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    Anónimo
    Inactivo

    [align=justify]Cada vez me ocurre con más frecuencia, y seguro que a ustedes también: participas en una conversación de altura con un grupo reducido de personas; se trata en profundidad, sin trivialidades, un tema concreto de actualidad; el telón de fondo es la perspectiva cristiana del hombre y del mundo, algo de lo que no podemos sustraernos – por muy agnósticos que nos digamos – puesto que nuestra cultura y tradición son las que son, y el influjo beneficioso del cristianismo no se puede negar en el sentido que tenemos de la justicia, la dignidad y la libertad.

    El punto de partida es la diversidad garantizada de criterios. La expectativa es llevarte contigo a casa, tras el debate, algún punto de vista distinto e interesante que te acerque más a la verdad y te ayude a concretar líneas de acción ajustadas a la realidad que toca transformar, cada cual según su entorno.

    Siempre hay alguno que acompaña sus argumentos cansinamente diciendo aquello de “aunque yo respeto otras posiciones igualmente válidas…”. Yo tiendo a sonreír cuando usan esta muletilla. Si tienes tan clara tu posición será porque has hecho un discernimiento serio que te ha llevado a concluir qué es lo mejor para ti. De lo contrario, será que nunca te has planteado desmarcarte de la tradición transmitida por tu familia y la sociedad en las que naciste, o que no has reflexionado sobre el tema en cuestión pero te las das de sabedor. En el primer supuesto, y salvo que los argumentos del contrario te hagan cambiar de opinión, lo natural es que intentes hacer a otros partícipes de tu verdad (no imponer), ya que la verdad es un bien pretendido por casi todos.

    Es un hecho que la experiencia de vida y el conocimiento adquiridos con el paso de los años tienden a hacer que los mayores parezcan más rígidos en sus planteamientos (han tenido más tiempo para hacer el correspondiente discernimiento sobre muchos temas y no sienten la necesidad existencial de replantearse todas las cosas) mientras que los jóvenes, si son avispados, tienden a estar abiertos a todo.

    También es un hecho que la percepción de la realidad varía mucho según el cristal con que se mire, pero no es menos cierto que es posible llegar a un conocimiento “cierto” y universalmente aceptable de las cosas. Presumir lo contrario sería tanto como afirmar que no hay verdad objetiva posible.

    Por último, es un hecho empírico que cualitativamente no todos los comportamientos, razonamientos o valores tienen el mismo peso específico. Es decir, objetivamente hay cosas mejores que otras y punto. Por ejemplo, objetivamente es mejor proteger y salvar la vida de un niño, que matarlo en el seno materno; es mejor la ley que regula la libertad religiosa en España que la ley de la blasfemia pakistaní; objetivamente – y no importa la excelencia dialéctica empleada para defender “la protectora” visión de la mujer que tienen los musulmanes – es mejor la forma de entender y aplicar el concepto de libertad referido a las mujeres, que tiene la cultura occidental que la de muchas culturas africanas.

    No me vale por tanto lo de “yo respeto otras posiciones”, porque no todas las posiciones encierran la misma excelencia. Al afirmar esto no me estoy refiriendo a opciones tales como optar por una profesión liberal o ser funcionario, elegir el mejor diseño posible de las farolas que alumbran la ciudad, o circular a 110 ó 120 Km./h. Hablo de principios morales y/o éticos. Los que deben regir nuestras vidas y el comportamiento de las sociedades.

    Ahora bien, si la pregunta es ¿Quién me dice qué es lo mejor para mí? la clave de la respuesta está en uno mismo. Eso sí, deberemos ser honestos con los dictados de la propia conciencia y los requerimientos del bien común. Aquí cabría hacer un paréntesis ENORME explicando el valor pedagógico o antipedagógico de las leyes civiles que nos damos, el peso de los motivos basados en una u otra moral religiosa, el impacto real de la educación primera recibida en el seno de la familia y otros factores de los que no es fácil sustraerse cuando hablamos del bien y del mal.

    Los cristianos no podemos ir por ahí diciendo que “yo respeto”. No debemos renunciar a la cortesía que reclama la dignidad del otro, pero no debemos equiparar respeto a pusilanimidad, ni a laxitud, ni a falta de convicción, tal como denota esta expresión. Tener conciencia de ser depositarios de la Buena Noticia, de ser hijos del único y verdadero Dios, de ser amados hasta el extremo de dar la vida para comprar nuestra salvación, debería llevarnos a un comportamiento extrovertido que hiciera partícipes a los demás de nuestra alegría. El que es rico no lo oculta, ni se disculpa por ello.

    Lo gracioso (o triste) del asunto es que a las inseguridades de los cristianos que intentan ser consecuentes con su fe, hay que sumarle la actitud de aquellas personas nacidas en el seno de La Iglesia Católica que no han logrado o no han querido hacer suya esta forma de ser y vivir. Estos – muy dados a utilizar conciliadoramente la variedad como argumento para cuestionar las posiciones rancias y rígidas del cristianismo – se creen más versados que el propio Papa en decirnos a los demás (a los que sí creemos y amamos la Iglesia con sus luces y sombras) lo que tenemos que hacer porque es lo que se espera de quien defiende el amor por encima de todo. Y nos apocan con semejante argumento. Habría que preguntarse ¿Por qué lo permitimos?[/align]

    #12094
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]ENCRUCIJADAS DE LA VIDA[/align]

    [align=justify]La razón o el amor. La ética o la moral. La teología o la filosofía. La intuición y el naturismo o las ciencias aplicadas.

    Tanto si han elegido en cada disyuntiva como si no, seguro que al final del párrafo han concluido: “en realidad, todo es necesario, ninguna disciplina excluye a la anterior”. Y tienen razón: el amor no anula la capacidad de raciocinio. La moral suele ser más exigente que la ética, pero no la excluye. El conocimiento de Dios parte de la inquietud del hombre por buscar respuestas, igual que la filosofía. La intuición y el dominio de las propiedades de la naturaleza suelen ser el hilo que permite deshacer la madeja de las maravillas del mundo físico. Sin embargo, ¡qué paradoja!, vivimos en un mundo radical y excluyente. Por ejemplo, si te reconoces de izquierdas, no puedes estar de acuerdo con algunas o muchas cosas planteadas por los de derechas; o si te etiquetan de tradicional no puedes estar a favor de nada que entrañe progreso. ¿Será que cada día somos más incultos o superficiales?

    Un poco de las dos cosas, creo yo. Además, se da otra circunstancia: la sociedad que nos hemos dado – inmersa en el hedonismo y el relativismo, con manifiesto desinterés hacia lo religioso como agente promotor de valores más elevados – ofrece sólo dos respuestas a las encrucijadas que plantea la vida: el radicalismo o la actitud comodona e infantil (bohemia le dicen algunos) de quien “se deja llevar por la vida”.

    En la familia nos enseñan a comportarnos – actitudes de vida- y en la escuela a hacernos las preguntas adecuadas, pero somos nosotros mismos quienes hemos de decidir seguir buscando. “¿Buscar qué? – se dirán algunos – si todo está dicho y descubierto”. Pues, tal como afirmó repetidamente Benedicto XVI en su visita a Madrid, “la verdad sin adjetivos”. Sobre todo en las encrucijadas. ¿De qué otro modo podemos resolverlas?

    “Se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica.

    Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.

    En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria”

    Estas palabras – dichas por el Papa a los profesores universitarios jóvenes presentes en El Escorial – pueden aplicase a cualquier padre, maestro, empresario o profesional de cualquier ramo.

    Me pareció llamativo el número de veces que formuló la palabra verdad durante los cuatro días que estuvo en España. Da que pensar.

    Muchas personas buscan la verdad. En está búsqueda – a veces inconsciente, otras deliberada – mantenemos conversaciones de sobremesa, leemos artículos, vemos televisión, asistimos a conferencias etc. Cuando uno atiende a los discursos pronunciados por otro, sólo conecta con el orador si éste es especialmente hábil, ameno o interesante. Yo conecté con Benedicto XVI porque las palabras pronunciadas por él durante la JMJ Madrid 2011 me resultaron novedosas y actuales, respondían a las preguntas que me hago ahora mismo. Supo decir de forma concisa y precisa verdades que necesitaba traer a la memoria.

    Por esto me atrevo a recomendar lo siguiente: cualquiera que tenga la mínima honestidad consigo mismo, antes de criticar sarcásticamente la doctrina católica o de acercarse por la curia pidiendo la apostasía, debería tomarse la molestia de hacer una profunda revisión intelectual de sus contenidos. Bien explicado, el magisterio de la Iglesia, la sabiduría que encierra, resulta un potente faro para afrontar las encrucijadas de la vida.

    “Seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación”. (El Papa a los jóvenes en la Cibeles)[/align]

    [align=center]

    Quote:

    La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos.

    Esto le convierte en una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia; representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofista

    [/align]

    #18147
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]ENCRUCIJADAS DE LA VIDA[/align]

    [align=justify]La razón o el amor. La ética o la moral. La teología o la filosofía. La intuición y el naturismo o las ciencias aplicadas.

    Tanto si han elegido en cada disyuntiva como si no, seguro que al final del párrafo han concluido: “en realidad, todo es necesario, ninguna disciplina excluye a la anterior”. Y tienen razón: el amor no anula la capacidad de raciocinio. La moral suele ser más exigente que la ética, pero no la excluye. El conocimiento de Dios parte de la inquietud del hombre por buscar respuestas, igual que la filosofía. La intuición y el dominio de las propiedades de la naturaleza suelen ser el hilo que permite deshacer la madeja de las maravillas del mundo físico. Sin embargo, ¡qué paradoja!, vivimos en un mundo radical y excluyente. Por ejemplo, si te reconoces de izquierdas, no puedes estar de acuerdo con algunas o muchas cosas planteadas por los de derechas; o si te etiquetan de tradicional no puedes estar a favor de nada que entrañe progreso. ¿Será que cada día somos más incultos o superficiales?

    Un poco de las dos cosas, creo yo. Además, se da otra circunstancia: la sociedad que nos hemos dado – inmersa en el hedonismo y el relativismo, con manifiesto desinterés hacia lo religioso como agente promotor de valores más elevados – ofrece sólo dos respuestas a las encrucijadas que plantea la vida: el radicalismo o la actitud comodona e infantil (bohemia le dicen algunos) de quien “se deja llevar por la vida”.

    En la familia nos enseñan a comportarnos – actitudes de vida- y en la escuela a hacernos las preguntas adecuadas, pero somos nosotros mismos quienes hemos de decidir seguir buscando. “¿Buscar qué? – se dirán algunos – si todo está dicho y descubierto”. Pues, tal como afirmó repetidamente Benedicto XVI en su visita a Madrid, “la verdad sin adjetivos”. Sobre todo en las encrucijadas. ¿De qué otro modo podemos resolverlas?

    “Se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica.

    Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.

    En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria”

    Estas palabras – dichas por el Papa a los profesores universitarios jóvenes presentes en El Escorial – pueden aplicase a cualquier padre, maestro, empresario o profesional de cualquier ramo.

    Me pareció llamativo el número de veces que formuló la palabra verdad durante los cuatro días que estuvo en España. Da que pensar.

    Muchas personas buscan la verdad. En está búsqueda – a veces inconsciente, otras deliberada – mantenemos conversaciones de sobremesa, leemos artículos, vemos televisión, asistimos a conferencias etc. Cuando uno atiende a los discursos pronunciados por otro, sólo conecta con el orador si éste es especialmente hábil, ameno o interesante. Yo conecté con Benedicto XVI porque las palabras pronunciadas por él durante la JMJ Madrid 2011 me resultaron novedosas y actuales, respondían a las preguntas que me hago ahora mismo. Supo decir de forma concisa y precisa verdades que necesitaba traer a la memoria.

    Por esto me atrevo a recomendar lo siguiente: cualquiera que tenga la mínima honestidad consigo mismo, antes de criticar sarcásticamente la doctrina católica o de acercarse por la curia pidiendo la apostasía, debería tomarse la molestia de hacer una profunda revisión intelectual de sus contenidos. Bien explicado, el magisterio de la Iglesia, la sabiduría que encierra, resulta un potente faro para afrontar las encrucijadas de la vida.

    “Seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación”. (El Papa a los jóvenes en la Cibeles)[/align]

    [align=center]

    Quote:

    La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos.

    Esto le convierte en una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia; representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofista

    [/align]

    #12095
    Anónimo
    Inactivo

    NATURALEZA

    [align=justify]En algún momento de la conversación con un sacerdote amigo yo le dije: «Me preocupaba la escasa o nula necesidad que percibo en la sociedad de tender hacia el bien. Buscamos satisfacer la propia conveniencia según el momento, pero no tenemos en el horizonte la consecución del BIEN en términos absolutos».

    El me contestó: “Yo suelo poner este ejemplo: imagina que estás subida a una superficie poco estable – y golpeó la mesa de madera de mi despacho, como comprobando la consistencia de la misma -; debajo de la mesa hay una charca de cocodrilos hambrientos; sobre tu cabeza tienes una barra de metal anclada al techo o al muro. ¿No te agarrarías a la barra para superar el vaivén de la mesa y evitar caer a la charca?”

    – ¡Pues claro! – contesté yo, más por permitirle seguir con el razonamiento que porque él esperara mi respuesta.

    – Eso es lo que supone el plano sobrenatural para los hombres, un asidero. No pueden permanecer a ras de suelo (la naturaleza animal) porque se devorarían. Tampoco pueden permanecer tranquilos en el plano de la naturaleza humana. Han de estar vigilantes porque los deseos incontrolados o el afán desmesurado de posesiones, o de poder, o de placer inmediato, hacen tambalearse la mesa donde están subidos. Efectivamente necesitamos asirnos a algo más elevado y consistente (el plano sobrenatural).

    Inmediatamente concluí: “voy a hablar durante varios números del gran tema de la Naturaleza y la Ética”.

    Necesitamos buscar el bien individual y colectivamente.

    Nos han dicho que tender hacia el bien es agotador, aburrido y estéril ¿Y nos lo hemos creído? ¡Que tontos! Nos cansa el mero hecho de pensar en la disciplina que deberíamos imponernos para alcanzar el bien. Esto me recuerda a los que nunca han hecho la Valvanerada o el Camino de Santiago y se ufanan de no hacerlo porque “se cansan sólo de pensarlo”. ¡Que les digan los peregrinos si merece la pena o no!

    Compramos mascotas para no tener hijos, nos divorciamos o dejamos de hablarnos con la familia como si la separación fuera la panacea para superar las desavenencias conyugales o fraternales, robamos en el trabajo (el empresario al obrero, el empleado a su jefe, el político a los contribuyentes, los banqueros a sus clientes, los dominantes a los más indefensos) para lograr una holgura económica que no nos hemos merecido, desobedecemos a los padres porque obedecer es una pesadez, soñamos con el casting que nos descubra y nos lance a la fama sin esfuerzo, recurrimos al sexo sin compromiso o a la comida sin control para poder gozar con el mínimo esfuerzo posible, etc. Así no somos felices. Ni lo seremos nunca.

    En nuestra sociedad es manifiesto el desprestigio de lo religioso como agente promotor de valores más elevados. y yo pregunto: si renunciamos al plano de lo sobrenatural, ¿con qué nos quedamos? ¿Con lo animal y lo humano?

    ¡Hablemos pues de lo natural y lo humano! Veamos a dónde nos lleva esta reflexión hecha con honestidad, sin miedo a la verdad.

    Acompáñenme en los siguientes comentarios de esta sección. Quizás saquemos conclusiones interesantes entre todos.[/align]

    #18148
    Anónimo
    Inactivo

    NATURALEZA

    [align=justify]En algún momento de la conversación con un sacerdote amigo yo le dije: «Me preocupaba la escasa o nula necesidad que percibo en la sociedad de tender hacia el bien. Buscamos satisfacer la propia conveniencia según el momento, pero no tenemos en el horizonte la consecución del BIEN en términos absolutos».

    El me contestó: “Yo suelo poner este ejemplo: imagina que estás subida a una superficie poco estable – y golpeó la mesa de madera de mi despacho, como comprobando la consistencia de la misma -; debajo de la mesa hay una charca de cocodrilos hambrientos; sobre tu cabeza tienes una barra de metal anclada al techo o al muro. ¿No te agarrarías a la barra para superar el vaivén de la mesa y evitar caer a la charca?”

    – ¡Pues claro! – contesté yo, más por permitirle seguir con el razonamiento que porque él esperara mi respuesta.

    – Eso es lo que supone el plano sobrenatural para los hombres, un asidero. No pueden permanecer a ras de suelo (la naturaleza animal) porque se devorarían. Tampoco pueden permanecer tranquilos en el plano de la naturaleza humana. Han de estar vigilantes porque los deseos incontrolados o el afán desmesurado de posesiones, o de poder, o de placer inmediato, hacen tambalearse la mesa donde están subidos. Efectivamente necesitamos asirnos a algo más elevado y consistente (el plano sobrenatural).

    Inmediatamente concluí: “voy a hablar durante varios números del gran tema de la Naturaleza y la Ética”.

    Necesitamos buscar el bien individual y colectivamente.

    Nos han dicho que tender hacia el bien es agotador, aburrido y estéril ¿Y nos lo hemos creído? ¡Que tontos! Nos cansa el mero hecho de pensar en la disciplina que deberíamos imponernos para alcanzar el bien. Esto me recuerda a los que nunca han hecho la Valvanerada o el Camino de Santiago y se ufanan de no hacerlo porque “se cansan sólo de pensarlo”. ¡Que les digan los peregrinos si merece la pena o no!

    Compramos mascotas para no tener hijos, nos divorciamos o dejamos de hablarnos con la familia como si la separación fuera la panacea para superar las desavenencias conyugales o fraternales, robamos en el trabajo (el empresario al obrero, el empleado a su jefe, el político a los contribuyentes, los banqueros a sus clientes, los dominantes a los más indefensos) para lograr una holgura económica que no nos hemos merecido, desobedecemos a los padres porque obedecer es una pesadez, soñamos con el casting que nos descubra y nos lance a la fama sin esfuerzo, recurrimos al sexo sin compromiso o a la comida sin control para poder gozar con el mínimo esfuerzo posible, etc. Así no somos felices. Ni lo seremos nunca.

    En nuestra sociedad es manifiesto el desprestigio de lo religioso como agente promotor de valores más elevados. y yo pregunto: si renunciamos al plano de lo sobrenatural, ¿con qué nos quedamos? ¿Con lo animal y lo humano?

    ¡Hablemos pues de lo natural y lo humano! Veamos a dónde nos lleva esta reflexión hecha con honestidad, sin miedo a la verdad.

    Acompáñenme en los siguientes comentarios de esta sección. Quizás saquemos conclusiones interesantes entre todos.[/align]

    #12096
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LIBERTAD “SITUADA” [/align]

    [align=justify]Cuando vinimos al mundo, este ya llevaba mucho tiempo hecho. No importa lo listos o rebeldes que demostremos ser; cuando nacimos, el mundo ya tenía sus leyes, ya estaba lleno de cosas y de personas. Nosotros vinimos a ocupar un lugar entre todas ellas. Por eso – pese a lo que algunos predican -, la libertad absoluta (sin condiciones) es una quimera. No existe. Lo que vivimos es una libertad fuertemente condicionada por todo lo que estaba antes de nosotros, es una libertad “situada”. Así la describe el filósofo español Xavier Zubiri.

    Esto, que parece tan obvio para la gente normal, agobia un tanto a quienes entienden que ser libres es no tener nada que hacer en la vida.

    El hombre es una criatura especial, es un ser libre, lo cual significa que, entre otras cosas, está mucho menos condicionado por sus instintos, pero por eso mismo necesita ser educado para vivir como hombre.

    ¿Qué es vivir como hombre? Desde luego es más que levantarse de la cama cada mañana, comer, ir a “la mina”, y procrear. Es hablar, leer y escribir, mejorar cada día personal y colectivamente; es desarrollar y disfrutar cierta vida cultural, la sensibilidad musical, la capacidad de reflexionar sobre distintos temas, incluso descubrir el refinamiento gastronómico. Al final de la lista de cosas que es o puede ser un hombre, siempre aparece el dilema del bien deseado frente al deber que la conciencia nos señala como prioridad.

    En muchas ocasiones la elección de la conciencia recae en el bien. Pero otras no; hay que levantarse para ir a trabajar en lugar de seguir durmiendo, que la furia de tu venganza no supere el daño que te infringieron, no hagas a otros lo que no desees para ti, etc.

    ¿Quién y/o cómo se forma la conciencia? De ordinario nos dejamos aconsejar por los que nos quieren bien y aceptamos la moral que nos trasmiten. En nuestro caso, la moral cristiana. Individualmente no tendríamos tiempo ni capacidad para construir desde cero toda la moral antes de realizar nuestro primer acto libre, consciente y responsable.

    Es fácil ponerse a hablar de moral. Lo difícil es conseguir que los demás nos escuchen y, lo más importante, que estén de acuerdo. Conforme avanza “la civilización”, crece la sensación de que la moral es el tema más opinable. Si existiera un punto de acuerdo, este sería probablemente afirmar que no hay nada seguro o categóricamente cierto y que, por lo tanto, ninguna opinión puede imponerse. La ciencia física o la técnica del encofrado de paneles modulares en construcciones verticales sí son objetivas, y quienes las conocen dicen cómo son. Pero en moral se trata de sensibilidades, de preferencias o puntos de vista y, en consecuencia, todo es opinable. Además, la moral parece cambiar según las culturas y las épocas.

    Para muchos, la moral tradicional consiste en un conjunto de normas fijas y estrictas, sobre todo en materia sexual, que pretenden mantener a las personas reprimidas durante toda su vida. Si las incumples por encima de cierto límite te vas al infierno, en caso contrario, al cielo. En la era moderna decimos haber superado este planteamiento, y que el único principio generalmente aceptado es la buena intención. Nadie puede erigirse juez de la moral del otro. Nadie tiene derecho a poner otras restricciones que las que nacen de los conflictos de derechos reconocidos por ley civil, y para eso está el Estado.

    Es cierto que, a primera vista, hay cosas que a todos nos parecen mal: asesinar un niño, maltratar a un anciano, hacer sufrir a un animal, contaminar un río, etc. Sin embargo lo complicado sería argumentar porqué estas cosas son malas. Alguno estará pensando “esas cosas son malas porque, si se difundiera esa manea de comportarse, la convivencia sería insoportable”. Este argumento utilitarista no podría justificar fácilmente porqué – por ejemplo – es malo maltratar a un animal y, en todo caso está abierto a una casuística interminable: ¿y si no le molesta a nadie? ¿Quién dice que todo el que maltrata animales acabará maltratando a personas? ¿Y si sólo lo maltrato un poquito?

    Estamos limitados por nuestra propia naturaleza – no podemos volar batiendo las alas como un pájaro, aunque nos gustaría mucho – y este dato (que tenemos naturaleza humana) es fundamental a la hora de plantearnos lo qué haremos con nuestra libertad. No podemos vivir como si no fuéramos hombres: tenemos energías limitadas, somos más inteligentes y hábiles que el resto de las criaturas, morimos, tenemos un origen social concreto, personas a las que amamos o nos rodean, etc. etc. Sin embargo, estos condicionamientos no son limitaciones inevitables, sino los trazos que definen nuestro perfil como personas. Sería estúpido rechazarlos o avergonzarnos de ellos. Las limitaciones son, en cierto modo, como las reglas del juego, el punto de partida, lo que hace que el juego sea emocionante, el marco dentro del cual hay un inmenso espacio para nuestra creatividad.[/align]

    #18149
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LIBERTAD “SITUADA” [/align]

    [align=justify]Cuando vinimos al mundo, este ya llevaba mucho tiempo hecho. No importa lo listos o rebeldes que demostremos ser; cuando nacimos, el mundo ya tenía sus leyes, ya estaba lleno de cosas y de personas. Nosotros vinimos a ocupar un lugar entre todas ellas. Por eso – pese a lo que algunos predican -, la libertad absoluta (sin condiciones) es una quimera. No existe. Lo que vivimos es una libertad fuertemente condicionada por todo lo que estaba antes de nosotros, es una libertad “situada”. Así la describe el filósofo español Xavier Zubiri.

    Esto, que parece tan obvio para la gente normal, agobia un tanto a quienes entienden que ser libres es no tener nada que hacer en la vida.

    El hombre es una criatura especial, es un ser libre, lo cual significa que, entre otras cosas, está mucho menos condicionado por sus instintos, pero por eso mismo necesita ser educado para vivir como hombre.

    ¿Qué es vivir como hombre? Desde luego es más que levantarse de la cama cada mañana, comer, ir a “la mina”, y procrear. Es hablar, leer y escribir, mejorar cada día personal y colectivamente; es desarrollar y disfrutar cierta vida cultural, la sensibilidad musical, la capacidad de reflexionar sobre distintos temas, incluso descubrir el refinamiento gastronómico. Al final de la lista de cosas que es o puede ser un hombre, siempre aparece el dilema del bien deseado frente al deber que la conciencia nos señala como prioridad.

    En muchas ocasiones la elección de la conciencia recae en el bien. Pero otras no; hay que levantarse para ir a trabajar en lugar de seguir durmiendo, que la furia de tu venganza no supere el daño que te infringieron, no hagas a otros lo que no desees para ti, etc.

    ¿Quién y/o cómo se forma la conciencia? De ordinario nos dejamos aconsejar por los que nos quieren bien y aceptamos la moral que nos trasmiten. En nuestro caso, la moral cristiana. Individualmente no tendríamos tiempo ni capacidad para construir desde cero toda la moral antes de realizar nuestro primer acto libre, consciente y responsable.

    Es fácil ponerse a hablar de moral. Lo difícil es conseguir que los demás nos escuchen y, lo más importante, que estén de acuerdo. Conforme avanza “la civilización”, crece la sensación de que la moral es el tema más opinable. Si existiera un punto de acuerdo, este sería probablemente afirmar que no hay nada seguro o categóricamente cierto y que, por lo tanto, ninguna opinión puede imponerse. La ciencia física o la técnica del encofrado de paneles modulares en construcciones verticales sí son objetivas, y quienes las conocen dicen cómo son. Pero en moral se trata de sensibilidades, de preferencias o puntos de vista y, en consecuencia, todo es opinable. Además, la moral parece cambiar según las culturas y las épocas.

    Para muchos, la moral tradicional consiste en un conjunto de normas fijas y estrictas, sobre todo en materia sexual, que pretenden mantener a las personas reprimidas durante toda su vida. Si las incumples por encima de cierto límite te vas al infierno, en caso contrario, al cielo. En la era moderna decimos haber superado este planteamiento, y que el único principio generalmente aceptado es la buena intención. Nadie puede erigirse juez de la moral del otro. Nadie tiene derecho a poner otras restricciones que las que nacen de los conflictos de derechos reconocidos por ley civil, y para eso está el Estado.

    Es cierto que, a primera vista, hay cosas que a todos nos parecen mal: asesinar un niño, maltratar a un anciano, hacer sufrir a un animal, contaminar un río, etc. Sin embargo lo complicado sería argumentar porqué estas cosas son malas. Alguno estará pensando “esas cosas son malas porque, si se difundiera esa manea de comportarse, la convivencia sería insoportable”. Este argumento utilitarista no podría justificar fácilmente porqué – por ejemplo – es malo maltratar a un animal y, en todo caso está abierto a una casuística interminable: ¿y si no le molesta a nadie? ¿Quién dice que todo el que maltrata animales acabará maltratando a personas? ¿Y si sólo lo maltrato un poquito?

    Estamos limitados por nuestra propia naturaleza – no podemos volar batiendo las alas como un pájaro, aunque nos gustaría mucho – y este dato (que tenemos naturaleza humana) es fundamental a la hora de plantearnos lo qué haremos con nuestra libertad. No podemos vivir como si no fuéramos hombres: tenemos energías limitadas, somos más inteligentes y hábiles que el resto de las criaturas, morimos, tenemos un origen social concreto, personas a las que amamos o nos rodean, etc. etc. Sin embargo, estos condicionamientos no son limitaciones inevitables, sino los trazos que definen nuestro perfil como personas. Sería estúpido rechazarlos o avergonzarnos de ellos. Las limitaciones son, en cierto modo, como las reglas del juego, el punto de partida, lo que hace que el juego sea emocionante, el marco dentro del cual hay un inmenso espacio para nuestra creatividad.[/align]

    #12097
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]RELACIONES BILATERALES[/align]
    [align=justify]Esta expresión, tan utilizada en el ámbito de la política, la refiero yo ahora a las relaciones que establece el hombre con la naturaleza y con los otros hombres. De tú a tú. Ni señores, ni esclavos, ni poderosos ni sometidos. Todos sopesándonos con respeto.

    Evidentemente, el hombre se sitúa en el vértice de la pirámide evolutiva. También es el primero en la cadena alimentaria. Sin embargo, estos hechos, que tienen su transcendencia en el orden del universo, no justifican la tiranía hacia el resto de la naturaleza como argumento de supremacía.

    Estamos llamados por Dios para cuidar y someter su creación. A veces nuestra solicitud habrá de ser absolutamente proteccionista (caso de las especies en extinción o con un alto valor ecológico), otras sólo será necesario cierto control y delicadeza de trato. Someter significa alcanzar el conocimiento de las leyes que rigen el mundo material con vistas a sacarles el mayor partido posible para bien de todos: construimos puentes que unen islas, inventamos cura a muchas enfermedades, explotamos las posibilidades que nos brinda el uso de los ordenadores y, cuando el acceso masivo a la información se convierte en un problema de seguridad, descubrimos las aplicaciones de los llamados ordenadores cuánticos, que además nos permiten almacenar mucha más información, etc.

    Entre esta forma de cuidar y explotar la naturaleza y el sentimentalismo estéril que nos lleva a tratar a los perros como a hijos, hay un salto cuantitativo. Es preocupante el incremento de personas que inician su vida de pareja “adoptando” una mascota con la que se comprometen afectiva y materialmente (alimento, cuidados médicos, atuendo, modales, etc.) como lo harían con sus propios hijos. No está mal responsabilizarse de tu mascota, de hecho es lo que procede. Pero, en realidad, ¿por qué compramos animales de compañía? ¿Porque estamos enfermos o extremadamente solos, y requerimos su ayuda? ¿No será que volcamos en ellos afectos inapropiados o que buscamos un sucedáneo “cómodo” a la familia? ¿Los “acogemos” o en realidad los sometemos al régimen carcelario que es un piso para criaturas que necesitan correr, relacionarse y vivir en semilibertad? Se les corta el rabo y las orejas para que luzcan “guapos”, se les esteriliza o se descarta a las hembras, se les arrancan las uñas para que no arañen los muebles… ¿no es esto una forma de ensañamiento, aunque paralelamente nos gastemos 800 € en operarles un quiste de la cabeza? Francamente, yo tengo mis dudas.

    Hagamos sin embargo esta concesión: lo que sentimos por los animales es amor puro y sincero. La pregunta que surge es la siguiente: “si mi perro se merece todas estas atenciones, ¿cómo puedo permanecer pasivo ante las corridas de toros?” ¡Las prohibimos! Y censuramos los abrigos de piel. Y nos proponemos eliminar las granjas de pollos, vacas, conejos y otros. ¡Todos vegetarianos! No crean que estoy siendo demagógica o que defiendo los usos abusivos – evito deliberadamente el adjetivo “inhumanos” – de algunas empresas. Lo que pretendo evidenciar es la falta de criterio recto que padecemos, porque mientras aplaudimos a Greenpeace por su labor en favor de las ballenas, no somos capaces de regalar una firma para derogar la ley del aborto. Desde mi perspectiva, no cabe ser al mismo tiempo militante ecologista y abortista o pro-eutanasia.

    En el polo opuesto estarían los que se creen tan listos y superiores al resto de lo seres vivos, que no ven en ellos otra cosa que carne de cañón para sus experimentos médicos o sociológicos. Para ellos, encontrar respuestas que les ayuden a desentrañar el misterio de la vida y de las especies, es “lo máximo”. Se preguntan: “¿hasta dónde es mera materia biológica y a partir de qué momento es vida inteligente y autónoma?” Si existiera la respuesta matemáticamente precisa que demandan, seguro que volverían a preguntar “¿y, en todo caso, por qué no podemos experimentar con vidas humanas, si el objetivo es erradicar el Alzheimer?”.

    ¡Siempre queriendo dar un paso más allá del límite establecido! Esto es intrínseco a nuestra naturaleza humana, y no es malo. Pero a causa de las burradas que podemos hacer, y sobre todo, a causa de las consecuencias derivadas de esas burradas y del impacto que tienen en el propio hombre y en la tierra, es imperativa una norma de conducta – llámese ética o moral – que nos proteja de los abusos por exceso o defecto. ¿Cuál será esta ley?[/align]

    #18150
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]RELACIONES BILATERALES[/align]
    [align=justify]Esta expresión, tan utilizada en el ámbito de la política, la refiero yo ahora a las relaciones que establece el hombre con la naturaleza y con los otros hombres. De tú a tú. Ni señores, ni esclavos, ni poderosos ni sometidos. Todos sopesándonos con respeto.

    Evidentemente, el hombre se sitúa en el vértice de la pirámide evolutiva. También es el primero en la cadena alimentaria. Sin embargo, estos hechos, que tienen su transcendencia en el orden del universo, no justifican la tiranía hacia el resto de la naturaleza como argumento de supremacía.

    Estamos llamados por Dios para cuidar y someter su creación. A veces nuestra solicitud habrá de ser absolutamente proteccionista (caso de las especies en extinción o con un alto valor ecológico), otras sólo será necesario cierto control y delicadeza de trato. Someter significa alcanzar el conocimiento de las leyes que rigen el mundo material con vistas a sacarles el mayor partido posible para bien de todos: construimos puentes que unen islas, inventamos cura a muchas enfermedades, explotamos las posibilidades que nos brinda el uso de los ordenadores y, cuando el acceso masivo a la información se convierte en un problema de seguridad, descubrimos las aplicaciones de los llamados ordenadores cuánticos, que además nos permiten almacenar mucha más información, etc.

    Entre esta forma de cuidar y explotar la naturaleza y el sentimentalismo estéril que nos lleva a tratar a los perros como a hijos, hay un salto cuantitativo. Es preocupante el incremento de personas que inician su vida de pareja “adoptando” una mascota con la que se comprometen afectiva y materialmente (alimento, cuidados médicos, atuendo, modales, etc.) como lo harían con sus propios hijos. No está mal responsabilizarse de tu mascota, de hecho es lo que procede. Pero, en realidad, ¿por qué compramos animales de compañía? ¿Porque estamos enfermos o extremadamente solos, y requerimos su ayuda? ¿No será que volcamos en ellos afectos inapropiados o que buscamos un sucedáneo “cómodo” a la familia? ¿Los “acogemos” o en realidad los sometemos al régimen carcelario que es un piso para criaturas que necesitan correr, relacionarse y vivir en semilibertad? Se les corta el rabo y las orejas para que luzcan “guapos”, se les esteriliza o se descarta a las hembras, se les arrancan las uñas para que no arañen los muebles… ¿no es esto una forma de ensañamiento, aunque paralelamente nos gastemos 800 € en operarles un quiste de la cabeza? Francamente, yo tengo mis dudas.

    Hagamos sin embargo esta concesión: lo que sentimos por los animales es amor puro y sincero. La pregunta que surge es la siguiente: “si mi perro se merece todas estas atenciones, ¿cómo puedo permanecer pasivo ante las corridas de toros?” ¡Las prohibimos! Y censuramos los abrigos de piel. Y nos proponemos eliminar las granjas de pollos, vacas, conejos y otros. ¡Todos vegetarianos! No crean que estoy siendo demagógica o que defiendo los usos abusivos – evito deliberadamente el adjetivo “inhumanos” – de algunas empresas. Lo que pretendo evidenciar es la falta de criterio recto que padecemos, porque mientras aplaudimos a Greenpeace por su labor en favor de las ballenas, no somos capaces de regalar una firma para derogar la ley del aborto. Desde mi perspectiva, no cabe ser al mismo tiempo militante ecologista y abortista o pro-eutanasia.

    En el polo opuesto estarían los que se creen tan listos y superiores al resto de lo seres vivos, que no ven en ellos otra cosa que carne de cañón para sus experimentos médicos o sociológicos. Para ellos, encontrar respuestas que les ayuden a desentrañar el misterio de la vida y de las especies, es “lo máximo”. Se preguntan: “¿hasta dónde es mera materia biológica y a partir de qué momento es vida inteligente y autónoma?” Si existiera la respuesta matemáticamente precisa que demandan, seguro que volverían a preguntar “¿y, en todo caso, por qué no podemos experimentar con vidas humanas, si el objetivo es erradicar el Alzheimer?”.

    ¡Siempre queriendo dar un paso más allá del límite establecido! Esto es intrínseco a nuestra naturaleza humana, y no es malo. Pero a causa de las burradas que podemos hacer, y sobre todo, a causa de las consecuencias derivadas de esas burradas y del impacto que tienen en el propio hombre y en la tierra, es imperativa una norma de conducta – llámese ética o moral – que nos proteja de los abusos por exceso o defecto. ¿Cuál será esta ley?[/align]

    #12098
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]¿Al NIVEL DE LOS MONOS? [/align]

    [align=justify]En los artículos anteriores he hablado de los distintos planos de existencia (animal, humano, sobrenatural), he “situado” el concepto de la libertad humana, he planteado – en términos de igualdad y respeto – las relaciones del hombre con la naturaleza y consigo mismo. Hoy abordaremos el tema de las referencias que nos damos a nosotros mismos, de aquellas que llamamos “modelos de conducta”.

    Nos ha dado por querer prescindir de todo aquello que “huela” o “tenga sabor” a cristianismo. Le asignamos el calificativo de “alternativo” al resto de creencias religiosas y a los planteamientos morales derivados de ellas. Así las cosas, cuando algunos juzgan diversas conductas humanas, resulta frecuente escuchar cosas como: “la homosexualidad no es antinatural, muchos monos la practican con asiduidad”, o “cuidar a los viejos y débiles es “contranatura” ya que en la vida salvaje los más débiles siempre son rechazados o abandonados”, o “la única ley verdaderamente universal en la naturaleza es la supremacía del fuerte sobre el débil y la necesidad del apareamiento frecuente”.

    Confieso que al escuchar estas palabras (o similares), siento el impulso de contestar: “si usted necesita compararse con un simio o una tortuga galápago para justificar determinadas conductas, tiene un problema bastante más serio que la duda moral”.

    Pero, en el fondo, lo que estas afirmaciones evidencian es el afán por buscar referencias universalmente válidas para legitimar el comportamiento humano. Pensamos que en la naturaleza todo es salvaje, que su orden es el más lógico precisamente por su espontaneidad, que siempre se ha mostrado indómita al hombre y que, precisamente por eso, es más genuina. Siguiendo este hilo argumental es fácil concluir que la ley natural comporta más garantías de objetividad que, por ejemplo, la moral católica.

    Este planteamiento simplista es claramente insuficiente para orientar rectamente la conducta humana. Para empezar, cuanto más conocemos del orden natural, más se demuestra que su estructura no es fruto de la casualidad. Por ejemplo, se ha descubierto que las flores con mayor éxito reproductivo recrean un modelo de simetría concreto, matemáticamente perfecto, difícil de explicar como resultado de la improvisación. En segundo lugar, habría que explicar con precisión las condiciones que determinan el comportamiento de los animales y las fuerzas que mueven a la naturaleza en un sentido u otro. En tercer lugar, habría que concretar el significado de la expresión “ley natural” (que desde luego no es enunciar preceptos basados en el comportamiento de los monos).

    El hombre no puede vivir como si no fuera tal. Nuestra inteligencia y nuestra dimensión espiritual marcan diferencias ineludibles. No podemos buscar referencias en ámbitos que quedan por debajo de nuestro estatus existencial. Por lo tanto, cualquier moral que pretenda ser tal, deberá hacer al hombre más hombre, mejor hombre. Si el cristianismo no conduce a esto, el cristianismo tiene un problema. Si por el contrario somos nosotros los que renunciamos a buscar la plenitud y el sentido de nuestra existencia, o nos conformamos con vivir en el barro, el problema es nuestro.

    Por cierto, y sea dicho de paso, los diez mandamientos son el mejor resumen jamás formulado de la ley natural para el hombre.

    Emprender la búsqueda de referencias morales ampliamente aceptadas y válidas, no tiene sentido sin una apuesta firme, previa, por la honestidad. Esta es la razón por la cual no podemos renunciar a buscar la verdad. De ahí que Benedicto XVI insista en ésta tarea, aparentemente reservada a filósofos y teólogos. La proliferación de estos viene dada por la demanda cotidiana del producto que venden.[/align]

    #18151
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]¿Al NIVEL DE LOS MONOS? [/align]

    [align=justify]En los artículos anteriores he hablado de los distintos planos de existencia (animal, humano, sobrenatural), he “situado” el concepto de la libertad humana, he planteado – en términos de igualdad y respeto – las relaciones del hombre con la naturaleza y consigo mismo. Hoy abordaremos el tema de las referencias que nos damos a nosotros mismos, de aquellas que llamamos “modelos de conducta”.

    Nos ha dado por querer prescindir de todo aquello que “huela” o “tenga sabor” a cristianismo. Le asignamos el calificativo de “alternativo” al resto de creencias religiosas y a los planteamientos morales derivados de ellas. Así las cosas, cuando algunos juzgan diversas conductas humanas, resulta frecuente escuchar cosas como: “la homosexualidad no es antinatural, muchos monos la practican con asiduidad”, o “cuidar a los viejos y débiles es “contranatura” ya que en la vida salvaje los más débiles siempre son rechazados o abandonados”, o “la única ley verdaderamente universal en la naturaleza es la supremacía del fuerte sobre el débil y la necesidad del apareamiento frecuente”.

    Confieso que al escuchar estas palabras (o similares), siento el impulso de contestar: “si usted necesita compararse con un simio o una tortuga galápago para justificar determinadas conductas, tiene un problema bastante más serio que la duda moral”.

    Pero, en el fondo, lo que estas afirmaciones evidencian es el afán por buscar referencias universalmente válidas para legitimar el comportamiento humano. Pensamos que en la naturaleza todo es salvaje, que su orden es el más lógico precisamente por su espontaneidad, que siempre se ha mostrado indómita al hombre y que, precisamente por eso, es más genuina. Siguiendo este hilo argumental es fácil concluir que la ley natural comporta más garantías de objetividad que, por ejemplo, la moral católica.

    Este planteamiento simplista es claramente insuficiente para orientar rectamente la conducta humana. Para empezar, cuanto más conocemos del orden natural, más se demuestra que su estructura no es fruto de la casualidad. Por ejemplo, se ha descubierto que las flores con mayor éxito reproductivo recrean un modelo de simetría concreto, matemáticamente perfecto, difícil de explicar como resultado de la improvisación. En segundo lugar, habría que explicar con precisión las condiciones que determinan el comportamiento de los animales y las fuerzas que mueven a la naturaleza en un sentido u otro. En tercer lugar, habría que concretar el significado de la expresión “ley natural” (que desde luego no es enunciar preceptos basados en el comportamiento de los monos).

    El hombre no puede vivir como si no fuera tal. Nuestra inteligencia y nuestra dimensión espiritual marcan diferencias ineludibles. No podemos buscar referencias en ámbitos que quedan por debajo de nuestro estatus existencial. Por lo tanto, cualquier moral que pretenda ser tal, deberá hacer al hombre más hombre, mejor hombre. Si el cristianismo no conduce a esto, el cristianismo tiene un problema. Si por el contrario somos nosotros los que renunciamos a buscar la plenitud y el sentido de nuestra existencia, o nos conformamos con vivir en el barro, el problema es nuestro.

    Por cierto, y sea dicho de paso, los diez mandamientos son el mejor resumen jamás formulado de la ley natural para el hombre.

    Emprender la búsqueda de referencias morales ampliamente aceptadas y válidas, no tiene sentido sin una apuesta firme, previa, por la honestidad. Esta es la razón por la cual no podemos renunciar a buscar la verdad. De ahí que Benedicto XVI insista en ésta tarea, aparentemente reservada a filósofos y teólogos. La proliferación de estos viene dada por la demanda cotidiana del producto que venden.[/align]

    #12099
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LO QUE ES Y LO QUE NO ES `LA MORAL´ [/align]

    [align=justify]Soy consciente de que el tema que viene ocupando mis reflexiones estas semanas puede resultar un tanto árido. Reconozco que uno no se plantea todos los días el plano existencial donde se desenvuelve su vida, ni el sentido profundo del bien y del mal. Sin embargo, alguna vez habremos de hacernos las preguntas que les voy sugiriendo. Cada cual llegará a sus propias conclusiones y será lo que quiera ser; pero, al menos, deberá tomar esa decisión. No cuestionarse estos asuntos, siquiera una vez en la vida, sería impropio de la naturaleza humana y, en todo caso de una inmadurez total.

    A punto de concluir la tarea de traer a colación los aspectos más básicos de este “gran tema” (hombre – naturaleza), y puesto que ya habíamos apuntado la necesidad de una norma de conducta – llámese ética o moral, esté concretada o no en forma de leyes civiles y/o religiosas –, quiero ayudarles a identificar qué es y que no es la moral.

    Antes, una obviedad que conviene tener presente: toda la vida moral consiste en el empeño por vivir de acuerdo a la verdad.

    La moral no es el conjunto de usos o valores propuestos y aceptados por determinadas mayorías; tampoco es un compendio de normas represivas que computan al premio del cielo o al castigo del infierno; ni algo que cambie según las personas, las culturas o la época; ni una mínima lista común de preceptos que hagan posible la convivencia humana. Tampoco es “justamente lo contrario”.

    Se podría decir que la moral es el “arte de vivir”. Igual que entendemos el concepto “arte de pintar al óleo” deberíamos entender el significado que encierra la expresión “el arte de vivir”: es el conjunto de conocimientos teóricos y técnicos, de experiencias y de destrezas necesarias para “vivir bien la propia vida”.

    Para los animales basta el “dejarse llevar” por la vida; para los hombres, no. Los animales se mueven por instintos (inclinaciones de la conducta basadas en determinados estímulos); nuestro patrimonio instintivo es ridículo comparado con cualquiera de ellos. ¡Gracias a Dios que las capacidades humanas son infinitamente superiores! No obstante, el despliegue de estas capacidades requiere educación. Nosotros no sabemos instintivamente como usar nuestra libertad, aunque tenemos cierta inclinación a usarla bien. Lo mismo nos ocurre con la tendencia a caminar erguidos o a conversar. ¿Recuerdan el mito del niño-bebé perdido en la selva y criado por monos y lobos? ¿Podríamos andar o hablar si no nos enseñaran? De igual modo, ¿podríamos aprender a usar bien la libertad si no nos aleccionaran?

    Ahora bien, este arte de vivir bien según la condición humana es más complicado que aprender a pintar (o cualquier otra disciplina artística). Requiere ciertas habilidades (las del hombre), principios y hábitos. No basta pensar las cosas y querer hacerlas realmente. Si no tenemos la costumbre de comportarnos tal como dictan los principios que asumimos, no somos personas moralmente rectas.

    Hay muchas cosas que nos gustaría hacer y decidimos hacer pero que no hacemos. Para llevar una decisión a la práctica necesitamos “fuerza de voluntad” que, por cierto, guarda relación directa con las costumbres o hábitos adquiridos. Por ejemplo: quien tiene la costumbre de levantarse puntual lo puede hacer siempre que quiera, se levantará a la hora que decida; quien no tiene esa costumbre tampoco tiene la libertad consiguiente, y aunque decida levantarse a una hora determinada, nunca estará seguro de si va a ser capaz de hacerlo o si se quedará dormido.

    El que tiene “la buena costumbre” tiene “la transmisión” entre lo que decide en su mente y lo que realiza. Al cabo de los años la diferencia entre tener o no esa buena costumbre es enorme, equivale a miles y miles de horas de trabajo, garantiza la eficacia de una vida. Por eso, para los practicantes de cualquier credo es tan importante la educación en las familias a través de ciertas costumbres deliberadamente establecidas.

    Dicho lo anterior y aterrizando esta reflexión en nuestro terreno (la vida cristiana), permítanme una observación: es importante construir el milagro de lo que somos o seremos sobre las raíces cristianas de nuestra familia y sociedad, sin embargo carece de sentido agobiar a los jóvenes mientras intentamos que aprendan – como sea – la moral que nosotros hemos aprendido y/o vivido, porque si sólo lográramos inculcarles el afán por buscar la verdad y el bien, antes o después se encontrarán con los planteamientos propios de la moral católica. La ventaja antropológica y cultural que aporta partir de las enseñanzas de los que nos precedieron – culpable del éxito evolutivo del hombre -, es justamente que cada individuo no ha de volver a la casilla cero para iniciar su partida (memoria colectiva o social), pero si alguien se empeña en ello…[/align]

    #18152
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LO QUE ES Y LO QUE NO ES `LA MORAL´ [/align]

    [align=justify]Soy consciente de que el tema que viene ocupando mis reflexiones estas semanas puede resultar un tanto árido. Reconozco que uno no se plantea todos los días el plano existencial donde se desenvuelve su vida, ni el sentido profundo del bien y del mal. Sin embargo, alguna vez habremos de hacernos las preguntas que les voy sugiriendo. Cada cual llegará a sus propias conclusiones y será lo que quiera ser; pero, al menos, deberá tomar esa decisión. No cuestionarse estos asuntos, siquiera una vez en la vida, sería impropio de la naturaleza humana y, en todo caso de una inmadurez total.

    A punto de concluir la tarea de traer a colación los aspectos más básicos de este “gran tema” (hombre – naturaleza), y puesto que ya habíamos apuntado la necesidad de una norma de conducta – llámese ética o moral, esté concretada o no en forma de leyes civiles y/o religiosas –, quiero ayudarles a identificar qué es y que no es la moral.

    Antes, una obviedad que conviene tener presente: toda la vida moral consiste en el empeño por vivir de acuerdo a la verdad.

    La moral no es el conjunto de usos o valores propuestos y aceptados por determinadas mayorías; tampoco es un compendio de normas represivas que computan al premio del cielo o al castigo del infierno; ni algo que cambie según las personas, las culturas o la época; ni una mínima lista común de preceptos que hagan posible la convivencia humana. Tampoco es “justamente lo contrario”.

    Se podría decir que la moral es el “arte de vivir”. Igual que entendemos el concepto “arte de pintar al óleo” deberíamos entender el significado que encierra la expresión “el arte de vivir”: es el conjunto de conocimientos teóricos y técnicos, de experiencias y de destrezas necesarias para “vivir bien la propia vida”.

    Para los animales basta el “dejarse llevar” por la vida; para los hombres, no. Los animales se mueven por instintos (inclinaciones de la conducta basadas en determinados estímulos); nuestro patrimonio instintivo es ridículo comparado con cualquiera de ellos. ¡Gracias a Dios que las capacidades humanas son infinitamente superiores! No obstante, el despliegue de estas capacidades requiere educación. Nosotros no sabemos instintivamente como usar nuestra libertad, aunque tenemos cierta inclinación a usarla bien. Lo mismo nos ocurre con la tendencia a caminar erguidos o a conversar. ¿Recuerdan el mito del niño-bebé perdido en la selva y criado por monos y lobos? ¿Podríamos andar o hablar si no nos enseñaran? De igual modo, ¿podríamos aprender a usar bien la libertad si no nos aleccionaran?

    Ahora bien, este arte de vivir bien según la condición humana es más complicado que aprender a pintar (o cualquier otra disciplina artística). Requiere ciertas habilidades (las del hombre), principios y hábitos. No basta pensar las cosas y querer hacerlas realmente. Si no tenemos la costumbre de comportarnos tal como dictan los principios que asumimos, no somos personas moralmente rectas.

    Hay muchas cosas que nos gustaría hacer y decidimos hacer pero que no hacemos. Para llevar una decisión a la práctica necesitamos “fuerza de voluntad” que, por cierto, guarda relación directa con las costumbres o hábitos adquiridos. Por ejemplo: quien tiene la costumbre de levantarse puntual lo puede hacer siempre que quiera, se levantará a la hora que decida; quien no tiene esa costumbre tampoco tiene la libertad consiguiente, y aunque decida levantarse a una hora determinada, nunca estará seguro de si va a ser capaz de hacerlo o si se quedará dormido.

    El que tiene “la buena costumbre” tiene “la transmisión” entre lo que decide en su mente y lo que realiza. Al cabo de los años la diferencia entre tener o no esa buena costumbre es enorme, equivale a miles y miles de horas de trabajo, garantiza la eficacia de una vida. Por eso, para los practicantes de cualquier credo es tan importante la educación en las familias a través de ciertas costumbres deliberadamente establecidas.

    Dicho lo anterior y aterrizando esta reflexión en nuestro terreno (la vida cristiana), permítanme una observación: es importante construir el milagro de lo que somos o seremos sobre las raíces cristianas de nuestra familia y sociedad, sin embargo carece de sentido agobiar a los jóvenes mientras intentamos que aprendan – como sea – la moral que nosotros hemos aprendido y/o vivido, porque si sólo lográramos inculcarles el afán por buscar la verdad y el bien, antes o después se encontrarán con los planteamientos propios de la moral católica. La ventaja antropológica y cultural que aporta partir de las enseñanzas de los que nos precedieron – culpable del éxito evolutivo del hombre -, es justamente que cada individuo no ha de volver a la casilla cero para iniciar su partida (memoria colectiva o social), pero si alguien se empeña en ello…[/align]

    #12100
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LIBRES POR LA GRACIA [/align]

    [align=justify]Juntos hemos hecho un repaso de algunos argumentos que justifican el punto de vista cristiano sobre la existencia humana, para concluir que vivir según la Iglesia nos propone ni limita nuestras expectativas, ni nos convierte en entusiastas que se aferran ciegamente a las consignas jerárquicas, con un tono marcadamente fundamentalista. Es sencillamente una elección personal, meritoria y, sobre todo, un don de Dios.

    Cuando pienso en mis hijos, tomo conciencia de que cada norma de la casa o cada reto que les propongo sólo tiene un fin: ayudarles a superarse, a dar lo mejor de sí mismos, a construir los cimientos que les permitan alcanzar el éxito personal y la felicidad. Dios es mucho mejor madre / padre que yo. No nos grita cuando tiramos la leche al suelo tras diez avisos sobre lo que sucederá si permanecemos mal sentados. Él tampoco nos pide imposibles, sólo nos pide que elijamos el bien, que le amemos, que amemos a nuestro prójimo y que cuidemos de su creación.

    Pero el pecado original es un lastre en la condición humana, así como los pecados cometidos por el hombre a lo la largo de su historia – hablo de los grandes pecados, no de manchar adrede el felpudo de la puerta de la vecina –. Para bien y para mal, de algún modo hermoso y misterioso, estamos conectados unos a otros y con el Creador. Los pecados cometidos por la humanidad pesan en nuestra naturaleza, nos hacen débiles. Sin embargo, Dios está ahí, ¡siempre tendiendo puentes! A buen seguro le cuesta menos serenarse tras el enfado que a mí. Yo sigo refunfuñando mientras recojo la leche del suelo. El no deja de hablarnos con amor aunque presencia – bastante más de diez veces – cómo matamos a los bebés en el seno materno, cómo hombres codiciosos mandan a la guerra a los hijos de otros, cómo se tortura a la gente en razón de su fe o su ideología, cómo miles mueren de inanición.

    Pese a todo esto, Dios nos da su gracia (benevolencia, favor dado gratuitamente). Esta es una de las verdades fundamentales de la fe cristiana: la salvación que Dios nos da en Jesucristo es gratuita, y deriva, en último término, de su bondad misericordiosa, no de nuestros merecimientos. Por su gracia, podemos dar lo mejor de nosotros mismos si vivimos según su plan. La gracia que Dios nos regala nos hace semejantes a él y libres, esto es, capaces de cualquier cosa que nos propongamos sin importar las condiciones adversas que cada cual deba afrontar, o las desafortunadas experiencias que lastran nuestra personalidad.[/align]

    #18153
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]LIBRES POR LA GRACIA [/align]

    [align=justify]Juntos hemos hecho un repaso de algunos argumentos que justifican el punto de vista cristiano sobre la existencia humana, para concluir que vivir según la Iglesia nos propone ni limita nuestras expectativas, ni nos convierte en entusiastas que se aferran ciegamente a las consignas jerárquicas, con un tono marcadamente fundamentalista. Es sencillamente una elección personal, meritoria y, sobre todo, un don de Dios.

    Cuando pienso en mis hijos, tomo conciencia de que cada norma de la casa o cada reto que les propongo sólo tiene un fin: ayudarles a superarse, a dar lo mejor de sí mismos, a construir los cimientos que les permitan alcanzar el éxito personal y la felicidad. Dios es mucho mejor madre / padre que yo. No nos grita cuando tiramos la leche al suelo tras diez avisos sobre lo que sucederá si permanecemos mal sentados. Él tampoco nos pide imposibles, sólo nos pide que elijamos el bien, que le amemos, que amemos a nuestro prójimo y que cuidemos de su creación.

    Pero el pecado original es un lastre en la condición humana, así como los pecados cometidos por el hombre a lo la largo de su historia – hablo de los grandes pecados, no de manchar adrede el felpudo de la puerta de la vecina –. Para bien y para mal, de algún modo hermoso y misterioso, estamos conectados unos a otros y con el Creador. Los pecados cometidos por la humanidad pesan en nuestra naturaleza, nos hacen débiles. Sin embargo, Dios está ahí, ¡siempre tendiendo puentes! A buen seguro le cuesta menos serenarse tras el enfado que a mí. Yo sigo refunfuñando mientras recojo la leche del suelo. El no deja de hablarnos con amor aunque presencia – bastante más de diez veces – cómo matamos a los bebés en el seno materno, cómo hombres codiciosos mandan a la guerra a los hijos de otros, cómo se tortura a la gente en razón de su fe o su ideología, cómo miles mueren de inanición.

    Pese a todo esto, Dios nos da su gracia (benevolencia, favor dado gratuitamente). Esta es una de las verdades fundamentales de la fe cristiana: la salvación que Dios nos da en Jesucristo es gratuita, y deriva, en último término, de su bondad misericordiosa, no de nuestros merecimientos. Por su gracia, podemos dar lo mejor de nosotros mismos si vivimos según su plan. La gracia que Dios nos regala nos hace semejantes a él y libres, esto es, capaces de cualquier cosa que nos propongamos sin importar las condiciones adversas que cada cual deba afrontar, o las desafortunadas experiencias que lastran nuestra personalidad.[/align]

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