estilo. Pero de todo esto salió indemne gracias a la intervención de un ángel.

    Temiendo que fuera una hechicera, el gobernador inventó nuevos tormentos para ella: le desollaron la cabeza, le quemaron los pechos y la cabeza con fuego, mientras ella sufría estoicamente el dolor. Peronio entonces mandó suspender el tormento y luego le propuso de nuevo que sacrificara a los dioses, prometiéndole que si lo hacía, le daría grandes honores y la nombraría sacerdotisa. Ya fuera por estar exhausta de dolor o porque ya estaba pensando en su próximo paso, la Santa pareció consentir la propuesta, así que un cortejo de sacerdotes paganos y notables de la ciudad la condujo al templo, al son de trompetas y tambores, para que todos vieran a la cristiana que iba a sacrificar.

    Cuando estuvo en el templo, Helicónide pidió que la dejaran sola y, apenas lo estuvo, abatió y destruyó a todos los ídolos que se encontraban dentro (eran, concretamente, las estatuas de los dioses Palas, Júpiter y Esculapio). Pasado un rato, los sacerdotes entraron en el lugar y, al ver la destrucción cometida por la santa, se enfurecieron y maldijeron a la virgen, gritando: “¡Matad a la hechicera!”. Le dieron una paliza y la arrojaron en prisión, donde permaneció cinco días, pero no quedó abandonada a sus heridas, sino que Cristo Salvador y los santos arcángeles Gabriel y Miguel se le aparecieron para curar sus heridas.

    Entretanto, a Perinio le sucedió otro procónsul no menos cruel, que se llamaba Justino, y que tampoco consiguió vencer la fe de Helicónide. La metió en un horno ardiente, pero las llamas la respetaron y quemaron a setenta soldados que estaban presentes. Fue tendida sobre un lecho ardiente de bronce, pero nuevamente, el mismo Cristo, acompañado por los arcángeles Miguel y Gabriel, se le apareció para reconfortarla y darle la comunión (!!). Le cortaron los pechos y luego soltaron sobre ella tres hambrientos leones, que sin embargo, se acercaron mansamente a ella y se echaron a sus pies. La multitud pagana, al ver esto, en lugar de compadecerse gritaba: “¡Muerte a la hechicera!”. Como si hubieran entendido lo que la gente decía, los tres leones saltaron fueran de la arena y atacaron al público, que huyó aterrorizado (!!). No sabiendo ya qué hacer con ella, el gobernador ordenó decapitarla. Ella marchó a su propia ejecución contenta, y oyó una voz convocándola a las moradas celestiales. Finalmente, la decapitaron, y en el instante de su muerte se obró un nuevo prodigio, pues de su cuello cortado manó leche, no sangre. Su cuerpo fue reverentemente enterrado por los cristianos.

    Aunque la passio dice que está escrita en base a los testimonios oculares de dos personajes llamados Luciano y Pablo de Samosata, no merece crédito alguno por razones obvias. Con todo, aunque el relato en sí carezca de todo valor crítico e histórico, sería demasiado aventurado descartar igualmente la existencia de esta mártir, que es igualmente venerada por la cristiandad católica y ortodoxa. Existe la posibilidad de que estemos ante una mártir real, pero cuya vida y martirio está adornada de clichés tan típicos, que no ha quedado nada a lo que recurrir para conocer a quién está detrás de este cuento tan dramatizado.

    Los bolandistas, en el Acta Sanctorum, han deducido que su martirio pudo haber tenido lugar en el año 244, último año del reinado del emperador Gordiano III -pues, efectivamente, hubo tres emperadores romanos con este nombre, y el relato elude identificar exactamente a cuál se refiere-.

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