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23 diciembre, 2012 a las 13:29 #8071
Anónimo
InactivoLa Palabra se hizo carne y acampó entre nosotrosLectura del santo evangelio según San Juan 1. 1-18En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,
ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.23 diciembre, 2012 a las 15:37 #12296Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio: Nos HA NACIDO EL SALVADOR[align=justify]Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año 80 después de Cristo.Según el relato es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas, sino a la luz. Por eso el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso es «para todo el pueblo» y ha de llegar sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su Evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que solo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es esta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad definitiva. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.
UNA NOCHE DIFERENTELa Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas.
¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad?
¿Por qué tanta frustración? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida?
Las gentes preguntaban. Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de nuestro ser estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba un silencio impenetrable.
En la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. No nos ha hablado para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Dios no ofrece palabras. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. No estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no somos solitarios, sino solidarios» (Leonardo Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida, y con él podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».
[align=center]EL MISTERIO DE BELEN[/align] La Navidad sólo se celebra de verdad cuando somos capaces de adorar el misterio de Belén.Los «símbolos» de la NavidadDurante las fiestas navideñas se ha hecho ya tradicional la colocación del «Belén» en los templos, hogares, plazas, escaparates… Su origen o, al menos, su desarrollo se remonta a San Francisco de Asís y a los franciscanos que lo extienden por toda Europa. En el siglo XVII lo encontramos ya en Nápoles, España, Portugal, Francia, Alemania del Sur.
Alrededor del Belén surge todo un mundo de villancicos, nanas, bailes, cuentos de Navidad, recorridos por las calles… En cada pueblo se entremezclan luego otros elementos autóctonos como el «Olentzaro», personaje de origen difícil de precisar, al que la tradición cristiana ha convertido en embajador del nacimiento de Jesús.
Más recientemente han llegado también hasta nosotros dos elementos importados de otros países: el cirio y el árbol. Es probable que su origen se remonte a las fiestas paganas en las que se rendía culto a los emperadores el día en que se conmemoraba su nacimiento. La luz era encendida como símbolo de la vida y el ramo verde era utilizado como símbolo de eternidad.
Ambos elementos han sido luego empleados con simbolismo hondamente cristiano. El cirio que se enciende la Nochebuena simboliza el nacimiento del Señor que viene a iluminar este mundo envuelto en tinieblas (Jn 1, 9; Is 9, 2-7; Is 60, 1-6). El árbol, por su parte, recuerda el árbol del paraíso perdido por el pecado del primer Adán y del que somos salvados por el nacimiento del segundo Adán. Cristo es Árbol de vida para la humanidad.
En concreto, el árbol iluminado y lleno de regalos, simboliza a Cristo, verdadero Árbol de vida, que nos trae la luz capaz de orientar nuestras vidas y el gran regalo de nuestra salvación.
Pero, con frecuencia, todo este simbolismo ha quedado banalizado y trivializado al perder su vigor original. Las calles se llenan de árboles y luces sin que apenas nadie lea su hondo significado. Muchas veces todo queda en mero adorno decorativo que oculta el misterio de Belén.
Ante el misterio del BelénSin embargo, el centro de todas las fiestas navideñas está en ese portal de Belén al que hemos de saber acercarnos.
No es tan equivocado afirmar que la Navidad es la fiesta de los niños y de aquellos que saben vivir con corazón de niño. Sólo ellos pueden disfrutar como nadie del regalo de un Dios niño.
A los adultos se nos hace más difícil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Lo que nos impide gozar como los niños no es la edad, sino nuestro corazón envejecido, autosuficiente, lleno de egoísmos e intereses; nuestra vida agitada, dispersa, polarizada por la búsqueda obsesiva de eficacia, rendimiento, seguridad y bienestar a cualquier precio.
El teólogo A. Delp veía en el «endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno: «La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia.»
El niño es un hombre que todavía no ha «endurecido» su existencia, no ha cerrado todavía las puertas de su ser a lo bueno, lo hermoso, lo admirable. Sabe admirar, acoger y disfrutar. Su vida es acogida y crecimiento.
A. Saint-Exupery dice en el prólogo de su delicioso «Principito» que «todas las personas mayores han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan». La Navidad nos invita a despertar lo que queda en nosotros de ese niño que fuimos, capaces de admirar, escuchar y acoger con sorpresa y gozo el regalo de la vida.
A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestro desencanto y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón secreto en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos a acercarnos con corazón sencillo al portal de Belén. Dios está ahí. No es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso y entrañable desde la ternura y transparencia de un niño.
Este es el mensaje de la Navidad: hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia.
Paul Claudel, describiendo su conversión, nos recuerda cómo sintió un día de Navidad en la catedral de Notre Dame de París «el sentimiento desgarrador de la inocencia, revelación inefable de la eterna infancia de Dios». Sorprendido ante «la eterna infancia de Dios» y sollozando, comenzó a salir de su «estado habitual de asfixia y desesperanza».
La celebración sencilla pero honda de la Navidad puede despertar en nosotros la fe. Una fe que no esteriliza sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino une; que no recela sino confía; que no entristece sino que ilumina; que no teme sino que ama.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.
[/align] Fraternlmente.-
23 diciembre, 2012 a las 15:37 #18349Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio: Nos HA NACIDO EL SALVADOR[align=justify]Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año 80 después de Cristo.Según el relato es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas, sino a la luz. Por eso el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso es «para todo el pueblo» y ha de llegar sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su Evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que solo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es esta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad definitiva. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.
UNA NOCHE DIFERENTELa Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas.
¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad?
¿Por qué tanta frustración? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida?
Las gentes preguntaban. Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de nuestro ser estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba un silencio impenetrable.
En la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. No nos ha hablado para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Dios no ofrece palabras. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. No estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no somos solitarios, sino solidarios» (Leonardo Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida, y con él podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».
[align=center]EL MISTERIO DE BELEN[/align] La Navidad sólo se celebra de verdad cuando somos capaces de adorar el misterio de Belén.Los «símbolos» de la NavidadDurante las fiestas navideñas se ha hecho ya tradicional la colocación del «Belén» en los templos, hogares, plazas, escaparates… Su origen o, al menos, su desarrollo se remonta a San Francisco de Asís y a los franciscanos que lo extienden por toda Europa. En el siglo XVII lo encontramos ya en Nápoles, España, Portugal, Francia, Alemania del Sur.
Alrededor del Belén surge todo un mundo de villancicos, nanas, bailes, cuentos de Navidad, recorridos por las calles… En cada pueblo se entremezclan luego otros elementos autóctonos como el «Olentzaro», personaje de origen difícil de precisar, al que la tradición cristiana ha convertido en embajador del nacimiento de Jesús.
Más recientemente han llegado también hasta nosotros dos elementos importados de otros países: el cirio y el árbol. Es probable que su origen se remonte a las fiestas paganas en las que se rendía culto a los emperadores el día en que se conmemoraba su nacimiento. La luz era encendida como símbolo de la vida y el ramo verde era utilizado como símbolo de eternidad.
Ambos elementos han sido luego empleados con simbolismo hondamente cristiano. El cirio que se enciende la Nochebuena simboliza el nacimiento del Señor que viene a iluminar este mundo envuelto en tinieblas (Jn 1, 9; Is 9, 2-7; Is 60, 1-6). El árbol, por su parte, recuerda el árbol del paraíso perdido por el pecado del primer Adán y del que somos salvados por el nacimiento del segundo Adán. Cristo es Árbol de vida para la humanidad.
En concreto, el árbol iluminado y lleno de regalos, simboliza a Cristo, verdadero Árbol de vida, que nos trae la luz capaz de orientar nuestras vidas y el gran regalo de nuestra salvación.
Pero, con frecuencia, todo este simbolismo ha quedado banalizado y trivializado al perder su vigor original. Las calles se llenan de árboles y luces sin que apenas nadie lea su hondo significado. Muchas veces todo queda en mero adorno decorativo que oculta el misterio de Belén.
Ante el misterio del BelénSin embargo, el centro de todas las fiestas navideñas está en ese portal de Belén al que hemos de saber acercarnos.
No es tan equivocado afirmar que la Navidad es la fiesta de los niños y de aquellos que saben vivir con corazón de niño. Sólo ellos pueden disfrutar como nadie del regalo de un Dios niño.
A los adultos se nos hace más difícil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Lo que nos impide gozar como los niños no es la edad, sino nuestro corazón envejecido, autosuficiente, lleno de egoísmos e intereses; nuestra vida agitada, dispersa, polarizada por la búsqueda obsesiva de eficacia, rendimiento, seguridad y bienestar a cualquier precio.
El teólogo A. Delp veía en el «endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno: «La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia.»
El niño es un hombre que todavía no ha «endurecido» su existencia, no ha cerrado todavía las puertas de su ser a lo bueno, lo hermoso, lo admirable. Sabe admirar, acoger y disfrutar. Su vida es acogida y crecimiento.
A. Saint-Exupery dice en el prólogo de su delicioso «Principito» que «todas las personas mayores han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan». La Navidad nos invita a despertar lo que queda en nosotros de ese niño que fuimos, capaces de admirar, escuchar y acoger con sorpresa y gozo el regalo de la vida.
A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestro desencanto y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón secreto en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos a acercarnos con corazón sencillo al portal de Belén. Dios está ahí. No es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso y entrañable desde la ternura y transparencia de un niño.
Este es el mensaje de la Navidad: hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia.
Paul Claudel, describiendo su conversión, nos recuerda cómo sintió un día de Navidad en la catedral de Notre Dame de París «el sentimiento desgarrador de la inocencia, revelación inefable de la eterna infancia de Dios». Sorprendido ante «la eterna infancia de Dios» y sollozando, comenzó a salir de su «estado habitual de asfixia y desesperanza».
La celebración sencilla pero honda de la Navidad puede despertar en nosotros la fe. Una fe que no esteriliza sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino une; que no recela sino confía; que no entristece sino que ilumina; que no teme sino que ama.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.
[/align] Fraternlmente.-
25 diciembre, 2012 a las 10:46 #12297Anónimo
InactivoOs dejo otro comentario al Evangelio de hoy. Felices Pascuas para todos !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
La Palabra era la luz verdadera.[align=justify]La Navidad, con toda su fuerza, su colorido y alegría nos evoca casi espontáneamente las reuniones familiares, la expresión de nuestros mejores deseos de paz y de felicidad para todos nuestros seres queridos y para todos nuestros conocidos; y a veces también nos produce tristeza al recordar a los que ya no están con nosotros. Pero no podemos dejar de lado el motivo fundamental de esta celebración: el Nacimiento del Hijo de Dios. Este misterio, como todos los misterios de la vida de Cristo, tiene fundamentalmente un significado salvífico, expresado de múltiples maneras a lo largo de la historia de la Iglesia. Refiriéndose al censo que decretó hacer en aquel tiempo el emperador Augusto, según cuenta el evangelio de san Lucas, San Efrén decía que en los días de ese rey que censó a los hombres, el Señor descendió del cielo para censar a los hombres en el Libro de la Vida; el Señor fue inscrito sobre la tierra y él nos inscribe a nosotros en el cielo. Es importante tener en cuenta también las circunstancias elegidas por el Hijo de Dios para entrar en este mundo. Como alguien decía, no basta con afirmar que el Hijo de Dios se hizo hombre, hay que señalar también que se hizo pobre. Ciertamente, quiso nacer entre los más pobres de la tierra, para hacerse accesible a todos. Quien así se presenta ante nosotros nos pide ser acogido en nuestra vida como condición indispensable para transformarla y para transformar la historia humana.[/align] Fraternalmente.-
25 diciembre, 2012 a las 10:46 #18350Anónimo
InactivoOs dejo otro comentario al Evangelio de hoy. Felices Pascuas para todos !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
La Palabra era la luz verdadera.[align=justify]La Navidad, con toda su fuerza, su colorido y alegría nos evoca casi espontáneamente las reuniones familiares, la expresión de nuestros mejores deseos de paz y de felicidad para todos nuestros seres queridos y para todos nuestros conocidos; y a veces también nos produce tristeza al recordar a los que ya no están con nosotros. Pero no podemos dejar de lado el motivo fundamental de esta celebración: el Nacimiento del Hijo de Dios. Este misterio, como todos los misterios de la vida de Cristo, tiene fundamentalmente un significado salvífico, expresado de múltiples maneras a lo largo de la historia de la Iglesia. Refiriéndose al censo que decretó hacer en aquel tiempo el emperador Augusto, según cuenta el evangelio de san Lucas, San Efrén decía que en los días de ese rey que censó a los hombres, el Señor descendió del cielo para censar a los hombres en el Libro de la Vida; el Señor fue inscrito sobre la tierra y él nos inscribe a nosotros en el cielo. Es importante tener en cuenta también las circunstancias elegidas por el Hijo de Dios para entrar en este mundo. Como alguien decía, no basta con afirmar que el Hijo de Dios se hizo hombre, hay que señalar también que se hizo pobre. Ciertamente, quiso nacer entre los más pobres de la tierra, para hacerse accesible a todos. Quien así se presenta ante nosotros nos pide ser acogido en nuestra vida como condición indispensable para transformarla y para transformar la historia humana.[/align] Fraternalmente.-
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