Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 06/05/2018 6º de Pascua

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    Anónimo
    Inactivo

    «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»

    Lectura del santo Evangelio según San Juan

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

    «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.

    Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

    Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

    Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

    Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

    Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

    Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

    No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.

    De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.

    Esto os mando: que os améis unos a otros».

    Palabra del Señor,

    #12939
    Anónimo
    Inactivo

    Un poco tardío, pero aquí están los comentarios al Evangelio.

    MARGINADOS

    Como yo os he amado

    [align=justify]Nuestra sociedad, construida desde los sanos y para los sanos, va generando constantemente grupos marginales de personas enfermas y deterioradas cuya atención y asistencia no parece apenas interesar a nadie, al no ser rentable ni económica ni políticamente.

    Ahí está ese grupo creciente de ancianos enfermos que no pueden valerse a sí mismos o padecen demencia senil. Hombres y mujeres que sólo producen gasto e incomodidad.

    Nadie sabe qué hacer con ellos. Los hospitales, concebidos para tratar a otro tipo de enfermos, los dan de alta para no colapsar sus servicios. Los familiares se sienten impotentes para atenderlos debidamente en sus casas. Las residencias normales de ancianos no los reciben. No hay sitio para ellos en nuestra sociedad.

    Ahí están los enfermos mentales, eternos marginados por una sociedad que los teme y los rechaza. Ofenden nuestra estética. Alteran nuestra convivencia tranquila con su comportamiento extraño y peligroso. Nada mejor que encerrarlos lejos de la sociedad y olvidarnos de ellos.

    Ahí están también esos enfermos crónicos cuya atención es poco rentable y apenas ofrece interés científico. Enfermos de patología desagradable o de escaso interés social como los cirróticos, asmáticos, hemipléjicos, bronquíticos que arrastran su enfermedad ante la inhibición y pasividad de la política sanitaria.

    Ahí están también los toxicómanos enfermos, los alcohólicos, los afectados por el SIDA y tantos otros que sólo despiertan en torno a ellos miedo, desconfianza y rechazo.

    Esta insensibilidad ante estos enfermos más necesitados y desasistidos no es sino reflejo de una sociedad que, una y otra vez, tiende a estructurarse en el olvido y la marginación de los más débiles e indefensos.

    Lo mismo sucede en nuestras comunidades cristianas. Con frecuencia atendemos a los enfermos más conocidos y cercanos, ignorando precisamente a aquellos que se encuentran más necesitados de ayuda.

    Las palabras de Jesús que escuchamos en este Día del enfermo: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» han de sacudir nuestra conciencia.

    Hemos de crear entre todos una nueva sensibilidad social ante estos enfermos marginados. Hemos de promover y apoyar toda clase de iniciativas, actividades y asociaciones encaminadas a resolver sus problemas.

    Es exigencia del amor cristiano llegar al enfermo a quien nadie llega y atender las necesidades que nadie atiende.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    AL ESTILO DE JESÚS

    [align=justify]Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?

    Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: «Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado». Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.

    De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: «Pasó por todas partes haciendo el bien». Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.

    Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: «Mujer, no llores». Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.

    Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.

    Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: «¿Qué quieres que haga por ti?». Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.

    Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes.

    Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola. [/align]

    UNA ALEGRÍA DIFERENTE

    [align=justify]Las primeras generaciones cristianas cuidaban mucho la alegría. Les parecía imposible vivir de otra manera. Las cartas de Pablo de Tarso que circulaban por las comunidades repetían una y otra vez la invitación a «estar alegres en el Señor». El evangelio de Juan pone en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Os he hablado… para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».

    ¿Qué ha podido ocurrir para que la vida de los cristianos aparezca hoy ante muchos como algo triste, aburrido y penoso? ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo resucitado? ¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores? ¿Dónde está?

    La alegría no es algo secundario en la vida de un cristiano. Es un rasgo característico. Una manera de estar en la vida: la única manera de seguir y de vivir a Jesús. Aunque nos parezca «normal», es realmente extraño «practicar» la religión cristiana, sin experimentar que Cristo es fuente de alegría vital.

    Esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirlo con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano.

    El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros.

    La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida, sostenida por la fe en Jesús.

    Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas y contagiar alegría realista y esperanza.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    PERMANECER UNIDOS.

    [align=justify]Permaneced en mi amor”. Conducidos por Jesús y movidos por su Espíritu seremos uno. Es la manera más significativa de permanecer en su amor. La unidad visibiliza la comunión y la fraternidad. El amor se palpa.

    A Patxi se le ha ocurrido otra de sus genialidades: “Hay que mirar los que se asoman por la borda UnO ( si Unimos nuestras manos, abrimos Nuestros brazos para acoger y juntamos las manos para Orar seremos UNO)”. Buena invitación para concretarla en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad… Seamos uno y permanezcamos juntos en la Barca de la Iglesia.[/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco Fano

    Texto: Fernando Cordero ss.cc[/align]

    Fraternalmente.

    #18992
    Anónimo
    Inactivo

    Un poco tardío, pero aquí están los comentarios al Evangelio.

    MARGINADOS

    Como yo os he amado

    [align=justify]Nuestra sociedad, construida desde los sanos y para los sanos, va generando constantemente grupos marginales de personas enfermas y deterioradas cuya atención y asistencia no parece apenas interesar a nadie, al no ser rentable ni económica ni políticamente.

    Ahí está ese grupo creciente de ancianos enfermos que no pueden valerse a sí mismos o padecen demencia senil. Hombres y mujeres que sólo producen gasto e incomodidad.

    Nadie sabe qué hacer con ellos. Los hospitales, concebidos para tratar a otro tipo de enfermos, los dan de alta para no colapsar sus servicios. Los familiares se sienten impotentes para atenderlos debidamente en sus casas. Las residencias normales de ancianos no los reciben. No hay sitio para ellos en nuestra sociedad.

    Ahí están los enfermos mentales, eternos marginados por una sociedad que los teme y los rechaza. Ofenden nuestra estética. Alteran nuestra convivencia tranquila con su comportamiento extraño y peligroso. Nada mejor que encerrarlos lejos de la sociedad y olvidarnos de ellos.

    Ahí están también esos enfermos crónicos cuya atención es poco rentable y apenas ofrece interés científico. Enfermos de patología desagradable o de escaso interés social como los cirróticos, asmáticos, hemipléjicos, bronquíticos que arrastran su enfermedad ante la inhibición y pasividad de la política sanitaria.

    Ahí están también los toxicómanos enfermos, los alcohólicos, los afectados por el SIDA y tantos otros que sólo despiertan en torno a ellos miedo, desconfianza y rechazo.

    Esta insensibilidad ante estos enfermos más necesitados y desasistidos no es sino reflejo de una sociedad que, una y otra vez, tiende a estructurarse en el olvido y la marginación de los más débiles e indefensos.

    Lo mismo sucede en nuestras comunidades cristianas. Con frecuencia atendemos a los enfermos más conocidos y cercanos, ignorando precisamente a aquellos que se encuentran más necesitados de ayuda.

    Las palabras de Jesús que escuchamos en este Día del enfermo: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» han de sacudir nuestra conciencia.

    Hemos de crear entre todos una nueva sensibilidad social ante estos enfermos marginados. Hemos de promover y apoyar toda clase de iniciativas, actividades y asociaciones encaminadas a resolver sus problemas.

    Es exigencia del amor cristiano llegar al enfermo a quien nadie llega y atender las necesidades que nadie atiende.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    AL ESTILO DE JESÚS

    [align=justify]Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?

    Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: «Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado». Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.

    De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: «Pasó por todas partes haciendo el bien». Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.

    Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: «Mujer, no llores». Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.

    Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.

    Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: «¿Qué quieres que haga por ti?». Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.

    Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes.

    Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola. [/align]

    UNA ALEGRÍA DIFERENTE

    [align=justify]Las primeras generaciones cristianas cuidaban mucho la alegría. Les parecía imposible vivir de otra manera. Las cartas de Pablo de Tarso que circulaban por las comunidades repetían una y otra vez la invitación a «estar alegres en el Señor». El evangelio de Juan pone en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Os he hablado… para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».

    ¿Qué ha podido ocurrir para que la vida de los cristianos aparezca hoy ante muchos como algo triste, aburrido y penoso? ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo resucitado? ¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores? ¿Dónde está?

    La alegría no es algo secundario en la vida de un cristiano. Es un rasgo característico. Una manera de estar en la vida: la única manera de seguir y de vivir a Jesús. Aunque nos parezca «normal», es realmente extraño «practicar» la religión cristiana, sin experimentar que Cristo es fuente de alegría vital.

    Esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirlo con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano.

    El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros.

    La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida, sostenida por la fe en Jesús.

    Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas y contagiar alegría realista y esperanza.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    PERMANECER UNIDOS.

    [align=justify]Permaneced en mi amor”. Conducidos por Jesús y movidos por su Espíritu seremos uno. Es la manera más significativa de permanecer en su amor. La unidad visibiliza la comunión y la fraternidad. El amor se palpa.

    A Patxi se le ha ocurrido otra de sus genialidades: “Hay que mirar los que se asoman por la borda UnO ( si Unimos nuestras manos, abrimos Nuestros brazos para acoger y juntamos las manos para Orar seremos UNO)”. Buena invitación para concretarla en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad… Seamos uno y permanezcamos juntos en la Barca de la Iglesia.[/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco Fano

    Texto: Fernando Cordero ss.cc[/align]

    Fraternalmente.

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