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23 julio, 2012 a las 16:29 #7835
Anónimo
InactivoRepartió a los que estaban sentados todo lo que quisieronLectura del santo evangelio según San Juan 6,1-15En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
– «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»
Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
– «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
– «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo:
– «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
– «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
– «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor.26 julio, 2012 a las 20:03 #12268Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios al Evangelio del domingo. COMPARTIR EL PAN[align=justify]Ningún evangelista ha subrayado tanto como Juan el carácter eucarístico de la «multiplicación de los panes». El relato evoca claramente la celebración eucarística de las primeras comunidades.Para los primeros creyentes, la Eucaristía no era sólo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Era, al mismo tiempo, una «vivencia anticipada de la fraternidad del reino».
Durante muchos años, hemos insistido tanto en la dimensión sacrificial de la Eucaristía que «el santo sacrificio de la misa» nos puede hacer olvidar otros aspectos no menos importantes de la cena del Señor.
Quizás hoy tengamos que recuperar con más fuerza la Eucaristía como signo y vivencia de la comunión y la fraternidad que debemos buscar entre nosotros y que no alcanzará su verdadera plenitud sino en la consumación del reino.
La Eucaristía tendría que ser para los creyentes una invitación constante a crear fraternidad y a vivir compartiendo lo nuestro, aunque sea poco, aunque no sea más que los «cinco panes y los dos peces» que poseamos.
La Eucaristía nos obliga a preguntarnos qué relaciones existen entre aquellos que la celebramos. Como «signo de comunión fraterna», la Eucaristía se convierte en burla cuando en ella participamos todos, creadores de injusticias y víctimas de los abusos, los que se aprovechan de los demás y los marginados, sin que la celebración parezca cuestionar seriamente a nadie.
A veces, nos preocupamos de si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y mientras tanto, a pocos parece preocupar la celebración de una Eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, hay algo que aparece claro en la tradición de la Iglesia. «Cuando falta la fraternidad, sobra la Eucaristía» (L. González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive en solidaridad, cuando no se lucha por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los abandonados, la celebración eucarística queda vacía de sentido.
Con esto no se quiere decir que sólo cuando se viva entre nosotros una fraternidad verdadera podremos celebrar la Eucaristía. La cena del Señor es sacramento del reino. No es todavía el reino mismo.
No tenemos que esperar a que desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras Eucaristías. Pero tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la lucha contra toda injusticia.
El pan de la Eucaristía nos alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de otros.
RESPONSABLES Y SOLIDARIOSLa exégesis contemporánea descubre en el relato de la multiplicación de los panes un texto muy trabajado teológicamente en el que es fácil detectar diversas llamadas para entender a Cristo como fuente de vida, para comprender mejor la cena eucarística o para vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados. ¿Cómo leer hoy este relato en el horizonte de ese tercio de la Humanidad que muere de hambre y de miseria?
El relato habla de una muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde hay medios suficientes para alimentar a toda la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación? El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles nacidas de la insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida en la solución menos comprometida para ellos: «que vayan a las aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la responsabilidad: «Dadles vosotros de comer», no los dejéis abandonados a su suerte.
Más tarde, Jesús «levanta los ojos al cielo» para recordar a todos a ese Dios Padre del que proviene la vida y todo lo que la alimenta. La vida es un don de Dios y no podemos «levantar nuestros ojos» hacia Él si privamos a alguien de lo que necesita para vivir. El pan que comemos es verdaderamente humano cuando es compartido entre todos los hijos de Dios.
El relato culmina con un gesto que llama a la solidaridad responsable. Los discípulos cambian de actitud y ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos. Jesús, por su parte, bendice al Padre y pone toda su fuerza al servicio de aquella muchedumbre hambrienta. Todos quedan saciados.
El «milagro» es signo del mundo querido por Dios: un mundo fraterno y solidario donde todos compartan dignamente la vida que reciben de Dios. El relato de Juan insinúa que es en la cena eucarística donde los creyentes han de alimentar su conciencia fraterna y su responsabilidad.
También el de Kamiano
El amor multiplica, nunca resta ni divide, potencia lo mejor que hay en nosotros. Multiplicar con amor no es lo mismo que dar la espalda de manera indiferente, sino caminar con alegría y esperanza llevando y compartiendo aquello que el propio Jesús aumenta en nosotros.
Siempre es posible el milagro, cuando estamos cerca del Maestro y levantamos los ojos como Él. Si nos doliera el prójimo como a Jesús, no estaríamos en crisis, ni en recesión ni con tantas malas noticias en la portada de nuestro día a día. El egoísmo divide, resta y destruye la unión, el compartir y la aventura de la fraternidad.
Yo, me quedo con Jesús, porque en sus manos todo se multiplica y los pobres reciben la Buena Noticia. ¿Y tú?
Fraternalmente.-
[/align] 26 julio, 2012 a las 20:03 #18321Anónimo
InactivoOs adjunto los comentarios al Evangelio del domingo. COMPARTIR EL PAN[align=justify]Ningún evangelista ha subrayado tanto como Juan el carácter eucarístico de la «multiplicación de los panes». El relato evoca claramente la celebración eucarística de las primeras comunidades.Para los primeros creyentes, la Eucaristía no era sólo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Era, al mismo tiempo, una «vivencia anticipada de la fraternidad del reino».
Durante muchos años, hemos insistido tanto en la dimensión sacrificial de la Eucaristía que «el santo sacrificio de la misa» nos puede hacer olvidar otros aspectos no menos importantes de la cena del Señor.
Quizás hoy tengamos que recuperar con más fuerza la Eucaristía como signo y vivencia de la comunión y la fraternidad que debemos buscar entre nosotros y que no alcanzará su verdadera plenitud sino en la consumación del reino.
La Eucaristía tendría que ser para los creyentes una invitación constante a crear fraternidad y a vivir compartiendo lo nuestro, aunque sea poco, aunque no sea más que los «cinco panes y los dos peces» que poseamos.
La Eucaristía nos obliga a preguntarnos qué relaciones existen entre aquellos que la celebramos. Como «signo de comunión fraterna», la Eucaristía se convierte en burla cuando en ella participamos todos, creadores de injusticias y víctimas de los abusos, los que se aprovechan de los demás y los marginados, sin que la celebración parezca cuestionar seriamente a nadie.
A veces, nos preocupamos de si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y mientras tanto, a pocos parece preocupar la celebración de una Eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, hay algo que aparece claro en la tradición de la Iglesia. «Cuando falta la fraternidad, sobra la Eucaristía» (L. González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive en solidaridad, cuando no se lucha por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los abandonados, la celebración eucarística queda vacía de sentido.
Con esto no se quiere decir que sólo cuando se viva entre nosotros una fraternidad verdadera podremos celebrar la Eucaristía. La cena del Señor es sacramento del reino. No es todavía el reino mismo.
No tenemos que esperar a que desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras Eucaristías. Pero tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la lucha contra toda injusticia.
El pan de la Eucaristía nos alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de otros.
RESPONSABLES Y SOLIDARIOSLa exégesis contemporánea descubre en el relato de la multiplicación de los panes un texto muy trabajado teológicamente en el que es fácil detectar diversas llamadas para entender a Cristo como fuente de vida, para comprender mejor la cena eucarística o para vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados. ¿Cómo leer hoy este relato en el horizonte de ese tercio de la Humanidad que muere de hambre y de miseria?
El relato habla de una muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde hay medios suficientes para alimentar a toda la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación? El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles nacidas de la insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida en la solución menos comprometida para ellos: «que vayan a las aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la responsabilidad: «Dadles vosotros de comer», no los dejéis abandonados a su suerte.
Más tarde, Jesús «levanta los ojos al cielo» para recordar a todos a ese Dios Padre del que proviene la vida y todo lo que la alimenta. La vida es un don de Dios y no podemos «levantar nuestros ojos» hacia Él si privamos a alguien de lo que necesita para vivir. El pan que comemos es verdaderamente humano cuando es compartido entre todos los hijos de Dios.
El relato culmina con un gesto que llama a la solidaridad responsable. Los discípulos cambian de actitud y ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos. Jesús, por su parte, bendice al Padre y pone toda su fuerza al servicio de aquella muchedumbre hambrienta. Todos quedan saciados.
El «milagro» es signo del mundo querido por Dios: un mundo fraterno y solidario donde todos compartan dignamente la vida que reciben de Dios. El relato de Juan insinúa que es en la cena eucarística donde los creyentes han de alimentar su conciencia fraterna y su responsabilidad.
También el de Kamiano
El amor multiplica, nunca resta ni divide, potencia lo mejor que hay en nosotros. Multiplicar con amor no es lo mismo que dar la espalda de manera indiferente, sino caminar con alegría y esperanza llevando y compartiendo aquello que el propio Jesús aumenta en nosotros.
Siempre es posible el milagro, cuando estamos cerca del Maestro y levantamos los ojos como Él. Si nos doliera el prójimo como a Jesús, no estaríamos en crisis, ni en recesión ni con tantas malas noticias en la portada de nuestro día a día. El egoísmo divide, resta y destruye la unión, el compartir y la aventura de la fraternidad.
Yo, me quedo con Jesús, porque en sus manos todo se multiplica y los pobres reciben la Buena Noticia. ¿Y tú?
Fraternalmente.-
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