Inicio Foros Formación cofrade Evangelio Dominical y Festividades Evangelio del domingo 15/04/2018 3º de Pascua Ciclo B.

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    Anónimo
    Inactivo

    Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día

    Lectura del santo Evangelio según San Lucas

    En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

    Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

    «Paz a vosotros».

    Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

    «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

    Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

    «¿Tenéis ahí algo de comer?»

    Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

    Y les dijo:

    «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

    Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

    «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

    Palabra del Señor.

    #12937
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo los comentarios al Evangelio.

    QUERER CREER

    [align=justify]Lucas pone en boca del resucitado estas palabras dirigidas a los discípulos: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen tantas dudas en vuestro corazón?»

    Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderían inmediatamente enumerando un conjunto de razones y factores que provocan el nacimiento de innumerables dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

    Antes que nada, hemos de recordar que muchas de nuestras dudas, aunque tal vez las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

    No hemos de olvidar aquello que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser se nos oculta.

    Pero, ¿qué hacer ante las dudas, los interrogantes o inquietudes que nacen en nuestro corazón? Sin duda, cada uno hemos de recorrer nuestro propio itinerario y hemos de buscar a tientas, con nuestras propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

    Antes que nada, no hemos de olvidar tampoco hoy que el valor de una vida depende del grado de sinceridad y fidelidad que vive cada uno de cara a Dios. Y no es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante El.

    En segundo lugar, hemos de saber que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente de «la savia espiritual cristiana». De lo contrario es fácil que no comprendamos nunca nada.

    Además, hemos de recordar que el querer creer, a pesar de las dudas que nos puedan asediar sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, es ya una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios.

    Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra propia increencia. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

    Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, en nuestro corazón hay fe. Somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida. El resucitado nos acompaña.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    AL PARTIR EL PAN

    Reconocieron a Jesús al partir el pan.

    [align=justify]Se ha señalado con razón que los relatos pascuales nos describen con frecuencia el encuentro del resucitado con los suyos en el marco de una comida.

    Sin duda, el relato más significativo es el de los discípulos de Emaús. Aquellos caminantes cansados que acogen al compañero desconocido de viaje, y se sientan juntos a cenar, descubren al resucitado «al partir el pan», término técnico empleado en las primeras comunidades para designar la cena eucarística.

    Sin duda, la Eucaristía es lugar privilegiado para que los creyentes abramos «los ojos de la fe», y nos encontremos con el Señor resucitado que alimenta y fortalece nuestras vidas con su mismo cuerpo y sangre.

    Los cristianos hemos olvidado con frecuencia que sólo a partir de la resurrección podemos captar en toda su hondura el verdadero misterio de la presencia de Cristo en la Eucaristía.

    Es el Resucitado quien se hace presente en medio de nosotros, ofreciéndose sacramentalmente como pan de vida. Y la comunión no es sino la anticipación sacramental de nuestro encuentro definitivo con el Señor resucitado.

    El valor y la fuerza de la Eucaristía nos viene del Resucitado que continúa ofreciéndonos su vida, entregada ya por nosotros en la cruz.

    De ahí que la Eucaristía debiera ser para los creyentes principio de vida e impulso de un estilo nuevo de resucitados. Y si no es así, deberemos preguntarnos si no estamos traicionándola con nuestra mediocridad de vida cristiana.

    Las comunidades cristianas debemos hacer un esfuerzo serio por revitalizar la Eucaristía dominical. No se puede vivir plenamente la adhesión a Jesús Resucitado, sin reunirnos el día del Señor a celebrar la Eucaristía, unidos a toda la comunidad creyente. Un creyente no puede vivir «sin el domingo». Una comunidad no puede crecer sin alimentarse de la cena del Señor.

    Necesitamos comulgar con Cristo resucitado pues estamos todavía lejos de identificarnos con su estilo nuevo de vida. Y desde Cristo, necesitamos realizar la comunión entre nosotros, pues estamos demasiado divididos y enfrentados unos a otros.

    No se trata sólo de cuidar nuestra participación viva en la liturgia eucarística, negando luego con nuestra vida lo que celebramos en el sacramento. Partir el pan no es sólo una celebración cultual, sino un estilo de vivir compartiendo, en solidaridad con tantos necesitados de justicia, defensa y amor. No olvidemos que «comulgamos» con Cristo cuando nos solidarizamos con los más pequeños de los suyos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola.[/align]

    TESTIGOS

    [align=justify]Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de «testigos» capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: «Vosotros sois mis testigos».

    No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

    Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: «Paz a vosotros… ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?».

    Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad… estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.

    Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: «Soy yo en persona». El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

    Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

    A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: «Vosotros sois testigos de esto». No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    LOS POBRES: LUGAR PARA VER AL RESUCITADO

    [align=justify]Perdonad el comentario en esta ocasión, pero a raíz de la visita al barrio de Los Asperones, de Málaga, donde trabaja nuestro querido Fano en el Colegio María de la O, este Evangelio del tercer domingo de Pascua me ha hablado de un modo especial.

    El Resucitado nos regala su Paz y hemos de ser constructores de esa paz, como siempre tuvo de lema el papa san Juan XXIII. Pero meditando este pasaje me preguntaba sobre estas cuestiones: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”.

    ¿Dónde descubrimos hoy al Resucitado? Está claro que en su Palabra, que es la que nos guía orienta e ilumina. Pero también lo vemos claramente en las vidas crucificadas de los pobres, los gitanos del barrio de Los Asperones, la gente que da la vida por ellos y tantos ejemplos que podríamos poner -que cada uno haga este ejercicio-.

    Animémonos unos a otros a descubrir al Resucitado en tantos lugares en los que se halla presente, especialmente en aquellos que más nos necesitan. Y andemos el camino de la santidad al que nos invita nuevamente el papa Francisco con la nueva exhortación apostólica.[/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco Fano

    Texto: Fernando Cordero ss.cc.[/align]

    Fraternalmente

    #18990
    Anónimo
    Inactivo

    Os dejo los comentarios al Evangelio.

    QUERER CREER

    [align=justify]Lucas pone en boca del resucitado estas palabras dirigidas a los discípulos: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen tantas dudas en vuestro corazón?»

    Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderían inmediatamente enumerando un conjunto de razones y factores que provocan el nacimiento de innumerables dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

    Antes que nada, hemos de recordar que muchas de nuestras dudas, aunque tal vez las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

    No hemos de olvidar aquello que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser se nos oculta.

    Pero, ¿qué hacer ante las dudas, los interrogantes o inquietudes que nacen en nuestro corazón? Sin duda, cada uno hemos de recorrer nuestro propio itinerario y hemos de buscar a tientas, con nuestras propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

    Antes que nada, no hemos de olvidar tampoco hoy que el valor de una vida depende del grado de sinceridad y fidelidad que vive cada uno de cara a Dios. Y no es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante El.

    En segundo lugar, hemos de saber que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente de «la savia espiritual cristiana». De lo contrario es fácil que no comprendamos nunca nada.

    Además, hemos de recordar que el querer creer, a pesar de las dudas que nos puedan asediar sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, es ya una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios.

    Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra propia increencia. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

    Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, en nuestro corazón hay fe. Somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida. El resucitado nos acompaña.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    AL PARTIR EL PAN

    Reconocieron a Jesús al partir el pan.

    [align=justify]Se ha señalado con razón que los relatos pascuales nos describen con frecuencia el encuentro del resucitado con los suyos en el marco de una comida.

    Sin duda, el relato más significativo es el de los discípulos de Emaús. Aquellos caminantes cansados que acogen al compañero desconocido de viaje, y se sientan juntos a cenar, descubren al resucitado «al partir el pan», término técnico empleado en las primeras comunidades para designar la cena eucarística.

    Sin duda, la Eucaristía es lugar privilegiado para que los creyentes abramos «los ojos de la fe», y nos encontremos con el Señor resucitado que alimenta y fortalece nuestras vidas con su mismo cuerpo y sangre.

    Los cristianos hemos olvidado con frecuencia que sólo a partir de la resurrección podemos captar en toda su hondura el verdadero misterio de la presencia de Cristo en la Eucaristía.

    Es el Resucitado quien se hace presente en medio de nosotros, ofreciéndose sacramentalmente como pan de vida. Y la comunión no es sino la anticipación sacramental de nuestro encuentro definitivo con el Señor resucitado.

    El valor y la fuerza de la Eucaristía nos viene del Resucitado que continúa ofreciéndonos su vida, entregada ya por nosotros en la cruz.

    De ahí que la Eucaristía debiera ser para los creyentes principio de vida e impulso de un estilo nuevo de resucitados. Y si no es así, deberemos preguntarnos si no estamos traicionándola con nuestra mediocridad de vida cristiana.

    Las comunidades cristianas debemos hacer un esfuerzo serio por revitalizar la Eucaristía dominical. No se puede vivir plenamente la adhesión a Jesús Resucitado, sin reunirnos el día del Señor a celebrar la Eucaristía, unidos a toda la comunidad creyente. Un creyente no puede vivir «sin el domingo». Una comunidad no puede crecer sin alimentarse de la cena del Señor.

    Necesitamos comulgar con Cristo resucitado pues estamos todavía lejos de identificarnos con su estilo nuevo de vida. Y desde Cristo, necesitamos realizar la comunión entre nosotros, pues estamos demasiado divididos y enfrentados unos a otros.

    No se trata sólo de cuidar nuestra participación viva en la liturgia eucarística, negando luego con nuestra vida lo que celebramos en el sacramento. Partir el pan no es sólo una celebración cultual, sino un estilo de vivir compartiendo, en solidaridad con tantos necesitados de justicia, defensa y amor. No olvidemos que «comulgamos» con Cristo cuando nos solidarizamos con los más pequeños de los suyos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola.[/align]

    TESTIGOS

    [align=justify]Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de «testigos» capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: «Vosotros sois mis testigos».

    No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

    Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: «Paz a vosotros… ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?».

    Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad… estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.

    Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: «Soy yo en persona». El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

    Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

    A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: «Vosotros sois testigos de esto». No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.[/align]
    [align=right]José Antonio Pagola[/align]

    También el de Kamiano.

    LOS POBRES: LUGAR PARA VER AL RESUCITADO

    [align=justify]Perdonad el comentario en esta ocasión, pero a raíz de la visita al barrio de Los Asperones, de Málaga, donde trabaja nuestro querido Fano en el Colegio María de la O, este Evangelio del tercer domingo de Pascua me ha hablado de un modo especial.

    El Resucitado nos regala su Paz y hemos de ser constructores de esa paz, como siempre tuvo de lema el papa san Juan XXIII. Pero meditando este pasaje me preguntaba sobre estas cuestiones: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”.

    ¿Dónde descubrimos hoy al Resucitado? Está claro que en su Palabra, que es la que nos guía orienta e ilumina. Pero también lo vemos claramente en las vidas crucificadas de los pobres, los gitanos del barrio de Los Asperones, la gente que da la vida por ellos y tantos ejemplos que podríamos poner -que cada uno haga este ejercicio-.

    Animémonos unos a otros a descubrir al Resucitado en tantos lugares en los que se halla presente, especialmente en aquellos que más nos necesitan. Y andemos el camino de la santidad al que nos invita nuevamente el papa Francisco con la nueva exhortación apostólica.[/align]
    [align=right]Dibujo: Patxi Velasco Fano

    Texto: Fernando Cordero ss.cc.[/align]

    Fraternalmente

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