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1 julio, 2010 a las 15:20 #7301
Anónimo
InactivoOs adjunto el comentario al Evangelio del domingo en primer lugar y luego una serie de consideraciones para el verano. Enviados a anunciar a Dios curando
En algún momento Jesús envió a sus discípulos por las aldeas de Galilea a colaborar con él en la tarea de abrir camino al reino de Dios. Todo hace pensar que fue una misión breve y estuvo limitada al entorno de los lugares donde se movía él. ¿Respondía a una estrategia madurada por Jesús con una finalidad práctica o se trató de un modesto ensayo con un carácter fuertemente simbólico? Tal vez Jesús les quiso hacer ver cómo se podía colaborar con él en el proyecto del reino de Dios. Los enviados no actúan por iniciativa propia, sino en nombre de Jesús. Hacen lo que les ha indicado y tal como les ha ordenado. Son sus representantes.
En concreto, Jesús les da poder y autoridad no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias . Estas serán las dos grandes tareas de sus enviados: decir a la gente lo cerca que está Dios y curar a las personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento en sus vidas. Las dos tareas son inseparables. Harán lo que le han visto hacer a él: curar a las personas haciéndoles ver lo cerca que está Dios de su sufrimiento: «Allí donde lleguéis, curad a los enfermos que haya y decidles: el reino de Dios está cerca de vosotros». Jesús estaba creando así una red de «curadores» para anunciar la irrupción de Dios, como el Bautista había pensado en una red de «bautizados» para alertar de la llegada inminente de su juicio. Para él, curar enfermos y expulsar demonios es lo primero y más importante. No encuentra un signo mejor para anunciar a Dios, el amigo de la vida. Según un episodio recogido en las fuentes cristianas, un día los discípulos vienen a Jesús para informarle de que han visto a uno que está expulsando demonios en su nombre, aunque no es del grupo. Ellos ya han tratado de impedírselo, pero conviene que Jesús esté advertido. Los discípulos no piensan en la alegría de quienes han sido curados por aquel hombre; lo que les preocupa es su grupo: «No es de los nuestros». Esta fue la respuesta de Jesús: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está de vuestra parte». ¿Cómo va impedir Jesús que los enfermos sean curados, si es el mejor signo de la fuerza salvadora de Dios?
Jesús ve a sus discípulos como «pescadores de hombres». La metáfora es sorprendente y llamativa, muy del lenguaje creativo y provocador de Jesús. Se le ocurrió seguramente en las riberas del mar de Galilea, al llamar a algunos pescadores a abandonar su trabajo para colaborar con él. En adelante pescarán hombres en vez de peces: «Seguidme y os haré pescadores de hombres». La expresión resulta algo enigmática. Profetas como Jeremías habían utilizado la pesca y la caza como imágenes negativas para expresar la captura de los que serían sometidos a un juicio de condenación; en Qumrán se hablaba del demonio como «pescador de hombres». En nada de esto pensaba Jesús. La metáfora cobraba en sus labios un contenido salvífico y liberador. Él llama a sus discípulos para rescatar a las personas de las «aguas abismales» del mal, para liberarlas del poder de Satán y para introducirlas así en la vida del reino de Dios.
Sin embargo, la imagen no deja de ser extraña, y fue olvidada por los misioneros cristianos, que nunca se llamaron «pescadores de hombres».
Lo que nunca olvidaron fueron las instrucciones que les dio al enviarlos a su misión. Jesús quería imprimir a su grupo un estilo de vida profético y desafiante. Todo el mundo lo podrá ver plasmado en su manera de vestir y de equiparse, y en su forma de actuar por las aldeas de Galilea. Lo sorprendente es que Jesús no está pensando en lo que deben llevar consigo, sino, precisamente, en lo contrario: lo que no deben llevar, no sea que se alejen de los últimos.
No deben tomar consigo dinero ni provisiones de ningún tipo. No llevarán siquiera zurrón, al estilo de los vagabundos cínicos, que colgaban de su hombro una alforja para guardar las provisiones y limosnas que iban recogiendo. Renunciar a un zurrón era renunciar a la mendicidad para vivir confiando solo en la solicitud de Dios y en la acogida de la gente. Tampoco llevarán consigo bastón, como acostumbraban los filósofos cínicos y también los esenios para defenderse de los perros salvajes y de los agresores. Deben aparecer ante todos como un grupo de paz. Al acercarse a las aldeas, lo harán de manera pacífica, sin asustar a las mujeres y los niños, aunque sus varones estén trabajando en el campo.
Irán descalzos, como los esclavos. No llevarán sandalias. Tampoco una túnica de repuesto, como llevaba Diógenes el cínico para protegerse del frío de la noche cuando dormía al raso. Todos podrán ver que los seguidores de Jesús viven identificados con las gentes más indigentes de Galilea. Las instrucciones de Jesús no eran tan extrañas. Él era el primero en vivir así: sin dinero ni provisiones, sin zurrón de mendigo, sin bastón, descalzo y sin túnica de repuesto. Los discípulos no harán sino seguirle. Este grupo, liberado de ataduras y posesiones, identificado con los más pobres de Galilea, confiando por entero en Dios y en la acogida fraterna, y buscando para todos la paz, llevará hasta las aldeas la presencia de Jesús y su buena noticia de Dios.
Jesús los envía «de dos en dos». Así podrán apoyarse mutuamente. Además, entre los judíos era más creíble una noticia cuando venía atestiguada por dos o más personas. Se acercarán a las casas deseando a sus moradores la paz. Si encuentran hospitalidad, se quedarán en la misma casa hasta salir de la aldea. Si no los acogen, marcharán del lugar «sacudiéndose el polvo de la planta de los pies». Era lo que hacían los judíos cuando abandonaban una región pagana considerada impura. Tal vez no hay que tomarlo en el sentido trágico de un juicio condenatorio, sino como un gesto divertido y gracioso: «Allá vosotros».
En cada aldea han de hacer lo mismo: anunciarles el reino de Dios compartiendo con ellos la experiencia que están viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los enfermos del pueblo. Todo lo han de hacer gratis sin cobrar ni pedir limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de los vecinos. No es una simple estrategia para sustentar la misión. Es la manera de construir en las aldeas una comunidad nueva basada sobre unos valores radicalmente diferentes de la honra o deshonra, de los patrones y clientes. Aquí todos comparten lo que tienen: unos, su experiencia del reino de Dios y su poder de curar; otros, su mesa y su casa. La tarea de los discípulos no consiste solo en «dar», sino también en «recibir» la hospitalidad que se les ofrece.
El ambiente que se creaba en los pueblos era parecido al que creaba el propio Jesús. La alegría se extendía por toda la aldea al correrse la noticia de alguna curación. Había que celebrarlo. Los enfermos podían integrarse otra vez a la convivencia. Los leprosos y endemoniados podían sentarse de nuevo a la mesa con sus seres queridos. En aquellas comidas, sentados con los dos discípulos de Jesús, se estrechaban los lazos, caían las barreras, a los vecinos les resultaba más fácil perdonarse mutuamente sus agravios. De manera humilde, pero real, experimentaban la llegada del reino de Dios a aquella aldea.
Privado de poder político y religioso, Jesús no encontró una forma más concreta para iniciar, en medio del inmenso Imperio romano, la nueva sociedad que quería Dios, más sana y fraterna, más digna y dichosa.
EL ARTE DE DESCANSAR
Paz a esta casa
Pide Jesús a sus discípulos que pasen por los pueblos y lugares contagiando paz. Tarea nada fácil, pues sólo quien la posee en su corazón puede comunicarla de verdad.
Las vacaciones son, sin duda, momento privilegiado para reconstruir esa paz interior, a veces, tan maltrecha. He aquí algunas sugerencias para quien quiera descansar de una manera diferente.
Experimentar el silencio. Tal vez sea bueno olvidarnos por unos días de la TV y la radio. Nuestro espíritu lo agradecerá. Mejor todavía si sabemos encontrar de vez en cuando algún rincón tranquilo (la sombra de un bosque, la orilla de un río, la paz de una ermita…) para «estar en silencio», sin prisas.
El silencio nos revelará muchas cosas. Descubriremos nuestra agitación interior y nuestras tensiones. Sentiremos la necesidad de vivir de otra manera. El silencio relajado es siempre fuerza transformadora y fuente de paz.
Sentir nuestro cuerpo. La mayor parte del tiempo vivimos «en nuestra cabeza», olvidados absolutamente de nuestro cuerpo, crispado y tenso por las mil preocupaciones de cada día.
Hagamos una experiencia nueva al menos durante unos días: sentir nuestro cuerpo, respirar conscientemente y con calma, tomar conciencia de las diversas sensaciones, sentarnos de manera relajada, pasear sintiendo nuestro caminar. Descubriremos con más fuerza la alegría de sentirnos vivos.
Gustar la vida. Por lo general, tendemos a acumular en nuestro interior las experiencias negativas, sin detenernos ante lo bueno y bello de la vida.
¿Por qué no dedicar unos días a vivir más despacio, gustando las cosas pequeñas y saboreando agradecidos tantos placeres sencillos que ofrece el vivir diario? Quedaremos sorprendidos de todo lo que se nos regala de manera constante.
Aprender a mirar. Casi siempre corremos por el mundo sin captar apenas la vida que llena el cosmos y sin abrirnos al misterio que nos envuelve.
Es bueno tomarse tiempo para aprender a mirar el entorno más despacio y con más hondura. No se trata de afinar los sentidos, sino de captar la vida que palpita dentro de las personas, los seres y las cosas, y escuchar su eco en nosotros.
Sanar los recuerdos dolorosos. Para recuperar la paz es necesario curar las heridas que nos hacen sufrir interiormente. Liberarnos de los recuerdos dolorosos del pasado y de las amenazas del futuro.
Es un verdadero arte vivir plenamente el momento presente, aquí y ahora. El creyente lo aprende desde la fe: el pasado pertenece a la misericordia de Dios; el futuro queda confiado a su bondad.
Espero que os valga y os pueda aprevechar.
Fraternalmente.-
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