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    Os dejo un escrito que me ha llegado acerca del Paráclito. Es largo. Recomiendo copiar y pegar en un folio para leerlo. Es muy bueno.

    [align=center]El Paráclito[/align]
    [align=justify]El* término «Paráclito», exclusivo de san Juan en el Nuevo Testamento, es una palabra de

    formación griega, pero muy poco usada en los textos profanos. Se emplea ordinariamente en

    contexto jurídico para designar a aquel hombre que viene en ayuda de otro, que le asiste, su

    defensor, o su abogado. El judaísmo tardío tomó este término del mundo griego, pero dándole un

    sentido más preciso: el de intercesor; los textos rabínicos, en efecto, lo emplean exclusivamente

    para designar a todos aquéllos que interceden en favor de los hombres ante el tribunal de Dios:

    serán, por ejemplo, la ley (personificada), los ángeles, las obras buenas de los hombres, sus méritos,

    En su primera carta, Juan aplica el título de «Paráclito» al Cristo glorioso.

    «Si alguno peca, abogado tenemos vuelto hacia el Padre, a Jesucristo, justo» (1 Jn 2, 1)

    ¿Cómo ejerce Cristo este oficio de Paráclito junto al Padre? El contexto lo explica: Jesús,

    aun en su gloria, está delante del Padre como «víctima de propiciación por nuestros pecados» (v. 2).

    Es el tema que orquestan las visiones del Apocalipsis, donde vemos al «cordero inmolado» de pie,

    delante del trono de Dios (Apoc 5, 6. 9. 12; 13, 8). Toda la obra de expiación realizada aquí en la

    tierra por Cristo se convierte en el cielo como en una gran oración de intercesión dirigida por él al

    Padre. En este sentido, Cristo en su gloria es verdaderamente para nosotros como un «abogado», un

    Sin embargo, el término «Paráclito» se aplica siempre, fuera de ese texto, al Espíritu Santo,

    no precisamente para describir su papel de intercesión ante Dios, sino para caracterizar el papel de

    asistencia que ejerce aquí abajo junto a los creyentes. Todos estos textos pertenecen al discurso de

    después de la cena, que es como el testamento de Jesús antes de su vuelta al Padre. Después de una

    promesa formal de la venida del Paráclito, Jesús indica claramente los tres aspectos fundamentales

    de su actividad: su función de enseñar, el testimonio en favor de Jesús, y correlativamente su papel

    1. EL OTRO PARACLITO

    Durante la última cena, el corazón de los discípulos se turba ante el anuncio imprevisto de la

    partida de Jesús (Jn 14, 1). Hasta entonces había permanecido entre ellos (16, 4; 14, 25); pero ahora

    les anuncia que está entre ellos ya sólo por poco tiempo (13, 34): muy pronto ya no le verán (16,

    11), porque va al Padre (16, 10). Sin embargo, Jesús volverá pronto junto a ellos (14, 18), no sólo

    con las apariciones pascuales, sino por una presencia espiritual e interior: entonces, sólo los

    discípulos podrán verle, con una visión de fe (14, 19). Esta será la obra del Espíritu Santo. Se le

    llama «otro Paráclito» (14, 16), porque continuará junto a los discípulos la obra comenzada por

    Jesús: en el gran conflicto que enfrenta a Jesús con el mundo, el Espíritu tendrá la misión de

    defender ante ellos la causa de Jesús y de confirmarles en la fe.

    Es mejor por tanto para los discípulos que Jesús se vaya, porque, sin su partida, el Paráclito

    no vendrá a ellos (16, 7). El Padre se lo enviará a petición de Jesús y en su nombre (14, 16. 26);

    Cristo mismo se lo enviará de junto al Padre (15, 26). Este Espíritu que viene del Padre

    permanecerá con los discípulos para siempre (14, 16), es decir hasta el fin de los tiempos: durante

    toda su duración aquí abajo, la vida de la Iglesia se caracterizará por la asistencia del Espíritu de la

    Jesús enuncia un principio muy claro: él no se manifestará al mundo (14, 22); al Paráclito,

    que deberá realizar su presencia espiritual en medio de los hombres, el mundo no (lo) puede recibir,

    Esta fórmula «no puede», frecuente en el cuarto evangelio, indica una incapacidad radical

    del mundo ante los bienes de la salvación: los hombres dejados a sí mismos son incapaces de venir

    a Cristo (6, 44, 45), de escuchar su palabra (8, 43), de creer (12, 39).

    La palabra, que emplea aquí nuestro texto, tiene matices diferentes según el contexto:

    encierra un aspecto activo y un aspecto pasivo; y en ocasiones domina uno u otro de estos aspectos.

    Cuando el verbo tiene por objeto a Cristo (1, 12; 5, 43; 13, 20), su testimonio (3, 11, 32, 33) o sus

    palabras (12, 48; 17, 8), el acento recae más bien sobre el aspecto de participación activa por parte

    de los hombres, y habrá que traducir ordinariamente por «acoger»: entonces es casi sinónimo de

    «creer» (cf 1, 12). Pero cuando el verbo se emplea para el Espíritu, toma el matiz más pasivo de

    «recibir»; ya que según 7: la fe en Jesús es aquí una condición para «recibir al Espíritu»; éste es por

    lo mismo un puro don. El sentido del verbo es exactamente el mismo en el texto de la primera

    promesa: a petición de Jesús, el Padre quiere dar el Paráclito (14, 16), pero el mundo es incapaz de

    recibir este don del Padre. La razón de esta impotencia será explicada al final de la frase con dos

    verbos diferentes: «porque no le ve ni le conoce».

    Cristo emplea aquí primeramente un verbo que describe el acto de ver: este acto tiene en san

    Juan una importancia especialísima, que va desde la simple vista corporal hasta la visión interior, la

    contemplación de fe de las realidades espirituales. El verbo que se emplea aquí, tiene el sentido de

    «considerar atentamente», «observar con concentración», a veces incluso, «contemplar»; describe

    sobre todo la mirada atenta y escrutadora de quien observa, pero nunca se aplica a una visión

    puramente espiritual. Si Jesús durante su vida terrena reprocha al mundo que no «vea» al Espíritu

    de verdad, quiere decir que el mundo no logra percibirlo, distinguirlo en sus manifestaciones

    exteriores. Hay que pensar en este caso en la presencia y en la acción del Espíritu en la persona, en

    el ministerio y especialmente en la palabra de Jesús mismo (cf 1, 32; 3, 34; 6, 63). Como el mundo

    se ha mostrado incapaz de «percibir» al Espíritu operante durante la vida de Jesús, ya no puede

    Por esta razón, dice Jesús, el mundo será incapaz de «recibir» este Espíritu de la verdad, que

    el Padre quiere dar a los hombres: no se encuentra con las disposiciones requeridas para recibir este

    Muy distinta es la situación de los discípulos. El Padre les dará el Paráclito (14, 16), se

    manifestará a ellos (14, 21). Si los discípulos, a diferencia del mundo, podrán recibir al Paráclito, es

    porque ya desde ahora están preparados para ello:

    porque permanece junto a vosotros (14, 17).

    Estas palabras se refieren nuevamente a la condición actual de los discípulos, antes de la

    partida de Jesús. Durante el ministerio público, el Espíritu estaba ya presente en la persona y en las

    obras de Jesús. En Cristo que permanecía «junto a» los discípulos (v. 25), el Espíritu actuaba ya;

    estaba, pues, también él «junto a». Estos, a pesar de su falta de inteligencia, se habían unido a Jesús:

    creían y sabían que él era el santo de Dios (6, 64). Se comprende, por consiguiente, que el maestro

    pueda decirles en la última cena que ellos han aprendido ya a reconocer al Espíritu: esta experiencia

    del Espíritu, este conocimiento aún rudimentario e implícito que tienen de él, es condición

    suficiente para que también ellos puedan recibir a su vez el don del Espíritu.

    La promesa propiamente dicha para el futuro se expresa en dos miembros de frases

    diferentes. Jesús dice primeramente a los discípulos: el Padre os dará el Paráclito para que esté con

    Y al final del v. 17: estará en vosotros.

    Hay que notar con cuidado el juego de preposiciones en esta primera promesa. Hasta aquí el

    Espíritu no está más que junto a los discípulos, en la persona misma de Jesús. Más tarde estará con

    ellos, e incluso estará en ellos. Estas tres preposiciones indican un progreso precioso: describen

    estupendamente el carácter cada vez más interior de la acción del Paráclito.

    Estará con ellos. Esta fórmula no indica solamente una presencia familiar del Espíritu junto

    a los discípulos, semejante a la de Jesús junto a los suyos durante su vida terrena. Hay que ver en

    ella más bien la idea de ayuda, de asistencia. Por esto el texto contiene ya una alusión discreta a las

    dificultades futuras que conocerán los discípulos y a la oposición que tendrán que vencer. Por esto,

    desde ahora el Espíritu recibe también el título de Paráclito, de «defensor».

    Además estará en ellos. Jesús promete aquí a los discípulos un nuevo modo de presencia y

    de acción del Espíritu: actuará en adelante dentro de los corazones. De esta plena efusión del

    Paráclito, de esta acción del Espíritu en profundidad, a partir de la glorificación de Cristo, debe

    entenderse el texto de 7, 39, sobre el Espíritu que debían recibir todos aquéllos que creyesen en

    Esta primera promesa del Paráclito no nos dice aún muy explícitamente en qué consistirá su

    acción. Sin embargo, indica ya los dos rasgos característicos. Será primeramente un papel de

    asistencia: el Paráclito ayudará a los discípulos a triunfar en el gran conflicto que los opondrá al

    mundo. Por otra parte, su acción será esencialmente interior, y actuará en cuanto Espíritu de verdad:

    su papel será confirmar a los discípulos en su fe en Jesús. Estas dos funciones van a ser explicadas

    más en detalle en las cuatro promesas siguientes.

    2. LA ENSEÑANZA DEL PARACLITO

    De las otras cuatro promesas del Paráclito, dos nos lo presentan en su papel de doctor: la

    segunda y la quinta (14, 26; 16, 13-15). El papel fundamental del Espíritu de la verdad junto a los

    discípulos será, según san Juan, la enseñanza.

    Os he dicho estas cosas mientras permanezco entre vosotros, pero el Abogado, el Espíritu

    Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo

    Jesús contrapone aquí su enseñanza con la del Paráclito (pero el Paráclito…), sugiriendo con

    ello que la acción del Espíritu será de otro tipo que la suya. Distingue dos etapas o, si se quiere, dos

    grandes períodos en la economía de la revelación, la primera constituida por su propia palabra, la

    segunda por la enseñanza del Espíritu. No que la revelación procedente de Cristo haya sido

    incompleta o parcial: Cristo, que es la verdad en persona (14, 6), la palabra de Dios encarnada (1,

    14), no podía sino aportar la revelación total y definitiva. Sin embargo la acción del Espíritu es

    indispensable; pero es de otra naturaleza. Es lo que explica el texto a continuación.

    La enseñanza del Espíritu y la de Jesús

    El Padre enviará al Espíritu Santo «en nombre de Jesús». Jesús mismo estaba aquí abajo «en

    el nombre de su Padre» (5, 43), en comunión estrecha con él; estaba, pues, entre los hombres para

    hacer conocer el nombre del Padre, para revelar al Padre (cf. 17, 6). Con esto se comprende mejor

    lo que quiere decir Jesús cuando afirma que será enviado el Paráclito «en su nombre». No significa

    sólo que el Padre lo enviará en su lugar o a petición suya, o como representante del Hijo, o incluso

    para continuar la obra del Hijo. El nombre expresa lo que hay de más profundo en la persona de

    Cristo, su cualidad de Hijo: el Hijo precisamente en cuanto Hijo tendrá una parte en el envío del

    Espíritu. Por esto en los discursos de despedida se encuentran las dos fórmulas complementarias: el

    Padre enviará al Espíritu en nombre de Jesús (14, 26); el Hijo mismo enviará al Espíritu de junto al

    Padre (15, 26). La fórmula «en mi nombre» indica, pues, claramente la perfecta comunión entre el

    Padre y el Hijo en el envío del Espíritu. El Padre sin duda es el origen de esta misión: por esto el

    Hijo enviará el Espíritu de «junto al Padre». Pero el Hijo es asimismo principio de este envío: por

    esto el Padre lo enviará «en nombre del Hijo». El Padre y el Hijo son principio, los dos, de esta

    misión del Paráclito. De aquí se sigue que si el Espíritu es enviado en nombre de Cristo, su misión

    será revelar a Cristo, hacer conocer su verdadero nombre, este nombre de Hijo de Dios que expresa

    el misterio de su persona; el Paráclito deberá suscitar la fe en Jesús, Hijo de Dios.

    Toda la segunda mitad de este versículo describe al Paráclito «en el oficio de maestro de

    doctrina» (Lagrange). Esta acción es designada por dos verbos diferentes: «Os enseñará (todo) y os

    traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (14, 26). Algunos autores han propuesto distinguir

    en esto dos oficios distintos; en otras palabras, «todo lo que yo os he dicho» no indicarían más que

    el objeto del segundo verbo: en este caso, cuando el Espíritu «enseña» nos enseñaría algo distinto

    de cuando nos «recuerda» simplemente las palabras de Jesús. Pero a esta interpretación se opone la

    construcción y el movimiento de la frase. Y podría conducir a una conclusión teológica peligrosa: la

    de postular una enseñanza del Paráclito independiente de la de Jesús; es la tentación siempre

    renovada de introducir en la Iglesia revelaciones nuevas debidas al Espíritu, tentación en modo

    alguno ilusoria si se recuerda el montanismo, al principio de la Iglesia, y la corriente espiritualista

    de Joaquín de Fiore en la edad media. Como ha escrito admirablemente el P. de Lubac: «Hay dos

    maneras igualmente mortales de separar a Cristo de su Espíritu: soñando con un reino del Espíritu

    que llevaría más allá de Cristo, o imaginando un Cristo que quedaría siempre más acá del Espíritu».

    El Paráclito no traerá nunca a los discípulos un evangelio nuevo: en la vida y enseñanza de

    Jesús está contenido todo lo que debemos conocer para el establecimiento del reino de Dios y para

    lograr nuestra salvación. El papel del Espíritu queda siempre esencialmente subordinado a la

    «Enseñar», en san Juan, es casi un verbo de revelación. El Padre ha enseñado al Hijo lo que

    éste ha comunicado al mundo (8, 28). Pero lo más frecuente es presentar a Jesús mismo como aquél

    que enseña (6, 59; 7, 14. 28. 35; 8, 20). Esta doctrina de Cristo, sin embargo, no debe permanecer

    exterior al creyente: san Juan ha insistido enérgicamente sobre la necesidad de hacérsela íntima,

    acogiéndola con una fe cada vez más viva. Este es el sentido de la expresión típicamente joanea

    «permanecer en la doctrina de Cristo» (2 Jn 9), «permanecer en su palabra» (Jn 8, 31; comp. 15, 7-

    8). Aquí precisamente es donde se sitúa la acción del Espíritu: él también «enseña». Enseña lo

    mismo exactamente que ha dicho Jesús, pero para hacerlo penetrar en los corazones. Hay, pues, una

    perfecta continuidad en la revelación: procedente del Padre, nos es comunicada por el Hijo, pero no

    alcanza su término hasta que no ha penetrado en lo más íntimo de nosotros mismos, bajo la acción

    La naturaleza exacta de esta enseñanza del Paráclito queda aún más precisada por otro

    verbo: «recordará todo lo que Jesús ha dicho». Este tema del recuerdo, de traer a la memoria, está

    fuertemente subrayado en el cuarto evangelio. Juan nota más de una vez que después de la partida

    de Jesús los discípulos «se acordaron» de tal palabra o acción del maestro, es decir que captaron su

    verdadero sentido y todo su alcance después de la resurrección (2, 17. 22; 12, 16). Aquí

    precisamente se sitúa la acción del Espíritu Santo: «recordando» todo lo que había dicho Jesús, no

    se limita a traerles a la memoria simplemente una enseñanza que habrían podido olvidar. Su labor

    auténtica es la de hacer comprender desde el interior las palabras de Jesús, hacerlas captar a la luz

    de la fe, hacer descubrir todas sus virtualidades, todas sus riquezas, para la vida de la Iglesia.

    Por la acción secreta del Paráclito, pues, es por la que el mensaje de Jesús deja de sernos

    exterior y extraño; el Espíritu Santo lo interioriza en nosotros, y nos ayuda a penetrarlo

    espiritualmente, para descubrir en él una palabra de vida. Esta palabra de Jesús asimilada en la fe,

    bajo la acción del Espíritu, es la que Juan llamará en su primera carta “el óleo de la unción” que

    permanece en nosotros (1 Jn 2, 27); a la enseñanza de Jesús, presente en el creyente, le da él el

    sentido íntimo de la verdad (v. 20-21), y lo instruye en todo; el cristiano ha «nacido del Espíritu»

    (Jn 3, 8). Llegado a este grado de madurez espiritual, no tiene ya necesidad de que se le enseñe (1

    Jn 2, 27): lo único que importa es que permanezca en Jesús y que se deje enseñar por Dios (cf. Jn 6,

    En la quinta y última promesa Jesús repite y desarrolla la misma doctrina:

    Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora: pero cuando viniere él,

    el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que

    hablará lo que oyere y os comunicará (desvelará) las cosas venideras. El me glorificará porque

    tomará de lo mío y os lo dará a conocer (desvelará). Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os

    he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer (desvelará) (16, 12-15).

    También aquí Jesús nos indica cuál será el papel del Espíritu Santo en relación con sus

    propias palabras. A primera vista parece contradecirse: en 15,15 había afirmado que todo lo que él

    había aprendido del Padre lo había dado a conocer a los discípulos; aquí, al contrario, declara que

    quedan aún muchas cosas que decir. Pero se trata esta vez de un complemento de revelación

    reservado al Espíritu. Este no propondrá ninguna doctrina nueva, sino que dará una inteligencia más

    profunda del misterio de Jesús, de su vida, de sus gestos, de sus palabras. El énfasis dado al

    adverbio ahora al final del v. 12 (no podéis soportarlas ahora) marca un contraste entre el momento

    presente, el de la vida terrestre de Jesús, y el tiempo futuro, la época posterior a la resurrección y a

    la venida del Espíritu (comp. 13, 7; 16, 30-31). Lo mucho que aún les falta a los discípulos no son

    puntos doctrinales que deberían ser añadidos todavía por Jesús; es la comprensión plena de su

    El Espíritu de verdad, como un guía seguro, debe «conducir» a los discípulos hacia la verdad

    plena. Este verbo es mucho más rico de sentido que el simple docebit (enseñará) de la Vulgata.

    Parece que la metáfora ha sido tomada directamente del salmo 24 (25), 5 (texto griego): «guíame

    hacia tu verdad y enséñame». El salmista pedía a Dios un conocimiento más perfecto de su verdad,

    de sus preceptos, de su ley. Según el texto de Juan, la verdad hacia la que debe conducirnos el

    Espíritu Santo, es la verdad de Jesús, la de su enseñanza, de su obra, de toda su persona. El Espíritu,

    añade el versículo, debe hacernos penetrar hasta el corazón de esta verdad y hacérnosla descubrir en

    plenitud: todas las riquezas de su vida, todas las virtualidades escondidas en la palabra de Jesús es

    lo que el Espíritu, progresivamente, va desvelando a la fe de la Iglesia y al corazón de los creyentes.

    Todavía se añaden algunas precisiones en la segunda parte de la última promesa (16, 13b-

    14): en ella insiste Jesús tanto sobre el aspecto ministerial de la actividad del Espíritu con relación

    al Padre y al Hijo, como en la gran novedad que constituirá esta iluminación del Paráclito.

    En tres ocasiones se insiste sobre la misma idea: «no hablará de sí mismo, sino que hablará

    lo que oyere»; y dos veces: «tomará de lo mío». Estas fórmulas son equivalentes, pues «lo mío» de

    Cristo es exactamente lo que el Espíritu «oye» de él. El texto pues, subraya, vigorosamente esta

    doctrina: la revelación que traerá el Espíritu no la saca de sí mismo, no es él el origen fontal de la

    misma. De la misma manera que el Hijo no había hablado de sí mismo (7, 17s; 12, 49; 14, 10), no

    había dicho más que aquello que el Padre le había enseñado (8, 28; 12, 50), lo que había oído junto

    al Padre (8, 26. 38), así el Espíritu no hablará de sí mismo, sino que dirá sólo aquello que haya oído.

    ¿De quién? Del Hijo, ciertamente, pues es «de lo suyo»; pero también del Padre, ya que todo lo que

    es del Padre es del Hijo (cf v. 15a). La revelación, pues, nos lleva hasta el seno mismo de la

    Trinidad: «La revelación es perfectamente una: teniendo su fuente en el Padre y actuándose por el

    Otra expresión se repite también tres veces en esta promesa. Lo más frecuente es traducirla de acuerdo con

    la Vulgata: «os lo anunciará», como si la acción del Espíritu fuese simplemente una proclamación

    kerigmática. Sin embargo, se trata de una acción de un orden absolutamente distinto. El verbo tiene

    aquí el matiz preciso que presenta de ordinario en la literatura apocalíptica: «revelar, desvelar». Se

    encuentra frecuentemente en el texto griego de Daniel, con el sentido de «desvelar o dar a conocer

    el sentido de un sueño, de una visión, de una profecía». En este sentido hay que entender el verbo

    también en san Juan. Así la samaritana confía a Jesús qué es lo que ella espera del mesías: «Cuando

    él venga, nos revelará todas las cosas» 13 (4, 25); de la misma manera, en 16, 25, Jesús opone la

    enseñanza «en parábolas», tal como él mismo la ha realizado, a la explicación clara que dará más

    tarde, por el Espíritu: «Viene la hora en que… os daré una revelación clara acerca del Padre»

    Este mismo verbo lo emplea san Juan repetidamente en 16, 13-15, para caracterizar la

    actividad futura del Paráclito. En la tradición literaria de la que procede, este verbo no significa:

    traer una revelación plenamente nueva; sino más bien: dar la interpretación de una revelación

    anterior, que había quedado oscura y misteriosa. Este será exactamente el papel del Espíritu: tarea

    suya será interpretar para la Iglesia la revelación expuesta por Jesús, que hasta entonces había

    quedado incomprendida. Al mismo tiempo, añade el texto, «os desvelará lo porvenir»: no que Jesús

    prometa aquí a los discípulos el don de profecía; el sentido es más bien que el Espíritu, a la luz de

    las palabras y de la obra de Jesús, dará a los discípulos la inteligencia del orden escatológico de la

    nueva economía de la salvación, es decir del «nuevo orden de cosas surgido de la muerte y de la

    resurrección de Cristo» (D. Mollat). En resumen, como se ha dicho con exactitud: «dar el sentido

    cristiano de la historia, hacer descubrir en todas las cosas los rasgos del plan divino (Hech 20, 27),

    proyectar sobre cualquier acontecimiento, en todas las épocas, la luz viva de la revelación: tal es la

    misión del Espíritu junto a los discípulos».

    Todo esto es «guiar hacia la plenitud de la verdad»; en esto consistirá la revelación del

    Paráclito. Es, pues, claro que en la economía general de la revelación, el papel del Espíritu perma-

    nece esencialmente subordinado al de Cristo, el único revelador. El papel del Espíritu de la verdad

    será actuar de manera que el mensaje de Jesús penetre en el corazón de los creyentes para que vivan

    3. EL PARACLITO, TESTIGO DE JESUS

    Hasta ahora hemos hablado solamente de la misión de enseñar del Espíritu. Las dos

    promesas del Paráclito que vamos a examinar ahora subrayan otro aspecto de su actividad: su papel

    de testigo. Con esto entramos de lleno en un contexto judicial. Es un hecho plenamente reconocido –

    volveremos más tarde sobre ello- que la noción de proceso ocupa un lugar esencial en el modo de

    presentar san Juan la vida de Jesús. Por otra parte se recordará lo que dijimos al empezar, sobre el

    origen jurídico del título Paráclito. Así se comprende por qué san Juan ha dado tal importancia a

    este tema del Espíritu-Paráclito, defensor de Jesús.

    El texto de la tercera promesa dice:

    Cuando venga el Abogado, que yo enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que

    procede del Padre, él dará testimonio de mí, pero vosotros también daréis testimonio, porque desde

    El examen atento del contexto ayuda mucho para interpretar correctamente este pasaje. La

    sección precedente (15, 18-25) y la siguiente (16,1-4) tratan del odio del mundo y de las persecucio-

    nes. Este contexto de hostilidad explica el papel de testigo que debe cumplir el Espíritu de verdad.

    Sin querer se recuerdan los versículos de los sinópticos en que Jesús prometía a los

    discípulos la asistencia del Espíritu en las persecuciones futuras. Piénsese en el pasaje del discurso

    de misión, en san Mateo, en que se describen los malos tratos de los discípulos ante los tribunales

    (10, 17-25), en un texto muy parecido en la sección del «gran viaje» de Lucas (12, 11-12), y sobre

    todo en un pasaje del discurso escatológico (Mt 24, 9-14 y paral.). Casi todos los temas de Jn 15,

    18-16, 4 tienen su texto paralelo en esos pasajes, a saber: el odio del mundo (Jn 15, 18-19, 23-25;

    cf. Mt 20, 22; 24, 9, paral.); la cita de la frase «no es el siervo mayor que su señor» (Jn 15, 20; cf.

    Mt 10, 24; Lc 6, 40); el anuncio de las persecuciones (Jn 15, 20; cf Mt 10, 23; Lc 21, 12) a causa del

    nombre de Jesús (Jn 15, 21; cf Mt 10, 22; 24, 9); la llamada de atención sobre el escándalo (Jn 16,

    1; cf Mt 24, 10); los malos tratos ante las sinagogas (Jn 16, 2; cf Mt 10, 17; Mc 13, 9; Lc 12, 11; 21,

    12); el testimonio de los discípulos (Jn 15, 27; cf Mt 10, 23; Lc 21, 13). Estos textos de los

    sinópticos subrayan fuertemente la acción del Espíritu Santo en favor de los discípulos durante esas

    persecuciones: cuando sean citados ante los tribunales de los reyes, él hablará por ellos o en ellos

    (Mc 13, 11; Mt 10, 20). Lucas precisa que es el Espíritu Santo el que les va a enseñar lo que tendrán

    que decir (Lc 12, 12). Pero en los sinópticos nunca es considerado el Espíritu mismo como un

    testigo. En el cuarto evangelio, en cambio, Jesús dice expresamente: «Dará testimonio de mí». Esta

    es una particularidad del evangelio de Juan, que habrá que explicar.

    Este Espíritu de verdad que Jesús enviará «proviene» del Padre. Como el verbo se halla en

    presente (procedit, de la Vulgata), en oposición al futuro, «enviaré», muchos comentaristas, sobre

    todo en la tradición griega, traducen: «El procede del Padre», designando con estas palabras la

    procesión eterna del Espíritu Santo en el seno de la Trinidad. Pero los exegetas recientes reconocen

    cada vez más que en virtud de todo el contexto es necesario ver en la misión temporal del Espíritu.

    En efecto, este versículo, destinado a fundamentar el testimonio del Paráclito, se entiende mucho

    mejor si se trata de la misión: El Espíritu enviado por el Hijo, y «procediendo de junto al Padre»,

    donde está también el Hijo, está plenamente cualificado para ser el testigo del Hijo junto a los

    ¿Cómo entender este testimonio? Se han dado de él distintas explicaciones: para unos, será

    la acción del Espíritu en la predicación del evangelio, o bien en los milagros y en las acciones

    carismáticas de los apóstoles; otros, que tienen más en cuenta el contexto de hostilidad en que se

    inserta la promesa, ven en ella más bien la requisitoria por la cual el Espíritu confundirá a los jueces

    inicuos de Jesús. Ciertamente la solución exacta hay que buscarla a partir de este contexto de

    persecución. Hay que notar sin embargo que este testimonio del Espíritu va destinado no al mundo,

    sino directamente a los discípulos («El Paráclito que yo os enviaré», v. 26); les será enviado

    precisamente en razón de las persecuciones que tendrán que soportar. Además, el testimonio del

    Espíritu se distingue aquí formalmente del de los mismos discípulos (cf. v. 27); no puede reducirse,

    por tanto, al testimonio exterior que los discípulos perseguidos deberán dar ante los tribunales; es

    anterior a éste y de distinta naturaleza. Su fin auténtico no es tanto inspirar directamente la defensa

    o el testimonio de los discípulos, como en los sinópticos, sino preservarlos del escándalo cuando su

    fe se verá sometida peligrosamente a la prueba. Por esto hay que insistir sobre todo en el aspecto

    interior del testimonio del Paráclito: su papel será iluminar la conciencia de los apóstoles en la

    adversidad, confirmarlos en su fe. Cuando experimenten la tentación de la duda, el Paráclito actuará

    secretamente en ellos, testificará en sus conciencias en favor de Jesús.

    ¿Por qué es considerado el Espíritu, en virtud de esta su acción iluminadora, como un testigo

    de Jesús? La respuesta es clara: porque el Paráclito juega un papel decisivo en eso que se ha

    llamado «el gran proceso» de la vida de Jesús. Pero ¿un testimonio no tiene necesariamente un

    carácter público? Debe recordarse que, en san Juan, la mayor parte de las grandes nociones

    teológicas han sufrido una transformación. Esto vale también para los temas del testimonio y del

    proceso. Los diferentes testigos de que habla el cuarto evangelio no tienen que testificar sobre

    hechos históricos ante tribunales humanos; testifican casi siempre sobre la persona misma de Jesús:

    el fin de su testimonio es hacer aceptar a Jesús, llevar a los hombres a creer en él. Tenemos aquí,

    pues, una gran interiorización y espiritualización de la noción de testimonio.

    Lo mismo se puede observar con relación a la noción de proceso. Según los sinópticos, Jesús

    anuncia que los discípulos se encontrarán envueltos en procesos auténticos ante los hombres: serán

    entregados a los sanedrines, serán delatados ante los gobernadores y reyes (Mt 10, 17-18; Mc 13, 9).

    En san Juan ya no se encuentra ningún detalle sobre estos tribunales o sobre sus jueces. El gran

    proceso en que piensa el evangelista es de un orden completamente distinto: es el gran conflicto

    teológico que encuadra la vida de Jesús, este proceso que enfrenta a Jesús con el mundo, y que

    conduce a la condenación del mundo y a 1a exaltación de Cristo sobre la cruz. A san Juan le

    interesa muy poco el determinar quiénes serán históricamente los tribunales que condenarán a los

    discípulos; estos tribunales humanos desaparecen totalmente detrás de una potencia única,

    misteriosa, sin rostro: el mundo. Este tema del mundo nos hace calibrar toda la amplitud de la causa

    que se ha iniciado por o contra Cristo. Esta lucha supera ampliamente la oposición de los judíos

    contra Jesús durante su vida terrena; se prolonga más allá, en la Iglesia.

    En este inmenso proceso religioso en el que Jesús y el mundo se hallan frente a frente, es en

    el que el testimonio del Paráclito adquiere su auténtica y profunda significación: ante la hostilidad

    del mundo, los discípulos de Jesús se hallarán continuamente expuestos al escándalo, sentirán la

    tentación de desertar, gustarán la duda, el desaliento. Precisamente en esa hora intervendrá el

    Espíritu de verdad, el defensor de Jesús: él dará testimonio de Jesús en el interior de la conciencia

    de los discípulos; él los confirmará en su fe y les dará toda su seguridad cristiana.

    Así entendida, esta tercera promesa del Paráclito se mantiene en perfecta continuidad con las

    otras promesas estudiadas hasta ahora. Según 14, 26 y 16, 13, la acción del Espíritu será una

    enseñanza; hará comprender las palabras de Jesús y conducirá a los discípulos hacia la plenitud de

    la verdad. El texto que acabamos de examinar especifica ulteriormente esta actividad del Espíritu

    para los momentos de crisis: el papel del Paráclito será el de ser el testigo de Jesús; desvelará

    interiormente a los discípulos el verdadero alcance del mensaje de Jesús y los invitará a seguir

    inquebrantablemente fieles a pesar de las persecuciones exteriores con que tengan que enfrentarse.

    En ambos casos se trata ante todo de una acción interior del Paráclito en los discípulos: se ordena

    esencialmente al desarrollo y a la ratificación de su vida de fe.

    4. EL PARACLITO, ACUSADOR DEL MUNDO

    La cuarta promesa del Paráclito forma díptico con la tercera. También vemos al Paráclito

    cumplir su oficio de testigo, pero en este caso desde un punto de vista complementario del anterior:

    Al anunciar Jesús su partida, el corazón de los discípulos se llena de tristeza (16, 6). Jesús

    les alienta anunciándoles la venida del Paráclito:

    Os digo la verdad os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no

    vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Y en viniendo éste, demostrará la culpabilidad

    del mundo en materia de pecado, en materia de justicia y en materia de juicio. De pecado, porque

    no creyeron en mí; de justicia, porque voy al Padre y no me veréis más; de juicio, porque el

    príncipe de este mundo está ya juzgado (16, 7-11).

    El Paráclito demuestra la equivocación del mundo

    En esta promesa, Jesús define la actividad futura del Paráclito con relación al mundo. El

    término aquí empleado puede tener diversos sentidos; de aquí que el texto sea relativamente oscuro.

    Las diferentes acepciones del verbo se relacionan entre sí:

    1. «hacer un examen, una investigación»; 2. «interrogar, preguntar, someter a una prueba»;

    3. puede indicar también el resultado de la investigación: «poner en claro un hecho, exponerlo pú-

    blicamente, desvelarlo»; 4. cuando se trata de personas, el verbo significa más bien: «convencer a

    uno de error, dar la prueba de su culpabilidad»; 5. además puede tener los sentidos derivados si-

    La mayor parte de los intérpretes admiten con fundamento en Jn 16, 8 el cuarto sentido: el

    Paráclito demostrará la equivocación del mundo. Pero esta fórmula resulta ambigua: se puede pen-

    sar en efecto o en una simple presentación objetiva de los argumentos contra el mundo, o también

    en una persuasión subjetiva en el espíritu del acusado; esto equivaldría a decir que, bajo la acción

    convincente del Paráclito, los pecadores reconocerían finalmente su pecado y se convertirían. Pero

    si el verbo se toma sólo en sentido objetivo, como lo hacen ordinariamente los comentaristas,

    todavía se plantea una cuestión: ¿ante quién será dada esta prueba objetiva de la culpabilidad del

    mundo? Normalmente se hace en presencia del culpable; debería entenderse entonces que el

    Paráclito establecería el error del mundo ante el mundo mismo, por boca de los apóstoles: por su

    testimonio intrépido confundirán al mundo de tal manera que éste no tenga nada que decir. Pero

    este tema de la confusión de los pecadores ¿no es típicamente escatológico? ¿Su lugar no está más

    bien en un contexto de juicio final? Parece que una acción tan virulenta del Paráclito no cuadra

    excesivamente bien con la vida cotidiana de la Iglesia en la que los discípulos se encuentran en

    contacto continuo con el mundo; y en realidad no corresponde a los hechos.

    Pero tampoco el texto exige esa interpretación. De suyo indica únicamente la exposición

    objetiva de las pruebas; sólo el contexto permite determinar si el culpable está o no presente, si la

    demostración de su falta se hace públicamente o si se dirige solamente a él. En todo caso, el sentido

    preciso del verbo es independiente de ese detalle.

    En el caso presente no hay nada en el contexto que haga pensar en una acusación pública. El

    Paráclito demostrará la iniquidad del mundo, pero lo hará en la conciencia íntima de los discípulos.

    Según el versículo introductorio, en efecto, a ellos y para ellos vendrá el Espíritu: «Si no me fuere,

    el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré» (v. 6). Asimismo en los demás

    versículos se trata sólo de los discípulos de Jesús: «Os guiará hacía la verdad total» (v. 13).

    Finalmente, en nuestra misma perícopa, el v. 10 muestra también que se trata únicamente de los

    creyentes: «porque… no me veréis vosotros».

    Queda, pues, claro el sentido de la promesa: con la demostración de la culpabilidad del

    mundo, el Paráclito actuará de una manera interior, en lo secreto de la conciencia de los discípulos.

    En la prueba a que su fe se verá sometida, el Paráclito les dará la certeza de que el mundo es

    pecador y que la verdad está de parte de Jesús. Siendo éste el sentido exacto de la promesa hecha

    por Jesús, será eminentemente práctica para los apóstoles:

    Expulsados de la comunidad judía a consecuencia de la fidelidad a su maestro, considerados

    como impíos hasta el punto de que su condenación a muerte será considerada como un acto de culto

    a Dios, los apóstoles, como judíos piadosos, hallarán en esto su mayor tentación de escándalo. Pero

    precisamente en este punto les será particularmente útil ese defensor que estará siempre entre ellos

    y en ellos… pues él les dará la seguridad inquebrantable de que están en la verdad y de que su fe es

    agradable a Dios, poniendo en claro las injustas pretensiones del mundo perseguidor.

    La acción del Paráclito consistirá, pues, también aquí, en confirmar a los discípulos en su fe

    en estas horas de crisis; positivamente, uniéndolos cada vez más a Jesús; negativamente, dándoles la

    certeza de que es el mundo el que está en el error. Fortificada así su fe, los discípulos podrán

    triunfar del escándalo que los zarandea, vencerán al mundo: «ésta es la victoria que ha vencido al

    mundo, nuestra fe» (1 Jn 5, 4). La demostración realizada por el Espíritu de la verdad consumará la

    victoria de los creyentes sobre el mundo pecador; pero se tratará de una victoria interior y espiritual:

    en esa acción secreta del Paráclito, los discípulos podrán encontrar la fuerza necesaria para no

    dejarse encadenar por la mentira del mundo y para permanecer fieles a Cristo.

    Como se ve, vuelve a aparecer aquí la noción joanea del gran proceso, que habíamos

    encontrado ya en la tercera promesa. Mientras que en el plano histórico los discípulos son

    condenados por los tribunales de los hombres, en el plano de la fe y a la mirada de Dios son ellos

    quienes juzgan al mundo, y es el mundo el que es condenado:

    El juicio se realiza en la tierra, pero en la conciencia de aquéllos a quienes es enviado el

    Espíritu. La causa de Jesús es evocada ante ellos, y bajo las indicaciones del Espíritu que les revela

    el auténtico sentido de los hechos, toman partido por aquél a quien el mundo ha condenado, se

    cuentan entre sus discípulos. El mundo les persigue a su vez; son acusados ante sus tribunales

    mientras siguen siendo sus jueces ante sus conciencias. De esta manera, se dan simultáneamente dos

    juicios: el juicio de los cristianos ante los tribunales humanos constituidos por el mundo, el juicio

    del mundo en el corazón de los cristianos, bajo la luz del Espíritu.

    Según el v. 8, esa demostración de culpabilidad del mundo por el Paráclito debe hacerse en

    un triple orden: «de pecado, de justicia, de juicio». Durante su vida terrena Jesús había sido

    rechazado por los judíos e iba a ser condenado durante la pasión. El Paráclito hará la revisión de

    este proceso y mostrará a los discípulos que el pecado está de la parte del mundo, que la justicia

    está de la parte de Jesús, y que el verdadero condenado esta confrontación religiosa, es el príncipe

    de este mundo. Cada uno de estos tres aspectos de la acusación del mundo por el Paráclito es

    repetido y explicado con detalle en los versículos siguientes.

    de pecado, porque no creyeron en mí.

    Según el pensamiento de san Juan ésa es la esencia del pecado: el mundo ha rehusado creer

    de justicia, porque voy al Padre y no me veréis más.

    No se trata aquí de la justicia de los cristianos, sino de la de Cristo mismo. Frecuentemente

    se la entiende de la santidad personal de Jesús, de su amistad con Dios, o incluso de la razón que le

    asiste en el conflicto que le enfrenta con el mundo. Pero la explicación dada por Jesús en la

    proposición siguiente sugiere más bien otra interpretación: «justicia» debe tomarse en sentido de

    triunfo, de victoria, o de gloria, sentido que tiene a veces en la Biblia. La justicia de Jesús es su

    justicia triunfante que brillará en el momento de su glorificación celeste, cuando vuelva al Padre. El

    Paráclito, dando a los discípulos la certeza de que Jesús está en la gloria, contribuirá poderosamente

    de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.

    En el proceso entre Cristo y el mundo, el desenlace histórico se da en la hora de la pasión y

    de la muerte de Jesús: su exaltación sobre la cruz y el negarse el mundo pecador a creer en él

    constituyen precisamente la condenación de este mundo y de su jefe, el diablo. La acción

    iluminadora del Espíritu Santo permitirá a los apóstoles descubrir, detrás de los acontecimientos de

    la muerte de Cristo, a aquél que es su verdadero instigador, el príncipe de este mundo; denunciará

    Actuando en verdad como «paráclito», es decir como defensor, como abogado, el Espíritu Santo ha

    revisado, por decirlo así, el proceso de Jesús; él, el Espíritu de la verdad, ha restablecido la verdad

    CONCLUSION

    Cuando se echa una mirada de conjunto sobre las cinco promesas del Paráclito, se queda uno

    sorprendido de su gran unidad: todas se refieren, en cierta manera, a la vida de fe de los discípulos

    de Jesús. La primera (14, 16-17) subraya la oposición radical entre el mundo y los creyentes. Las

    otras cuatro pueden agruparse de dos en dos: la segunda (14, 26) y la quinta (16, 12-15) tratan de la

    tarea de enseñar realizada por el Espíritu; la tercera (15, 26-27) y la cuarta (16, 7-11), de su acción

    jurídica en el inmenso proceso que enfrenta a Jesús con el mundo.

    Pero según todos y cada uno de estos textos, la tarea del Espíritu será la de profundizar la fe

    de los discípulos, bien sea haciéndoles comprender desde dentro la vida y el mensaje de Jesús, bien

    afirmando su fe incierta contra los ataques del mundo.

    Se comprende mejor entonces el que en varias ocasiones el Paráclito sea llamado Espíritu de

    verdad (14, 17; 15, 26; 16, 13). El determinativo «de verdad» sirve para caracterizar el campo en

    que se ejerce la acción del Espíritu: su función, según la teología de san Juan, es comunicarnos la

    verdad, enseñárnosla interiormente, hacerla penetrar cada vez más profundamente en el corazón de

    los cristianos. Con esto, y gracias a la acción secreta del Paráclito, está asegurada en la Iglesia para

    siempre la permanencia y la eficacia de la palabra de Jesús.[/align]

    Os dejo un dibujo de Fano bastante explicativo.

    Fraternalmente.-

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