Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 03/02/2013

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    Anónimo
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    Jesús, como Elías y Elíseo, no es enviado sólo a los judíos.

    Lectura del santo evangelio según San Lucas 4, 21-30

    En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:

    – «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

    Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

    Y decían:

    – «¿No es éste el hijo de José?»

    Y Jesús les dijo:

    – «Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»

    Y añadió:

    – «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»

    Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

    Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

    Palabra del Señor.

    #12307
    Anónimo
    Inactivo

    [align=justify]Os dejo los comentarios al Evangelio

    CUANDO UN PUEBLO SE EQUIVOCA

    Es bastante frecuente entre nosotros atribuir al «pueblo» las posturas y posiciones que cada uno trata de defender. Fácilmente se lanzan consignas, se adoptan decisiones y se realizan acciones en nombre de un pueblo que supuestamente las defiende.

    Nadie se atreve a elevar una voz que pueda parecer contraria al pueblo. Hay que hacer ver que nuestra palabra es expresión clara de la voluntad del pueblo.

    Todo sucede como si la apelación al pueblo fuera el criterio definitivo para juzgar de la validez y el carácter justo de lo que se propone.

    Este deseo de defender lo que el pueblo quiere, debe ser, sin duda, la actitud de todo hombre que busca el bien común frente a intereses egoístas y exclusivamente partidistas.

    Pero, sería una equivocación pensar que la única manera de amar a un pueblo es identificarnos con todo lo que ese pueblo dice y aprobar acríticamente todo lo que ese pueblo hace.

    Un pueblo, por el hecho de serlo, no es automáticamente infalible. Los pueblos también se equivocan. Los pueblos también son injustos.

    Y es entonces, precisamente, cuando ese pueblo necesita hombres que le digan con sinceridad y valentía sus errores y su pecado. Hombres que, movidos por su amor leal al pueblo, se atrevan a levantar una voz quizás molesta y discordante, pero que ese pueblo necesita escuchar para no deshumanizarse.

    Un pueblo que no tiene en cada momento hijos que se atrevan a denunciarle sus errores e injusticias, es un pueblo que corre el riesgo de ir «perdiendo su conciencia».

    Quizás el mayor pecado de un pueblo sea el ahogar la voz de sus profetas, gentes a veces muy sencillas pero que conservan como nadie lo mejor y más humano de un pueblo.

    Y cuando un pueblo reduce al silencio a estos hombres y mujeres, se empobrece y queda sin luz para caminar hacia un futuro más humano.

    Es triste constatar que el refrán judío continúa siendo realidad: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra». Y los pueblos siguen desoyendo a sus profetas como aquél de Nazaret que expulsó un día a Jesús, el mejor y más necesario para el pueblo.

    NADIE ESTÁ SOLO

    Todavía hoy se da entre los cristianos un cierto «elitismo religioso» que es indigno de un Dios que es amor infinito. Hay quienes piensan que Dios es un Padre extraño que, aunque tiene millones y millones de hijos e hijas que van naciendo generación tras generación, en realidad solo se preocupa de verdad de sus «preferidos». Dios siempre actúa así: escoge un «pueblo elegido», sea el pueblo de Israel o la Iglesia, y se vuelca totalmente en él, dejando a los demás pueblos y religiones en un cierto abandono.

    Más aún. Se ha afirmado con toda tranquilidad que «fuera de la Iglesia no hay salvación», citando frases como la tan conocida de san Cipriano, que, sacada de su contexto, resulta escalofriante: «No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por Madre».

    Es cierto que el Concilio Vaticano II ha superado esta visión indigna de Dios afirmando que «él no está lejos de quienes buscan, entre sombras e imágenes, al Dios desconocido, puesto que todos reciben de él la vida, la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven» (Lumen gentium i6), pero una cosa son estas afirmaciones conciliares y otra los hábitos mentales que siguen dominando la conciencia de no pocos cristianos.

    Hay que decirlo con toda claridad. Dios, que crea a todos por amor, vive volcado sobre todas y cada una de sus criaturas. A todos llama y atrae hacia la felicidad eterna en comunión con él. No ha habido nunca un hombre o una mujer que haya vivido sin que Dios lo haya acompañado desde el fondo de su mismo ser. Allí donde-hay un ser humano, cualquiera que sea su religión o su agnosticismo, allí está Dios suscitando su salvación. Su amor no abandona ni discrimina a nadie. Como dice san Pablo: «En Dios no hay acepción de personas» (Romanos 2,11).

    Rechazado en su propio pueblo de Nazaret, Jesús recuerda la historia de la viuda de Sarepta y la de Naamán el sirio, ambos extranjeros y paganos, para hacer ver con toda claridad que Dios se preocupa de sus hijos, aunque no pertenezcan al pueblo elegido de Israel. Dios no se ajusta a nuestros esquemas y discriminaciones. Todos son sus hijos e hijas, los que viven en la Iglesia y los que la han dejado. Dios no abandona a nadie.

    PRIVADOS DE ESPIRITU PROFETICO

    Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.

    También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.

    Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.

    A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su

    importancia. Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley. Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación.

    Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las

    creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.

    Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. von Balthasar: A finales del siglo segundo «cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo».

    Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar «lo religioso» frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y «se alejará» para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.

    También el de Kamiano

    Jesús, tú quieres tallar nuestro corazón como buen carpintero y maestro de la sabiduría. ¿Lograrás sacar del tronco de nuestra existencia una obra agradable a tus ojos?

    En tu pueblo no te hicieron caso. No creían en el hijo del carpintero. A veces la sencillez y la humildad no “vende”. Más bien, quieren “despeñarte”. Tú, sin embargo, sigues empeñado en tallar nuestra alma, a pesar de todos los riesgos. No te canses nunca, Maestro carpintero, de realizar esa noble tarea, a ver si consigues que latamos a tu ritmo, que nos empleemos en tus opciones y en tu manera de afrontar los desafíos de la vida.

    Dios carpintero, pule la madera de nuestro ser con el cepillo de tu misericordia y de tu amor.

    Finalmente el comentario bíblico

    Lucharán contra ti, pero no te podrán

    Iª Lectura: Jeremías (1,4-5.17-19): Llamada y misión profética

    I.1. La primera lectura de hoy nos refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un hombre de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de Jerusalén. Jeremías mismo profetizó contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo en la situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había conquistado antes de rodear Jerusalén (Is 10,30).. Hoy el texto del libro nos habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho cuando sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles. La vocación profética es un desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al principio pudiera estar de acuerdo con el joven rey Josías para impulsar la reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la fuerza de la palabra de Dios por encima de cualquier proyecto político. El mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a ser apóstol de los gentiles (Gal 1,15).

    I.2. Un profeta lo es a pesar de él mismo; siente miedo por lo que tiene que vivir en su interior y lo que tiene que comunicar en nombre de su Dios. Sin duda que debe ser así, porque no podrá regalar el oído a nadie. Si fuera verdad que su primera actuación, como defienden algunos, hubiera sido el discurso contra el templo (Jr 7), comprenderíamos la experiencia tan intensa y determinante de su vida. Dios, sin embargo, no admite excusas; llama a quien tiene que llamar, a quien le va ser fiel hasta el final: lo llama para “arrancar y destruir, edificar y plantar”. El profeta no destruye por destruir, sino para convertir. Es un hombre próximo a la teología de Oseas. Jeremías ha sido llamado para entregarse a los demás, o si queremos, para sentir la pasión de la palabra de Dios y entregarla a los demás.

    IIª Lectura: I Corintios (12,31-13,13): El amor será lo eterno

    II.1. La segunda lectura es probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hallan escrito en la historia de la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de la vida de todo hombre: amar y ser amado. No podemos olvidar que no se habla del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos los poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio (ágape, de agapáô) y que se ha plasmado con el término “caridad”, una de las virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el verbo “amar” (pues para caridad no existe un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a ese sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no solamente la filía, sencillamente porque es un amor sin medida: todo lo perdona y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere mostrar el “camino más excelente”, en realidad el “carisma” al que todos deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los criterios de los dones espirituales.

    II.2. El apóstol nos habla del amor en el contexto de los carismas de la comunidad de Corinto, que le ha planteado la cuestión de una praxis personal y comunitaria: ¿cuál es el carisma que se debe preferir? ¿qué servicio es el más perfecto en la comunidad? Pablo está hablando a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el desprecio de los débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. Por eso mismo el campo de acción del amor en una comunidad cristiana es ejemplificador. Podemos presumir de educación, cultura, intelectualidad, pero eso, que sin duda perfecciona al hombre, no le da los quilates verdaderos para ser más humano y, desde luego, para ser mejor cristiano. Y no se puede pretender ser cristiano para uno mismo y en uno mismo. Eso está descartado previamente. Se es cristiano desde la comunidad y en la comunidad, en la ekklesía o de lo contrario no se es cristiano para nada. Y es precisamente en ella donde no tiene sentido la forma más sutil de egoísmo espiritual. El amor es la fuerza de la comunidad, pero también lo es para que uno mismo sea comunidad. Lo es de cualquier comunidad, pero muy especialmente se debe entender de cualquier tipo o variante de comunidad cristiana. No podemos, pues, menos de pensar que esto que se dice muy en concreto para la comunidad de Corinto, se debe aplicar a la comunidad cristiana matrimonial, que es todo un símbolo y realidad de la comunidad eclesial. Es más, es ahí donde se gesta muy concretamente una de las experiencias más íntimas de la comunidad eclesial.

    Evangelio: Lucas (4,21-30): El evangelio liberador, palabra de gracia

    III.1. “Esta escritura comienza a cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de una forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la escena-presentación de Jesús en su pueblo, donde se había criado, en Nazaret. Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente, apoya que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se convierten en santo y seña de su vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús interpreta en la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas no se queden solamente “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son realidad de que Dios “ya” está salvando por la palabra de gracia.

    III.2. El v.22 ha sido objeto de discusiones exegéticas, que actualmente apuntan claramente a entenderlo de la manera siguiente: todos lo criticaban (daban testimonio de él, -martyréô- pero en sentido negativo), a causa de las palabras sobre la gracia. ¿Por qué? Precisamente porque en la cita del texto de Is 61,1-2 (Lc 4,18) han desaparecido aquellas palabras que hacían mención de la ira de Dios contra los paganos. El testimonio de sus paisanos de Nazaret, pues, no es favorable sino adverso. Y es contrario porque Jesús se atreve a anunciar la salvación, no solamente de su pueblo, sino del hombre, de cualquier hombre, de todos. Los ejemplos posteriores –después del reproche “médico cúrate a ti mismo”-, de Elías y Eliseo en beneficio de personas paganas (no de Israel) vienen a iluminar lo que Jesús ha querido proclamar en la sinagoga de Nazaret. La consecuencia de todo ello no es otra que el intenta de apedrear a Jesús. ¿Por qué? ¿Porque les ha puesto el ejemplo de los profetas abiertos al mundo pagano? ¡Sin duda! Porque ha proclamado el evangelio de la gracia.

    III.3. Se ha dicho, con razón, que este es un relato programático. No quiere decir que no sea histórico, que no haya ocurrido una escena de rechazo en Nazaret (así lo muestra Marcos 6,1-6). Pero en Lucas es una escena que quiere concentrar toda la vida y toda la predicación de Jesús hasta el momento de su rechazo, de su juicio y de su muerte. Nazaret no es solamente su patria chica; en este caso representa a todo su pueblo, sus instituciones, su religión, sus autoridades, que no aceptan el mensaje profético de la gracia de Dios que es y debe ser don para todos los hombres. Lucas ha puesto todo su genio literario, histórico y teológico para darnos esta maravilla de relato que no tiene parangón. Todo lo que sigue a continuación, la narración evangélica, es la explicitación de lo que sucede en esta escena.

    III.4. Jesús, como Jeremías, ha sido llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza de Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Los ejemplos que Lucas ha escogido para apoyar lo que Jesús hace –lo del gran profeta Elías y su discípulo Eliseo-, muestran que la religión que sigue pensando en un Dios manipulable o nacionalista, es una perversión de la religión y de Dios mismo. El itinerario vital de Jesús que Lucas nos describe en esta escena, muestra que el Reino que a partir de aquí ha de predicar, es su praxis más comprometida. La salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta escena de Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a condenar todo aquello que suponga exclusión y excomunión en nombre de su Dios. Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret, en la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le lleve a la muerte como compromiso de toda su vida. Y así se pre-anuncia en el intento de apedreamiento en Nazaret. Pero no es la muerte solamente lo que se anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, se marchó” (v.30). Esta no es una huida cobarde, sino “entre ellos”, pasando por la entraña de la muerte… se marchó… a la vida nueva.

    Fraternalmente.-[/align]

    #18360
    Anónimo
    Inactivo

    [align=justify]Os dejo los comentarios al Evangelio

    CUANDO UN PUEBLO SE EQUIVOCA

    Es bastante frecuente entre nosotros atribuir al «pueblo» las posturas y posiciones que cada uno trata de defender. Fácilmente se lanzan consignas, se adoptan decisiones y se realizan acciones en nombre de un pueblo que supuestamente las defiende.

    Nadie se atreve a elevar una voz que pueda parecer contraria al pueblo. Hay que hacer ver que nuestra palabra es expresión clara de la voluntad del pueblo.

    Todo sucede como si la apelación al pueblo fuera el criterio definitivo para juzgar de la validez y el carácter justo de lo que se propone.

    Este deseo de defender lo que el pueblo quiere, debe ser, sin duda, la actitud de todo hombre que busca el bien común frente a intereses egoístas y exclusivamente partidistas.

    Pero, sería una equivocación pensar que la única manera de amar a un pueblo es identificarnos con todo lo que ese pueblo dice y aprobar acríticamente todo lo que ese pueblo hace.

    Un pueblo, por el hecho de serlo, no es automáticamente infalible. Los pueblos también se equivocan. Los pueblos también son injustos.

    Y es entonces, precisamente, cuando ese pueblo necesita hombres que le digan con sinceridad y valentía sus errores y su pecado. Hombres que, movidos por su amor leal al pueblo, se atrevan a levantar una voz quizás molesta y discordante, pero que ese pueblo necesita escuchar para no deshumanizarse.

    Un pueblo que no tiene en cada momento hijos que se atrevan a denunciarle sus errores e injusticias, es un pueblo que corre el riesgo de ir «perdiendo su conciencia».

    Quizás el mayor pecado de un pueblo sea el ahogar la voz de sus profetas, gentes a veces muy sencillas pero que conservan como nadie lo mejor y más humano de un pueblo.

    Y cuando un pueblo reduce al silencio a estos hombres y mujeres, se empobrece y queda sin luz para caminar hacia un futuro más humano.

    Es triste constatar que el refrán judío continúa siendo realidad: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra». Y los pueblos siguen desoyendo a sus profetas como aquél de Nazaret que expulsó un día a Jesús, el mejor y más necesario para el pueblo.

    NADIE ESTÁ SOLO

    Todavía hoy se da entre los cristianos un cierto «elitismo religioso» que es indigno de un Dios que es amor infinito. Hay quienes piensan que Dios es un Padre extraño que, aunque tiene millones y millones de hijos e hijas que van naciendo generación tras generación, en realidad solo se preocupa de verdad de sus «preferidos». Dios siempre actúa así: escoge un «pueblo elegido», sea el pueblo de Israel o la Iglesia, y se vuelca totalmente en él, dejando a los demás pueblos y religiones en un cierto abandono.

    Más aún. Se ha afirmado con toda tranquilidad que «fuera de la Iglesia no hay salvación», citando frases como la tan conocida de san Cipriano, que, sacada de su contexto, resulta escalofriante: «No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por Madre».

    Es cierto que el Concilio Vaticano II ha superado esta visión indigna de Dios afirmando que «él no está lejos de quienes buscan, entre sombras e imágenes, al Dios desconocido, puesto que todos reciben de él la vida, la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven» (Lumen gentium i6), pero una cosa son estas afirmaciones conciliares y otra los hábitos mentales que siguen dominando la conciencia de no pocos cristianos.

    Hay que decirlo con toda claridad. Dios, que crea a todos por amor, vive volcado sobre todas y cada una de sus criaturas. A todos llama y atrae hacia la felicidad eterna en comunión con él. No ha habido nunca un hombre o una mujer que haya vivido sin que Dios lo haya acompañado desde el fondo de su mismo ser. Allí donde-hay un ser humano, cualquiera que sea su religión o su agnosticismo, allí está Dios suscitando su salvación. Su amor no abandona ni discrimina a nadie. Como dice san Pablo: «En Dios no hay acepción de personas» (Romanos 2,11).

    Rechazado en su propio pueblo de Nazaret, Jesús recuerda la historia de la viuda de Sarepta y la de Naamán el sirio, ambos extranjeros y paganos, para hacer ver con toda claridad que Dios se preocupa de sus hijos, aunque no pertenezcan al pueblo elegido de Israel. Dios no se ajusta a nuestros esquemas y discriminaciones. Todos son sus hijos e hijas, los que viven en la Iglesia y los que la han dejado. Dios no abandona a nadie.

    PRIVADOS DE ESPIRITU PROFETICO

    Sabemos que históricamente la oposición a Jesús se fue gestando poco a poco: el recelo de los escribas, la irritación de los maestros de la ley y el rechazo de los dirigentes del templo fueron creciendo hasta acabar en su ejecución en la cruz.

    También lo sabe el evangelista Lucas. Pero, intencionadamente, forzando incluso su propio relato, habla del rechazo frontal a Jesús en la primera actuación pública que describe. Desde el principio han de tomar conciencia los lectores de que el rechazo es la primera reacción que encuentra Jesús entre los suyos al presentarse como Profeta.

    Lo sucedido en Nazaret no es un hecho aislado. Algo que sucedió en el pasado. El rechazo a Jesús cuando se presenta como Profeta de los pobres, liberador de los oprimidos y perdonador de los pecadores, se puede ir produciendo entre los suyos a lo largo de los siglos.

    A los seguidores de Jesús nos cuesta aceptar su dimensión profética. Olvidamos casi por completo algo que tiene su

    importancia. Dios no se ha encarnado en un sacerdote, consagrado a cuidar la religión del templo. Tampoco en un letrado ocupado en defender el orden establecido por la ley. Se ha encarnado y revelado en un Profeta enviado por el Espíritu a anunciar a los pobres la Buena Noticia y a los oprimidos la liberación.

    Olvidamos que la religión cristiana no es una religión más, nacida para proporcionar a los seguidores de Jesús las

    creencias, ritos y preceptos adecuados para vivir su relación con Dios. Es una religión profética, impulsada por el Profeta Jesús para promover un mundo más humano, orientado hacia su salvación definitiva en Dios.

    Los cristianos tenemos el riesgo de descuidar una y otra vez la dimensión profética que nos ha de animar a los seguidores de Jesús. A pesar de las grandes manifestaciones proféticas que se han ido dando en la historia cristiana, no deja de ser verdad lo que afirma el reconocido teólogo H. von Balthasar: A finales del siglo segundo «cae sobre el espíritu (profético) de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo».

    Hoy, de nuevo, preocupados por restaurar «lo religioso» frente a la secularización moderna, los cristianos corremos el peligro de caminar hacia el futuro privados de espíritu profético. Si es así, nos puede suceder lo que a los vecinos de Nazaret: Jesús se abrirá paso entre nosotros y «se alejará» para proseguir su camino. Nada le impedirá seguir su tarea liberadora. Otros, venidos de fuera, reconocerán su fuerza profética y acogerán su acción salvadora.

    También el de Kamiano

    Jesús, tú quieres tallar nuestro corazón como buen carpintero y maestro de la sabiduría. ¿Lograrás sacar del tronco de nuestra existencia una obra agradable a tus ojos?

    En tu pueblo no te hicieron caso. No creían en el hijo del carpintero. A veces la sencillez y la humildad no “vende”. Más bien, quieren “despeñarte”. Tú, sin embargo, sigues empeñado en tallar nuestra alma, a pesar de todos los riesgos. No te canses nunca, Maestro carpintero, de realizar esa noble tarea, a ver si consigues que latamos a tu ritmo, que nos empleemos en tus opciones y en tu manera de afrontar los desafíos de la vida.

    Dios carpintero, pule la madera de nuestro ser con el cepillo de tu misericordia y de tu amor.

    Finalmente el comentario bíblico

    Lucharán contra ti, pero no te podrán

    Iª Lectura: Jeremías (1,4-5.17-19): Llamada y misión profética

    I.1. La primera lectura de hoy nos refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un hombre de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de Jerusalén. Jeremías mismo profetizó contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo en la situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había conquistado antes de rodear Jerusalén (Is 10,30).. Hoy el texto del libro nos habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho cuando sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles. La vocación profética es un desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al principio pudiera estar de acuerdo con el joven rey Josías para impulsar la reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la fuerza de la palabra de Dios por encima de cualquier proyecto político. El mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a ser apóstol de los gentiles (Gal 1,15).

    I.2. Un profeta lo es a pesar de él mismo; siente miedo por lo que tiene que vivir en su interior y lo que tiene que comunicar en nombre de su Dios. Sin duda que debe ser así, porque no podrá regalar el oído a nadie. Si fuera verdad que su primera actuación, como defienden algunos, hubiera sido el discurso contra el templo (Jr 7), comprenderíamos la experiencia tan intensa y determinante de su vida. Dios, sin embargo, no admite excusas; llama a quien tiene que llamar, a quien le va ser fiel hasta el final: lo llama para “arrancar y destruir, edificar y plantar”. El profeta no destruye por destruir, sino para convertir. Es un hombre próximo a la teología de Oseas. Jeremías ha sido llamado para entregarse a los demás, o si queremos, para sentir la pasión de la palabra de Dios y entregarla a los demás.

    IIª Lectura: I Corintios (12,31-13,13): El amor será lo eterno

    II.1. La segunda lectura es probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hallan escrito en la historia de la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de la vida de todo hombre: amar y ser amado. No podemos olvidar que no se habla del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos los poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio (ágape, de agapáô) y que se ha plasmado con el término “caridad”, una de las virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el verbo “amar” (pues para caridad no existe un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a ese sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no solamente la filía, sencillamente porque es un amor sin medida: todo lo perdona y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere mostrar el “camino más excelente”, en realidad el “carisma” al que todos deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los criterios de los dones espirituales.

    II.2. El apóstol nos habla del amor en el contexto de los carismas de la comunidad de Corinto, que le ha planteado la cuestión de una praxis personal y comunitaria: ¿cuál es el carisma que se debe preferir? ¿qué servicio es el más perfecto en la comunidad? Pablo está hablando a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el desprecio de los débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. Por eso mismo el campo de acción del amor en una comunidad cristiana es ejemplificador. Podemos presumir de educación, cultura, intelectualidad, pero eso, que sin duda perfecciona al hombre, no le da los quilates verdaderos para ser más humano y, desde luego, para ser mejor cristiano. Y no se puede pretender ser cristiano para uno mismo y en uno mismo. Eso está descartado previamente. Se es cristiano desde la comunidad y en la comunidad, en la ekklesía o de lo contrario no se es cristiano para nada. Y es precisamente en ella donde no tiene sentido la forma más sutil de egoísmo espiritual. El amor es la fuerza de la comunidad, pero también lo es para que uno mismo sea comunidad. Lo es de cualquier comunidad, pero muy especialmente se debe entender de cualquier tipo o variante de comunidad cristiana. No podemos, pues, menos de pensar que esto que se dice muy en concreto para la comunidad de Corinto, se debe aplicar a la comunidad cristiana matrimonial, que es todo un símbolo y realidad de la comunidad eclesial. Es más, es ahí donde se gesta muy concretamente una de las experiencias más íntimas de la comunidad eclesial.

    Evangelio: Lucas (4,21-30): El evangelio liberador, palabra de gracia

    III.1. “Esta escritura comienza a cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de una forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la escena-presentación de Jesús en su pueblo, donde se había criado, en Nazaret. Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente, apoya que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se convierten en santo y seña de su vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús interpreta en la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas no se queden solamente “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son realidad de que Dios “ya” está salvando por la palabra de gracia.

    III.2. El v.22 ha sido objeto de discusiones exegéticas, que actualmente apuntan claramente a entenderlo de la manera siguiente: todos lo criticaban (daban testimonio de él, -martyréô- pero en sentido negativo), a causa de las palabras sobre la gracia. ¿Por qué? Precisamente porque en la cita del texto de Is 61,1-2 (Lc 4,18) han desaparecido aquellas palabras que hacían mención de la ira de Dios contra los paganos. El testimonio de sus paisanos de Nazaret, pues, no es favorable sino adverso. Y es contrario porque Jesús se atreve a anunciar la salvación, no solamente de su pueblo, sino del hombre, de cualquier hombre, de todos. Los ejemplos posteriores –después del reproche “médico cúrate a ti mismo”-, de Elías y Eliseo en beneficio de personas paganas (no de Israel) vienen a iluminar lo que Jesús ha querido proclamar en la sinagoga de Nazaret. La consecuencia de todo ello no es otra que el intenta de apedrear a Jesús. ¿Por qué? ¿Porque les ha puesto el ejemplo de los profetas abiertos al mundo pagano? ¡Sin duda! Porque ha proclamado el evangelio de la gracia.

    III.3. Se ha dicho, con razón, que este es un relato programático. No quiere decir que no sea histórico, que no haya ocurrido una escena de rechazo en Nazaret (así lo muestra Marcos 6,1-6). Pero en Lucas es una escena que quiere concentrar toda la vida y toda la predicación de Jesús hasta el momento de su rechazo, de su juicio y de su muerte. Nazaret no es solamente su patria chica; en este caso representa a todo su pueblo, sus instituciones, su religión, sus autoridades, que no aceptan el mensaje profético de la gracia de Dios que es y debe ser don para todos los hombres. Lucas ha puesto todo su genio literario, histórico y teológico para darnos esta maravilla de relato que no tiene parangón. Todo lo que sigue a continuación, la narración evangélica, es la explicitación de lo que sucede en esta escena.

    III.4. Jesús, como Jeremías, ha sido llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza de Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Los ejemplos que Lucas ha escogido para apoyar lo que Jesús hace –lo del gran profeta Elías y su discípulo Eliseo-, muestran que la religión que sigue pensando en un Dios manipulable o nacionalista, es una perversión de la religión y de Dios mismo. El itinerario vital de Jesús que Lucas nos describe en esta escena, muestra que el Reino que a partir de aquí ha de predicar, es su praxis más comprometida. La salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta escena de Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a condenar todo aquello que suponga exclusión y excomunión en nombre de su Dios. Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret, en la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le lleve a la muerte como compromiso de toda su vida. Y así se pre-anuncia en el intento de apedreamiento en Nazaret. Pero no es la muerte solamente lo que se anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, se marchó” (v.30). Esta no es una huida cobarde, sino “entre ellos”, pasando por la entraña de la muerte… se marchó… a la vida nueva.

    Fraternalmente.-[/align]

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