Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 12/02/2012

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  • #7592
    Anónimo
    Inactivo

    Evangelio según San Marcos 1,40-45.

    Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme».

    Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado».

    En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

    «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

    Palabra del Señor .

    #12204
    Anónimo
    Inactivo

    Os adjunto los comentarios al Evangelio del domingo:

    CONTRA LA EXCLUSIÓN

    [align=justify]En la sociedad judía, el leproso no era solo un enfermo. Era, antes que nada, un impuro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada… Irá avisando a gritos: «Impuro, impuro». Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado».

    La actitud correcta, sancionada por las Escrituras, es clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos de la convivencia. Es lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la sociedad personas que sobran.

    Jesús se rebela ante esta situación. En cierta ocasión se le acerca un leproso avisando seguramente a todos de su impureza. Jesús está solo. Tal vez los discípulos han huido horrorizados. El leproso no pide «ser curado», sino «quedar limpio». Lo que busca es verse liberado de la impureza y del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso y le dice: «Quiero. Queda limpio».

    Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. No admite el rechazo social hacia los indeseables. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes. Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad la que, pensando solo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a los indignos.

    Hace unos años pudimos escuchar todos la promesa que el responsable máximo del Estado hacía a los ciudadanos: «Barreremos la calle de pequeños delincuentes». Al parecer, en el interior de una sociedad limpia, compuesta por gentes de bien, hay una «basura» que es necesario retirar para que no nos contamine. Una basura, por cierto, no reciclable, pues la cárcel actual no está pensada para rehabilitar a nadie, sino para castigar a los «malos» y defender a los «buenos».

    Qué fácil es pensar en la «seguridad ciudadana» y olvidarnos del sufrimiento de pequeños delincuentes, drogadictos, prostitutas, vagabundos y desarraigados. Muchos de ellos no han conocido el calor de un hogar ni la seguridad de un trabajo. Atrapados para siempre, ni saben ni pueden salir de su triste destino. Y a nosotros, ciudadanos ejemplares, solo se nos ocurre barrerlos de nuestras calles. Al parecer, todo muy correcto y muy «cristiano». Y también muy contrario a Dios.

    EXPERIENCIA SANA DE LA CULPA

    No hace falta haber leído mucho a Sigmund Freud para comprobar cómo una falsa exaltación de la culpa ha invadido, coloreado y muchas veces pervertido la experiencia religiosa de no pocos creyentes. Basta nombrarles a Dios para que lo asocien inmediatamente a sentimientos de culpa, remordimiento y temor a castigos eternos. El recuerdo de Dios les hace sentirse mal.

    Les parece que Dios está siempre ahí para recordarnos nuestra indignidad. No puede uno presentarse ante él si no se humilla antes a sí mismo. Es el paso obligado. Estas personas solo se sienten seguras ante Dios repitiendo incesantemente: «Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa».

    Esta forma de vivir ante Dios es poco sana. Esa «culpa persecutoria», además de ser estéril, puede destruir a la persona. El individuo fácilmente termina centrándolo todo en su culpa. Es la culpa la que moviliza su experiencia religiosa, sus plegarias, ritos y sacrificios. Una tristeza y un malestar secreto se instalan entonces en el centro de su religión. No es extraño que personas que han tenido una experiencia tan negativa un día lo abandonen todo.

    Sin embargo, no es ese el camino más acertado hacia la curación. Es un error eliminar de nosotros el sentimiento de culpa. Carl Gustav Jung y Carlos Castilla del Pino, entre otros, nos han advertido de los peligros que encierra la negación de la culpa. Vivir «sin culpa» sería vivir desorientado en el mundo de los valores. El individuo que no sabe registrar el daño que está haciéndose a sí mismo o a los demás nunca se transformará ni crecerá como persona.

    Hay un sentimiento de culpa que es necesario para construir la vida, porque introduce una autocrítica sana y fecunda, pone en marcha una dinámica de transformación y conduce a vivir mejor y con más dignidad.

    Como siempre, lo importante es saber en qué Dios cree uno. Si Dios es un ser exigente y siempre insatisfecho, que lo controla todo con ojos de juez vigilante sin que nada se le escape, la fe en ese Dios podrá generar angustia e impotencia ante la perfección nunca lograda. Si Dios, por el contrario, es el Dios vivo de Jesucristo, el amigo de la vida y aliado de la felicidad humana, la fe en ese Dios engendrará un sentimiento de culpa sano y sanador, que impulsará a vivir de forma más digna y responsable.

    La oración del leproso a Jesús puede ser estímulo para una invocación confiada a Dios desde la experiencia de culpa: «Si quieres, puedes limpiarme». Esta oración es reconocimiento de la culpa, pero es también confianza en la misericordia de Dios y deseo de transformar la vida.[/align]

    También el de Patxi:

    [align=justify]Como el enfermo de lepra del Evangelio, queremos acercarnos a Jesús para que nos limpie, lave, sane nuestras heridas. La lepra es horripilante a la vista. En la Semana de Manos Unidas recordamos tantas lepras, lacras de nuestro mundo: las injusticias que llevan a la desigualdad, la falta de compartir que lleva al hambre, el egoísmo que cercena la vida de los más débiles…

    ¡Señor, Tú puedes limpiarnos! Eres el único que puede liberarnos de las costras del aburguesamiento, de la vida fácil, cómoda e insolidaria. Manos Unidas para el Tercer Mundo y Manos Unidas para transformar nuestra sociedad. Cada día en Cáritas, de tantas parroquias, son más largas las filas de personas que vienen a pedir. ¡Qué pena que existan colas para solicitar una ayuda! Ojalá Manos Unidas, para allá y para acá, nos motive a arrojarnos a la presencia de Jesús, a la presencia de los hermanos, para ser sanados de la enfermedad de la falta de compasión con los que más sufren.

    El agua del Corazón de Cristo sana todas nuestras enfermedades, si nos acercamos a Él, como el enfermo del Evangelio.

    Oración:

    Señor, siento tu mano en la miseria de mi dolor. Siento tu mano en el pobre que de rodillas urge compasión. Siento tu mano en la mano de los que afrontan la realidad de los que nada tienen. Siento tu mano en tantas manos unidas para un mundo más humano y mejor.[/align]

    Os pongo dos dibujos: uno de Patxi, el de todas las semanas y otro que he encontrado por ahí y que, por el estilo, los de mi quinta conocemos bastante bien …

    Fraternalmente.-

    #18257
    Anónimo
    Inactivo

    Os adjunto los comentarios al Evangelio del domingo:

    CONTRA LA EXCLUSIÓN

    [align=justify]En la sociedad judía, el leproso no era solo un enfermo. Era, antes que nada, un impuro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada… Irá avisando a gritos: «Impuro, impuro». Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado».

    La actitud correcta, sancionada por las Escrituras, es clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos de la convivencia. Es lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la sociedad personas que sobran.

    Jesús se rebela ante esta situación. En cierta ocasión se le acerca un leproso avisando seguramente a todos de su impureza. Jesús está solo. Tal vez los discípulos han huido horrorizados. El leproso no pide «ser curado», sino «quedar limpio». Lo que busca es verse liberado de la impureza y del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso y le dice: «Quiero. Queda limpio».

    Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. No admite el rechazo social hacia los indeseables. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes. Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad la que, pensando solo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a los indignos.

    Hace unos años pudimos escuchar todos la promesa que el responsable máximo del Estado hacía a los ciudadanos: «Barreremos la calle de pequeños delincuentes». Al parecer, en el interior de una sociedad limpia, compuesta por gentes de bien, hay una «basura» que es necesario retirar para que no nos contamine. Una basura, por cierto, no reciclable, pues la cárcel actual no está pensada para rehabilitar a nadie, sino para castigar a los «malos» y defender a los «buenos».

    Qué fácil es pensar en la «seguridad ciudadana» y olvidarnos del sufrimiento de pequeños delincuentes, drogadictos, prostitutas, vagabundos y desarraigados. Muchos de ellos no han conocido el calor de un hogar ni la seguridad de un trabajo. Atrapados para siempre, ni saben ni pueden salir de su triste destino. Y a nosotros, ciudadanos ejemplares, solo se nos ocurre barrerlos de nuestras calles. Al parecer, todo muy correcto y muy «cristiano». Y también muy contrario a Dios.

    EXPERIENCIA SANA DE LA CULPA

    No hace falta haber leído mucho a Sigmund Freud para comprobar cómo una falsa exaltación de la culpa ha invadido, coloreado y muchas veces pervertido la experiencia religiosa de no pocos creyentes. Basta nombrarles a Dios para que lo asocien inmediatamente a sentimientos de culpa, remordimiento y temor a castigos eternos. El recuerdo de Dios les hace sentirse mal.

    Les parece que Dios está siempre ahí para recordarnos nuestra indignidad. No puede uno presentarse ante él si no se humilla antes a sí mismo. Es el paso obligado. Estas personas solo se sienten seguras ante Dios repitiendo incesantemente: «Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa».

    Esta forma de vivir ante Dios es poco sana. Esa «culpa persecutoria», además de ser estéril, puede destruir a la persona. El individuo fácilmente termina centrándolo todo en su culpa. Es la culpa la que moviliza su experiencia religiosa, sus plegarias, ritos y sacrificios. Una tristeza y un malestar secreto se instalan entonces en el centro de su religión. No es extraño que personas que han tenido una experiencia tan negativa un día lo abandonen todo.

    Sin embargo, no es ese el camino más acertado hacia la curación. Es un error eliminar de nosotros el sentimiento de culpa. Carl Gustav Jung y Carlos Castilla del Pino, entre otros, nos han advertido de los peligros que encierra la negación de la culpa. Vivir «sin culpa» sería vivir desorientado en el mundo de los valores. El individuo que no sabe registrar el daño que está haciéndose a sí mismo o a los demás nunca se transformará ni crecerá como persona.

    Hay un sentimiento de culpa que es necesario para construir la vida, porque introduce una autocrítica sana y fecunda, pone en marcha una dinámica de transformación y conduce a vivir mejor y con más dignidad.

    Como siempre, lo importante es saber en qué Dios cree uno. Si Dios es un ser exigente y siempre insatisfecho, que lo controla todo con ojos de juez vigilante sin que nada se le escape, la fe en ese Dios podrá generar angustia e impotencia ante la perfección nunca lograda. Si Dios, por el contrario, es el Dios vivo de Jesucristo, el amigo de la vida y aliado de la felicidad humana, la fe en ese Dios engendrará un sentimiento de culpa sano y sanador, que impulsará a vivir de forma más digna y responsable.

    La oración del leproso a Jesús puede ser estímulo para una invocación confiada a Dios desde la experiencia de culpa: «Si quieres, puedes limpiarme». Esta oración es reconocimiento de la culpa, pero es también confianza en la misericordia de Dios y deseo de transformar la vida.[/align]

    También el de Patxi:

    [align=justify]Como el enfermo de lepra del Evangelio, queremos acercarnos a Jesús para que nos limpie, lave, sane nuestras heridas. La lepra es horripilante a la vista. En la Semana de Manos Unidas recordamos tantas lepras, lacras de nuestro mundo: las injusticias que llevan a la desigualdad, la falta de compartir que lleva al hambre, el egoísmo que cercena la vida de los más débiles…

    ¡Señor, Tú puedes limpiarnos! Eres el único que puede liberarnos de las costras del aburguesamiento, de la vida fácil, cómoda e insolidaria. Manos Unidas para el Tercer Mundo y Manos Unidas para transformar nuestra sociedad. Cada día en Cáritas, de tantas parroquias, son más largas las filas de personas que vienen a pedir. ¡Qué pena que existan colas para solicitar una ayuda! Ojalá Manos Unidas, para allá y para acá, nos motive a arrojarnos a la presencia de Jesús, a la presencia de los hermanos, para ser sanados de la enfermedad de la falta de compasión con los que más sufren.

    El agua del Corazón de Cristo sana todas nuestras enfermedades, si nos acercamos a Él, como el enfermo del Evangelio.

    Oración:

    Señor, siento tu mano en la miseria de mi dolor. Siento tu mano en el pobre que de rodillas urge compasión. Siento tu mano en la mano de los que afrontan la realidad de los que nada tienen. Siento tu mano en tantas manos unidas para un mundo más humano y mejor.[/align]

    Os pongo dos dibujos: uno de Patxi, el de todas las semanas y otro que he encontrado por ahí y que, por el estilo, los de mi quinta conocemos bastante bien …

    Fraternalmente.-

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