Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Evangelio del domingo 17/06/2018 11º de T. Ordinario Ciclo B
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11 junio, 2018 a las 17:03 #10564
Anónimo
Inactivo«Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas»Lectura del santo Evangelio según San MarcosEn aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor15 junio, 2018 a las 15:33 #12943Anónimo
InactivoDejo los comentarios al Evangelio. PEQUEÑAS SEMILLAS[align=justify]Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y nacionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas, sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allí del alcance de cada individuo.
Entonces la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?
No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan inadvertido Como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amigable al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
Llama la atención con qué fuerza destacan los estudios recientes el carácter individualista e insolidario del hombre contemporáneo. Según diferentes análisis, el europeo se va haciendo cada vez más narcisista. Vive pendiente de sus intereses y olvidado casi por completo de los vínculos que lo unen a los demás hombres.
C. B. Macpherson habla del «individualismo posesivo» que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado. L. Lies llega a afirmar que el «soltero», libre de obligaciones y dependencias, representa cada vez más el ideal de libertad y autonomía del hombre moderno.
Detrás de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El ser humano está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor. No acierta a sentir solicitud, cuidado y responsabilidad por otros seres humanos que no caigan dentro de sus intereses. Vive «enemistado» en sus cosas, en una actitud narcisista que ya Sigmund Freud consideró como un estado inferior en el desarrollo de la persona.
Sin embargo, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también, hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de nuestro mundo competitivo y pragmático, ellos son portadores de una «cultura de la gratuidad».
No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, cuidando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, protegiendo a niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su trabajo está movido solo por el amor. Por eso no cualquiera puede ser un verdadero voluntario. Lo recordaba bellamente León Tolstoi con estas palabras: «Se puede talar árboles, fabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos… Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos».
Al final no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías, sino por el amor concreto a los necesitados. Estas son las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber». Ahí esta la verdad ultima de nuestra vida. Sembrando humanidad estamos abriendo caminos al Reino de Dios.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] PARABOLA DEL GRANO DE MOSTAZALA PARABOLA DE LA SEMILLA QUE CRECE SOLA (Mc. 4, 26-29)[align=justify]Esta parábola se encuentra solo en Mc.. Es una parábola que puede ser peligrosa porque, como veremos podemos pensar que es una invitación a la pasividad, a la inactividad, y nosotros no necesitamos ninguna pasividad.[/align] EL RELATO.- [align=justify]Hay que empezar como siempre: “Con el Reino de Dios sucede como con un hombre, etc., es decir: el Reino de Dios no se compara con un sembrador, sino con una cosecha que llega con toda seguridad, sin necesidad de intervención humana, sin que el hombre sepa como; esto es lo más importante. Se nos describe una siembra que termina en cosecha. Y, ¿que hace el sembrador? Este solamente interviene para sembrar y al final, para recoger la cosecha; y todo el proceso del crecimiento, entre la siembra y la cosecha, se da sin su intervención. El sembrador hace lo suyo: sembrar, y después, esperar a que llegue la cosecha. Así insiste la parábola “duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota sin que él sepa como”. Hay, pues, un contraste en la parábola.Hay, primero, una descripción de la pasividad, de la no intervención del sembrador en el proceso del crecimiento; y en segundo lugar, en contraste con esta actividad, el crecimiento. El crecimiento aparece muy destacadamente en la parábola.
De forma progresiva se dice que la tierra, no el sembrador, da fruto por sí misma; primero sale hierba, a continuación espiga, después, trigo abundante y la siega. El que “la tierra de fruto por sí misma sin que él sepa como” se explica claramente en la mentalidad semita, porque para un israelita, el crecimiento de las plantas, del trigo, es un proceso misterioso, es algo secreto. El sembrador no puede hacer nada para hacerlo crecer, por lo que el crecimiento debe ser atribuido a la fuerza puesta por Dios en la misma semilla. Todo esto, de manera elemental en cuanto al relato.
[/align] LA ENSEÑANZA DE JESUS EN LA PARABOLA[align=justify]Esta parábola es una respuesta de Jesús a las dudas que surgen sobre su misión, a la decepción que ha podido provocar Jesús, sobre todo en aquellos que impacientemente esperaban el Reino de Dios y pedían una intervención: eran los celotas. Los celotas, movimiento terrorista, en tiempo de Jesús, no se limitaban a esperar el Reino de Dios; querían intervenir por la fuerza, la violencia, y tuvieron que preguntarse por qué no actuaba Jesús.a) Tuvieron que preguntarse por qué no actuaba Jesús, como se esperaba que actuara el Mesías, a eliminar a los pecadores y a establecer una comunidad pura y santa. Ellos así lo deseaban.
Pero viene Jesús, y admite entre los suyos trigo y cizaña, como veremos un día, aunque nosotros tampoco queramos admitirlo.
b) Por otra parte se preguntarán porque Jesús no da la señal para la liberación de Israel. Hay que actuar, hay que liberarse de los romanos.
Jesús, ciertamente los defrauda; vienen a hacerle Rey y El se escapa.
Con esta parábola Jesús responde porque lo hace así. Según Jesús, lo que hay que hacer es sembrar el Reino de Dios, el crecimiento de ese Reino ya no depende de nosotros. Entonces la enseñanza de la parábola sería ésta: Con la misma seguridad, conque una vez realizada la siembra, llega a término la cosecha, sin intervención del sembrador, de la misma manera, una vez de sembrar el Reino de Dios hay que esperar pacientemente la hora en que ese Reino llegue a su madurez, a su plenitud. Por lo tanto, la parábola nos descubre que la fuerza que hace crecer y llevar a plenitud el Reino de Dios, no es la nuestra, no es nuestra contribución ni la intervención humana. El mismo Reino de Dios tiene fuerza, su fuerza, como la tiene la semilla.
De otra manera: la fuerza del Reino de Dios no está en el que lo anuncia, sino en el mismo Reino; el éxito del Evangelio no está en el mensajero sino en el mensaje, lo cual es tremendamente consolador. De ahí también el que seamos conscientes de nuestra responsabilidad para anunciar y vivir de verdad el Evangelio. Este tiene la única garantía del triunfo; nuestras ideas llegarán a triunfar. Nosotros desapareceremos, pero el Evangelio seguirá renovando el mundo.
Sin embargo, la parábola no es una invitación a la pasividad; no creamos que podemos quedarnos tranquilos porque el Evangelio ha de crecer sin que sepamos como.
Como la semilla debe ser sembrada, también el Reino de Dios debe ser activamente sembrado, de lo contrario no crecerá; pero una vez sembrado, nuestra postura tiene que consistir en esperar con fe y alegría la cosecha, aunque de momento no la veamos. El Reino de Dios llegará a su hora; se dirá : “ha llegado la siega”.
[/align] LA APLICACIÓN DE LA PARABOLA[align=justify]Hoy, como siempre, la parábola es una invitación a la esperanza, pero sobre todo en estos tiempos, hay que evitar cuidadosamente cualquier presentación que sugiera una postura tranquila, pasiva, inactiva.La parábola no se detiene a describirnos como hay que sembrar, pero nos dice que hay que hacerlo, seguros de que llegará la cosecha. Solo el que siembra puede esperar la cosecha, no los demás. No debemos angustiarnos porque ahora no veamos el fruto, pero sí, por lo que no hacemos. Cada uno debe responder de como siembra, sin preocuparse tanto del resultado. ¿Por qué nos preocupamos tanto de que lo demás fallan? ¿Por el celo de Dios? ¿Por qué? Tenemos que realizar toda nuestra actividad terrestre sabiendo que la siega llegará. Toda nuestra vida debe ser una constante siembra. Jesús, al hablar de la siega, se refiere a la escatológica a algo que no es de aquí. Nuestra siembra solo se convertirá en definitiva si es evangélica. Debemos pues pensar en lo que sembramos; sembramos amargura o anti-evagelio, no habrá siega.
Una vez más, sólo el Evangelio llegará a la cosecha.
Esta parábola recuerda un texto de San Pablo a los Gálatas: “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembra, eso cosechará; el que siembra en su carne cosechará corrupción; el que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos”. (Gál. 6, 7-9)
Resumiendo. En estas parábolas, Jesús quiere recalcar que, en esta vida, el Reino de Dios aparece como algo insignificante, pero dentro de esa insignificancia hay oculta una fuerza extraordinaria que culminará en el éxito final.
Ante las dificultades, obstáculos, resistencias e impaciencias de todo tipo, la comunidad cristiana debe anunciar, predicar y vivir el Evangelio con la misma esperanza de Jesús que no quedó defraudado.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] CON HUMILDAD Y CONFIANZA[align=justify]A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza» que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
SIEMBRA NUESTRA TIERRA¡
[align=justify]Qué delicia de parábolas! A los que nos gustan los cuentos, encontramos en ellas el mejor lugar de inspiración, porque son del propio Jesús, ¡tan ocurrente, con la sabiduría del que vive para el Padre! Entusiasmarnos a leer el Evangelio es algo que debería ser connatural en nuestra vida cristiana.Con estas dos parábolas tan agrícolas y naturales, en un mundo tan urbano y complicado, podemos relajarnos sabiendo que Dios hace crecer la semilla, hace que todos crezcamos, porque por mucho que intentamos creernos los “Super-Tal” en el fondo somos pobres semillas. ¡Qué sería de nosotros sin su continuo cuidado y amor!
Así es el Reino. Nos provoca contrastes. La semilla más pequeña que se convierte en gran arbusto. El más pequeño en la tierra es el más grande en el cielo. Nosotros, tan limitados, estamos llamados a la plenitud del Amor.
En nuestra oración le decimos: Ven a mi tierra y siembra la semilla de tu Amor.
[/align]
[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FanoTexto: Fernando Cordero ss.cc.
[/align] 15 junio, 2018 a las 15:33 #18996Anónimo
InactivoDejo los comentarios al Evangelio. PEQUEÑAS SEMILLAS[align=justify]Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y nacionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas, sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allí del alcance de cada individuo.
Entonces la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?
No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan inadvertido Como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amigable al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
Llama la atención con qué fuerza destacan los estudios recientes el carácter individualista e insolidario del hombre contemporáneo. Según diferentes análisis, el europeo se va haciendo cada vez más narcisista. Vive pendiente de sus intereses y olvidado casi por completo de los vínculos que lo unen a los demás hombres.
C. B. Macpherson habla del «individualismo posesivo» que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado. L. Lies llega a afirmar que el «soltero», libre de obligaciones y dependencias, representa cada vez más el ideal de libertad y autonomía del hombre moderno.
Detrás de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El ser humano está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor. No acierta a sentir solicitud, cuidado y responsabilidad por otros seres humanos que no caigan dentro de sus intereses. Vive «enemistado» en sus cosas, en una actitud narcisista que ya Sigmund Freud consideró como un estado inferior en el desarrollo de la persona.
Sin embargo, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también, hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de nuestro mundo competitivo y pragmático, ellos son portadores de una «cultura de la gratuidad».
No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, cuidando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, protegiendo a niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su trabajo está movido solo por el amor. Por eso no cualquiera puede ser un verdadero voluntario. Lo recordaba bellamente León Tolstoi con estas palabras: «Se puede talar árboles, fabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos… Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos».
Al final no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías, sino por el amor concreto a los necesitados. Estas son las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber». Ahí esta la verdad ultima de nuestra vida. Sembrando humanidad estamos abriendo caminos al Reino de Dios.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] PARABOLA DEL GRANO DE MOSTAZALA PARABOLA DE LA SEMILLA QUE CRECE SOLA (Mc. 4, 26-29)[align=justify]Esta parábola se encuentra solo en Mc.. Es una parábola que puede ser peligrosa porque, como veremos podemos pensar que es una invitación a la pasividad, a la inactividad, y nosotros no necesitamos ninguna pasividad.[/align] EL RELATO.- [align=justify]Hay que empezar como siempre: “Con el Reino de Dios sucede como con un hombre, etc., es decir: el Reino de Dios no se compara con un sembrador, sino con una cosecha que llega con toda seguridad, sin necesidad de intervención humana, sin que el hombre sepa como; esto es lo más importante. Se nos describe una siembra que termina en cosecha. Y, ¿que hace el sembrador? Este solamente interviene para sembrar y al final, para recoger la cosecha; y todo el proceso del crecimiento, entre la siembra y la cosecha, se da sin su intervención. El sembrador hace lo suyo: sembrar, y después, esperar a que llegue la cosecha. Así insiste la parábola “duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota sin que él sepa como”. Hay, pues, un contraste en la parábola.Hay, primero, una descripción de la pasividad, de la no intervención del sembrador en el proceso del crecimiento; y en segundo lugar, en contraste con esta actividad, el crecimiento. El crecimiento aparece muy destacadamente en la parábola.
De forma progresiva se dice que la tierra, no el sembrador, da fruto por sí misma; primero sale hierba, a continuación espiga, después, trigo abundante y la siega. El que “la tierra de fruto por sí misma sin que él sepa como” se explica claramente en la mentalidad semita, porque para un israelita, el crecimiento de las plantas, del trigo, es un proceso misterioso, es algo secreto. El sembrador no puede hacer nada para hacerlo crecer, por lo que el crecimiento debe ser atribuido a la fuerza puesta por Dios en la misma semilla. Todo esto, de manera elemental en cuanto al relato.
[/align] LA ENSEÑANZA DE JESUS EN LA PARABOLA[align=justify]Esta parábola es una respuesta de Jesús a las dudas que surgen sobre su misión, a la decepción que ha podido provocar Jesús, sobre todo en aquellos que impacientemente esperaban el Reino de Dios y pedían una intervención: eran los celotas. Los celotas, movimiento terrorista, en tiempo de Jesús, no se limitaban a esperar el Reino de Dios; querían intervenir por la fuerza, la violencia, y tuvieron que preguntarse por qué no actuaba Jesús.a) Tuvieron que preguntarse por qué no actuaba Jesús, como se esperaba que actuara el Mesías, a eliminar a los pecadores y a establecer una comunidad pura y santa. Ellos así lo deseaban.
Pero viene Jesús, y admite entre los suyos trigo y cizaña, como veremos un día, aunque nosotros tampoco queramos admitirlo.
b) Por otra parte se preguntarán porque Jesús no da la señal para la liberación de Israel. Hay que actuar, hay que liberarse de los romanos.
Jesús, ciertamente los defrauda; vienen a hacerle Rey y El se escapa.
Con esta parábola Jesús responde porque lo hace así. Según Jesús, lo que hay que hacer es sembrar el Reino de Dios, el crecimiento de ese Reino ya no depende de nosotros. Entonces la enseñanza de la parábola sería ésta: Con la misma seguridad, conque una vez realizada la siembra, llega a término la cosecha, sin intervención del sembrador, de la misma manera, una vez de sembrar el Reino de Dios hay que esperar pacientemente la hora en que ese Reino llegue a su madurez, a su plenitud. Por lo tanto, la parábola nos descubre que la fuerza que hace crecer y llevar a plenitud el Reino de Dios, no es la nuestra, no es nuestra contribución ni la intervención humana. El mismo Reino de Dios tiene fuerza, su fuerza, como la tiene la semilla.
De otra manera: la fuerza del Reino de Dios no está en el que lo anuncia, sino en el mismo Reino; el éxito del Evangelio no está en el mensajero sino en el mensaje, lo cual es tremendamente consolador. De ahí también el que seamos conscientes de nuestra responsabilidad para anunciar y vivir de verdad el Evangelio. Este tiene la única garantía del triunfo; nuestras ideas llegarán a triunfar. Nosotros desapareceremos, pero el Evangelio seguirá renovando el mundo.
Sin embargo, la parábola no es una invitación a la pasividad; no creamos que podemos quedarnos tranquilos porque el Evangelio ha de crecer sin que sepamos como.
Como la semilla debe ser sembrada, también el Reino de Dios debe ser activamente sembrado, de lo contrario no crecerá; pero una vez sembrado, nuestra postura tiene que consistir en esperar con fe y alegría la cosecha, aunque de momento no la veamos. El Reino de Dios llegará a su hora; se dirá : “ha llegado la siega”.
[/align] LA APLICACIÓN DE LA PARABOLA[align=justify]Hoy, como siempre, la parábola es una invitación a la esperanza, pero sobre todo en estos tiempos, hay que evitar cuidadosamente cualquier presentación que sugiera una postura tranquila, pasiva, inactiva.La parábola no se detiene a describirnos como hay que sembrar, pero nos dice que hay que hacerlo, seguros de que llegará la cosecha. Solo el que siembra puede esperar la cosecha, no los demás. No debemos angustiarnos porque ahora no veamos el fruto, pero sí, por lo que no hacemos. Cada uno debe responder de como siembra, sin preocuparse tanto del resultado. ¿Por qué nos preocupamos tanto de que lo demás fallan? ¿Por el celo de Dios? ¿Por qué? Tenemos que realizar toda nuestra actividad terrestre sabiendo que la siega llegará. Toda nuestra vida debe ser una constante siembra. Jesús, al hablar de la siega, se refiere a la escatológica a algo que no es de aquí. Nuestra siembra solo se convertirá en definitiva si es evangélica. Debemos pues pensar en lo que sembramos; sembramos amargura o anti-evagelio, no habrá siega.
Una vez más, sólo el Evangelio llegará a la cosecha.
Esta parábola recuerda un texto de San Pablo a los Gálatas: “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembra, eso cosechará; el que siembra en su carne cosechará corrupción; el que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos”. (Gál. 6, 7-9)
Resumiendo. En estas parábolas, Jesús quiere recalcar que, en esta vida, el Reino de Dios aparece como algo insignificante, pero dentro de esa insignificancia hay oculta una fuerza extraordinaria que culminará en el éxito final.
Ante las dificultades, obstáculos, resistencias e impaciencias de todo tipo, la comunidad cristiana debe anunciar, predicar y vivir el Evangelio con la misma esperanza de Jesús que no quedó defraudado.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] CON HUMILDAD Y CONFIANZA[align=justify]A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza» que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
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[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
SIEMBRA NUESTRA TIERRA¡
[align=justify]Qué delicia de parábolas! A los que nos gustan los cuentos, encontramos en ellas el mejor lugar de inspiración, porque son del propio Jesús, ¡tan ocurrente, con la sabiduría del que vive para el Padre! Entusiasmarnos a leer el Evangelio es algo que debería ser connatural en nuestra vida cristiana.Con estas dos parábolas tan agrícolas y naturales, en un mundo tan urbano y complicado, podemos relajarnos sabiendo que Dios hace crecer la semilla, hace que todos crezcamos, porque por mucho que intentamos creernos los “Super-Tal” en el fondo somos pobres semillas. ¡Qué sería de nosotros sin su continuo cuidado y amor!
Así es el Reino. Nos provoca contrastes. La semilla más pequeña que se convierte en gran arbusto. El más pequeño en la tierra es el más grande en el cielo. Nosotros, tan limitados, estamos llamados a la plenitud del Amor.
En nuestra oración le decimos: Ven a mi tierra y siembra la semilla de tu Amor.
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[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FanoTexto: Fernando Cordero ss.cc.
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