Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 08/04/2018 2º de Pascua

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    Anónimo
    Inactivo

    A los ocho días, llegó Jesús

    Lectura del santo Evangelio según San Juan

    Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

    – «Paz a vosotros.»

    Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

    Jesús repitió:

    – «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »

    Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

    – «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

    Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

    – «Hemos visto al Señor.»

    Pero él les contestó:

    – «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

    A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

    – «Paz a vosotros.»

    Luego dijo a Tomás:

    – «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»

    Contestó Tomás:

    – «¡Señor mío y Dios mío!»

    Jesús le dijo:

    – «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

    Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

    Palabra del Señor.

    #12936
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo los comentarios al Evangelio.

    DECISION DE CADA UNO

    No seas incrédulo, sino creyente

    [align=justify]Hace aproximadamente dos mil años, apareció en Galilea un profeta llamado Jesús de Nazaret. Apenas vivió algo más de treinta años. Las autoridades lo ejecutaron cuando no llevaba ni tres predicando su mensaje de amor y fraternidad entre los hombres. Fue una llama que, apenas se encendió, fue apagada.

    Veinticinco años más tarde, el emperador Nerón daba muerte a su fiel consejero, el filósofo estoico, Séneca. El motivo: Séneca le aconsejaba, una y otra vez, tratar a las personas con «humanitas» y «clementia».

    La figura del filósofo romano es recordada con veneración por los estudiosos de la antigüedad, que se interesan por su doctrina estoica. Pero nadie se reúne en su nombre, ni fundamenta su existencia sobre su persona. No sucede así con el Profeta de Galilea. Veinte siglos después de su muerte, millones de hombres y mujeres se siguen reuniendo en su nombre, lo invocan como Señor y esperan de él «la salvación de Dios». ¿Por qué?

    Cuando los cristianos hablan de Jesús, no están recordando a un muerto del pasado. Cuando se reúnen en su nombre, no es para celebrar (con retraso) el funeral de un difunto. Cuando escuchan su mensaje, no lo hacen para recoger el testamento dejado a la posteridad por un sabio maestro. La experiencia cristiana es diferente y original. Para estos creyentes, Cristo está vivo. San Pablo lo dice en una sola frase: «Conocerle es conocer la fuerza de su resurrección» (Filipenses 3, 10).

    Este hecho singular se presta a múltiples consideraciones. ¿Cómo puede un muerto generar una fe de estas características? Ciertamente, hay personas extraordinarias que, incluso después de muertas, han generado entusiasmo en sus seguidores (recuérdese el impacto del Che Guevara hace todavía unos años). Pero, luego, el entusiasmo se difumina y los recuerdos se apagan. Las generaciones siguientes apenas se conmueven. Pronto se convierte el personaje en objeto de investigación para los historiadores, siempre que la historia le reconozca ese privilegio.

    Naturalmente, este tipo de consideraciones no constituye una «prueba» de la verdad del cristianismo. La fe cristiana, como cualquier otra ideología, religión o ateísmo, podría ser una «colosal ilusión». Pero, hay algo que no se debe olvidar. Los seres humanos podemos vivir de «ilusiones», pero, ciertamente, no podremos morir sino confiándonos a un Dios Salvador o dejándonos hundir en el vacío de la nada.

    Cada uno ha de escuchar la invitación que se le hace: «No seas incrédulo, sino creyente.» Cada uno ha de saber cómo se enfrenta al misterio último de la existencia, bien confesando su fe como Tomás: «Señor mío y Dios mío», bien siguiendo solo su propio camino, desconfiando de toda salvación.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿POR QUE NO?

    Dichosos los que crean.

    [align=justify]El error más grave que puede encerrarse dentro de una ideología, un sistema de pensamiento o una religión es dejar de lado la única cuestión que interesa al final a toda persona: su muerte.

    Las modas culturales pueden maquillar el problema pero nunca ahogarlo. La euforia del progreso técnico nos puede distraer durante un cierto tiempo, pero tarde o temprano, la pregunta se hace inevitable: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros más allá de la muerte?

    Los hombres y mujeres de nuestros días mueren en el hospital, rodeados de toda clase de atenciones y servicios técnicos, pero mueren también hoy como se moría antes: con una mirada errante que parece buscar algo que ninguno de los que le rodean le pueden proporcionar.

    Lo confiese o no, el ser humano de hoy como el de todos los tiempos sigue anhelando vida eterna.

    Por eso, la resurrección de Jesús no es para los creyentes una verdad más, perdida en el Credo entre otras verdades que confesamos con fe.

    Es el acontecimiento decisivo que lo cambia todo. La realidad que nos revela el misterio último de Dios y de la humanidad. Una “explosión de vida” que no viene de las fuerzas internas del mundo ni del esfuerzo del hombre, sino del mismo Dios.

    Máximo el Confesor, gran teólogo oriental del siglo VII, escribía: “Aquel que ha sido iniciado en la fuerza oculta de la resurrección conoce ya el fundamento final sobre el que Dios, en sus designios, ha querido establecerlo todo”.

    Nadie nos fuerza a creer si no queremos hacerlo. Podemos permanecer escépticos. Reducir todo el misterio de la existencia a nuestros cortos planteamientos. Cerrarnos a toda salvación.

    Pero podemos también abrirnos confiadamente a la Vida. «Se nos pide lo más audaz y al mismo tiempo lo más normal: tener el valor de ver en nuestra propia existencia que toda ella en su conjunto está orientada a Dios” (K Rahner).

    ¿Por qué su amor no va a ser más fuerte que la muerte? ¿Por qué ha de acabar todo en el vacío y la nada? ¿Por qué no se van a cumplir los deseos de vida eterna que habitan nuestro corazón?

    La resurrección de Cristo nos revela que Dios mismo nos espera en el interior de nuestra muerte. Nuestra vida está a salvo en su vida. Esto nos basta para vivir y morir con confianza.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿AGNÓSTICOS?

    [align=justify]Pocos nos han ayudado tanto como Christian Chabanis a conocer la actitud del hombre contemporáneo ante Dios. Sus famosas entrevistas son un documento imprescindible para saber qué piensan hoy los científicos y pensadores más reconocidos acerca de Dios.

    Chabanis confiesa que, cuando inició sus entrevistas a los ateos más prestigiosos de nuestros días, pensaba encontrar en ellos un ateísmo riguroso y bien fundamentado. En realidad se encontró con que, detrás de graves profesiones de lucidez y honestidad intelectual, se escondía con frecuencia una «una absoluta ausencia de búsqueda de verdad».

    No sorprende la constatación del escritor francés, pues algo semejante sucede entre nosotros. Gran parte de los que renuncian a creer en Dios lo hacen sin haber iniciado ningún esfuerzo para buscarlo. Pienso sobre todo en tantos que se confiesan agnósticos, a veces de manera ostentosa, cuando en realidad están muy lejos de una verdadera postura agnóstica.

    El agnóstico es una persona que se plantea el problema de Dios y, al no encontrar razones para creer en él, suspende el juicio. El agnosticismo es una búsqueda que termina en frustración. Solo después de haber buscado adopta el agnóstico su postura: «No sé si existe Dios. Yo no encuentro razones ni para creer en él ni para no creer».

    La postura más extendida hoy consiste sencillamente en desentenderse de la cuestión de Dios. Muchos de los que se llaman agnósticos son, en realidad, personas que no buscan. Xavier Zubiri diría que son vidas «sin voluntad de verdad real». Les resulta indiferente que Dios exista o no exista. Les da igual que la vida termine aquí o no. A ellos les basta con «dejarse vivir», abandonarse «a lo que fuere», sin ahondar en el misterio del mundo y de la vida.

    Pero ¿es esa la postura más humana ante la realidad? ¿Se puede presentar como progresista una vida en la que está ausente la voluntad de buscar la verdad última de nuestra vida? ¿Se puede afirmar que es esa la única actitud legítima de todo? ¿Se puede afirmar que es esa la única actitud legítima de honestidad intelectual? ¿Cómo puede uno saber que no es posible creer si nunca ha buscado a Dios?

    Querer mantenerse en esa «postura neutral» sin decidirse a favor o en contra de la fe es ya tomar una decisión. La peor de todas, pues equivale a renunciar a buscar una aproximación al misterio último de la realidad.

    La postura de Tomás no es la de un agnóstico indiferente, sino la de quien busca reafirmar su fe en la propia experiencia. Por eso, cuando se encuentra con Cristo, se abre confiadamente a él: «Señor mío y Dios mío». ¡Cuánta verdad encierran las palabras de Karl Rahner!: «Es más fácil dejarse hundir en el propio vacío que en el abismo del misterio santo de Dios, pero no supone más coraje ni tampoco más verdad. En todo caso, esta verdad resplandece si se la ama, se la acepta y se la vive como verdad que libera».[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    LOS MALABARISMOS DEL RESUCITADO.

    [align=justify]El Resucitado nos regala una bienaventuranza preciosa y todo un desafío: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Pero no hemos de temer. En esta cuerda de equilibristas, por la que hemos de ir sorteando la vida, contamos con el apoyo continuo del Resucitado y de su Espíritu. Y, para más seguridad todavía, no caeremos nunca al abismo, las manos del Padre son nuestra salvación en los “malabarismos” que trae la aventura del vivir.

    ¿Vivir así no es garantía de felicidad? La Eucaristía y la Palabra, el sentirnos Iglesia pobre, nos ayudará a entrar en esta dinámica contracultura de la confianza plena.

    ¡Feliz Pascua, amigos![/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANO

    Texto: Fernando Cordero ss.cc.[/align]

    Fraternalmente.-

    #18989
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo los comentarios al Evangelio.

    DECISION DE CADA UNO

    No seas incrédulo, sino creyente

    [align=justify]Hace aproximadamente dos mil años, apareció en Galilea un profeta llamado Jesús de Nazaret. Apenas vivió algo más de treinta años. Las autoridades lo ejecutaron cuando no llevaba ni tres predicando su mensaje de amor y fraternidad entre los hombres. Fue una llama que, apenas se encendió, fue apagada.

    Veinticinco años más tarde, el emperador Nerón daba muerte a su fiel consejero, el filósofo estoico, Séneca. El motivo: Séneca le aconsejaba, una y otra vez, tratar a las personas con «humanitas» y «clementia».

    La figura del filósofo romano es recordada con veneración por los estudiosos de la antigüedad, que se interesan por su doctrina estoica. Pero nadie se reúne en su nombre, ni fundamenta su existencia sobre su persona. No sucede así con el Profeta de Galilea. Veinte siglos después de su muerte, millones de hombres y mujeres se siguen reuniendo en su nombre, lo invocan como Señor y esperan de él «la salvación de Dios». ¿Por qué?

    Cuando los cristianos hablan de Jesús, no están recordando a un muerto del pasado. Cuando se reúnen en su nombre, no es para celebrar (con retraso) el funeral de un difunto. Cuando escuchan su mensaje, no lo hacen para recoger el testamento dejado a la posteridad por un sabio maestro. La experiencia cristiana es diferente y original. Para estos creyentes, Cristo está vivo. San Pablo lo dice en una sola frase: «Conocerle es conocer la fuerza de su resurrección» (Filipenses 3, 10).

    Este hecho singular se presta a múltiples consideraciones. ¿Cómo puede un muerto generar una fe de estas características? Ciertamente, hay personas extraordinarias que, incluso después de muertas, han generado entusiasmo en sus seguidores (recuérdese el impacto del Che Guevara hace todavía unos años). Pero, luego, el entusiasmo se difumina y los recuerdos se apagan. Las generaciones siguientes apenas se conmueven. Pronto se convierte el personaje en objeto de investigación para los historiadores, siempre que la historia le reconozca ese privilegio.

    Naturalmente, este tipo de consideraciones no constituye una «prueba» de la verdad del cristianismo. La fe cristiana, como cualquier otra ideología, religión o ateísmo, podría ser una «colosal ilusión». Pero, hay algo que no se debe olvidar. Los seres humanos podemos vivir de «ilusiones», pero, ciertamente, no podremos morir sino confiándonos a un Dios Salvador o dejándonos hundir en el vacío de la nada.

    Cada uno ha de escuchar la invitación que se le hace: «No seas incrédulo, sino creyente.» Cada uno ha de saber cómo se enfrenta al misterio último de la existencia, bien confesando su fe como Tomás: «Señor mío y Dios mío», bien siguiendo solo su propio camino, desconfiando de toda salvación.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿POR QUE NO?

    Dichosos los que crean.

    [align=justify]El error más grave que puede encerrarse dentro de una ideología, un sistema de pensamiento o una religión es dejar de lado la única cuestión que interesa al final a toda persona: su muerte.

    Las modas culturales pueden maquillar el problema pero nunca ahogarlo. La euforia del progreso técnico nos puede distraer durante un cierto tiempo, pero tarde o temprano, la pregunta se hace inevitable: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros más allá de la muerte?

    Los hombres y mujeres de nuestros días mueren en el hospital, rodeados de toda clase de atenciones y servicios técnicos, pero mueren también hoy como se moría antes: con una mirada errante que parece buscar algo que ninguno de los que le rodean le pueden proporcionar.

    Lo confiese o no, el ser humano de hoy como el de todos los tiempos sigue anhelando vida eterna.

    Por eso, la resurrección de Jesús no es para los creyentes una verdad más, perdida en el Credo entre otras verdades que confesamos con fe.

    Es el acontecimiento decisivo que lo cambia todo. La realidad que nos revela el misterio último de Dios y de la humanidad. Una “explosión de vida” que no viene de las fuerzas internas del mundo ni del esfuerzo del hombre, sino del mismo Dios.

    Máximo el Confesor, gran teólogo oriental del siglo VII, escribía: “Aquel que ha sido iniciado en la fuerza oculta de la resurrección conoce ya el fundamento final sobre el que Dios, en sus designios, ha querido establecerlo todo”.

    Nadie nos fuerza a creer si no queremos hacerlo. Podemos permanecer escépticos. Reducir todo el misterio de la existencia a nuestros cortos planteamientos. Cerrarnos a toda salvación.

    Pero podemos también abrirnos confiadamente a la Vida. «Se nos pide lo más audaz y al mismo tiempo lo más normal: tener el valor de ver en nuestra propia existencia que toda ella en su conjunto está orientada a Dios” (K Rahner).

    ¿Por qué su amor no va a ser más fuerte que la muerte? ¿Por qué ha de acabar todo en el vacío y la nada? ¿Por qué no se van a cumplir los deseos de vida eterna que habitan nuestro corazón?

    La resurrección de Cristo nos revela que Dios mismo nos espera en el interior de nuestra muerte. Nuestra vida está a salvo en su vida. Esto nos basta para vivir y morir con confianza.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    ¿AGNÓSTICOS?

    [align=justify]Pocos nos han ayudado tanto como Christian Chabanis a conocer la actitud del hombre contemporáneo ante Dios. Sus famosas entrevistas son un documento imprescindible para saber qué piensan hoy los científicos y pensadores más reconocidos acerca de Dios.

    Chabanis confiesa que, cuando inició sus entrevistas a los ateos más prestigiosos de nuestros días, pensaba encontrar en ellos un ateísmo riguroso y bien fundamentado. En realidad se encontró con que, detrás de graves profesiones de lucidez y honestidad intelectual, se escondía con frecuencia una «una absoluta ausencia de búsqueda de verdad».

    No sorprende la constatación del escritor francés, pues algo semejante sucede entre nosotros. Gran parte de los que renuncian a creer en Dios lo hacen sin haber iniciado ningún esfuerzo para buscarlo. Pienso sobre todo en tantos que se confiesan agnósticos, a veces de manera ostentosa, cuando en realidad están muy lejos de una verdadera postura agnóstica.

    El agnóstico es una persona que se plantea el problema de Dios y, al no encontrar razones para creer en él, suspende el juicio. El agnosticismo es una búsqueda que termina en frustración. Solo después de haber buscado adopta el agnóstico su postura: «No sé si existe Dios. Yo no encuentro razones ni para creer en él ni para no creer».

    La postura más extendida hoy consiste sencillamente en desentenderse de la cuestión de Dios. Muchos de los que se llaman agnósticos son, en realidad, personas que no buscan. Xavier Zubiri diría que son vidas «sin voluntad de verdad real». Les resulta indiferente que Dios exista o no exista. Les da igual que la vida termine aquí o no. A ellos les basta con «dejarse vivir», abandonarse «a lo que fuere», sin ahondar en el misterio del mundo y de la vida.

    Pero ¿es esa la postura más humana ante la realidad? ¿Se puede presentar como progresista una vida en la que está ausente la voluntad de buscar la verdad última de nuestra vida? ¿Se puede afirmar que es esa la única actitud legítima de todo? ¿Se puede afirmar que es esa la única actitud legítima de honestidad intelectual? ¿Cómo puede uno saber que no es posible creer si nunca ha buscado a Dios?

    Querer mantenerse en esa «postura neutral» sin decidirse a favor o en contra de la fe es ya tomar una decisión. La peor de todas, pues equivale a renunciar a buscar una aproximación al misterio último de la realidad.

    La postura de Tomás no es la de un agnóstico indiferente, sino la de quien busca reafirmar su fe en la propia experiencia. Por eso, cuando se encuentra con Cristo, se abre confiadamente a él: «Señor mío y Dios mío». ¡Cuánta verdad encierran las palabras de Karl Rahner!: «Es más fácil dejarse hundir en el propio vacío que en el abismo del misterio santo de Dios, pero no supone más coraje ni tampoco más verdad. En todo caso, esta verdad resplandece si se la ama, se la acepta y se la vive como verdad que libera».[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    LOS MALABARISMOS DEL RESUCITADO.

    [align=justify]El Resucitado nos regala una bienaventuranza preciosa y todo un desafío: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Pero no hemos de temer. En esta cuerda de equilibristas, por la que hemos de ir sorteando la vida, contamos con el apoyo continuo del Resucitado y de su Espíritu. Y, para más seguridad todavía, no caeremos nunca al abismo, las manos del Padre son nuestra salvación en los “malabarismos” que trae la aventura del vivir.

    ¿Vivir así no es garantía de felicidad? La Eucaristía y la Palabra, el sentirnos Iglesia pobre, nos ayudará a entrar en esta dinámica contracultura de la confianza plena.

    ¡Feliz Pascua, amigos![/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANO

    Texto: Fernando Cordero ss.cc.[/align]

    Fraternalmente.-

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