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    Texto del Evangelio:

    Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24,46-53

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

    – Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

    Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.

    Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.

    Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.

    Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

    Comentario:

    EL ÚLTIMO GESTO

    Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente. No tenía poder político ni religioso para provocar un cambio revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los que sufren.

    Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. «Abraza» a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. «Toca» a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. «Acoge» amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.

    No son gestos convencionales. Le salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el «vaso de agua» que damos a quien tiene sed.

    A Jesús le gusta sobre todo «bendecir». Bendice a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la bendición de Dios.

    No es extraño que, al narrar la despedida de Jesús, Lucas lo describa levantando sus manos y «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición.

    Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente «maldecir», condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan «bendecir», buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.

    Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el profeta que bendecía a las gentes con sus gestos y palabras de bondad.

    ENTREGAR LA VIDA

    Hay muchas formas de vivir y también de morir. La muerte parece igual para todos pero no es así. Cada persona la vive a su manera. Cada uno se adentra en su misterio desde una actitud propia y personal. No es lo mismo morir entregando confiadamente la vida que morir rebelándose ante lo inevitable.

    Para quien se agarra a esta vida como un bien definitivo, la muerte es la máxima desgracia, el enemigo supremo que nos ataca desde fuera y nos arrebata lo más precioso que tenemos: ese aliento misterioso que nos hace existir. Pero, ¿es posible acercarse a la muerte desde otra actitud?

    Para un creyente, la vida es un regalo. El gran regalo que recibimos gratuitamente del Creador. No es una posesión. No es algo que hemos fabricado nosotros. Yo no hago nada para que la sangre corra por mis venas. No trabajo para hacer latir a mi corazón. Vivo sostenido misteriosamente por Dios.

    Quien vive desde esa actitud, sin sentirse dueño y señor exclusivo de su existencia, puede morir entregando confiadamente su vida al Creador. No es fácil. La muerte no pierde nunca su trágica seriedad. Pero morir se convierte en un acto de fe, el acto de fe más grande que podemos hacer los humanos: poner nuestra existencia definitiva en manos de Aquel que es la fuente misteriosa de nuestro ser.

    No es lo mismo morir «que entregar la vida». Para quien entrega la vida, la muerte no es algo que le sobreviene fatalmente desde fuera, sino el abandono confiado en Dios. Este «entregar la vida» no es necesariamente un acto puntual que se ha de hacer en el momento final. Es una orientación de toda la vida. La entrega final se prepara de muchas maneras y no es sino la culminación de todo un estilo de vivir.

    La muerte se anticipa en muchas pequeñas muertes. La entrega se anticipa en muchas pequeñas entregas. Es la renuncia al afán de preservar la vida en este mundo la que nos conduce a disfrutar para siempre de la vida eterna.

    A Jesús nadie le arrebató la vida, la entregó él confiadamente al Padre. Por eso, Dios lo resucitó. Éste es el núcleo de la fiesta cristiana de la Ascensión

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