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    Anónimo
    Inactivo

    [align=justify]Ete es un tema recurrente en los Medios de Comunicación que suele aprobecharse para dar caña a la Iglesia Católica Española: que si es ilegal retirar de la plantilla de profesores de religión a un divorciado, que si el número de divorcios aumenta cada año, que si la CEE ha vuelto a pronunciarse contra el divorcio y los matrimonios homosexuales, etc.

    Ayer mismo saltaba a la prensa la noticia de que el señor José Bono, Presidente del Parlamento Español, había dicho en la fiesta del Corpus de Toledo – en cuya procesión había participado – que «estar divorciado no tine relevancia moral».

    Sin ánimo de crear polémica, creo que habría que puntualizar algunas cosas:

    Ser divorciado, en principio, sólo habla de un fracaso personal. Pero ser bautizado, católico confeso, estar divorciado y conviviendo con otra persona, o casado civilmente (no digo que sea el caso de Bono) sí es materia de relevancia moral. Es estar faltando a un mandamiento de la Ley de Dios, es decir, a una de las 10 normás básicas o fundamentales del cristianismo, cuya aplicacion es tan amplia que podría hacerse extesiva a cualquier hombre de buena voluntad, aunque no sea católico.

    Está claro que es posible equivocarse al elegir marido o mujer, o llegar a ese punto en el que ni se quiere ni se puede perdonar, o ser incapaces de mantener la palabra dada durante el rito nupcial. Como el divorcio es la solución más rápida para extinguir una relación conflictiva, lo solicito y lo consigo en sólo 15 días. Ahora bien ¿en qué punto me coloca esta decisión? La respuesta que se dan muchos es ésta: «soy un bautizado con mala suerte que a partir de ahora tendrá que sobrevivir como pueda a la voz de su conciencia».

    Consciente de mi situación, no sólo no evito la relaciones de pareja, sino que salgo a buscarlas (reconozco en este punto las meritorias excepciones que haya) y acojo encantado/a la que surge. Esta relación evoluciona. Lo de la castidad no es un valor absoluto. Mi pareja quiere darle estabilidad y reconocimiento social a lo nuestro. ¿Qué hago? Lo que puedo: casarme por lo civil.

    Soy cristiano, me reconozco tal, procuro acompañar a mis hijos a la catequesis de primera comunión o confirmación, suelo acudir a misa, comulgo con cierta frecuencia, estoy en algún grupo parroquial y tengo una relación fluida con mi párroco y mis monjas/frailes del colegio, ¿Quién dice que hacer pública mi relación adúltera mediante el matrimonio civil es un problema, si en el resto de los aspectos cumplo sobradamente lo que se espera de mí?

    Dicho así, el planteamiento puede parecer duro, injusto y simplista pero, ¿somos conscientes de en qué berenjenales nos metemos por tomar decisiones inadecuadas? Si la fe cristiana es relevante en mi vida, ¿cómo puedo soportar vivir esta tremenda incoherencia sin acabar tocado/a de los nervios? ¿Tengo que elegir entre darme la oportunidad de volver a ser feliz o renunciar a la práctica sacramental? Lo que tendría que haber hecho es plantearme la etapa del noviazgo de otra manera –tomo nota para aconsejar a mis hijos- y respecto al momento actual, antes de nada, debería hacer las averiguaciones necesarias en el Tribunal Eclesiástico para discernir si mi primer matrimonio pudo ser nulo.[/align]
    Marta Caño Montejo

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