Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Comentario al Evangelio del domingo 12/12/2010
- Este debate está vacío.
-
AutorEntradas
-
11 diciembre, 2010 a las 15:44 #13375
Anónimo
InactivoHola a todos: lamento el retraso por causas ajenas a mi voluntad. Os dejo los comentarios el Evangelio de mañana día 12/12/2010. Me parecen muy buenos los tres comentarios, pero los dos primeros los podemos considerar básicos para entender un concepto (hay muchos y variados, sobre todo en el A.T. y en el libro del Exodo para ser más exactos) de desierto en la Biblia y el significado del bautismo. Son un poco largos, pero merecen la pena. El nuevo comienzo[align=justify]Juan no pretende hundir al pueblo en la desesperación. Al contrario, se siente llamado a invitar a todos a marchar al desierto para vivir una conversión radical, ser purificados en las aguas del Jordán y, una vez recibido el perdón, poder ingresar de nuevo en la tierra prometida para acoger la inminente llegada de Dios.Dando ejemplo a todos, fue el primero en marchar al desierto. Deja su pequeña aldea y se dirige hacia una región deshabitada de la cuenca oriental del Jordán.
El lugar queda en la región de Perea, a las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella.
Al parecer, Juan había escogido cuidadosamente el lugar. Por una parte, se encontraba junto al río Jordán, donde había agua abundante para realizar el rito del «bautismo». Por lo demás, por aquella zona pasaba una importante vía comercial que iba desde Jerusalén a las regiones situadas al este del Jordán y por donde transitaba mucha gente a la que Juan podía gritar su mensaje. Hay, sin embargo, otra razón más profunda. El Bautista podía haber encontrado agua más abundante a orillas del lago de Genesaret. Se podía haber puesto en contacto con más gente en la ciudad de Jericó o en la misma Jerusalén, donde había pequeños estanques o miqwaot, tanto públicos como privados, para realizar cómodamente el rito bautismal. Pero el «desierto» escogido se encontraba frente a
Jericó, en el lugar preciso en que, según la tradición, el pueblo conducido por Josué había cruzado el río Jordán para entrar en la tierra prometida . La elección era intencionada.
Juan comienza a vivir allí como un «hombre del desierto». Lleva como vestido un manto de pelo de camello con un cinturón de cuero y se alimenta de langostas y miel silvestre . Esta forma elemental de vestir y alimentarse no se debe solo a su deseo de vivir una vida ascética y penitente. Apunta, más bien, al estilo de vida de un hombre que habita en el desierto y se alimenta de los productos espontáneos de una tierra no cultivada. Juan quiere recordar al pueblo la vida de Israel en el desierto, antes de su ingreso en la tierra que les iba a dar Dios en heredad.
Juan coloca de nuevo al pueblo «en el desierto». A las puertas de la tierra prometida, pero fuera de ella. La nueva liberación de Israel se tiene que iniciar allí donde había comenzado. El Bautista llama a la gente a situarse simbólicamente en el punto de partida, antes de cruzar el río. Lo mismo que la «primera generación del desierto», también ahora el pueblo ha de escuchar a Dios, purificarse en las aguas del Jordán y entrar renovado en el país de la paz y la salvación.
En este escenario evocador, Juan aparece como el profeta que llama a la conversión y ofrece el bautismo para el perdón de los pecados. Los evangelistas recurren a dos textos de la tradición bíblica para presentar su figura. Juan es la «voz que grita en el desierto: «Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos»». Esta es su tarea: ayudar al pueblo a prepararle el camino a Dios, que ya llega. Dicho de otra manera, es «el mensajero» que de nuevo guía a Israel por el desierto y lo vuelve a introducir en la tierra prometida.
El bautismo de JuanCuando llega Juan a la región desértica del Jordán, están muy difundidos por todo el Oriente los baños sagrados y las purificaciones con agua. Muchos pueblos han atribuido al agua un significado simbólico de carácter sagrado, pues el agua lava, purifica, refresca y da vida. También el pueblo judío acudía a las abluciones y los baños para obtener la purificación ante Dios. Era uno de los medios más expresivos de renovación religiosa. Cuando más hundidos se encontraban en su pecado y su desgracia, más añoraban una purificación que los limpiara de toda maldad. Todavía se recordaba la conmovedora promesa hecha por Dios al profeta Ezequiel, hacia el año 587 a. C: «Os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y basuras yo os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo».
El deseo de purificación generó entre los judíos del siglo I una difusión sorprendente de la práctica de ritos purificatorios y la aparición de diversos movimientos bautistas. La conciencia de vivir alejados de Dios, la necesidad de conversión y la esperanza de salvarse en el «día final» llevaba a no pocos a buscar su purificación en el desierto. No era Juan el único. A menos de veinte kilómetros del lugar en que él bautizaba se levantaba el «monasterio» de Qumrán, donde una numerosa comunidad de «monjes» vestidos de blanco y obsesionados por la pureza ritual practicaban a lo largo del día baños y ritos de purificación en pequeñas piscinas dispuestas especialmente para ello.
La atracción del desierto como lugar de conversión y purificación debió de ser muy intensa. Flavio Josefo nos informa de que «un tal Banus, que vivía en el desierto, llevaba un vestido hecho de hojas, comía alimentos silvestres y se lavaba varias veces de día y de noche con agua fría para purificarse».
Sin embargo, el bautismo de Juan y, sobre todo, su significado eran absolutamente nuevos y originales. No es un rito practicado de cualquier manera. Para empezar, no lo realiza en estanques o piscinas, como se hace en el «monasterio» de Qumrán o en los alrededores del templo, sino en plena corriente del río Jordán. No es algo casual. Juan quiere purificar al pueblo de la impureza radical causada por su maldad y sabe que, cuando se trata de impurezas muy graves y contaminantes, la tradición judía exige emplear no agua estancada o «agua muerta», sino «agua viva», un agua que fluye y corre.
A quienes aceptan su bautismo, Juan los sumerge en las aguas del Jordán. Su bautismo es un baño completo del cuerpo, no una aspersión con agua ni un lavado parcial de las manos o los pies, como se acostumbraba en otras prácticas purificatorias de la época. Su nuevo bautismo apunta a una purificación total. Por eso mismo se realiza solo una vez, como un comienzo nuevo de la vida, y no como las inmersiones que practican los «monjes» de Qumrán varias veces al día para recuperar la pureza ritual perdida a lo largo de la jornada.
Hay algo todavía más original. Hasta la aparición de Juan no existía entre los judíos la costumbre de bautizar a otros. Se conocía gran número de ritos de purificación e inmersiones, pero los que buscaban purificarse siempre se lavaban a sí mismos. Juan es el primero en atribuirse la autoridad de bautizar a otros. Por eso precisamente lo empezaron a llamar el «bautizador» o «sumergidor». Esto le da a su bautismo un carácter singular. Por una parte, crea un vínculo estrecho entre los bautizados y Juan.
Las abluciones que se practicaban entre los judíos eran cosa de cada uno, ritos privados que se repetían siempre que se consideraba necesario. El bautismo del Jordán es diferente. La gente habla del «bautismo de Juan». Ser sumergidos por el Bautista en las aguas vivas del Jordán significa acoger su llamada e incorporarse a la renovación de Israel. Por otra parte, al ser realizado por Juan y no por cada uno, el bautismo aparece como un don de Dios. Es Dios mismo el que concede la purificación a Israel. Juan soloes su mediador.
El bautismo de Juan se convierte así en signo y compromiso de una conversión radical a Dios. El gesto expresa solemnemente el abandono del pecado en que está sumido el pueblo y la vuelta a la Alianza con Dios. Esta conversión ha de producirse en lo más profundo de la persona, pero ha de traducirse en un comportamiento digno de un pueblo fiel a Dios: el Bautista pide «frutos dignos de conversión». Esta «conversión» es absolutamente necesaria y ningún rito religioso puede sustituirla, ni siquiera el bautismo.
Sin embargo, este mismo rito crea el clima apropiado para despertar el deseo de una conversión radical. Hombres y mujeres, pertenecientes o no a la categoría de «pecadores», considerados puros o impuros, son bautizados por Juan en el río Jordán mientras confiesan en voz alta sus pecados. No es un bautismo colectivo, sino individual: cada uno asume su propia responsabilidad. Sin embargo, la confesión de los pecados no se limita al ámbito del comportamiento individual, sino que incluye también los pecados de todo Israel. Probablemente se asemejaba a la confesión pública de los pecados que hacía todo el pueblo cuando se reunía para la fiesta de la Expiación.
El «bautismo de Juan» es mucho más que un signo de conversión. Incluye el perdón de Dios. No basta el arrepentimiento para hacer desaparecer los pecados acumulados por Israel y para crear el pueblo renovado en el que piensa Juan. El proclama un bautismo de conversión «para el perdón de los pecados» . Este perdón concedido por Dios en la última hora a aquel pueblo completamente perdido es probablemente lo que más conmueve a muchos. A los sacerdotes de Jerusalén, por el contrario, los escandaliza: el Bautista está actuando al margen del templo, despreciando el único lugar donde es posible recibir el perdón de Dios. La pretensión de Juan es inaudita: ¡Dios ofrece su perdón al pueblo, pero lejos de aquel templo corrompido de Jerusalén!
Cuando se acercó al Jordán, Jesús se encontró con un espectáculo conmovedor: gentes venidas de todas partes se hacían bautizar por Juan, confesando sus pecados e invocando el perdón de Dios. No había entre aquella muchedumbre sacerdotes del templo ni escribas de Jerusalén. La mayoría era gente de las aldeas; también se ven entre ellos prostitutas, recaudadores y personas de conducta sospechosa. Se respira una actitud de «conversión». La purificación en las aguas vivas del Jordán significa el paso del desierto a la .tierra que Dios les ofrece de nuevo para disfrutarla de manera más digna y justa. Allí se está formando el nuevo pueblo de la Alianza.
Juan no está pensando en una comunidad «cerrada», como la de Qumrán; su bautismo no es un rito de iniciación para formar un grupo de elegidos. Juan lo ofrece a todos. En el Jordán se está iniciando la «restauración» de Israel. Los bautizados vuelven a sus casas para vivir de manera nueva, como miembros de un pueblo renovado, preparado para acoger la llegada ya inminente de Dios.
Las expectativas del BautistaJuan no se consideró nunca el Mesías de los últimos tiempos. Él solo era el que iniciaba la preparación. Su visión era fascinante. Juan pensaba en un proceso dinámico con dos etapas bien diferenciadas. El primer momento sería el de la preparación. Su protagonista es el Bautista, y tendrá como escenario el desierto. Esta preparación gira en torno al bautismo en el Jordán: es el gran signo que expresa la conversión a Dios y la acogida de su perdón. Vendría enseguida una segunda etapa que tendría lugar ya dentro de la tierra prometida. No estará protagonizada por el Bautista, sino por una figura misteriosa que Juan designa como «el más fuerte». Al bautismo de agua le sucederá un «bautismo de fuego» que transformará al pueblo de forma definitiva y lo conducirá a una vida plena.
¿Quién va a venir exactamente después del Bautista? Juan no habla con claridad. Sin duda es el personaje central de los últimos tiempos, pero Juan no lo llama Mesías ni le da título alguno. Solo dice que es «el que ha de venir», el que es «más fuerte» que él.
¿Está pensando en Dios? En la tradición bíblica es muy corriente llamar a Dios «el fuerte»; además, Dios es el Juez de Israel, el único que puede juzgar a su pueblo o infundir su Espíritu sobre él. Sin embargo, resulta extraño oírle decir que Dios es «más fuerte» que él o que no es digno de «desatar sus correas». Probablemente Juan esperaba a un personaje aún por llegar, mediante el cual Dios realizaría su último designio. No tenía una idea clara de quién habría de ser, pero lo esperaba como el mediador definitivo. No vendrá ya a «preparar» el camino a Dios, como Juan. Llegará para hacer realidad su juicio y su salvación. Él llevará a su desenlace el proceso iniciado por el Bautista, conduciendo a todos al destino elegido por unos y otros con su reacción ante el bautismo de Juan: el juicio o la restauración.
Es difícil saber con precisión cómo imaginaba el Bautista lo que iba a suceder. Lo primero en esta etapa definitiva sería, sin duda, un gran juicio purificador, el tiempo de un «bautismo de fuego», que purificaría definitivamente al pueblo eliminando la maldad e implantando la justicia. El Bautista veía cómo se iban definiendo dos grandes grupos: los que, como Antipas y sus cortesanos, no escuchaban la llamada al arrepentimiento y los que, llegados de todas partes, habían recibido el bautismo iniciando una vida nueva. El «fuego» de Dios juzgaría definitivamente a su pueblo.
Juan utiliza imágenes agrícolas muy propias de un hombre de origen rural. Imágenes violentas que sin duda impactaban a los campesinos que lo escuchaban. Veía a Israel como la plantación de Dios que necesita una limpieza radical. Llega el momento de eliminar todo el boscaje inútil, talando y quemando los árboles que no dan frutos buenos. Solo permanecerán vivos y en pie los árboles fructuosos: la auténtica plantación de Dios, el verdadero Israel. Juan se vale también de otra imagen. Israel es como la era de un pueblo donde hay de todo: grano, polvo y paja. Se necesita una limpieza a fondo para separar el grano y almacenarlo en el granero, y para recoger la paja y quemarla en el fuego. Con su juicio, Dios eliminará todo lo inservible y recogerá limpia su cosecha.
El gran juicio purificador desembocará en una situación nueva de paz y de vida plena. Para ello no basta el «bautismo del fuego». Juan espera además un «bautismo con espíritu santo». Israel experimentará la fuerza transformadora de Dios, la efusión vivificante de su Espíritu. El pueblo conocerá por fin una vida digna y justa en una tierra transformada. Vivirán una Alianza nueva con su Dios.
[/align] Espero que os sirvan.
Fraternalmente.-
-
AutorEntradas
- Debes estar registrado para responder a este debate.