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    Buenas noches: mañana es Nochebuena, fiesta muy importante dentro de la vida cristiana, ya que Dios se abaja haciéndose hombre. Como en el Adviento os dejo unas líneas de Joan Chittister; es largo, pero merece la pena su lectura estos días.

    Navidad:

    La llegada de la Luz

    [align=justify]A pesar de todos los intentos por hacer que los calendarios encajen con el acontecimiento, nadie sabe con certeza la fecha en que nació Jesús. El origen de la festividad de la Navidad, de hecho, se ignora totalmente. Por qué comenzó a celebrarse, dónde exactamente dónde, o quién comenzó a hacerlo, es algo absolutamente incierto. Pero lo que no se ignora es que, durante siglos, ha habido dos celebraciones de la Navidad completamente distintas. Y sigue habiéndolas.

    Una celebración de la Navidad comenzó a celebrarse en Occidente el 25 de diciembre, mientras que en Oriente comenzó celebrarse, posteriormente, el 6 de enero. Ambas fechas han sido absorbidas en los respectivos calendarios litúrgicos, pero por diferentes razones y de diferentes modos. Las teorías acerca de los inicios de estas festividades proporcionan una nueva percepción de ambas.

    La primera de las teorías tiene en cuenta la astronomía y la astrología para establecer las fechas. Los solsticios y los equinocios, que tienen lugar durante el año en los últimos días de cada trimestre —marzo, junio, septiembre y diciembre—, señalan el cambio de las estaciones. Los solsticios son las dos ocasiones del año en que el sol está a mayor distancia del ecuador celeste. El solsticio de verano en el hemisferio norte tiene lugar alrededor del 21 de junio, el día más largo del año, cuando el sol se encuentra en su punto de mayor altitud sobre la tierra. El solsticio de invierno tiene lugar en tomo al 21 de diciembre y es el día más corto del año.

    Los equinocios, esos días en que el día y la noche tienen la misma duración, tienen lugar también dos veces al año. En el hemisferio norte, el equinocio de primavera es en torno al 21 de marzo, y el equinocio de otoño en torno al 22 de septiembre.

    En las sociedades antiguas, ambas ocasiones tenían significación litúrgica, así como con respecto al calendario. Los solsticios y los equinocios son signos astrológicos del cambio de las estaciones. En consecuencia, los festivales de la fertilidad, con sus ritos de primavera y de la llegada de nueva luz en pleno invierno, eran momentos de gran significado en una sociedad agrícola. ¿Qué meses mejores que esos, marzo y diciembre, solsticio y equinocio, para celebrar la irrupción de la divinidad en la esfera de la humanidad?

    Una segunda teoría esgrimida para explicar las dos celebraciones de la Navidad tiene que ver con el principio de simetría, la correspondencia exacta de una fecha con otra. De acuerdo con las creencias generales de la época, la grandeza se señalaba por la simetría de las fechas del nacimiento y la muerte de una persona. Se partía de la base de que los grandes personajes nacían y morían en la misma fecha. Desde esta perspectiva, la fecha del nacimiento de Jesús podía determinarse por la fecha de su muerte, y esta, como es natural, podía calcularse por la fecha de la Pascua judía. Por lo tanto, al menos según algunos, la muerte y la concepción de Jesús habrían sido el 25 de marzo. De acuerdo con principio de simetría, pues, el nacimiento de Jesús habría tenido lugar exactamente nueve meses después e la misma fecha, el 25 de diciembre.

    En Oriente, donde el calendario juliano y su sistema de cálculos astrológicos sigue siendo la norma, la Pascua se celebra el 6 de abril. Y el nacimiento de Jesús, de acuerdo con esas cuentas simétricas, habría tenido lugar el 6 de enero.

    Hasta el día de hoy, por consiguiente, Occidente celebra la Navidad el 25 de diciembre, y Oriente el 6 d enero. A establecer una y otra fechas se ha llegado en virtud del principio de simetría, pero de acuerdo con métodos de cálculo diferentes.

    La Navidad en Occidente comenzó a ser celebrada e Roma en el año 336 y se extendió rápidamente. Pero 1 fecha es mucho más tardía que en España y la Galia, Suiza y Bélgica, donde ya se celebraba anteriormente, lo que indica, por supuesto, que la celebración universal de la Navidad en Occidente tardó siglos en desarrollarse.

    La tercera teoría en relación con los diferentes cálculos de la Navidad es que tanto la Navidad en Occidente como la Epifanía en Oriente fueron la respuesta cristiana a las festividades paganas: la festividad del sol en Occidente, y el solsticio de invierno en Oriente.

    Sean cuales sean las teorías que puedan algún día establecerse a propósito del origen de la festividad, lo importante es que, del mismo modo que la muerte de Jesús tuvo lugar en un momento significativo, también ocurrió lo mismo con su nacimiento natural, señal de un acontecimiento que cambió el mundo. Con la publicación del Edicto de Milán en el año 313, los cristianos pudieron por fin dar culto libremente, en lugar de dar culto al dios romano Sol Invictus, el «sol invencible», el 25 de diciembre. Los cristianos aducían que el 25 de diciembre era realmente la festividad del «Hijo de la Justicia», la verdadera Luz que había venido a inaugurar el reino de Dios, a salvar al mundo, a cambiar la noción misma de vida tal como había sido conocida hasta el momento. Y por eso la Navidad se inauguró oficialmente en Occidente.

    En Oriente, por otro lado, donde el nacimiento del dios Aion se celebraba en Alejandría como parte del reconocimiento de esa cultura al vivificante solsticio de invierno, el 6 de enero se convirtió en la festividad cristiana de la manifestación de Jesús al mundo como Hijo de Dios. El 6 de enero, por tanto, no era celebrado en los primeros tiempos como el nacimiento histórico de Jesús en la Iglesia oriental, sino que era la celebración de su bautismo, su nacimiento espiritual, cuando el Hijo del Hombre fue manifestado también como Hijo de Dios (Mc 1,11).

    Sean cuales sean las explicaciones de la festividad que den fundamento a la fecha de la Encarnación, en último término todas ellas confluyen en la celebración de la vida, de la grandeza de Dios y de la manifestación de la divinidad en medio de nosotros.

    El caer en la cuenta del don de la vida, de la grandeza de Dios y de la presencia de la divinidad en medio de nosotros es lo que da profundidad a nuestra vida. Son estas cosas las que hacen que la celebración de la Navidad sea algo más que una mera conmemoración de una fecha de nacimiento histórica. Nosotros no llegamos a la Navidad pretendiendo que el niño Jesús nace de nuevo ese día, ni tampoco pretendemos que ese día el niño Jesús nace místicamente en nosotros. Llegamos a la Navidad buscando signos de la presencia de Jesús manifestada en nuestra vida y nuestro tiempo, en nosotros y en el mundo qué nos rodea.

    En la Navidad y en la Epifanía, en las celebraciones oriental y occidental del nacimiento de Jesús, se nos induce a ver a Jesús encarnado de nuevo ante nuestros ojos. Cuando sentimos la tentación de pensar en la Encarnación simplemente como el nacimiento físico de Jesús, la Iglesia oriental nos lleva a ver más allá de lo obvio. Aunque la Iglesia oriental no hace hincapié en el nacimiento de Jesús en la carne, la teología oriental es muy clara acerca de las manifestaciones de Jesús de la divinidad en la vida. Entre las dos tradiciones de la Navidad y la Epifanía, emergen cuatro poderosas imágenes de la presencia continua y el poder de Jesús en el mundo hasta él día de hoy. En consecuencia, la Navidad y la Epifanía pueden verse como dos aspectos de una única celebración de la Navidad, y no como dos festividades diferentes.

    En primer lugar, mientras Occidente se centra en la manifestación de Jesús en la carne, Oriente celebra el bautismo de Jesús, su manifestación a nosotros como Hijo de Dios. En un periodo de lucha contra la afirmación arriana de que Jesús era humano, pero no divino, Oriente nos recuerda el texto de la Escritura: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 17,5). No cabe duda, como nos muestra la Iglesia oriental, de que después del bautismo de Jesús sabemos claramente de quién es Hijo ese Jesús. Cuando sentimos la tentación de preguntarnos, como la Iglesia de los primeros tres siglos, si Jesús era simplemente humano, en lugar de ser también divino, el énfasis oriental en el bautismo de Jesús en el Jordán aclara totalmente el tema. Esta festividad no es la celebración del «niño Jesús», sino del nacimiento de Jesús de Nazaret como Hijo de Dios.

    En segundo lugar, ambas festividades subrayan y celebran la manifestación de Jesús al mundo a través de los Reyes Magos. El mundo entero rinde homenaje al Señor de todo en esta festividad. Jesús no es una especie de icono meramente cristiano, no es otro profeta judío más, sino que es Aquel al que toda la raza humana espera, Aquel cuya estrella todos seguimos.

    En tercer lugar, Jesús manifiesta su poder divino sobre las cosas de la tierra mediante la inclusión de la transformación del agua en vino en las bodas de Caná en las lecturas litúrgicas.

    Finalmente, en Occidente, la venida de Jesús en la carne, su ser como nosotros, su crecimiento en edad y en gracia, como también nosotros debemos hacer, se convierte en el centro de la festividad. Aquí se acentúa la encarnación misma, la humanidad de Jesús. Jesús es Aquel que es igual que nosotros, que comparte nuestra vida de principio a fin, que nos comprende porque es uno de nosotros.

    Las dos iglesias de Oriente y Occidente celebran entre sí cuatro manifestaciones de Cristo en Navidad: como Hijo celestial de Dios, como Rey de las naciones, como Señor de la creación y como niño humano. Obviamente, entender el significado subyacente a la celebración de la festividad alternativa de Navidad/Epifanía proporciona, al mismo tiempo, una comprensión más profunda de nuestra propia celebración.

    En esto es en lo que nos centra el año litúrgico al comienzo del año: la clara manifestación de Aquel al que seguimos mediante esta representación de la vida de Jesús año tras año. La festividad de la Navidad/Epifanía confirma el arco entero de la cristología. Este es tanto el Dios que viene a nosotros como el ser humano que se eleva hasta Dios.

    La Navidad no gira en torno a un niño, no es piedad sentimental, no es fantasía cristiana. La Navidad es una festividad sumamente adulta que nos lleva más allá del pesebre de Belén, haciéndonos reconocer quien es ese a quien nosotros, como las personas del tiempo de Jesús, aceptaremos o rechazaremos en todo cuanto hagamos en la vida este año.

    Jesús es verdaderamente la plenitud de las «Antífonas O» del Adviento, esas penetrantes revelaciones proféticas de Isaías que nos dicen exactamente Quién es el que ha venido, Quién está con nosotros, Quién tiene aún que venir de nuevo. Es la Sabiduría, Adonai, el Brote de Jesé, la Llave de David, la Aurora Radiante, el Dios de toda la tierra, Emmanuel, Dios con nosotros.[/align]

    El tiempo de Navidad:

    Estrellas-guía

    [align=justify]En los Estados Unidos, apenas se ha quitado la mesa de la cena de Acción de Gracias cuando la gran festividad secular de nuestro tiempo —las compras de Navidad, nuestra adoración cívica en el santuario de la economía local— comienza a hacerse oír con estrépito. En Occidente, al menos, se ha convertido en un tiempo de compras frenéticas, deleites de cuento de hadas, excesos comerciales y fantasía centrada en los niños. Santa Claus ha llegado a ser la «razón de este tiempo», incluso en los hogares cristianos, y el «Feliz Navidad» se ha transformado en «Felices vacaciones».

    El tiempo de Navidad se ha travestido en secularización de la salvación del alma; se ha convertido en el Adviento secular. Compramos y envolvemos y acarreamos…, y en un momento abrimos paquetes y arrojamos a la basura las cajas rotas, los lazos y los envoltorios, esperando que llegue el mismo tiempo al año siguiente. Pero no para el cristiano. Para el cristiano, el tiempo de Navidad es muchísimo más que esto.

    Para el cristiano impregnado de la espiritualidad del año litúrgico, la Navidad no es un único acontecimiento; es todo un tiempo de festividades, desde el 25 de diciembre hasta el domingo después de la Epifanía, a mediados de enero. Cada una de ellas está destinada a hacemos profundizar cada vez más en nuestro compromiso, en nuestra comprensión, en nuestra fe y, puede que sobre todo, en nuestra esperanza. Es un tiempo litúrgico que pone fulgor en el alma. Estas festividades nos llevan a las intuiciones místicas que caracterizaron la Primera Venida de Jesús y son importantes para nuestra fe en su Segunda Venida. De pronto, en el remoto Jerusalén, en un imperio dedicado a recaudar impuestos y a controlar los disturbios, en una comunidad hebrea oprimida por un poder extranjero, pero alimentada por antiguas profecías de esperanza y liberación, muchos van adquiriendo progresivamente conciencia de que los fundamentos del cielo y de la tierra se han visto sacudidos. El mundo ha cambiado. La gravidez de la esperanza humana y la convicción de la posibilidad divina estaban en el aire.

    Nos vemos atraídos por los tres aspectos de la Navidad: la misa de la vigilia, la Misa del Gallo, y la misa del alba. Pero el día de Navidad no agota el tiempo de Navidad. El pleno alcance de la Navidad sólo se experimenta en las festividades de la Sagrada Familia, María madre de Dios, Epifanía y Bautismo de Jesús. Es en estos otros aspectos del nacimiento de Jesús en los que el tiempo de Navidad nos hace fijarnos. Este tiempo no celebra simplemente el nacimiento del Niño, sino la conciencia de la acción constante de Dios en él, el fundamento de nuestra esperanza de liberación que marca nuestra vida y eleva nuestro corazón. No nos quedamos preguntándonos, como Juan el Bautista, si es «este el que ha de venir» (Lc 7,20). Podemos verle crecer en Dios más y más a cada paso del camino.

    Cada festividad de las navidades es una estrella más en el horizonte del alma que confirma lo que nuestro corazón ya sabe: que Dios está con noso4os. El Alba Radiante ha engullido la oscuridad. Es en verdad el Tiempo de la Luz.

    Pero la luz es más elusiva de lo que nos gusta recordar. Cuando los antiguos observaban el solsticio de invierno, lo hacían con miles de años a la espalda temiendo que, una vez que hubiera partido, la luz pudiera no regresar. Puede que esta vez no volviera para calentar la tierra, hacer crecer las semillas o estimular las cosechas de las que dependían para vivir. Los grandes monumentos antiguos —Stonehenge en Inglaterra o New Grange, más antiguo incluso, en Irlanda— se construyeron para surtir efecto en medio del húmedo, frío y oscuro invierno, cuando la oscuridad era más profunda, más larga y más cruel. Entonces la luz era tenue. Entonces, incluso los días eran grises. Los monumentos fueron construidos para captar el primer resplandor de la luz después de la noche más larga del año. Cuando los días eran más oscuros, entonces llegaba la luz. Pero no había seguridad de que así ocurriera. Había que ser paciente, tener esperanza, ser fuerte. Se celebraba el retorno de la luz, y ese retorno de la luz daba razones para la esperanza un año más.

    También para el pueblo elegido, en la época del nacimiento de Jesús, el mundo estaba en la oscuridad.

    Fue en tiempos del emperador Aureliano, concretamente en el año 274, cuando se empezó a dar culto al Sol Invictus, «el sol invencible»; más tarde, en el año 321, el día fue declarado oficialmente «día de descanso»’, para que el mundo entero supiera lo que en esta época podríamos estar más inclinados a dar por supuesto. Aquellos hombres conocían el significado de la luz, el impacto de su presencia, el hecho de que no podamos vivir sin ella. Y los cristianos del imperio sabían que la luz del alma trasciende con mucho la luz del sol.

    Unos siglos más tarde, aquella pequeña comunidad cristiana en el corazón del imperio sabía que, para ellos, la Luz que era Jesús había conquistado la oscuridad que había amenazado con aniquilarlos totalmente.

    Ahora les correspondía a ellos vivir a esa luz, no temer la oscuridad nunca más, comprender que «el pueblo que caminaba en tinieblas» había visto verdaderamente «una gran luz» (Is 9,2). Eran, después de todo, personas de la cruz y del sepulcro, así como de la luz. Sabían, como ningún otro, que los dos acontecimientos eran realmente uno. Ni pesebre ni cruz. Ni cruz ni sepulcro vacío. Era todo en una pieza.

    En la antigüedad, la Iglesia pensaba en la Navidad como la Pascua paso) de Jesús del cielo a la tierra, debido a la cual la Gran Pascua de Jesús de la tierra al cielo era realmente posible.

    Ahora les tocaba a ellos dar a conocer la Luz, llevarla a otros, descansar en su certeza, por más oscuras que fueran las noches que les aguardaban.

    El tiempo de Navidad, silo vemos en su conjunto y no como un acontecimiento aislado (y, en nuestro tiempo, como un concepto de la festividad totalmente distorsionado e incluso engañoso), puede encender la chispa que nos guíe en la oscuridad de nuestra vida cada día del año. Es la luz de la Navidad dentro de nosotros la que nos guiará —si tenemos la sabiduría de aferrarnos a ella más allá de un cuento de hadas que dé cuenta de las grandes verdades de la fe— a comprender la esencia de los días oscuros de la vida.

    La Navidad no está destinada a dejamos únicamente con una percepción infantil del significado de un niño en un pesebre, sino a elevamos un nivel de madurez espiritual en el que seamos capaces de ver en el pesebre el significado del sepulcro vacío. Esta destinada a capacitarnos para ver en los días oscuros de la vida las estrellas que brillan por encima de ellos.[/align]

    Tiempo de Navidad:

    La plenitud de los tiempos

    [align=justify]Hay una narración popular acerca de tres ciego daban vueltas alrededor de un elefante para deten qué clase de animal podría ser. Uno tomó la cola del elefante y dijo: «Esta criatura es muy parecida a una da». El segundo tomó la trompa y dijo: «Esta criatura muy parecida a una lanza». Y el tercero, dando pataditas en el enorme y duro costado del animal, «Esta criatura es sin duda un muro». Obviamente, cualquiera de ellos hubiera logrado tener las tres acepciones al mismo tiempo, los tres hombres habrían aprendido mucho más acerca de los elefantes que cada uno de ellos por separado.

    La espiritualidad litúrgica es algo parecido. Cada tiempo litúrgico tiene un elemento central que absorbe gran parte de nuestra atención y en el que nos centramos —el día de Navidad o la resurrección—, pero es capaz de recorrer reflexivamente todas las demás partes de cada ciclo concreto para darnos la imagen plena y auténtica de la esencia de la festividad.

    El tiempo de Navidad no tiene que ver con un día festivo, sino que es una serie de festividades que nos introducen en una especie de gloria refractada: los fundamentos, los otros elementos del mosaico que completa festividad misma.

    Las festividades de un tiempo litúrgico nos hacen entender mejor la esencia de la festividad principal de ese tiempo, nos ayudan a entender la festividad desde múltiples perspectivas y variados niveles de significado. Juntas, crean un mosaico que nos muestra el pleno significado de la festividad. Nos proporcionan un modo distinto de ver nuestro mundo, porque a través de ellas vemos a Jesús de manera diferente. Y nos aportan la esperanza que nos permite movemos en las partes oscuras la vida espiritual con confianza y convicción.

    La Navidad —la luz que brilló en un pesebre— fue también, como sabían nuestros predecesores, la luz que los guió más allá de ella. Si Dios está verdaderamente con nosotros, si se ha manifestado entre nosotros, si nos acompaña al caminar, si conoce nuestros dolores y esperanzas, entonces la vida no es un bosque oscuro y sin salida. Es una oscuridad que, por más oscura que sea, es siempre vencida por la luz.

    Pero ¿cómo lo sabían ellos? ¿Y cómo lo sabemos nosotros? Lo sabemos porque en torno a la festividad de Navidad hay unas festividades que nos hablan de la verdadera naturaleza de ese Niño que, con los pastores, comprendemos que vive con nosotros, en nosotros, tanto hoy como ayer. Las festividades menores de las Navidades nos proporcionan mucho más que un pesebre; nos proporcionan, como adultos, modelos de acuerdo con los cuales yivir si también nosotros estamos impregnados de Jesús y llenos de nueva vida.

    La festividad de la Sagrada Familia

    La festividad de la Sagrada Familia retrata a Jesús en un hogar en el que crece en edad, sabiduría y gra 2,52) Es un modelo de lo que queremos para los niños de nuestro tiempo. Es un modelo de la forma de amor y cuidados que estimulan a los niños a crecer para ser ellos mismos, pero guiándolos en su crecimiento

    Esta festividad nos da pie para detenemos y mirar a nuestra familia, tanto la familia en la que crecimos como aquella de la que ahora formamos parte. Y suscita en nosotros un cuestionamiento acerca de la armonía del hogar en el que estamos ahora y del papel que desempeñamos tanto en relación con su paz como con su falta de paz. Somos inducidos a preguntamos qué sabiduría, madurez y virtud son capaces de ver en nosotros los niños de nuestro tiempo que se les pueda transferir a ellos. Debemos preguntarnos si estamos aprendiendo unos de otros, si nos ocupamos unos de otros, si somos más espirituales al avanzar juntos. Y si no es así, a qué se debe? ¿Y qué pretendemos hacer al respecto, como hizo Jesús, por el bien del resto del mundo?

    La octava de Navidad:

    la festividad de María, madre de Dios

    Muy pocas festividades tienen octava o conmemoración a los ocho días de la festividad, pensada para dar incluso mayor significado a la dignidad y la importancia de la celebración. Como el incienso, la octava es un dulce recuerdo, ocho días después, de lo que ha ocurrido anteriormente. Es el aura de la festividad, tan importante, tan impactante, que el poder de su presenciaen el alma humana permanece mucho después de la fiesta. Aunque no sirva para otra cosa, es la octava la que dice a lo más profundo de nosotros: No pases por alto lo que acabas de ver Piénsalo de nuevo. Piensa en ello siempre.

    Del mismo modo, esta festividad añade otro estrato a la Navidad. La octava de la Navidad, el 1 de enero, mientras somos aún muy conscientes del nacimiento de Jesús, nos confronta con la solemnidad de María, Madre de Dios. Pero esta festividad no es la respuesta de la Iglesia al «día de la madre», tan común en el mundo secular, sino que es una declaración acerca de María y de Jesús. Sabemos que ella es humana y que, por lo tanto, también lo es El. Este Jesús no es un dios griego ni un ser de otro planeta ni un cuente de hadas divino. Este Niño, nacido de María, es de los nuestros. La solemnidad de María es una teología que ocasiona un auténtico cataclismo en relación con la comprensión tanto de la compasión de Dios por las limitaciones humanas como de la capacidad del espíritu humano de crecer en divinidad.

    La Epifanía

    La segunda gran festividad del tiempo de Navidad, que amplía nuestra conciencia de la persona de Jesús, es la celebración en la Iglesia de Occidente de la antigua festividad oriental de la Epifanía. Mientras la Iglesia oriental se centra en el bautismo de Jesús como revelación divina de la sagrada Trinidad, la Iglesia occidental continúa manteniendo la historia de los Magos. Estos reyes extranjeros, alertados por extrañas manifestaciones de las estrellas en los cielos, como los pastores, encuentran el camino hacia el Niño y, dice la Escritura, «le rindieron homenaje» (Mt 2,2). El mundo reconoce lo celestial en ese Niño. Y el Niño reconoce al pueblo de Dios en ellos. No es únicamente un niño cristiano; este Niño pertenece al mundo

    El bautismo de Jesús

    El domingo después de la Epifanía finaliza en Occidente el tiempo litúrgico de Navidad con la celebración del bautismo de Jesús por Juan en el Jordán. Como apunta la Iglesia oriental, en este momento es cuando vemos por primera vez la unión del Dios Creador, del Dios Hijo y del Dios Espíritu Santo. Pero vemos también algo más. Vemos a Jesús aceptando el bautismo de Juan como signo de que acepta también la humanidad. La suya y la nuestra, con todas sus luchas, sus limitaciones, sus cargas y su centramiento en lo último, en lo divino.

    Las festividades de las Navidades aclaran el pleno significado de la Navidad. No hay duda de que este Niño es humano, pero es también de origen tan celestial corno terrenal. A la luz de este Niño, todos caminamos a salvo a través de lo desconocido. Todos estamos aquí con los Magos, llenos de dones que ofrendar en su nombre. Es más, con la apertura de los cielos a orillas del Jordán, todos tenemos nuestra primera visión de la vida más allá de la vida.

    La Navidad es mayor que un bebé en un pesebre. La Navidad es la venida de todo un mundo nuevo. Más aún, es lo que hace posible ese mundo.[/align]

    Espero que os guste.

    Fraternalmente.-

    #11915
    Anónimo
    Inactivo

    Muy bueno, Josma….muy bueno.

    Y FELIZ NAVIDAD PARA TODOS.

    #17968
    Anónimo
    Inactivo

    Muy bueno, Josma….muy bueno.

    Y FELIZ NAVIDAD PARA TODOS.

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