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22 abril, 2013 a las 16:49 #8262
Anónimo
InactivoOs doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otrosLectura del santo evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
– «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Sí Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Palabra del Señor.26 abril, 2013 a las 14:44 #12644Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios al Evangelio. EL CAMINO UNIVERSAL HACIA DIOS[align=justify]Hace algunos años, el prestigioso teólogo francés Joseph Moingt, en una de sus obras más conocidas, hacía esta afirmación central: «La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo».Este mensaje sustancial del cristianismo queda explícitamente confirmado en la revolucionaria parábola del juicio final. El relato evangélico es asombroso. Son declarados «benditos del Padre» los que han hecho el bien a los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados, enfermos; no han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y solidaridad con los que sufren. Los otros son declarados «malditos», no por su incredulidad o falta de religión, sino por su falta de corazón ante el sufrimiento del otro.
Por lo general no solemos captar el cambio sustancial que esto introduce en la historia de la religión. Se puede formular así: la salvación no consiste ya en buscar a través de la religión un Dios salvador, sino en preocuparnos de quienes padecen necesidad. Lo que salva es el amor al que sufre. La religión no es requerida como algo indispensable, y no podrá nunca suplir la falta de este amor.
Seguimos pensando que el camino obligatorio que conduce a Dios y lleva a la salvación pasa necesariamente por el templo y la religión. No es así. El cristianismo afirma que el único camino dispensable y decisivo hacia la salvación es el que lleva a ayudar necesitado. Esta es la gran revolución que introduce Jesús: Dios amor gratuito, y solo se encuentra con él quien, de hecho, se abre a la necesidad del hermano.
En estos tiempos de crisis religiosa en que bastantes viven una fe vacilante y sin caminos claros hacia Dios, esta es la Buena Noticia que nos llega de Cristo. Se puede dudar de muchas cosas, pero no de esta: hay un camino que siempre conduce hasta Dios, y es el amor al necesitado. Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Solo salva el amor. Este es el camino universal, la «vía profana» accesible a todos. Por él peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.
Desde ahí hemos de entender el mandato de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que os conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros».
DIOS AMA AL MUNDOHay en el Evangelio frases que deberíamos gravar con fuego en nuestro interior, pues podrían transformar de raíz nuestra visión de Dios. Una es ésta que leemos en el evangelio de Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó su Hijo único… Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
Nunca ha sido fácil la relación de los cristianos con el mundo. A veces ha predominado la actitud pesimista, se ha predicado el «desprecio del mundo», la condenación de lo mundano y la huida de lo terreno para encontrarse con Dios. Otras veces, un frívolo optimismo ha llevado a la Iglesia a vivir un neopaganismo mundano muy alejado del Evangelio. ¿Cuál es la actitud de Dios?
Dios ama al mundo. Es lo primero que hemos de recordar. Dios no condena, no excluye a nadie, no discrimina. No abandona a nadie en ninguna circunstancia. Ama a la humanidad, ama la historia que van construyendo los humanos, ama las culturas y las religiones, ama a los pueblos. A todos. Su amor no depende de nuestras clasificaciones y fronteras.
Dios quiere salvar al mundo. Dios ama al mundo no porque el mundo es bueno, sino para que llegue a serlo. En el mundo hay mucho de injusticia, mentira e indignidad. Dios ama para salvar, para que el mundo llegue a ser más humano, más digno, más habitable. Orientar la vida hacia la verdadera voluntad de Dios siempre lleva a hacerla más sana, más responsable, más plenamente humana.
Dos rasgos deberían caracterizar la actitud del cristiano ante el mundo. Antes que nada, el cristiano ama el mundo y ama la vida. Quiere a las gentes, disfruta con los avances de la humanidad, goza con todo lo bueno y admirable que hay en la creación, le gusta vivir intensamente. Lo ve todo desde el amor de Dios, y esto le lleva a vivir en una actitud de simpatía universal, de misericordia y de perdón.
Al mismo tiempo, sabe que el mundo necesita ser transformado y «salvado». Por ello, su modo de estar en el mundo está marcado por el empeño de hacer la vida más humana y el mundo más habitable. No se desentiende de ningún problema grave, sufre con los pueblos que sufren, le duelen las guerras y la violencia criminal, lucha contra la xenofobia y los racismos, se preocupa de quienes no tienen un sitio digno en la sociedad, hace lo que puede para que la vida sea más llevadera y más humana para todos. Su corazón es el de un «hijo de Dios».
Por eso, la única señal decisiva por la que se le conoce al discípulo de Cristo es siempre la misma: sabe amar como él nos ha amado. Esto es lo esencial. Sin esto no hay cristianismo.
AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIAEs la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos.
Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: «Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros».
Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros». Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un «mandamiento nuevo». ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: «amaos como yo os he amado». Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: «No os llamo siervos… a vosotros os he llamado amigos». En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando les ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: «no he venido a ser servido sino a servir». Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como «Roca» para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí».
En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.
También el de Kamiano
No nos confundamos ni nos comamos el coco. Jesús es el camino que lleva a la Vida, por la senda del amor.
Su mandamiento, hoy más actual que nunca, ante las consecuencias de una crisis que revienta la esperanza de los pobres, nos anima en este sentido a pisar las sendas de su Corazón. Al latido del Corazón de Cristo, sintonizando con las bienaventuranzas, hemos de zarandear nuestra vida con el único plan que puede sacarnos de nuestros “come-cocos”.
El Evangelio parece decirnos: “Sigue a Jesús, no te comas el coco”. Y si te lo comes, cómetelo por los demás.
Un buen plan. Sin duda.
Finalmente el comentario bíblico.
Iª Lectura: Hechos (14,21-27): La Iglesia, comunión de comunidadesI.1. Esta es la descripción del primer viaje apostólico en que Lucas ha resumido la actividad misionera de la comunidad de Antioquía, y de Pablo más concretamente. Durante este primer viaje apostólico se nos presenta a Pablo y a Bernabé trabajando denodadamente por hacer presente el Reino de Dios en ciudades importantes de Cilicia, y de la provincia romana de la Capadocia, al sur de Turquía. En realidad deberíamos tener muy presente los cc. 13-14 de los Hechos, que forman una unidad particular de esta misión tan concreta. Son dignos de destacar los elementos y perfiles de esta tarea, que implica a todos los cristianos, que por el hecho de serlo, están llamados a la misión evangelizadora. Resalta el coraje para anunciar la palabra de Dios y el exhortar a perseverar en la fe. Todo se ha preparado con cuidado, la comunidad ha participado en la elección y, por lo mismo, es la comunidad la que está implicada en esta evangelización en el mundo pagano. Está a punto de terminar el primer viaje apostólico con el que Lucas ha querido resumir una primera etapa de la comunidad primitiva.
I.2. Jerusalén, de alguna manera, había quedado a la espera de este primer ciclo en que ya los primeros paganos se adhieren a la nueva fe. Y es la comunidad de Antioquía, donde los discípulos reciben un nombre nuevo, el de cristianos, la que se ha empeñado, con acierto profético, en abrirse a todo el mundo, a todos los hombres, como Jesús les había pedido a los apóstoles (Hch 1,
. La iniciativa, pues, la lleva la comunidad de Antioquía de Siria, no la de Jerusalén. Pero en definitiva es la “comunidad cristiana” quien está en el tajo de la misión. Ya sabemos que algunos de Jerusalén, ni siquiera veían con buenos ojos estas iniciativas, porque parecían demasiado arriesgadas.I.3. No obstante, no se debe olvidar el gran protagonista de todo esto: el Espíritu, que se encarga de abrir caminos. Por eso, si no es Jerusalén y los Doce, será Antioquía y los nuevos “apóstoles” quienes cumplirán las palabras del “resucitado”: ¿por qué? porque el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos. En esas ciudades evangelizadas, algunos judíos y sinagogas no aceptarán a éstos con su doctrina, porque todavía pensaban que eran judíos. Pero ni siquiera en la comunidad cristiana de Jerusalén, por parte de algunos, se aprobarán estas iniciativas. Es más, al final de este “viaje” habrá que “sentarse” a hablar y discernir qué es lo que Dios quiere de los suyos. La asamblea de Jerusalén está esperando (Hch 15).
IIª Lectura : Apocalipsis (21,1-5): En Dios, todo será nuevoII.1. Esta es una lectura grandiosa, porque es una lectura típica de este género literario. Leemos, pues, un texto que tiene todas las connotaciones de la ideología apocalíptica. Tiene toda la poesía de lo utópico y de lo maravilloso. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos, como para todos los videntes del mundo. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de Dios con la humanidad.
II.2. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento. Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios, en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.
III. Evangelio: (13,31-35): La batalla del amorIII.1. Estamos, en el evangelio de Juan en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida, testamento de Jesús a los suyos. La última cena de Jesús con sus discípulos quedaría grabada en sus mentes y en su corazón. El redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no tanto para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la resurrección. Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras eucarísticas por los otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.
III.2. La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús. Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión y la crueldad del su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus discípulos.
III.3. Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte, ya se nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar tenía que preparar a los suyos para cuando no estuviera presente. No los había llamado para una guerra y una conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor consumado. Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir. Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.
Fraternalmente.-
[/align] 26 abril, 2013 a las 14:44 #18697Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios al Evangelio. EL CAMINO UNIVERSAL HACIA DIOS[align=justify]Hace algunos años, el prestigioso teólogo francés Joseph Moingt, en una de sus obras más conocidas, hacía esta afirmación central: «La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo».Este mensaje sustancial del cristianismo queda explícitamente confirmado en la revolucionaria parábola del juicio final. El relato evangélico es asombroso. Son declarados «benditos del Padre» los que han hecho el bien a los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados, enfermos; no han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y solidaridad con los que sufren. Los otros son declarados «malditos», no por su incredulidad o falta de religión, sino por su falta de corazón ante el sufrimiento del otro.
Por lo general no solemos captar el cambio sustancial que esto introduce en la historia de la religión. Se puede formular así: la salvación no consiste ya en buscar a través de la religión un Dios salvador, sino en preocuparnos de quienes padecen necesidad. Lo que salva es el amor al que sufre. La religión no es requerida como algo indispensable, y no podrá nunca suplir la falta de este amor.
Seguimos pensando que el camino obligatorio que conduce a Dios y lleva a la salvación pasa necesariamente por el templo y la religión. No es así. El cristianismo afirma que el único camino dispensable y decisivo hacia la salvación es el que lleva a ayudar necesitado. Esta es la gran revolución que introduce Jesús: Dios amor gratuito, y solo se encuentra con él quien, de hecho, se abre a la necesidad del hermano.
En estos tiempos de crisis religiosa en que bastantes viven una fe vacilante y sin caminos claros hacia Dios, esta es la Buena Noticia que nos llega de Cristo. Se puede dudar de muchas cosas, pero no de esta: hay un camino que siempre conduce hasta Dios, y es el amor al necesitado. Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Solo salva el amor. Este es el camino universal, la «vía profana» accesible a todos. Por él peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.
Desde ahí hemos de entender el mandato de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que os conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros».
DIOS AMA AL MUNDOHay en el Evangelio frases que deberíamos gravar con fuego en nuestro interior, pues podrían transformar de raíz nuestra visión de Dios. Una es ésta que leemos en el evangelio de Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó su Hijo único… Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
Nunca ha sido fácil la relación de los cristianos con el mundo. A veces ha predominado la actitud pesimista, se ha predicado el «desprecio del mundo», la condenación de lo mundano y la huida de lo terreno para encontrarse con Dios. Otras veces, un frívolo optimismo ha llevado a la Iglesia a vivir un neopaganismo mundano muy alejado del Evangelio. ¿Cuál es la actitud de Dios?
Dios ama al mundo. Es lo primero que hemos de recordar. Dios no condena, no excluye a nadie, no discrimina. No abandona a nadie en ninguna circunstancia. Ama a la humanidad, ama la historia que van construyendo los humanos, ama las culturas y las religiones, ama a los pueblos. A todos. Su amor no depende de nuestras clasificaciones y fronteras.
Dios quiere salvar al mundo. Dios ama al mundo no porque el mundo es bueno, sino para que llegue a serlo. En el mundo hay mucho de injusticia, mentira e indignidad. Dios ama para salvar, para que el mundo llegue a ser más humano, más digno, más habitable. Orientar la vida hacia la verdadera voluntad de Dios siempre lleva a hacerla más sana, más responsable, más plenamente humana.
Dos rasgos deberían caracterizar la actitud del cristiano ante el mundo. Antes que nada, el cristiano ama el mundo y ama la vida. Quiere a las gentes, disfruta con los avances de la humanidad, goza con todo lo bueno y admirable que hay en la creación, le gusta vivir intensamente. Lo ve todo desde el amor de Dios, y esto le lleva a vivir en una actitud de simpatía universal, de misericordia y de perdón.
Al mismo tiempo, sabe que el mundo necesita ser transformado y «salvado». Por ello, su modo de estar en el mundo está marcado por el empeño de hacer la vida más humana y el mundo más habitable. No se desentiende de ningún problema grave, sufre con los pueblos que sufren, le duelen las guerras y la violencia criminal, lucha contra la xenofobia y los racismos, se preocupa de quienes no tienen un sitio digno en la sociedad, hace lo que puede para que la vida sea más llevadera y más humana para todos. Su corazón es el de un «hijo de Dios».
Por eso, la única señal decisiva por la que se le conoce al discípulo de Cristo es siempre la misma: sabe amar como él nos ha amado. Esto es lo esencial. Sin esto no hay cristianismo.
AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIAEs la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos.
Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: «Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros».
Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros». Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un «mandamiento nuevo». ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: «amaos como yo os he amado». Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: «No os llamo siervos… a vosotros os he llamado amigos». En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando les ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: «no he venido a ser servido sino a servir». Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como «Roca» para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí».
En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.
También el de Kamiano
No nos confundamos ni nos comamos el coco. Jesús es el camino que lleva a la Vida, por la senda del amor.
Su mandamiento, hoy más actual que nunca, ante las consecuencias de una crisis que revienta la esperanza de los pobres, nos anima en este sentido a pisar las sendas de su Corazón. Al latido del Corazón de Cristo, sintonizando con las bienaventuranzas, hemos de zarandear nuestra vida con el único plan que puede sacarnos de nuestros “come-cocos”.
El Evangelio parece decirnos: “Sigue a Jesús, no te comas el coco”. Y si te lo comes, cómetelo por los demás.
Un buen plan. Sin duda.
Finalmente el comentario bíblico.
Iª Lectura: Hechos (14,21-27): La Iglesia, comunión de comunidadesI.1. Esta es la descripción del primer viaje apostólico en que Lucas ha resumido la actividad misionera de la comunidad de Antioquía, y de Pablo más concretamente. Durante este primer viaje apostólico se nos presenta a Pablo y a Bernabé trabajando denodadamente por hacer presente el Reino de Dios en ciudades importantes de Cilicia, y de la provincia romana de la Capadocia, al sur de Turquía. En realidad deberíamos tener muy presente los cc. 13-14 de los Hechos, que forman una unidad particular de esta misión tan concreta. Son dignos de destacar los elementos y perfiles de esta tarea, que implica a todos los cristianos, que por el hecho de serlo, están llamados a la misión evangelizadora. Resalta el coraje para anunciar la palabra de Dios y el exhortar a perseverar en la fe. Todo se ha preparado con cuidado, la comunidad ha participado en la elección y, por lo mismo, es la comunidad la que está implicada en esta evangelización en el mundo pagano. Está a punto de terminar el primer viaje apostólico con el que Lucas ha querido resumir una primera etapa de la comunidad primitiva.
I.2. Jerusalén, de alguna manera, había quedado a la espera de este primer ciclo en que ya los primeros paganos se adhieren a la nueva fe. Y es la comunidad de Antioquía, donde los discípulos reciben un nombre nuevo, el de cristianos, la que se ha empeñado, con acierto profético, en abrirse a todo el mundo, a todos los hombres, como Jesús les había pedido a los apóstoles (Hch 1,
. La iniciativa, pues, la lleva la comunidad de Antioquía de Siria, no la de Jerusalén. Pero en definitiva es la “comunidad cristiana” quien está en el tajo de la misión. Ya sabemos que algunos de Jerusalén, ni siquiera veían con buenos ojos estas iniciativas, porque parecían demasiado arriesgadas.I.3. No obstante, no se debe olvidar el gran protagonista de todo esto: el Espíritu, que se encarga de abrir caminos. Por eso, si no es Jerusalén y los Doce, será Antioquía y los nuevos “apóstoles” quienes cumplirán las palabras del “resucitado”: ¿por qué? porque el mensaje no puede encadenarse al miedo de algunos. En esas ciudades evangelizadas, algunos judíos y sinagogas no aceptarán a éstos con su doctrina, porque todavía pensaban que eran judíos. Pero ni siquiera en la comunidad cristiana de Jerusalén, por parte de algunos, se aprobarán estas iniciativas. Es más, al final de este “viaje” habrá que “sentarse” a hablar y discernir qué es lo que Dios quiere de los suyos. La asamblea de Jerusalén está esperando (Hch 15).
IIª Lectura : Apocalipsis (21,1-5): En Dios, todo será nuevoII.1. Esta es una lectura grandiosa, porque es una lectura típica de este género literario. Leemos, pues, un texto que tiene todas las connotaciones de la ideología apocalíptica. Tiene toda la poesía de lo utópico y de lo maravilloso. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos, como para todos los videntes del mundo. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de Dios con la humanidad.
II.2. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento. Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios, en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es necesario renuncias y luchas. El evangelio nos dará la clave.
III. Evangelio: (13,31-35): La batalla del amorIII.1. Estamos, en el evangelio de Juan en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida, testamento de Jesús a los suyos. La última cena de Jesús con sus discípulos quedaría grabada en sus mentes y en su corazón. El redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no tanto para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la resurrección. Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras eucarísticas por los otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.
III.2. La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús. Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión y la crueldad del su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus discípulos.
III.3. Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte, ya se nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar tenía que preparar a los suyos para cuando no estuviera presente. No los había llamado para una guerra y una conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor consumado. Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir. Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.
Fraternalmente.-
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