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6 marzo, 2012 a las 10:10 #7640
Anónimo
Inactivo3ª Semana de Cuaresma.Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-25Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
-«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
– «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
– «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
– «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Palabra del Señor.8 marzo, 2012 a las 16:07 #12209Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios. SIN SITIO PARA DIOSEl celo de tu casa me devoraCada vez son más los que toman nota de ese dato que ponía de relieve hace unos años P. Richard: Dios está presente en los pueblos pobres y marginados de la Tierra, y se está ocultando lentamente en los pueblos ricos y poderosos. Los países del Tercer Mundo son pobres en poder, dinero y tecnología, pero son más ricos en humanidad y espiritualidad que las sociedades que los marginan.
Tal vez, el viejo relato de Jesús expulsando del Templo a los mercaderes nos pone sobre la pista (no la única) que puede explicar el porqué de este ocultamiento de Dios precisamente en la sociedad del progreso y del bienestar. El contenido esencial de la escena evangélica se puede resumir así: allí donde se busca el propio beneficio no hay sitio para un Dios que es Padre de todos los hombres.
Cuando Jesús llega a Jerusalén no encuentra gente que busca a Dios, sino comercio. El mismo Templo se ha convertido en un gran mercado. Todo se compra y se vende. La religión sigue funcionando, pero nadie escucha a Dios. Su voz queda silenciada por el culto al dinero. Lo único que interesa es el propio beneficio.
Según el evangelista, Jesús actúa movido por «el celo de la casa de Dios». El término griego significa ardor, pasión. Jesús es un «apasionado» por la causa del verdadero Dios y, cuando ve que está siendo desfigurado por intereses económicos, reacciona con pasión denunciando esa religión equivocada e hipócrita.
La actuación de Jesús recuerda las terribles condenas pronunciadas en el pasado por los profetas de Israel. Sólo citaré las palabras que Isaías pone en boca de Dios: «Estoy harto de holocaustos… No me traigáis más dones vacíos ni incienso execrable… Yo detesto vuestras solemnidades y fiestas; se me han vuelto una carga que no soporto. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien. Buscad la justicia, levantad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid» (Isaías 1, 11-18).
No es extraño que en la «Europa de los mercaderes» se hable hoy de «crisis de Dios». Allí donde se busca la propia
ventaja o ganancia sin tener en cuenta el sufrimiento de los necesitados, no hay sitio para el verdadero Dios.
Allí el anhelo de la trascendencia se apaga y las exigencias del amor se olvidan. Esta Europa del bienestar donde la crisis de Dios está ya generando una profunda crisis del hombre, necesita escuchar un mensaje claro y apasionado: «Quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios»
No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.En la década de los años 60, los llamados «teólogos de la muerte de Dios» profetizaron la rápida desaparición de la fe en Dios y el espectacular derrumbe de lo religioso en la sociedad moderna.
Apenas han pasado unos años, y ya ha perdido toda actualidad aquella moda teológica. Dios no ha muerto. Lo religioso sigue persistiendo, y la fe no parece abocada a una rápida desaparición.
Sin duda, la crisis religiosa es profunda y se plantea en las raíces mismas de nuestra civilización. Pero no se puede afirmar ligeramente que lo religioso esté desapareciendo para siempre. Si se escucha el parecer de sociólogos y teólogos, se diría casi lo contrario. «Desde el punto de vista de los datos reales, no hay razones para pensar que la religiosidad en general, y la práctica religiosa en concreto, estén en vías de desaparición, sino más bien de todo lo contrario».
El interés por el misterio, la atracción por ciertas prácticas de piedad, el acercamiento a los sacramentos en los momentos más decisivos de la vida (Bautismo, Matrimonio, funeral) no han descendido como se esperaba.
Pero, uno no puede menos de hacerse la pregunta: ¿qué hay tras esa religiosidad? ¿qué se esconde en esa liturgia? ¿qué se busca a través de ese culto? ¿con qué Dios se encuentran estos hombres y mujeres en el templo?
La actuación de Jesús en el templo de Jerusalén nos pone en guardia frente a posibles ambigüedades, ambivalencias y manipulaciones de lo cultual.
También nosotros hemos de preguntarnos en qué hemos convertido «la casa del Padre». ¿Son nuestras iglesias lugar donde nos encontramos con el Padre de todos, que nos urge a preocuparnos de los hermanos, o el lugar en que tratamos de poner a Dios al servicio de nuestros intereses egoístas?
¿Qué son nuestras celebraciones? ¿Un encuentro con el Dios vivo de Jesucristo que nos impulsa a construir su reino y buscar su justicia, o la puesta en práctica de unos mecanismos de los que esperamos obtener efectos tranquilizadores?
¿Qué son nuestros encuentros dominicales? ¿Una escucha sin-cera de las exigencias y las promesas del evangelio y una celebración de nuestro compromiso de fraternidad, o el cumplimiento de una obligación rutinaria y aburrida que nos permite una «cierta seguridad» ante Dios?
Sólo hay una manera de que nuestras iglesias sean «casa del Padre»: celebrar un culto que nos comprometa a vivir como hermanos.
También el de Patxi:
Jn 2,13-25
[align=justify]¿Jesús se enfada alguna vez? Sí, se enfada. Más que enfadarse se pone triste cuando ve los tinglados que armamos las personas. Y, sobre todo, lo que no puede soportar es la injusticia y que se manipulen las cosas de Dios, que a Dios se le ponga precio, cuando Él es toda gratuidad, donación y amor. Dios es así porque ama así, porque el ser de Dios es la donación hasta el extremo. Quizá no entendamos cómo es Dios, pero lo que está claro es que nadie tiene la exclusiva o el copyright de su modo de actuar.Tampoco Dios es barato o está de rebajas. Dios es como es. Y nosotros somos como somos. Parezcámonos un poquito más a Él y menos a las “etiquetas comerciales” de nuestro mundo.
Jesús con esta escenita en el templo realiza lo que Patxi expresa con esas tijeras: corta las maneras interesadas o de los que quieren sacar tajada de la bondad de Dios. Dios es libre, corriente de amor, brisa suave… No le pongamos triste con nuestras maneras de medir y de actuar.
Cuaresma, tiempo de conversión.
[/align] Fraternalmente.-
8 marzo, 2012 a las 16:07 #18262Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios. SIN SITIO PARA DIOSEl celo de tu casa me devoraCada vez son más los que toman nota de ese dato que ponía de relieve hace unos años P. Richard: Dios está presente en los pueblos pobres y marginados de la Tierra, y se está ocultando lentamente en los pueblos ricos y poderosos. Los países del Tercer Mundo son pobres en poder, dinero y tecnología, pero son más ricos en humanidad y espiritualidad que las sociedades que los marginan.
Tal vez, el viejo relato de Jesús expulsando del Templo a los mercaderes nos pone sobre la pista (no la única) que puede explicar el porqué de este ocultamiento de Dios precisamente en la sociedad del progreso y del bienestar. El contenido esencial de la escena evangélica se puede resumir así: allí donde se busca el propio beneficio no hay sitio para un Dios que es Padre de todos los hombres.
Cuando Jesús llega a Jerusalén no encuentra gente que busca a Dios, sino comercio. El mismo Templo se ha convertido en un gran mercado. Todo se compra y se vende. La religión sigue funcionando, pero nadie escucha a Dios. Su voz queda silenciada por el culto al dinero. Lo único que interesa es el propio beneficio.
Según el evangelista, Jesús actúa movido por «el celo de la casa de Dios». El término griego significa ardor, pasión. Jesús es un «apasionado» por la causa del verdadero Dios y, cuando ve que está siendo desfigurado por intereses económicos, reacciona con pasión denunciando esa religión equivocada e hipócrita.
La actuación de Jesús recuerda las terribles condenas pronunciadas en el pasado por los profetas de Israel. Sólo citaré las palabras que Isaías pone en boca de Dios: «Estoy harto de holocaustos… No me traigáis más dones vacíos ni incienso execrable… Yo detesto vuestras solemnidades y fiestas; se me han vuelto una carga que no soporto. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien. Buscad la justicia, levantad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid» (Isaías 1, 11-18).
No es extraño que en la «Europa de los mercaderes» se hable hoy de «crisis de Dios». Allí donde se busca la propia
ventaja o ganancia sin tener en cuenta el sufrimiento de los necesitados, no hay sitio para el verdadero Dios.
Allí el anhelo de la trascendencia se apaga y las exigencias del amor se olvidan. Esta Europa del bienestar donde la crisis de Dios está ya generando una profunda crisis del hombre, necesita escuchar un mensaje claro y apasionado: «Quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dios»
No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.En la década de los años 60, los llamados «teólogos de la muerte de Dios» profetizaron la rápida desaparición de la fe en Dios y el espectacular derrumbe de lo religioso en la sociedad moderna.
Apenas han pasado unos años, y ya ha perdido toda actualidad aquella moda teológica. Dios no ha muerto. Lo religioso sigue persistiendo, y la fe no parece abocada a una rápida desaparición.
Sin duda, la crisis religiosa es profunda y se plantea en las raíces mismas de nuestra civilización. Pero no se puede afirmar ligeramente que lo religioso esté desapareciendo para siempre. Si se escucha el parecer de sociólogos y teólogos, se diría casi lo contrario. «Desde el punto de vista de los datos reales, no hay razones para pensar que la religiosidad en general, y la práctica religiosa en concreto, estén en vías de desaparición, sino más bien de todo lo contrario».
El interés por el misterio, la atracción por ciertas prácticas de piedad, el acercamiento a los sacramentos en los momentos más decisivos de la vida (Bautismo, Matrimonio, funeral) no han descendido como se esperaba.
Pero, uno no puede menos de hacerse la pregunta: ¿qué hay tras esa religiosidad? ¿qué se esconde en esa liturgia? ¿qué se busca a través de ese culto? ¿con qué Dios se encuentran estos hombres y mujeres en el templo?
La actuación de Jesús en el templo de Jerusalén nos pone en guardia frente a posibles ambigüedades, ambivalencias y manipulaciones de lo cultual.
También nosotros hemos de preguntarnos en qué hemos convertido «la casa del Padre». ¿Son nuestras iglesias lugar donde nos encontramos con el Padre de todos, que nos urge a preocuparnos de los hermanos, o el lugar en que tratamos de poner a Dios al servicio de nuestros intereses egoístas?
¿Qué son nuestras celebraciones? ¿Un encuentro con el Dios vivo de Jesucristo que nos impulsa a construir su reino y buscar su justicia, o la puesta en práctica de unos mecanismos de los que esperamos obtener efectos tranquilizadores?
¿Qué son nuestros encuentros dominicales? ¿Una escucha sin-cera de las exigencias y las promesas del evangelio y una celebración de nuestro compromiso de fraternidad, o el cumplimiento de una obligación rutinaria y aburrida que nos permite una «cierta seguridad» ante Dios?
Sólo hay una manera de que nuestras iglesias sean «casa del Padre»: celebrar un culto que nos comprometa a vivir como hermanos.
También el de Patxi:
Jn 2,13-25
[align=justify]¿Jesús se enfada alguna vez? Sí, se enfada. Más que enfadarse se pone triste cuando ve los tinglados que armamos las personas. Y, sobre todo, lo que no puede soportar es la injusticia y que se manipulen las cosas de Dios, que a Dios se le ponga precio, cuando Él es toda gratuidad, donación y amor. Dios es así porque ama así, porque el ser de Dios es la donación hasta el extremo. Quizá no entendamos cómo es Dios, pero lo que está claro es que nadie tiene la exclusiva o el copyright de su modo de actuar.Tampoco Dios es barato o está de rebajas. Dios es como es. Y nosotros somos como somos. Parezcámonos un poquito más a Él y menos a las “etiquetas comerciales” de nuestro mundo.
Jesús con esta escenita en el templo realiza lo que Patxi expresa con esas tijeras: corta las maneras interesadas o de los que quieren sacar tajada de la bondad de Dios. Dios es libre, corriente de amor, brisa suave… No le pongamos triste con nuestras maneras de medir y de actuar.
Cuaresma, tiempo de conversión.
[/align] Fraternalmente.-
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