Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 11/11/2012

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  • #7975
    Anónimo
    Inactivo

    Esa pobre viuda ha echado más que nadie.

    Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 38-44

    En aquel tiempo, entre lo que enseñaba jesús a la gente, dijo:

    _ «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»

    Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo:

    «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

    Palabra de Dios.

    #12282
    Anónimo
    Inactivo

    Os adjunto los comentarios:

    PORVENIR

    [align=justify]El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.

    Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronostico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?

    Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».

    Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».

    Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.

    El Porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo: Dios encontrado para siempre es el «cielo»; Dios perdido para siempre es el «infierno»; Dios como verdad última es el «juicio».

    Esto que puede hacer sonreír a algunos es para el creyente la fuerza más real para mantener la esperanza, criticar falsas ideas de progreso y combatir por un hombre siempre más humano y más digno de Dios.

    LO MEJOR DE LA IGLESIA

    El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: «¡Cuidado con los letrados!», su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

    Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

    La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen «largos rezos» para impresionar. No crean comunidad, pues se

    colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir.

    Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

    En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades

    importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

    Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está

    pasando necesidad, «ha echado todo lo que tenía para vivir». Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

    Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente,

    generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

    También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.

    Anuncia el Evangelio vivido por los sencillos. Pásalo.

    También el de Kamiano:

    Frente a la grandiosidad, lo llamativo y colorista que llama la atención pero que está hueco por dentro, Jesús nos presenta el ejemplo de la humilde viuda que se entrega totalmente. La clave está no tanto en pronunciar un “amén” estruendoso sino más bien en conjugar en la propia vida el verbo “amar”. La clave está en dónde ponemos el acento. En el dibujo de Patxi, la viuda nos invita a amar: “Amen”. Ahí está realmente lo importante, en sintonizar con el Amor de Dios y con el Amor a los hermanos. Lo demás puede ser hueca campana.

    El Evangelio nos lleva a plantearnos cómo es nuestra relación con Dios: ¿auténtica, profunda, con entrega radical? O, por el contrario: ¿hueca, llamativa, superficial? Quien vive desde la fe, se deja empapar por una corriente nueva, que es la del Espíritu. La vida se sabe del Señor y brote espontáneamente una serena alegría.

    No olvidemos la llamada de la viuda: “Amen”.[/align]

    Fraternalmente.-

    #18335
    Anónimo
    Inactivo

    Os adjunto los comentarios:

    PORVENIR

    [align=justify]El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.

    Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronostico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?

    Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».

    Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».

    Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.

    El Porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo: Dios encontrado para siempre es el «cielo»; Dios perdido para siempre es el «infierno»; Dios como verdad última es el «juicio».

    Esto que puede hacer sonreír a algunos es para el creyente la fuerza más real para mantener la esperanza, criticar falsas ideas de progreso y combatir por un hombre siempre más humano y más digno de Dios.

    LO MEJOR DE LA IGLESIA

    El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: «¡Cuidado con los letrados!», su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

    Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

    La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen «largos rezos» para impresionar. No crean comunidad, pues se

    colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir.

    Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

    En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades

    importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

    Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está

    pasando necesidad, «ha echado todo lo que tenía para vivir». Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

    Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente,

    generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

    También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.

    Anuncia el Evangelio vivido por los sencillos. Pásalo.

    También el de Kamiano:

    Frente a la grandiosidad, lo llamativo y colorista que llama la atención pero que está hueco por dentro, Jesús nos presenta el ejemplo de la humilde viuda que se entrega totalmente. La clave está no tanto en pronunciar un “amén” estruendoso sino más bien en conjugar en la propia vida el verbo “amar”. La clave está en dónde ponemos el acento. En el dibujo de Patxi, la viuda nos invita a amar: “Amen”. Ahí está realmente lo importante, en sintonizar con el Amor de Dios y con el Amor a los hermanos. Lo demás puede ser hueca campana.

    El Evangelio nos lleva a plantearnos cómo es nuestra relación con Dios: ¿auténtica, profunda, con entrega radical? O, por el contrario: ¿hueca, llamativa, superficial? Quien vive desde la fe, se deja empapar por una corriente nueva, que es la del Espíritu. La vida se sabe del Señor y brote espontáneamente una serena alegría.

    No olvidemos la llamada de la viuda: “Amen”.[/align]

    Fraternalmente.-

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