Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Comentario al Evangelio del domingo 29/05/2011

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    Anónimo
    Inactivo

    Os adjunto los comentarios al Evangelio del domingo.

    No os dejaré desamparados

    ¿Hay que decirle la verdad al enfermo terminal? ¿Hay que ocultarle la proximidad de su muerte? He aquí una cuestión siempre difícil para los profesionales que atienden al enfermo y para todos los que acompañan de cerca a un ser querido en su última enfermedad.

    La célebre doctora E. Kübler-Ross llega a la conclusión de que los enfermos prefieren conocer la verdad y organizarse. Por otra parte, según sus estudios, no pocos enfermos llegan a saber su estado, sobre todo, por el especial comportamiento de sus familiares y del personal sanitario.

    Sin embargo, la actuación más generalizada hoy entre nosotros es la de tener informada a la familia mientras se priva al enfermo de cualquier dato realmente grave. Se crea así en torno al enfermo una «conspiración de silencio», que él aceptará «dejándose engañar» o ante la cual se rebelará mostrando su resentimiento. ¿Qué se puede decir?

    Parece que hay que partir del derecho del enfermo a conocer la verdad. El hecho de morir es algo personal e íntimo, que pertenece al enfermo. El es el primero que tiene derecho a la información adecuada para tomar sus decisiones y ser protagonista de su propio morir.

    Por otra parte, parece que cada caso requiere su planteamiento particular. Hay que considerar bien qué verdad hay que comunicar, cuánta verdad, cuándo y quién ha de comunicar esa verdad. Por eso, las primeras preguntas han de ser ésas: ¿Quiere el enfermo más información? ¿Qué es lo que desea saber? ¿Está preparado para recibir toda la información? ¿Cómo puede reaccionar?

    En cualquier caso, hay que recordar que la comunicación de la verdad no ha de ser algo puntual, sino un proceso continuado que respete el ritmo y las condiciones personales del enfermo. Por otra parte, aunque se dé mucha información, es importante no quitar nunca al enfermo toda esperanza.

    Todos los expertos advierten que hay que seguir acompañándole de cerca y respondiendo a sus necesidades:

    ¿Qué es lo que más le preocupa? ¿Desea algo más? ¿Cómo se siente? ¿Cómo quiere que se le ayude? El enfermo ha de estar seguro de que no se le abandonará. Que se harán todos los esfuerzos por cuidarlo, por aliviar su dolor, por ayudarle a sentirse bien.

    Qué importante puede ser entonces para el enfermo creyente sentir de cerca la presencia de personas que le ayudan a vivir esos momentos tan difíciles desde la fe. El pasado, con sus errores y pecados, pertenece a la misericordia de Dios; el presente puede ser vivido desde la confianza total en El; el futuro queda en sus manos.

    Hoy, Día del Enfermo, el relato evangélico nos recuerda un fragmento de las últimas conversaciones de Jesús con los suyos, próxima ya su muerte. Con qué paz escucha el enfermo creyente las palabras de Jesús: «No os dejaré desamparados, volveré… Vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. »

    En lo cotidiano

    NUESTRA vida se decide en lo cotidiano. Por lo general, no son los momentos extraordinarios y excepcionales los que marcan más nuestra existencia. Es más bien esa vida ordinaria de todos los días, con las mismas tareas y obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos va configurando. En el fondo, somos lo que somos en la vida cotidiana.

    Esa vida no tiene muchas veces nada de excitante. Está hecha de repetición y rutina. Pero es nuestra vida. Somos «seres cotidianos». La cotidianeidad es un rasgo esencial de la persona humana. Somos al mismo tiempo responsables y víctimas de esa vida aparentemente pequeña de cada día.

    En esa vida de lo normal y ordinario podemos crecer como personas y podemos también echarnos a perder. En esa vida crece nuestra responsabilidad o aumenta nuestra desidia y abandono; cuidamos nuestra dignidad o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta el amor o actuamos desde el resentimiento o la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la superficialidad o enraizamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.

    La vida cotidiana no es algo que hay que soportar para luego vivir no sé qué. Es en la normalidad de cada día donde se decide nuestra calidad humana y cristiana. Ahí se fortalece la autenticidad de nuestras decisiones; ahí se purifica nuestro amor a las personas; ahí se configura nuestra manera de pensar y de creer. K. Rahner llega a decir que «para el hombre interior y espiritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».

    Según la teología del cuarto evangelio, los seguidores de Jesús no caminan por la vida solos y desamparados. Los acompaña y defiende día a día «el Espíritu de la verdad», es decir, la presencia viva de Cristo que los ilumina y alienta poniendo verdad en su vida cotidiana. Se ponen en boca de Cristo estas palabras: «Vosotros viviréis porque yo sigo viviendo».

    Lo importante es recordar la consigna: «No busquéis entre los muertos al que está vivo». En el día a día de la vida cotidiana hemos de buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad, no en las apariencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial.

    Fraternalmente.-

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