Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Evangelio del domingo 07/04/2019 5º de T. Cuaresmal Ciclo C.
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2 abril, 2019 a las 11:30 #10911
Anónimo
Inactivo«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»Lectura del santo Evangelio según San JuanEn aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor6 abril, 2019 a las 11:28 #12970Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. Creer en el perdón- BASTANTES piensan que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios el que ha prohibido ciertas cosas, el que pone freno a nuestros deseos de gozar y el que, en definitiva, genera en nosotros esa sensación de culpabilidad.
Nada más lejos de la realidad. La culpa es una experiencia misteriosa de la que ninguna persona sana se ve libre. Todos hacemos en un momento u otro lo que no deberíamos haber hecho. Todos sabemos que nuestras decisiones no son siempre transparentes y que actuamos más de una vez por motivos oscuros y razones inconfesadas.
Es la experiencia de toda persona: no soy lo que debía ser, no vivo a la altura de mí mismo. Sé que podría muchas veces evitar el mal; sé que puedo ser mejor, pero siento dentro de mí ‘algo’ que me lleva a actuar mal. Lo decía hace muchos años Pablo de Tarso: «No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rm. 7,19). ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo vivir todo esto ante Dios?
El Credo nos invita a «creer en el perdón de los pecados». No es tan fácil. Afirmamos que Dios es perdón insondable, pero luego proyectamos constantemente sobre él nuestros miedos, fantasmas y resentimientos oscureciendo su amor infinito y convirtiendo a Dios en un ser justiciero del que lo primero es defenderse.
Hemos de liberar a Dios de los malentendidos con los que deformamos su verdadero rostro. En Dios no hay ni sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios está siempre volcado sobre nosotros apoyándonos en ese esfuerzo moral que hemos de hacer para construirnos como personas. Y ahora que hemos pecado, sigue ahí como «mano tendida» que quiere sacarnos del fracaso.
Dios sólo es perdón y apoyo aunque, bajo el peso de la culpabilidad, nosotros lo convirtamos a veces en juez condenador, más preocupado por su honor que por nuestro bien. La escena evangélica es clarificadora. Todos quieren «echar piedras» sobre la adúltera, todos menos Jesús. Todos quieren convertir a Jesús en «juez condenador», pero él, lleno de Dios, reacciona de manera sorprendente: «No te condeno. Anda y, en adelante, no peques más».
José Antonio PagolaATRAÍDAS POR JESÚS EN MEDIO DE LA PROSTITUCIÓN- El testimonio de mujeres que ejercen la prostitución. Es realmente una buena noticia. Son mujeres que están tomando parte en grupos donde, acompañadas por las Hermanas Oblatas, reflexionan y oran con la ayuda de mi libro Jesús. Aproximación histórica. He quedado conmovido al captar la fuerza y el atractivo que tiene Jesús para estas mujeres de alma sencilla y corazón bueno. ¿No nos volvería a repetir Jesús aquello que gritó en Galilea: «Las prostitutas entran antes que vosotros en el Reino de Dios»?
Un abrazo grande y agradecido a vosotras mujeres creyentes, por vuestro testimonio, y a vosotras, hermanas Oblatas, que compartís con ellas vuestra fe. José Antonio.
– Me sentía sucia, vacía y poca cosa, todo el mundo me usaba. Ahora, me siento con ganas de seguir viviendo porque Dios sabe mucho de mi sufrimiento.
– Dios esta dentro de mí. Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. ¡Este Jesús me entiende…!
– He experimentado la presencia de Dios en un viaje a Europa, mi compañera murió en el camino. Dios estaba cerca, lo sentí a mi lado. En aquella mañana sentí que la mano de Dios me guió y su presencia fue muy fuerte…
– Ahora, cuando llego a casa después del trabajo, me lavo con agua muy caliente para arrancar de mi piel la suciedad y después le rezo a este Jesús porque él sí me entiende y sabe mucho de mi sufrimiento.
– Jesús quiero cambiar de vida, guíame porque tú solo conoces mi futuro…
– ¿Dónde estabas? Cada día que pasa siento más el amor de Dios y me siento acariciada por las personas que Dios pone en mi camino…
– Para mí, el simple hecho de sentir amor en el corazón es prueba de tener a Dios en el corazón…
– Me siento afortunada de haber conocido a este Jesús…
– Yo pido a Jesús todo el día que me aparte de este modo de vida. Siempre que me ocurre algo, yo le llamo y Él me ayuda. Él esta cerca de mí, es maravilloso…
– Él me lleva en sus manos, Él me carga, siento la presencia de Él…
– En la madrugada es cuando más hablo con Él. Él me escucha mejor porque en este horario la gente duerme. Él está aquí, no duerme. Él siempre está aquí. A puerta cerrada, me arrodillo y le pido que merezca su ayuda, que me perdone, que yo lucharé por Él.
– Mi vida en el pasado era un vacío, un vaso quebrado, le coloqué un corazón y se unieron los trozos…
– Un día yo estaba apoyada en la plaza y dije: Oh Dios mío, ¿será que yo sólo sirvo para esto? ¿Solo para la prostitución?… Entonces es el momento en que más sentí a Dios cargándome ¿entendiste? Transformándome. Fue en aquel momento. Tanto que yo no me olvido. ¿Entendiste?…
– Yo ahora dialogo con Jesús y le digo: aquí estoy, acompáñame. Tú viste lo que le sucedió a mi compañera (se refiere a una colega que fue asesinada en un hotel). Te ruego por ella y pido que nada malo suceda a mis compañeras, yo no hablo pero pido por ellas pues ellas son personas como yo.
– Ahora, cuando tengo tiempo, voy a su capilla hecha de troncos cortados por la mitad y de palmas. Se llama la iglesia de la naturaleza. Tienen una capilla para la adoración. Y me encuentro conmigo misma… y no digo “Señor dame esto o aquello” estoy sin hacer nada. Solo a veces canto mi canción favorita «anima Christi» especialmente porque es mi favorita. Yo le canto a Jesús en mis pensamientos.
– Solo en Jesús puedo confiar… a través de mis lágrimas y orando para sobrevivir.
– Estoy furiosa, confundida, triste, dolida, rechazada, nadie me quiere, no sé ni a quien culpar o sería mejor odiar a la gente y a mí, o al mundo. Fíjate, desde que era niña yo creí en ti y has permitido que esto me pasara. Ya estoy cansada de echar la culpa a Dios. Pero no me hagas daño. Te doy otra oportunidad para protegerme ahora. Bien, yo te perdono, pero por favor no me dejes de nuevo.
– En Jesús he encontrado el verdadero amor que he deseado conocer y experimentar.
José Antonio PagolaTODOS NECESITAMOS PERDÓN- Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a «proclamar la liberación de los cautivos […] y dar libertad a los oprimidos”. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a «una mujer sorprendida en adulterio». No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: «En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”
La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?
Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.
Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: «Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra». ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?
Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: «Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo».
El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice «Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más».
Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».
José Antonio PagolaTambién el de Kamiano.
UN ESCUDO PARA LIBERARNOS- En el tramo final de la cuaresma, el evangelio de la mujer pecadora (cfr. Jn 8,1-11) pone a Jesús sobre las cuerdas. Los fariseos utilizan este caso para tender nuevamente una trampa a Jesús. A ellos no les importa la mujer, simplemente es una pelota en sus manos para ir a destruir su objetivo y poder acusarle según la respuesta que dé el Maestro. Si Jesús se pone del lado de la mujer, si se convierte en su escudo, está en contra de la ley. Y entonces tendrás una razón más que suficiente para denostarlo como profeta y como Mesías. Pero si se coloca en contra de la mujer, entonces contradice su propia doctrina del perdón. Jesús no se deja acorralar: actúa desde su indiscutible libertad interior.
Jesús hace algo muy simple y sabio: deja estar a los acusadores y les da la vuelta a sus propios pensamientos. El pecado de la mujer se convierte en un gran “espejo” en el que cada uno ve reflejada su propia debilidad. La barrera de seguridad desaparece, los acusadores se ponen al nivel de la acusada. Jesús les obliga a que se sitúen en su propia verdad y a que permanezcan en ellos mismos en lugar de proyectar sus propios deseos sexuales hacia la mujer y desviarse de sí mismos. Él se inclina y escribe con el dedo en la tierra. No “vigila” el reconocimiento de sus pecados. Respeta a la persona y a cada persona, sin echar nada en cara. Ellos mismos han vivido el fuerte contraste con su pecado y su realidad.
Lo que entorpece el perdón- Quizá Jesús tenía en mente al profeta Jeremías: “Los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor, manantial de agua viva” (Jer 17,13). Se trata de un comportamiento alegórico, que muestra a los fariseos cuánto han abandonado ellos a Yahvé, el verdadero Dios, el manantial de agua viva, y cómo se han entregado a la letra de la ley. Esta reflexión enlaza con el texto precedente, el encuentro de Jesús con la Samaritana. Él ha hablado de una fuente agua viva que brota en su interior y en el de todos los que creen. Quien no cree se reseca y se vuelve duro de corazón.
Al final, Jesús se queda solo con la mujer. San Agustín dice de esta imagen: “Los que se quedaron fueron dos, lo digno de misericordia y la misericordia”. Los pobres y quien tiene un corazón para ellos. Perdona a la mujer y la anima a que no peque más: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, y no vuelvas a pecar (Jn 8,11). No la obliga al remordimiento como tarea contra su autoestimas, sino que le da confianza y seguridad en el camino futuro. La libera para proyectar una vida nueva.
Solo Dios puede perdonar porque solo Él es rico en misericordia. Contrastémoslo con nuestra manera de perdonar, como hace Josep Otón en La mística de la Palabra: “Cuando nosotros nos proponemos perdonar a alguien, tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones –el miedo, la rabia, la envidia o la amargura-, que entorpecen nuestra decisión. O, por el contrario, podemos hacerlo desde un cierto sentimiento de superioridad, disculpando los errores ajenos por haber sido cometidos desde el desconocimiento, la debilidad o la indolencia”.
“Podría haber sido una de ellas”- Santa María Micaela del Santísimo Sacramento proclamaba en el siglo XIX: “La caridad todo los sufre, todo lo tolera, lo juzga bueno y de nadie piensa mal”. Mujer de la alta sociedad madrileña de su época, a pesar de la oposición de su familia, comienza a trabajar y devolver la dignidad a las mujeres más marginadas de la capital. La santa tendrá que vender su caballo y empeñar sus joyas, su vajilla y equipaje para poder sostener la casa de mujeres que ha abierto, embrión de la Congregación de las Adoratrices. Poco a poco acostumbrará a las residentes a trabajar para que se ganen la vida honradamente con los oficios de su tiempo: coser, guisar, planchar, bordar, hacer guantes, e incluso con la música. También las enseñará a leer y a escribir.
Hoy esta labor la continúan sus religiosas. Ellas saben bien por experiencia que mirar el futuro con optimismo y esperanza, a pesar de las experiencias traumáticas que han sufrido, es una de las características de las mujeres supervivientes de la trata. Ofrecerles una relación de aceptación incondicional constituye la clave para favorecer sus procesos de crecimiento y desarrollo personal.
Así lo testimonia una mujer moldava que participa en el Proyecto Esperanza de las adoratrices: “Después de todo lo que he vivido estoy bien, intento no recordar todo lo que ha pasado y me encuentro muy bien. He conseguido lo que quería, sé que soy libre y puedo hacer lo que me gusta y nadie me puede hacer daño y herir. Lo he conseguido luchando, intentando olvidar el pasado y vivir el presente, trabajar, hacer cosas que me gustan”.
Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc.
Fraternalmente.
6 abril, 2019 a las 11:28 #19023Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. Creer en el perdón- BASTANTES piensan que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios el que ha prohibido ciertas cosas, el que pone freno a nuestros deseos de gozar y el que, en definitiva, genera en nosotros esa sensación de culpabilidad.
Nada más lejos de la realidad. La culpa es una experiencia misteriosa de la que ninguna persona sana se ve libre. Todos hacemos en un momento u otro lo que no deberíamos haber hecho. Todos sabemos que nuestras decisiones no son siempre transparentes y que actuamos más de una vez por motivos oscuros y razones inconfesadas.
Es la experiencia de toda persona: no soy lo que debía ser, no vivo a la altura de mí mismo. Sé que podría muchas veces evitar el mal; sé que puedo ser mejor, pero siento dentro de mí ‘algo’ que me lleva a actuar mal. Lo decía hace muchos años Pablo de Tarso: «No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rm. 7,19). ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo vivir todo esto ante Dios?
El Credo nos invita a «creer en el perdón de los pecados». No es tan fácil. Afirmamos que Dios es perdón insondable, pero luego proyectamos constantemente sobre él nuestros miedos, fantasmas y resentimientos oscureciendo su amor infinito y convirtiendo a Dios en un ser justiciero del que lo primero es defenderse.
Hemos de liberar a Dios de los malentendidos con los que deformamos su verdadero rostro. En Dios no hay ni sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios está siempre volcado sobre nosotros apoyándonos en ese esfuerzo moral que hemos de hacer para construirnos como personas. Y ahora que hemos pecado, sigue ahí como «mano tendida» que quiere sacarnos del fracaso.
Dios sólo es perdón y apoyo aunque, bajo el peso de la culpabilidad, nosotros lo convirtamos a veces en juez condenador, más preocupado por su honor que por nuestro bien. La escena evangélica es clarificadora. Todos quieren «echar piedras» sobre la adúltera, todos menos Jesús. Todos quieren convertir a Jesús en «juez condenador», pero él, lleno de Dios, reacciona de manera sorprendente: «No te condeno. Anda y, en adelante, no peques más».
José Antonio PagolaATRAÍDAS POR JESÚS EN MEDIO DE LA PROSTITUCIÓN- El testimonio de mujeres que ejercen la prostitución. Es realmente una buena noticia. Son mujeres que están tomando parte en grupos donde, acompañadas por las Hermanas Oblatas, reflexionan y oran con la ayuda de mi libro Jesús. Aproximación histórica. He quedado conmovido al captar la fuerza y el atractivo que tiene Jesús para estas mujeres de alma sencilla y corazón bueno. ¿No nos volvería a repetir Jesús aquello que gritó en Galilea: «Las prostitutas entran antes que vosotros en el Reino de Dios»?
Un abrazo grande y agradecido a vosotras mujeres creyentes, por vuestro testimonio, y a vosotras, hermanas Oblatas, que compartís con ellas vuestra fe. José Antonio.
– Me sentía sucia, vacía y poca cosa, todo el mundo me usaba. Ahora, me siento con ganas de seguir viviendo porque Dios sabe mucho de mi sufrimiento.
– Dios esta dentro de mí. Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. ¡Este Jesús me entiende…!
– He experimentado la presencia de Dios en un viaje a Europa, mi compañera murió en el camino. Dios estaba cerca, lo sentí a mi lado. En aquella mañana sentí que la mano de Dios me guió y su presencia fue muy fuerte…
– Ahora, cuando llego a casa después del trabajo, me lavo con agua muy caliente para arrancar de mi piel la suciedad y después le rezo a este Jesús porque él sí me entiende y sabe mucho de mi sufrimiento.
– Jesús quiero cambiar de vida, guíame porque tú solo conoces mi futuro…
– ¿Dónde estabas? Cada día que pasa siento más el amor de Dios y me siento acariciada por las personas que Dios pone en mi camino…
– Para mí, el simple hecho de sentir amor en el corazón es prueba de tener a Dios en el corazón…
– Me siento afortunada de haber conocido a este Jesús…
– Yo pido a Jesús todo el día que me aparte de este modo de vida. Siempre que me ocurre algo, yo le llamo y Él me ayuda. Él esta cerca de mí, es maravilloso…
– Él me lleva en sus manos, Él me carga, siento la presencia de Él…
– En la madrugada es cuando más hablo con Él. Él me escucha mejor porque en este horario la gente duerme. Él está aquí, no duerme. Él siempre está aquí. A puerta cerrada, me arrodillo y le pido que merezca su ayuda, que me perdone, que yo lucharé por Él.
– Mi vida en el pasado era un vacío, un vaso quebrado, le coloqué un corazón y se unieron los trozos…
– Un día yo estaba apoyada en la plaza y dije: Oh Dios mío, ¿será que yo sólo sirvo para esto? ¿Solo para la prostitución?… Entonces es el momento en que más sentí a Dios cargándome ¿entendiste? Transformándome. Fue en aquel momento. Tanto que yo no me olvido. ¿Entendiste?…
– Yo ahora dialogo con Jesús y le digo: aquí estoy, acompáñame. Tú viste lo que le sucedió a mi compañera (se refiere a una colega que fue asesinada en un hotel). Te ruego por ella y pido que nada malo suceda a mis compañeras, yo no hablo pero pido por ellas pues ellas son personas como yo.
– Ahora, cuando tengo tiempo, voy a su capilla hecha de troncos cortados por la mitad y de palmas. Se llama la iglesia de la naturaleza. Tienen una capilla para la adoración. Y me encuentro conmigo misma… y no digo “Señor dame esto o aquello” estoy sin hacer nada. Solo a veces canto mi canción favorita «anima Christi» especialmente porque es mi favorita. Yo le canto a Jesús en mis pensamientos.
– Solo en Jesús puedo confiar… a través de mis lágrimas y orando para sobrevivir.
– Estoy furiosa, confundida, triste, dolida, rechazada, nadie me quiere, no sé ni a quien culpar o sería mejor odiar a la gente y a mí, o al mundo. Fíjate, desde que era niña yo creí en ti y has permitido que esto me pasara. Ya estoy cansada de echar la culpa a Dios. Pero no me hagas daño. Te doy otra oportunidad para protegerme ahora. Bien, yo te perdono, pero por favor no me dejes de nuevo.
– En Jesús he encontrado el verdadero amor que he deseado conocer y experimentar.
José Antonio PagolaTODOS NECESITAMOS PERDÓN- Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a «proclamar la liberación de los cautivos […] y dar libertad a los oprimidos”. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a «una mujer sorprendida en adulterio». No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: «En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”
La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?
Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.
Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: «Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra». ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?
Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: «Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo».
El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice «Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más».
Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».
José Antonio PagolaTambién el de Kamiano.
UN ESCUDO PARA LIBERARNOS- En el tramo final de la cuaresma, el evangelio de la mujer pecadora (cfr. Jn 8,1-11) pone a Jesús sobre las cuerdas. Los fariseos utilizan este caso para tender nuevamente una trampa a Jesús. A ellos no les importa la mujer, simplemente es una pelota en sus manos para ir a destruir su objetivo y poder acusarle según la respuesta que dé el Maestro. Si Jesús se pone del lado de la mujer, si se convierte en su escudo, está en contra de la ley. Y entonces tendrás una razón más que suficiente para denostarlo como profeta y como Mesías. Pero si se coloca en contra de la mujer, entonces contradice su propia doctrina del perdón. Jesús no se deja acorralar: actúa desde su indiscutible libertad interior.
Jesús hace algo muy simple y sabio: deja estar a los acusadores y les da la vuelta a sus propios pensamientos. El pecado de la mujer se convierte en un gran “espejo” en el que cada uno ve reflejada su propia debilidad. La barrera de seguridad desaparece, los acusadores se ponen al nivel de la acusada. Jesús les obliga a que se sitúen en su propia verdad y a que permanezcan en ellos mismos en lugar de proyectar sus propios deseos sexuales hacia la mujer y desviarse de sí mismos. Él se inclina y escribe con el dedo en la tierra. No “vigila” el reconocimiento de sus pecados. Respeta a la persona y a cada persona, sin echar nada en cara. Ellos mismos han vivido el fuerte contraste con su pecado y su realidad.
Lo que entorpece el perdón- Quizá Jesús tenía en mente al profeta Jeremías: “Los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor, manantial de agua viva” (Jer 17,13). Se trata de un comportamiento alegórico, que muestra a los fariseos cuánto han abandonado ellos a Yahvé, el verdadero Dios, el manantial de agua viva, y cómo se han entregado a la letra de la ley. Esta reflexión enlaza con el texto precedente, el encuentro de Jesús con la Samaritana. Él ha hablado de una fuente agua viva que brota en su interior y en el de todos los que creen. Quien no cree se reseca y se vuelve duro de corazón.
Al final, Jesús se queda solo con la mujer. San Agustín dice de esta imagen: “Los que se quedaron fueron dos, lo digno de misericordia y la misericordia”. Los pobres y quien tiene un corazón para ellos. Perdona a la mujer y la anima a que no peque más: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, y no vuelvas a pecar (Jn 8,11). No la obliga al remordimiento como tarea contra su autoestimas, sino que le da confianza y seguridad en el camino futuro. La libera para proyectar una vida nueva.
Solo Dios puede perdonar porque solo Él es rico en misericordia. Contrastémoslo con nuestra manera de perdonar, como hace Josep Otón en La mística de la Palabra: “Cuando nosotros nos proponemos perdonar a alguien, tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones –el miedo, la rabia, la envidia o la amargura-, que entorpecen nuestra decisión. O, por el contrario, podemos hacerlo desde un cierto sentimiento de superioridad, disculpando los errores ajenos por haber sido cometidos desde el desconocimiento, la debilidad o la indolencia”.
“Podría haber sido una de ellas”- Santa María Micaela del Santísimo Sacramento proclamaba en el siglo XIX: “La caridad todo los sufre, todo lo tolera, lo juzga bueno y de nadie piensa mal”. Mujer de la alta sociedad madrileña de su época, a pesar de la oposición de su familia, comienza a trabajar y devolver la dignidad a las mujeres más marginadas de la capital. La santa tendrá que vender su caballo y empeñar sus joyas, su vajilla y equipaje para poder sostener la casa de mujeres que ha abierto, embrión de la Congregación de las Adoratrices. Poco a poco acostumbrará a las residentes a trabajar para que se ganen la vida honradamente con los oficios de su tiempo: coser, guisar, planchar, bordar, hacer guantes, e incluso con la música. También las enseñará a leer y a escribir.
Hoy esta labor la continúan sus religiosas. Ellas saben bien por experiencia que mirar el futuro con optimismo y esperanza, a pesar de las experiencias traumáticas que han sufrido, es una de las características de las mujeres supervivientes de la trata. Ofrecerles una relación de aceptación incondicional constituye la clave para favorecer sus procesos de crecimiento y desarrollo personal.
Así lo testimonia una mujer moldava que participa en el Proyecto Esperanza de las adoratrices: “Después de todo lo que he vivido estoy bien, intento no recordar todo lo que ha pasado y me encuentro muy bien. He conseguido lo que quería, sé que soy libre y puedo hacer lo que me gusta y nadie me puede hacer daño y herir. Lo he conseguido luchando, intentando olvidar el pasado y vivir el presente, trabajar, hacer cosas que me gustan”.
Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc.
Fraternalmente.
- BASTANTES piensan que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios el que ha prohibido ciertas cosas, el que pone freno a nuestros deseos de gozar y el que, en definitiva, genera en nosotros esa sensación de culpabilidad.
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