Inicio › Foros › Formación cofrade › Evangelio Dominical y Festividades › Evangelio del domingo 31/03/2019 4º de T. Cuaresmal Ciclo C.
- Este debate está vacío.
-
AutorEntradas
-
27 marzo, 2019 a las 11:11 #10904
Anónimo
Inactivo«Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido».Lectura del santo Evangelio según San LucasEn aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».
Pero el padre dijo a sus criados:
«Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».
Él se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».
El padre le dijo:
«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».
Palabra del Señor.29 marzo, 2019 a las 17:15 #12969Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. Notas introductorias:[align=justify]Esta parábola solamente aparece en Lucas.Es considerada por los críticos como la más extraordinaria de las que han quedado recogidas en la tradición evangélica. No se advierten en ella manipulaciones ni intervenciones de la comunidad. Por consiguiente es una de las típicas parábolas en las que se ve la mano original de Jesús: Por mucho que se la analice no se descubre en ella añadidos ni interpolaciones.
Es un relato sencillo, una narración extraordinaria y muy del estilo de Jesús.
Esta parábola, por otra parte, ha sido muy mal predicada, pues se acentúan aspectos que no son los más importantes. El verdadero protagonista no es el hijo pródigo sino el padre que trata con amor al hijo mayor y al hijo menor. El hijo mayor tiene también una importancia enorme. La parábola se debería titular: “La parábola del amor de un padre no comprendido por sus hijos”. Este es el verdadero tema de la narración.
Veamos esta diferencia: en la parábola de la viña, Dios aparece bajo la figura del dueño generoso: ésta Dios es presentado bajo la figura del Padre que sabe hacer fiestas, sabe gozar perdonando a sus hijos.
La parábola tiene dos partes:
1ª: (11-24) En ella se describe la actitud del hijo menor y sobre todo la alegría del padre al volver a encontrar a su hijo que lo creía muerto.
2ª: (24-34) En ella se narra la actitud del hijo mayor y en esta parte está la verdadera enseñanza de la parábola: el hijo que está todo el tiempo en casa, al final es el que se queda fuera de ella. Es el que no comprende la actuación del padre: él que creía que todo lo hacía bien: “jamás dejé de cumplir orden tuya”. Y esto… es muy triste, que después de no haber dejado de cumplir ninguna orden del padre, termine sin saber cómo es el padre.
Al final de la segunda descripción sobre el hijo mayor, se repite la actuación bondadosa del padre que comprende y abre una puerta a este hijo mayor.
Las dos partes terminan con el mismo estribillo: “este hijo mío estaba muerto y…”
Narración de la parábolaA) La actuación del hijo menor : Este comienza por perder la fe en su padre, y en esto estará su pecado: no creer que su padre le puede hacer feliz, que puede llenar su vida y entonces pide la herencia. Según el Deuteronomio, al hijo mayor le correspondía el doble que a los otros hijos. Por consiguiente siendo dos hermanos, al mayor le correspondía los 2/3 y 1/3 al segundo. El hijo menor pide lo que le corresponde en dinero y se marcha a una tierra lejana. Para un judío tierra lejana era igual a tierra pagana. En tiempo de Jesús había una emigración muy grande: en Palestina había más o menos medio millón de habitantes y en la diáspora unos 4.000.000 de judíos. Por eso, Jesús habla de algo muy real. El pecado del hijo no está en su entrega al libertinaje sino en que no se fía de su padre; prefiere una vida autosuficiente, independiente. Así más tarde tendrá precisamente esta impresión: “He pecado contra el cielo y contra tí.
A qué resultados llega: La parábola nos describe en breves trazos la miseria en que cae. Jesús es un gran narrador. Este hijo buscaba la liberación, la independencia de su padre y cae en la esclavitud de un pagano, de un extranjero y termina viviendo no gozosamente sino trabajando en un trabajo considerado maldito por los judíos: cuidar puercos, animales impuros, inmundos. El que cuidaba estos animales caía en un estado de impureza ritual total. Dice un dicho rabínico del tiempo de Jesús: “Maldito el hombre que cría cerdos”. Este hijo, que quería buscar el gozo, la felicidad, termina de hambre, sin poder alimentarse ni con el alimento de los animales impuros en una tierra pagana… Para una mentalidad judía está bien destacada la enorme distancia entre la primera situación del hijo que vivía en el hogar, junto a su padre que le quiere y esa situación de esclavitud a que llega.
C) Reacción del hijo menor: Sin embargo este hijo reacciona, reflexiona: “entró en sí mismo…” recordó la felicidad que tenía junto a su padre. Y no se queda en una reflexión teórica sino que reconoce su culpa, no se justifica, se da cuenta de que, una vez repartida la herencia, no tiene derecho a presentarse como hijo, no le corresponde nada en el hogar. Piensa, sin embargo, que podría ser aceptado como jornalero. Y se decide a volver y pone en práctica su decisión que es lo importante: “Se levantó y partió hacia su padre”.
D) La acogida del padre: El padre es el verdadero protagonista de la parábola.
La parábola lo presenta de una manera exagerada: “Estando todavía lejos, el padre echó a correr”. El echar a correr es poco digno para un oriental. Los orientales, con un poco de dignidad, nunca echan a correr y menos si son ancianos. Pero parece que a este padre no le importa nada… y echa a correr, lo besa, lo abraza efusivamente e interrumpe la confesión de su hijo y hace una serie de gestos que indican toda su alegría por el retorno de su hijo.
El padre pide a sus siervos le traigan:
El vestido: En Oriente y sobre todo en tiempo de Jesús no existían condecoraciones, se daba más importancia al vestido. Aquí hay que entender el vestido del hijo para que no se confunda con uno de los siervos.
El anillo: El anillo solo podían llevarlo el dueño y sus hijos y solía tener un sello.
Las sandalias: ya que los esclavos iban descalzos. El hijo viene descalzo como señal de esclavitud.
Organización de la fiesta: Matar un ternero cebado como signo de la alegría que tiene que reinar en la familia.
Toda la actuación del padre narrada por Jesús tiene la finalidad de destacar toda la felicidad, toda la alegría, todo el perdón de este padre que ha recuperado a este hijo al que creía muerto.
La actuación de este padre destaca más si pensamos en cómo podía haber reaccionado: podía haber rechazado al hijo que ya había perdido todos sus derechos y, en todo caso, podía haberlo recibido como jornalero; o también haberlo recogido como hijo pero en silencio, un poco avergonzado ante los vecinos por haberlo recibido. Pero… armar fiesta, armar todo ese tinglado… parece excesivo y como si el hijo mayor tuviese razón.
Esta es la primera parte de la parábola, que hubiera podido terminar aquí si Jesús hubiera querido decir solamente que Dios es bueno con el pecador que se arrepiente. Pero tiene otra intención más importante todavía. Por eso continúa con:
Actuación del hijo mayor: Llega éste a casa y se indigna ante la actuación del padre: le escandaliza el comportamiento paterno, no le puede comprender porque… y éste es un dato de los más importantes este hijo mayor no ha salido de casa, no ha pecado, ha cumplido todas las órdenes, está sirviendo en casa del padre y… no le conoce: se escandaliza del amor, del perdón y de la compasión de su padre. Movido como por un sentimiento de justicia, protesta porque cree que el amor del padre es exagerado. Es incapaz de comprender la inmensa alegría del padre y su perdón.
Concretando, veamos la postura que adopta:
a) Ante el padre, él se siente como el hijo fiel: “Jamás he dejado de cumplir una orden tuya”: es exactamente la postura del fariseo. Ante el padre se siente seguro e injustamente tratado.
b) Ante el hermano, adopta una postura de superioridad y desprecio. No quiere llamar hermano al menor: “ha venido este hijo tuyo”. Esta postura es totalmente la del fariseo: la de sentirse seguro ante Dios y despreciar a los que no son tan buenos.
Y de nuevo, la postura del padre: ama también al hijo mayor, ama a los dos. La respuesta al hijo mayor está llena de amor. Le llama hijo: “hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.
Le quiere hacer ver que él no goza de menos afecto: que él lo tiene todo y que de hecho comparten juntos la felicidad del hogar y le vuelve a insistir: “el hijo que ha llegado es hermano tuyo” pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto…”
La enseñanza de la parábolaA) El amor paternal de Dios al pecador: es la parábola que con más fuerza destaca el amor paternal de Dios para con los hombres, para con los pecadores: para con los que buscan el hogar, es decir, a Dios y al hombre. Tiene un amor ilimitado para todo el que un día descubre que en la vida no se puede vivir solo, aislado, independiente: para esos Dios es perdón, es acogida, es el Dios de los hijos perdidos, el de los últimos… Dios es alguien que se alegra por el retorno de los hijos perdidos.
La actuación injusta de los fariseos: La parábola termina con la reacción del hijo mayor… y siempre las parábolas suelen tener la enseñanza principal al final.
El hijo mayor, prototipo de la incomprensión, representa la postura farisea: hace valer sus derechos ante el padre, se siente cumplidor perfecto de la ley: …como a veces nos sentimos nosotros: cumplimos la ley, lo normal, no hay en nuestra vida grandes fallos, grandes equivocaciones o errores… nos sentimos seguros ante Dios.
Por otra parte desprecia y no quiere llamar hermano al que realmente lo es aunque sea pecador.
Por eso Jesús nos quiere descubrir una vez más el enorme contraste que existe entre la postura farisea del hijo mayor y la postura bondadosa del padre. Mientras que Dios, es de un amor inmenso, de un amor paternal infinito, los fariseos son de una mentalidad estrecha e incapaces de entender todo el amor de Dios a los pecadores.
La parábola es una crítica a esa postura nuestra en la que vamos -quizás sin darnos cuenta- criticando a los demás, considerándonos con más derechos que ellos al amor de Dios. Pensamos que otros no saben la verdad, que no van por el buen camino, sin darnos cuenta de que esta gente que nos parece perdida puede estar siendo comprendida, llamada por Dios con un amor que ni podemos sospechar. Y puede ocurrir que, a pesar de sentirnos en casa y pasar toda la vida cumpliendo las órdenes del padre… al final, podemos “quedarnos fuera de casa” y no comprender ni a Dios ni a los hombres.
C) Jesús justifica su actuación con los pecadores: Si Jesús acoge a los pecadores es porque quiere ser como el Padre: porque el Padre es la misma bondad, Jesús no hace más que actualizar, encarnar a ese Dios que ama a los pecadores. Dirá continuamente: los fariseos se deberían alegrar y participar en la fiesta pero no lo hacen. Y viene con una Buena Nueva a acoger a los pecadores y ellos no quieren participar en la fiesta …y este es el problema.
Esta es la gran enseñanza de Jesús: los hombres deberíamos participar en esa gran alegría que es el Evangelio y saber que Dios es para los pecadores, los malos, los pobres, los últimos.
Jesús se defiende de la crítica de los grupos fariseos y se atreve a meter en su mismo grupo a un publicano: Leví, el hijo de Alfeo. Comía con publicanos y pecadores y perdía la fama… pero no le importaba. Lo único que decía era ésto: “No necesitan los sanos de médico sino los enfermos” “no he venido a llamar a justos sino a pecadores”. En la vida es muy peligroso sentirse justo y… en el fondo, sí que nos sentimos más o menos santos que los demás.
De todas formas, la parábola termina dejando una puerta abierta al hijo mayor pero no sabemos qué pudo hacer…
La enseñanza de la parábola HOYEsta parábola ha sido utilizada para hablar de la confesión, la reconciliación, el pecado, etc.. También puede hablarse de eso. Pero ANTES hay que decir:
A) La parábola se presta a presentar a Dios como amor paternal: es decir, que de la manera de presentar la parábola tiene que surgir la idea, la vivencia de un Dios capaz de hacer fiesta por un pecador arrepentido, capaz de acogerle como hijo y un Dios que ofrece su hogar a todo el que lo busca.
Si Dios es tan bueno, nadie puede sentirse tratado injustamente y nadie, nadie puede adoptar la postura de incomprensión del hijo mayor ni escandalizarse ante la actuación de Dios porque los demás no merecen o merecen menos que nosotros: nadie puede protestar.
Todos nos tenemos que sentir amados infinitamente por Dios y nadie puede adoptar una postura crítica justificable ante Dios.
Por otra parte, si Dios es Padre de todos, incluso de los que van contra El, de los pecadores, nosotros no podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie.
Si Dios es alguien que ofrece hogar a todo hombre, nosotros, de ninguna manera, por ninguna razón, podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie, sea cual fuere su postura, diga lo que diga y tenga la mentalidad que tenga.
C) La comunidad primitiva, la comunidad elegida (como el hermano mayor), es decir, la Iglesia lo comparte todo con el Padre: vivir en la Iglesia es tener la gracia de conocer el Evangelio y poder estar dentro del hogar, poder tener gestos sacramentales de amor con Dios. Los creyentes tenemos que sentirnos invitados a compartir la alegría de Dios que acoge a los pecadores que están fuera del hogar.
La parábola es una invitación a la alegría y al optimismo por tantos hombres que quizás no estén en casa pero no importa. Miles, millones de hombres que no están dentro de la Iglesia pero que no están olvidados de Dios sino comprendidos y acogidos, quizás únicamente por El.
La parábola es una advertencia para todos aquellos que no se sienten hijos pródigos.
Al final de la parábola, es el hijo mayor el que es el que de hecho se queda fuera de casa, el que se queda lejos del padre y del hermano y el que no entra a la fiesta. Por lo tanto, se puede vivir toda la vida junto al padre, cumpliendo estrictamente todas sus órdenes y sin embargo se puede no conocer al padre y no comprender al hermano. Entonces, el estar lejos o cerca de Dios no depende solamente de permanecer en casa o fuera de ella sino de comprender el amor de Dios. Está cerca del Padre el hermano que comprende el amor del Padre y sabe adoptar una postura de amor, de perdón, de comprensión con los demás hermanos. Desde el momento que no adoptamos esta postura ante alguien, ya estamos fuera de casa, lejos del padre.
La parábola se presta a toda una enseñanza sobre el pecado y también es una descripción de la conversión.
Descripción del pecado:A) Según la descripción de Jesús, el pecado del hijo pródigo consiste en una falta de fe: no cree en la felicidad que puede aportarle el hogar.
Este hijo se aleja del hogar del padre y del hermano.
C) La postura de este hombre es de autosuficiencia, independiente: querer independizarse de Dios, eso es pecar: bastarnos a nosotros mismos.
D) Su vida se concreta después en una vida inmoral y libertina.
E) El pecado le lleva a una situación de miseria, de esclavitud, de hambre. El que peca no es libre. En la medida en que en nuestra vida hay pecado, no puede haber libertad. Esta nos la pueden quitar desde fuera pero también nos la quitamos desde dentro: esclavitud, miseria…
Descripción de la conversiónA) Según la parábola, la conversión supone reflexión: hay que detenerse en la vida a pensar. Muy hábilmente somos capaces de pasar años sin enfrentarnos en serio a nosotros mismos. Es muy difícil entrar en uno mismo pero por ahí hay que empezar.
El hijo puede recordar la felicidad que tenía junto a su padre y esto es muy importante a medida que pasan los años: se nos olvida la felicidad que nos puede dar Dios. Llega un momento en que nos puede parecer que no nos quiere nadie, ni Dios: entonces se está en peligro de cualquier barbaridad.
C) Este hombre se decide a retornar junto al Padre.
D) Confiesa humildemente su pecado y pide perdón. No tiene ninguna justificación. Es que es muy peligroso ponerse a sacar argumentos y justificarnos ante Dios. Es mejor dejarlo.
E) Este hombre se levanta, pone en práctica su decisión y su conversión y tiene el abrazo reconciliador del padre. No es suficiente que levante: se requiere que el padre le salga al camino y le abrace.
La conversión termina en una aceptación del hijo, en una fiesta y en un banquete.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS[align=justify]Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado «reprimida» en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía «la parábola del hijo pródigo», pero nunca la han escuchado en su corazón.
El verdadero protagonista de esta parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida: estaba perdido y lo hemos encontrado». Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.
A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.
El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre «lo vio» venir hambriento y humillado, y «se conmovió» hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.
Enseguida «echa a correr». No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. «Se le echó al cuello y se puso a besarlo». Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Solo Dios acoge y protege así a los pecadores.
El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que el Misterio último de la vida es Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
EL CORAZÓN DEL PADRE[align=justify]El Padre, que es la luz, viene a abrazar al hijo que se marchó y al que se le apagó la luz, la alegría y la esperanza.Así es Dios, el Padre de la Luz y de la Misericordia. El Padre que abraza y no castiga ni echa en cara –bastante tenía encima el arrepentido pródigo-.
Pero, lo que más nos llama la atención de la parábola es que nosotros no estamos llamados a identificarnos con el pródigo o con el hijo mayor. Estamos llamados a identificarnos con el Padre. Como se dice en estas tierras del Sur: ¡toma ya!sí es Dios, el Padre de la Luz y de la Misericordia. El Padre que abraza y no castiga ni echa en cara –bastante tenía encima el arrepentido pródigo-.
Pero, lo que más nos llama la atención de la parábola es que nosotros no estamos llamados a identificarnos con el pródigo o con el hijo mayor. Estamos llamados a identificarnos con el Padre que, con su corazón enorme, acoge al que se marchó y le hace una fiesta. ¡Cuánto cambiaría el mundo con más corazones como los del Padre!
[/align]
[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc.
[/align] También dejo el comentario que el Papa Benedicto XVI, en su primer libro Jesús de Nazaret, realiza sobre la parábola del hijo pródigo.
LA PARÁBOLA DE LOS DOS HERMANOS Y EL PADRE BUENO.[align=justify]Esta parábola de Jesús, quizás la más bella, se conoce también como la «parábola del hijo pródigo». En ella, la figura del hijo pródigo está tan admirablemente descrita, y su desenlace —en lo bueno y en lo malo— nos toca de tal manera el corazón que aparece sin duda como el verdadero centro de la narración. Pero la parábola tiene en realidad tres protagonistas. Joachim Jeremías y otros autores han propuesto llamarla mejor la «parábola del padre bueno», ya que él sería el auténtico centro del texto.Pierre Grelot, en cambio, destaca como elemento esencial la figura del segundo hijo y opina —a mi modo de ver con razón— que lo más acertado sería llamarla «parábola de los dos hermanos». Esto se desprende ante todo de la situación que ha dado lugar a la parábola y que Lucas presenta del siguiente modo (15, ls): «Se acercaban a Jesús los publícanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos»». Aquí encontramos dos grupos, dos «hermanos»: los publícanos y los pecadores; los fariseos y los letrados. Jesús les responde con tres parábolas: la de la oveja descarriada y las noventa y nueve que se quedan en casa; después la de la dracma perdida; y, finalmente, comienza de nuevo y dice: «Un hombre tenía dos hijos» (15, 11). Así pues, se trata de los dos. El Señor retoma así una tradición que viene de muy atrás: la temática de los dos hermanos recorre todo el Antiguo Testamento, comenzando por Caín y Abel, pasando por Ismael e Isaac, hasta llegar a Esaú y Jacob, y se refleja otra vez, de modo diferente, en el comportamiento de los once hijos de Jacob con José. En los casos de elección domina una sorprendente dialéctica entre los dos hermanos, que en el Antiguo Testamento queda como una cuestión abierta. Jesús retoma esta temática en un nuevo momento de la actuación histórica de Dios y le da una nueva orientación. En el Evangelio de Mateo aparece un texto sobre dos hermanos similar al de nuestra parábola: uno asegura querer cumplir la voluntad del padre, pero no lo hace; el segundo se niega a la petición del padre, pero luego se arrepiente y cumple su voluntad (cf. Mt 21,28-32). También aquí se trata de la relación entre pecadores y fariseos; también aquí el texto se convierte en una llamada a dar un nuevo sí al Dios que nos llama. Pero tratemos ahora de seguir la parábola paso a paso. Aparece ante todo la figura del hijo pródigo, pero ya inmediatamente, desde el principio, vemos también la magnanimidad del padre. Accede al deseo del hijo menor de recibir su parte de la herencia y reparte la heredad. Da libertad. Puede imaginarse lo que el hijo menor hará, pero le deja seguir su camino. El hijo se marcha «a un país lejano». Los Padres han visto aquí sobre todo el alejamiento interior del mundo del padre —del mundo de Dios—, la ruptura interna de la relación, la magnitud de la separación de lo que es propio y de lo que es auténtico. El hijo derrocha su herencia. Sólo quiere disfrutar. Quiere aprovechar la vida al máximo, tener lo que considera una «vida en plenitud». No desea someterse ya a ningún precepto, a ninguna autoridad: busca la libertad radical; quiere vivir sólo para sí mismo, sin ninguna exigencia. Disfruta de la vida; se siente totalmente autónomo. ¿Acaso nos es difícil ver precisamente en eso el espíritu de la rebelión moderna contra Dios y contra la Ley de Dios? ¿El abandono de todo lo que hasta ahora era el fundamento básico, así como la búsqueda de una libertad sin límites? La palabra griega usada en la parábola para designar la herencia derrochada significa en el lenguaje de los filósofos griegos «sustancia», naturaleza. El hijo perdido desperdicia su «naturaleza», se desperdicia a sí mismo. Al final ha gastado todo. El que era totalmente libre ahora se convierte realmente en siervo, en un cuidador de cerdos que sería feliz si pudiera llenar su estómago con lo que ellos comían. El hombre que entiende la libertad como puro arbitrio, el simple hacer lo que quiere e ir donde se le antoja, vive en la mentira, pues por su propia naturaleza forma parte de una reciprocidad, su libertad es una libertad que debe compartir con los otros; su misma esencia lleva consigo disciplina y normas; identificarse íntimamente con ellas, eso sería libertad. Así, una falsa autonomía conduce a la esclavitud: la historia, entretanto, nos lo ha demostrado de sobra. Para los judíos, el cerdo es un animal impuro; ser cuidador de cerdos es, por tanto, la expresión de la máxima alienación y el mayor empobrecimiento del hombre. El que era totalmente libre se convierte en un esclavo miserable.
Al llegar a este punto se produce la «vuelta atrás». El hijo pródigo se da cuenta de que está perdido. Comprende que en su casa era un hombre libre y que los esclavos de su padre son más libres que él, que había creído ser absolutamente libre. «Entonces recapacitó», dice el Evangelio (15, 17), y esta expresión, como ocurrió con la del país lejano, repropone la reflexión filosófica de los Padres: viviendo lejos de casa, de sus orígenes, dicen, este hombre se había alejado también de sí mismo, vivía alejado de la verdad de su existencia. Su retorno, su «conversión», consiste en que reconoce todo esto, que se ve a sí mismo alienado; se da cuenta de que se ha ido realmente «a un país lejano» y que ahora vuelve hacia sí mismo. Pero en sí mismo encuentra la indicación del camino hacia el padre, hacia la verdadera libertad de «hijo». Las palabras que prepara para cuando llegue a casa nos permiten apreciar la dimensión de la peregrinación interior que ahora emprende. Son la expresión de una existencia en camino que ahora —a través de todos los desiertos— vuelve «a casa», a sí mismo y al padre. Camina hacia la verdad de su existencia y, por tanto, «a casa». Con esta interpretación «existencial» del regreso a casa, los Padres nos explican al mismo tiempo lo que es la «conversión», el sufrimiento y la purificación interna que implica, y podemos decir tranquilamente que, con ello, han entendido correctamente la esencia de la parábola y nos ayudan a reconocer su actualidad. El padre ve al hijo «cuando todavía estaba lejos», sale a su encuentro. Escucha su confesión y reconoce en ella el camino interior que ha recorrido, ve que ha encontrado el camino hacia la verdadera libertad. Así, ni siquiera le deja terminar, lo abraza y lo besa, y manda preparar un gran banquete. Reina la alegría porque el hijo «que estaba muerto» cuando se marchó de la casa paterna con su fortuna, ahora ha vuelto a la vida, ha revivido; «estaba perdido y lo hemos encontrado» (15, 32). Los Padres han puesto todo su amor en la interpretación de esta escena. El hijo perdido se convierte para ellos en la imagen del hombre, el «Adán» que todos somos, ese Adán al que Dios le sale al encuentro y le recibe de nuevo en su casa. En la parábola, el padre encarga a los criados que traigan enseguida «el mejor traje». Para los Padres, ese «mejor traje» es una alusión al vestido de la gracia, que tenía originalmente el hombre y que después perdió con el pecado. Ahora, este «mejor traje» se le da de nuevo, es el vestido del hijo. En la fiesta que se prepara, ellos ven una imagen de la fiesta de la fe, la Eucaristía festiva, en la que se anticipa el banquete eterno. En el texto griego se dice literalmente que el hermano mayor, al regresar a casa, oye «sinfonías y coros»: para los Padres es una imagen de la sinfonía de la fe, que hace del ser cristiano una alegría y una fiesta. Pero lo esencial del texto no está ciertamente en estos detalles; lo esencial es, sin duda, la figura del padre. ¿Resulta comprensible? ¿Puede y debe actuar así un padre? Pierre Grelot ha hecho notar que Jesús se expresa aquí tomando como punto de referencia el Antiguo Testamento: la imagen original de esta visión de Dios Padre se encuentra en Oseas (cf. 11, 1-9). Allí se habla de la elección de Israel y de su traición: «Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; sacrificaban a los Baales, e incensaban a los ídolos» (11,2). Dios ve también cómo este pueblo es destruido, cómo la espada hace estragos en sus ciudades (cf. 11, 6). Y entonces el profeta describe bien lo que sucede en nuestra parábola: «¿Cómo te trataré, Efraín? ¿Acaso puedo abandonarte, Israel?… Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti.» (11, 8ss). Puesto que Dios es Dios, el Santo, actúa como ningún hombre podría actuar. Dios tiene un corazón, y ese corazón se revuelve, por así decirlo, contra sí mismo: aquí encontramos de nuevo, tanto en el profeta como en el Evangelio, la palabra sobre la «compasión» expresada con la imagen del seno materno. El corazón de Dios transforma la ira y cambia el castigo por el perdón. Para el cristiano surge aquí la pregunta: ¿dónde está aquí el puesto de Jesucristo? En la parábola sólo aparece el Padre. ¿Falta quizás la cristología en esta parábola? Agustín ha intentado introducir la cristología, descubriéndola donde se dice que el padre abrazó al hijo (cf. 15, 20). «El brazo del Padre es el Hijo», dice. Y habría podido remitirse a Ireneo, que describió al Hijo y al Espíritu como las dos manos del Padre. «El brazo del Padre es el Hijo»: cuando pone su brazo sobre nuestro hombro, como «su yugo suave», no se trata de un peso que nos carga, sino del gesto de aceptación lleno de amor. El «yugo» de este brazo no es un peso que debamos soportar, sino el regalo del amor que nos sostiene y nos convierte en hijos. Se trata de una explicación muy sugestiva, pero es más bien una «alegoría» que va claramente más allá del texto.
Grelot ha encontrado una interpretación más conforme al texto y que va más a fondo. Hace notar que, con esta parábola, con la actitud del padre de la parábola, como con las anteriores, Jesús justifica su bondad para con los pecadores, su acogida de los pecadores. Con su actitud, Jesús «se convierte en revelación viviente de quien El llamaba su Padre». La consideración del contexto histórico de la parábola, pues, delinea de por sí una «cristología implícita». «Su pasión y su resurrección han acentuado aún más este aspecto: ¿cómo ha mostrado Dios su amor misericordioso por los pecadores? Haciendo morir a Cristo por nosotros «cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,
. Jesús no puede entrar en el marco narrativo de su parábola porque vive identificándose con el Padre celestial, recalcando la actitud del Padre en la suya. Cristo resucitado está hoy, en este punto, en la misma situación que Jesús de Nazaret durante el tiempo de su ministerio en la tierra» (pp. 228s). De hecho, Jesús justifica en esta parábola su comportamiento remitiéndolo al del Padre, identificándolo con Él. Así, precisamente a través de la figura del Padre, Cristo aparece en el centro de esta parábola como la realización concreta del obrar paterno. Y he aquí que aparece el hermano mayor. Regresa a casa tras el trabajo en el campo, oye la fiesta en la casa, se entera del motivo y se enoja. Simplemente, no considera justo que a ese haragán, que ha malgastado con prostitutas toda su fortuna —el patrimonio del padre—, se le obsequie con una fiesta espléndida sin pasar antes por una prueba, sin un tiempo de penitencia. Esto se contrapone a su idea de la justicia: una vida de trabajo como la suya parece insignificante frente al sucio pasado del otro. La amargura lo invade: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos» (15,29). El padre trata también de complacerle y le habla con benevolencia. El hermano mayor no sabe de los avatares y andaduras más recónditos del otro, del camino que le llevó tan lejos, de su caída y de su reencuentro consigo mismo. Sólo ve la injusticia. Y ahí se demuestra que él, en silencio, también había soñado con una libertad sin límites, que había un rescoldo interior de amargura en su obediencia, y que no conoce la gracia que supone estar en casa, la auténtica libertad que tiene como hijo. «Hijo, tú estás siempre conmigo —le dice el padre—, y todo lo mío es tuyo» (15, 31). Con eso le explica la grandeza de ser hijo. Son las mismas palabras con las que Jesús describe su relación con el Padre en la oración sacerdotal: «Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10). La parábola se interrumpe aquí; nada nos dice de la reacción del hermano mayor. Tampoco podría hacerlo, pues en este punto la parábola pasa directamente a la situación real que tiene ante sus ojos: con estas palabras del padre, Jesús habla al corazón de los fariseos y de los letrados que murmuraban y se indignaban de su bondad con los pecadores (cf. 15, 2). Ahora se ve totalmente claro que Jesús identifica su bondad hacia los pecadores con la bondad del padre de la parábola, y que todas las palabras que se ponen en boca del padre las dice El mismo a las personas piadosas. La parábola no narra algo remoto, sino lo que ocurre aquí y ahora a través de El. Trata de conquistar el corazón de sus adversarios. Les pide entrar y participar en el júbilo de este momento de vuelta a casa y de reconciliación. Estas palabras permanecen en el Evangelio como una invitación implorante. Pablo recoge esta invitación cuando escribe: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co5, 20). Así, la parábola se sitúa, por un lado, de un modo muy realista en el punto histórico en que Jesús la relata; pero al mismo tiempo va más allá de ese momento histórico, pues la invitación suplicante de Dios continúa. Pero, ¿a quién se dirige ahora? Los Padres, muy en general, han vinculado el tema de los dos hermanos con la relación entre judíos y paganos. No les ha resultado muy difícil ver en el hijo disoluto, alejado de Dios y de sí mismo, un reflejo del mundo del paganismo, al que Jesús abre las puertas a la comunión de Dios en la gracia y para el que celebra ahora la fiesta de su amor. Así, tampoco resulta difícil reconocer en el hermano que se había quedado en casa al pueblo de Israel, que con razón podría decir: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya». Precisamente en la fidelidad a la Torá se manifiesta la fidelidad de Israel y también su imagen de Dios. Esta aplicación a los judíos no es injustificada si se la considera tal como la encontramos en el texto: como una delicada tentativa de Dios de persuadir a Israel, tentativa que está totalmente en las manos de Dios. Tengamos en cuenta que, ciertamente, el padre de la parábola no sólo no pone en duda la fidelidad del hijo mayor, sino que confirma expresamente su posición como hijo suyo: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Sería más bien una interpretación errónea si se quisiera transformar esto en una condena de los judíos, algo de lo no se habla para nada en el texto. Si bien es lícito considerar la aplicación de la parábola de los dos hermanos a Israel y los paganos como una dimensión implícita en el texto, quedan todavía otras dimensiones. Las palabras de Jesús sobre el hermano mayor no aluden sólo a Israel (también los pecadores que se acercaban a Él eran judíos), sino al peligro específico de los piadosos, de los que estaban limpios, «en regle» con Dios como lo expresa Grelot (p. 229). Grelot subraya así la breve frase: «Sin desobedecer nunca una orden tuya». Para ellos, Dios es sobre todo Ley; se ven en relación jurídica con Dios y, bajo este aspecto, a la par con Él. Pero Dios es algo más: han de convertirse del Dios-Ley al Dios más grande, al Dios del amor. Entonces no abandonarán su obediencia, pero ésta brotará de fuentes más profundas y será, por ello, mayor, más sincera y pura, pero sobre todo también más humilde.
Añadamos ahora otro punto de vista que ya hemos mencionado antes: en la amargura frente a la bondad de Dios se aprecia una amargura interior por la obediencia prestada que muestra los límites de esa sumisión: en su interior, también les habría gustado escapar hacia la gran libertad. Se aprecia una envidia solapada de lo que el otro se ha podido permitir. No han recorrido el camino que ha purificado al hermano menor y le ha hecho comprender lo que significa realmente la libertad, lo que significa ser hijo. Ven su libertad como una servidumbre y no están maduros para ser verdaderamente hijos. También ellos necesitan todavía un camino; pueden encontrarlo sencillamente si le dan la razón a Dios, si aceptan la fiesta de Dios como si fuera también la suya. Así, en la parábola, el Padre nos habla a través de Cristo a los que nos hemos quedado en casa, para que también nosotros nos convirtamos verdaderamente y estemos contentos de nuestra fe.
[/align]
[align=right]Benedicto XVI[/align] 29 marzo, 2019 a las 17:15 #19022Anónimo
InactivoOs dejo los comentarios al Evangelio del domingo. Notas introductorias:[align=justify]Esta parábola solamente aparece en Lucas.Es considerada por los críticos como la más extraordinaria de las que han quedado recogidas en la tradición evangélica. No se advierten en ella manipulaciones ni intervenciones de la comunidad. Por consiguiente es una de las típicas parábolas en las que se ve la mano original de Jesús: Por mucho que se la analice no se descubre en ella añadidos ni interpolaciones.
Es un relato sencillo, una narración extraordinaria y muy del estilo de Jesús.
Esta parábola, por otra parte, ha sido muy mal predicada, pues se acentúan aspectos que no son los más importantes. El verdadero protagonista no es el hijo pródigo sino el padre que trata con amor al hijo mayor y al hijo menor. El hijo mayor tiene también una importancia enorme. La parábola se debería titular: “La parábola del amor de un padre no comprendido por sus hijos”. Este es el verdadero tema de la narración.
Veamos esta diferencia: en la parábola de la viña, Dios aparece bajo la figura del dueño generoso: ésta Dios es presentado bajo la figura del Padre que sabe hacer fiestas, sabe gozar perdonando a sus hijos.
La parábola tiene dos partes:
1ª: (11-24) En ella se describe la actitud del hijo menor y sobre todo la alegría del padre al volver a encontrar a su hijo que lo creía muerto.
2ª: (24-34) En ella se narra la actitud del hijo mayor y en esta parte está la verdadera enseñanza de la parábola: el hijo que está todo el tiempo en casa, al final es el que se queda fuera de ella. Es el que no comprende la actuación del padre: él que creía que todo lo hacía bien: “jamás dejé de cumplir orden tuya”. Y esto… es muy triste, que después de no haber dejado de cumplir ninguna orden del padre, termine sin saber cómo es el padre.
Al final de la segunda descripción sobre el hijo mayor, se repite la actuación bondadosa del padre que comprende y abre una puerta a este hijo mayor.
Las dos partes terminan con el mismo estribillo: “este hijo mío estaba muerto y…”
Narración de la parábolaA) La actuación del hijo menor : Este comienza por perder la fe en su padre, y en esto estará su pecado: no creer que su padre le puede hacer feliz, que puede llenar su vida y entonces pide la herencia. Según el Deuteronomio, al hijo mayor le correspondía el doble que a los otros hijos. Por consiguiente siendo dos hermanos, al mayor le correspondía los 2/3 y 1/3 al segundo. El hijo menor pide lo que le corresponde en dinero y se marcha a una tierra lejana. Para un judío tierra lejana era igual a tierra pagana. En tiempo de Jesús había una emigración muy grande: en Palestina había más o menos medio millón de habitantes y en la diáspora unos 4.000.000 de judíos. Por eso, Jesús habla de algo muy real. El pecado del hijo no está en su entrega al libertinaje sino en que no se fía de su padre; prefiere una vida autosuficiente, independiente. Así más tarde tendrá precisamente esta impresión: “He pecado contra el cielo y contra tí.
A qué resultados llega: La parábola nos describe en breves trazos la miseria en que cae. Jesús es un gran narrador. Este hijo buscaba la liberación, la independencia de su padre y cae en la esclavitud de un pagano, de un extranjero y termina viviendo no gozosamente sino trabajando en un trabajo considerado maldito por los judíos: cuidar puercos, animales impuros, inmundos. El que cuidaba estos animales caía en un estado de impureza ritual total. Dice un dicho rabínico del tiempo de Jesús: “Maldito el hombre que cría cerdos”. Este hijo, que quería buscar el gozo, la felicidad, termina de hambre, sin poder alimentarse ni con el alimento de los animales impuros en una tierra pagana… Para una mentalidad judía está bien destacada la enorme distancia entre la primera situación del hijo que vivía en el hogar, junto a su padre que le quiere y esa situación de esclavitud a que llega.
C) Reacción del hijo menor: Sin embargo este hijo reacciona, reflexiona: “entró en sí mismo…” recordó la felicidad que tenía junto a su padre. Y no se queda en una reflexión teórica sino que reconoce su culpa, no se justifica, se da cuenta de que, una vez repartida la herencia, no tiene derecho a presentarse como hijo, no le corresponde nada en el hogar. Piensa, sin embargo, que podría ser aceptado como jornalero. Y se decide a volver y pone en práctica su decisión que es lo importante: “Se levantó y partió hacia su padre”.
D) La acogida del padre: El padre es el verdadero protagonista de la parábola.
La parábola lo presenta de una manera exagerada: “Estando todavía lejos, el padre echó a correr”. El echar a correr es poco digno para un oriental. Los orientales, con un poco de dignidad, nunca echan a correr y menos si son ancianos. Pero parece que a este padre no le importa nada… y echa a correr, lo besa, lo abraza efusivamente e interrumpe la confesión de su hijo y hace una serie de gestos que indican toda su alegría por el retorno de su hijo.
El padre pide a sus siervos le traigan:
El vestido: En Oriente y sobre todo en tiempo de Jesús no existían condecoraciones, se daba más importancia al vestido. Aquí hay que entender el vestido del hijo para que no se confunda con uno de los siervos.
El anillo: El anillo solo podían llevarlo el dueño y sus hijos y solía tener un sello.
Las sandalias: ya que los esclavos iban descalzos. El hijo viene descalzo como señal de esclavitud.
Organización de la fiesta: Matar un ternero cebado como signo de la alegría que tiene que reinar en la familia.
Toda la actuación del padre narrada por Jesús tiene la finalidad de destacar toda la felicidad, toda la alegría, todo el perdón de este padre que ha recuperado a este hijo al que creía muerto.
La actuación de este padre destaca más si pensamos en cómo podía haber reaccionado: podía haber rechazado al hijo que ya había perdido todos sus derechos y, en todo caso, podía haberlo recibido como jornalero; o también haberlo recogido como hijo pero en silencio, un poco avergonzado ante los vecinos por haberlo recibido. Pero… armar fiesta, armar todo ese tinglado… parece excesivo y como si el hijo mayor tuviese razón.
Esta es la primera parte de la parábola, que hubiera podido terminar aquí si Jesús hubiera querido decir solamente que Dios es bueno con el pecador que se arrepiente. Pero tiene otra intención más importante todavía. Por eso continúa con:
Actuación del hijo mayor: Llega éste a casa y se indigna ante la actuación del padre: le escandaliza el comportamiento paterno, no le puede comprender porque… y éste es un dato de los más importantes este hijo mayor no ha salido de casa, no ha pecado, ha cumplido todas las órdenes, está sirviendo en casa del padre y… no le conoce: se escandaliza del amor, del perdón y de la compasión de su padre. Movido como por un sentimiento de justicia, protesta porque cree que el amor del padre es exagerado. Es incapaz de comprender la inmensa alegría del padre y su perdón.
Concretando, veamos la postura que adopta:
a) Ante el padre, él se siente como el hijo fiel: “Jamás he dejado de cumplir una orden tuya”: es exactamente la postura del fariseo. Ante el padre se siente seguro e injustamente tratado.
b) Ante el hermano, adopta una postura de superioridad y desprecio. No quiere llamar hermano al menor: “ha venido este hijo tuyo”. Esta postura es totalmente la del fariseo: la de sentirse seguro ante Dios y despreciar a los que no son tan buenos.
Y de nuevo, la postura del padre: ama también al hijo mayor, ama a los dos. La respuesta al hijo mayor está llena de amor. Le llama hijo: “hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.
Le quiere hacer ver que él no goza de menos afecto: que él lo tiene todo y que de hecho comparten juntos la felicidad del hogar y le vuelve a insistir: “el hijo que ha llegado es hermano tuyo” pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto…”
La enseñanza de la parábolaA) El amor paternal de Dios al pecador: es la parábola que con más fuerza destaca el amor paternal de Dios para con los hombres, para con los pecadores: para con los que buscan el hogar, es decir, a Dios y al hombre. Tiene un amor ilimitado para todo el que un día descubre que en la vida no se puede vivir solo, aislado, independiente: para esos Dios es perdón, es acogida, es el Dios de los hijos perdidos, el de los últimos… Dios es alguien que se alegra por el retorno de los hijos perdidos.
La actuación injusta de los fariseos: La parábola termina con la reacción del hijo mayor… y siempre las parábolas suelen tener la enseñanza principal al final.
El hijo mayor, prototipo de la incomprensión, representa la postura farisea: hace valer sus derechos ante el padre, se siente cumplidor perfecto de la ley: …como a veces nos sentimos nosotros: cumplimos la ley, lo normal, no hay en nuestra vida grandes fallos, grandes equivocaciones o errores… nos sentimos seguros ante Dios.
Por otra parte desprecia y no quiere llamar hermano al que realmente lo es aunque sea pecador.
Por eso Jesús nos quiere descubrir una vez más el enorme contraste que existe entre la postura farisea del hijo mayor y la postura bondadosa del padre. Mientras que Dios, es de un amor inmenso, de un amor paternal infinito, los fariseos son de una mentalidad estrecha e incapaces de entender todo el amor de Dios a los pecadores.
La parábola es una crítica a esa postura nuestra en la que vamos -quizás sin darnos cuenta- criticando a los demás, considerándonos con más derechos que ellos al amor de Dios. Pensamos que otros no saben la verdad, que no van por el buen camino, sin darnos cuenta de que esta gente que nos parece perdida puede estar siendo comprendida, llamada por Dios con un amor que ni podemos sospechar. Y puede ocurrir que, a pesar de sentirnos en casa y pasar toda la vida cumpliendo las órdenes del padre… al final, podemos “quedarnos fuera de casa” y no comprender ni a Dios ni a los hombres.
C) Jesús justifica su actuación con los pecadores: Si Jesús acoge a los pecadores es porque quiere ser como el Padre: porque el Padre es la misma bondad, Jesús no hace más que actualizar, encarnar a ese Dios que ama a los pecadores. Dirá continuamente: los fariseos se deberían alegrar y participar en la fiesta pero no lo hacen. Y viene con una Buena Nueva a acoger a los pecadores y ellos no quieren participar en la fiesta …y este es el problema.
Esta es la gran enseñanza de Jesús: los hombres deberíamos participar en esa gran alegría que es el Evangelio y saber que Dios es para los pecadores, los malos, los pobres, los últimos.
Jesús se defiende de la crítica de los grupos fariseos y se atreve a meter en su mismo grupo a un publicano: Leví, el hijo de Alfeo. Comía con publicanos y pecadores y perdía la fama… pero no le importaba. Lo único que decía era ésto: “No necesitan los sanos de médico sino los enfermos” “no he venido a llamar a justos sino a pecadores”. En la vida es muy peligroso sentirse justo y… en el fondo, sí que nos sentimos más o menos santos que los demás.
De todas formas, la parábola termina dejando una puerta abierta al hijo mayor pero no sabemos qué pudo hacer…
La enseñanza de la parábola HOYEsta parábola ha sido utilizada para hablar de la confesión, la reconciliación, el pecado, etc.. También puede hablarse de eso. Pero ANTES hay que decir:
A) La parábola se presta a presentar a Dios como amor paternal: es decir, que de la manera de presentar la parábola tiene que surgir la idea, la vivencia de un Dios capaz de hacer fiesta por un pecador arrepentido, capaz de acogerle como hijo y un Dios que ofrece su hogar a todo el que lo busca.
Si Dios es tan bueno, nadie puede sentirse tratado injustamente y nadie, nadie puede adoptar la postura de incomprensión del hijo mayor ni escandalizarse ante la actuación de Dios porque los demás no merecen o merecen menos que nosotros: nadie puede protestar.
Todos nos tenemos que sentir amados infinitamente por Dios y nadie puede adoptar una postura crítica justificable ante Dios.
Por otra parte, si Dios es Padre de todos, incluso de los que van contra El, de los pecadores, nosotros no podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie.
Si Dios es alguien que ofrece hogar a todo hombre, nosotros, de ninguna manera, por ninguna razón, podemos adoptar una postura de rechazo ante nadie, sea cual fuere su postura, diga lo que diga y tenga la mentalidad que tenga.
C) La comunidad primitiva, la comunidad elegida (como el hermano mayor), es decir, la Iglesia lo comparte todo con el Padre: vivir en la Iglesia es tener la gracia de conocer el Evangelio y poder estar dentro del hogar, poder tener gestos sacramentales de amor con Dios. Los creyentes tenemos que sentirnos invitados a compartir la alegría de Dios que acoge a los pecadores que están fuera del hogar.
La parábola es una invitación a la alegría y al optimismo por tantos hombres que quizás no estén en casa pero no importa. Miles, millones de hombres que no están dentro de la Iglesia pero que no están olvidados de Dios sino comprendidos y acogidos, quizás únicamente por El.
La parábola es una advertencia para todos aquellos que no se sienten hijos pródigos.
Al final de la parábola, es el hijo mayor el que es el que de hecho se queda fuera de casa, el que se queda lejos del padre y del hermano y el que no entra a la fiesta. Por lo tanto, se puede vivir toda la vida junto al padre, cumpliendo estrictamente todas sus órdenes y sin embargo se puede no conocer al padre y no comprender al hermano. Entonces, el estar lejos o cerca de Dios no depende solamente de permanecer en casa o fuera de ella sino de comprender el amor de Dios. Está cerca del Padre el hermano que comprende el amor del Padre y sabe adoptar una postura de amor, de perdón, de comprensión con los demás hermanos. Desde el momento que no adoptamos esta postura ante alguien, ya estamos fuera de casa, lejos del padre.
La parábola se presta a toda una enseñanza sobre el pecado y también es una descripción de la conversión.
Descripción del pecado:A) Según la descripción de Jesús, el pecado del hijo pródigo consiste en una falta de fe: no cree en la felicidad que puede aportarle el hogar.
Este hijo se aleja del hogar del padre y del hermano.
C) La postura de este hombre es de autosuficiencia, independiente: querer independizarse de Dios, eso es pecar: bastarnos a nosotros mismos.
D) Su vida se concreta después en una vida inmoral y libertina.
E) El pecado le lleva a una situación de miseria, de esclavitud, de hambre. El que peca no es libre. En la medida en que en nuestra vida hay pecado, no puede haber libertad. Esta nos la pueden quitar desde fuera pero también nos la quitamos desde dentro: esclavitud, miseria…
Descripción de la conversiónA) Según la parábola, la conversión supone reflexión: hay que detenerse en la vida a pensar. Muy hábilmente somos capaces de pasar años sin enfrentarnos en serio a nosotros mismos. Es muy difícil entrar en uno mismo pero por ahí hay que empezar.
El hijo puede recordar la felicidad que tenía junto a su padre y esto es muy importante a medida que pasan los años: se nos olvida la felicidad que nos puede dar Dios. Llega un momento en que nos puede parecer que no nos quiere nadie, ni Dios: entonces se está en peligro de cualquier barbaridad.
C) Este hombre se decide a retornar junto al Padre.
D) Confiesa humildemente su pecado y pide perdón. No tiene ninguna justificación. Es que es muy peligroso ponerse a sacar argumentos y justificarnos ante Dios. Es mejor dejarlo.
E) Este hombre se levanta, pone en práctica su decisión y su conversión y tiene el abrazo reconciliador del padre. No es suficiente que levante: se requiere que el padre le salga al camino y le abrace.
La conversión termina en una aceptación del hijo, en una fiesta y en un banquete.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS[align=justify]Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado «reprimida» en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía «la parábola del hijo pródigo», pero nunca la han escuchado en su corazón.
El verdadero protagonista de esta parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida: estaba perdido y lo hemos encontrado». Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.
A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.
El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre «lo vio» venir hambriento y humillado, y «se conmovió» hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.
Enseguida «echa a correr». No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. «Se le echó al cuello y se puso a besarlo». Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Solo Dios acoge y protege así a los pecadores.
El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que el Misterio último de la vida es Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.
[/align]
[align=right]José Antonio Pagola[/align] También el de Kamiano.
EL CORAZÓN DEL PADRE[align=justify]El Padre, que es la luz, viene a abrazar al hijo que se marchó y al que se le apagó la luz, la alegría y la esperanza.Así es Dios, el Padre de la Luz y de la Misericordia. El Padre que abraza y no castiga ni echa en cara –bastante tenía encima el arrepentido pródigo-.
Pero, lo que más nos llama la atención de la parábola es que nosotros no estamos llamados a identificarnos con el pródigo o con el hijo mayor. Estamos llamados a identificarnos con el Padre. Como se dice en estas tierras del Sur: ¡toma ya!sí es Dios, el Padre de la Luz y de la Misericordia. El Padre que abraza y no castiga ni echa en cara –bastante tenía encima el arrepentido pródigo-.
Pero, lo que más nos llama la atención de la parábola es que nosotros no estamos llamados a identificarnos con el pródigo o con el hijo mayor. Estamos llamados a identificarnos con el Padre que, con su corazón enorme, acoge al que se marchó y le hace una fiesta. ¡Cuánto cambiaría el mundo con más corazones como los del Padre!
[/align]
[align=right]Dibujo: Patxi Velasco FANOTexto: Fernando Cordero ss.cc.
[/align] También dejo el comentario que el Papa Benedicto XVI, en su primer libro Jesús de Nazaret, realiza sobre la parábola del hijo pródigo.
LA PARÁBOLA DE LOS DOS HERMANOS Y EL PADRE BUENO.[align=justify]Esta parábola de Jesús, quizás la más bella, se conoce también como la «parábola del hijo pródigo». En ella, la figura del hijo pródigo está tan admirablemente descrita, y su desenlace —en lo bueno y en lo malo— nos toca de tal manera el corazón que aparece sin duda como el verdadero centro de la narración. Pero la parábola tiene en realidad tres protagonistas. Joachim Jeremías y otros autores han propuesto llamarla mejor la «parábola del padre bueno», ya que él sería el auténtico centro del texto.Pierre Grelot, en cambio, destaca como elemento esencial la figura del segundo hijo y opina —a mi modo de ver con razón— que lo más acertado sería llamarla «parábola de los dos hermanos». Esto se desprende ante todo de la situación que ha dado lugar a la parábola y que Lucas presenta del siguiente modo (15, ls): «Se acercaban a Jesús los publícanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos»». Aquí encontramos dos grupos, dos «hermanos»: los publícanos y los pecadores; los fariseos y los letrados. Jesús les responde con tres parábolas: la de la oveja descarriada y las noventa y nueve que se quedan en casa; después la de la dracma perdida; y, finalmente, comienza de nuevo y dice: «Un hombre tenía dos hijos» (15, 11). Así pues, se trata de los dos. El Señor retoma así una tradición que viene de muy atrás: la temática de los dos hermanos recorre todo el Antiguo Testamento, comenzando por Caín y Abel, pasando por Ismael e Isaac, hasta llegar a Esaú y Jacob, y se refleja otra vez, de modo diferente, en el comportamiento de los once hijos de Jacob con José. En los casos de elección domina una sorprendente dialéctica entre los dos hermanos, que en el Antiguo Testamento queda como una cuestión abierta. Jesús retoma esta temática en un nuevo momento de la actuación histórica de Dios y le da una nueva orientación. En el Evangelio de Mateo aparece un texto sobre dos hermanos similar al de nuestra parábola: uno asegura querer cumplir la voluntad del padre, pero no lo hace; el segundo se niega a la petición del padre, pero luego se arrepiente y cumple su voluntad (cf. Mt 21,28-32). También aquí se trata de la relación entre pecadores y fariseos; también aquí el texto se convierte en una llamada a dar un nuevo sí al Dios que nos llama. Pero tratemos ahora de seguir la parábola paso a paso. Aparece ante todo la figura del hijo pródigo, pero ya inmediatamente, desde el principio, vemos también la magnanimidad del padre. Accede al deseo del hijo menor de recibir su parte de la herencia y reparte la heredad. Da libertad. Puede imaginarse lo que el hijo menor hará, pero le deja seguir su camino. El hijo se marcha «a un país lejano». Los Padres han visto aquí sobre todo el alejamiento interior del mundo del padre —del mundo de Dios—, la ruptura interna de la relación, la magnitud de la separación de lo que es propio y de lo que es auténtico. El hijo derrocha su herencia. Sólo quiere disfrutar. Quiere aprovechar la vida al máximo, tener lo que considera una «vida en plenitud». No desea someterse ya a ningún precepto, a ninguna autoridad: busca la libertad radical; quiere vivir sólo para sí mismo, sin ninguna exigencia. Disfruta de la vida; se siente totalmente autónomo. ¿Acaso nos es difícil ver precisamente en eso el espíritu de la rebelión moderna contra Dios y contra la Ley de Dios? ¿El abandono de todo lo que hasta ahora era el fundamento básico, así como la búsqueda de una libertad sin límites? La palabra griega usada en la parábola para designar la herencia derrochada significa en el lenguaje de los filósofos griegos «sustancia», naturaleza. El hijo perdido desperdicia su «naturaleza», se desperdicia a sí mismo. Al final ha gastado todo. El que era totalmente libre ahora se convierte realmente en siervo, en un cuidador de cerdos que sería feliz si pudiera llenar su estómago con lo que ellos comían. El hombre que entiende la libertad como puro arbitrio, el simple hacer lo que quiere e ir donde se le antoja, vive en la mentira, pues por su propia naturaleza forma parte de una reciprocidad, su libertad es una libertad que debe compartir con los otros; su misma esencia lleva consigo disciplina y normas; identificarse íntimamente con ellas, eso sería libertad. Así, una falsa autonomía conduce a la esclavitud: la historia, entretanto, nos lo ha demostrado de sobra. Para los judíos, el cerdo es un animal impuro; ser cuidador de cerdos es, por tanto, la expresión de la máxima alienación y el mayor empobrecimiento del hombre. El que era totalmente libre se convierte en un esclavo miserable.
Al llegar a este punto se produce la «vuelta atrás». El hijo pródigo se da cuenta de que está perdido. Comprende que en su casa era un hombre libre y que los esclavos de su padre son más libres que él, que había creído ser absolutamente libre. «Entonces recapacitó», dice el Evangelio (15, 17), y esta expresión, como ocurrió con la del país lejano, repropone la reflexión filosófica de los Padres: viviendo lejos de casa, de sus orígenes, dicen, este hombre se había alejado también de sí mismo, vivía alejado de la verdad de su existencia. Su retorno, su «conversión», consiste en que reconoce todo esto, que se ve a sí mismo alienado; se da cuenta de que se ha ido realmente «a un país lejano» y que ahora vuelve hacia sí mismo. Pero en sí mismo encuentra la indicación del camino hacia el padre, hacia la verdadera libertad de «hijo». Las palabras que prepara para cuando llegue a casa nos permiten apreciar la dimensión de la peregrinación interior que ahora emprende. Son la expresión de una existencia en camino que ahora —a través de todos los desiertos— vuelve «a casa», a sí mismo y al padre. Camina hacia la verdad de su existencia y, por tanto, «a casa». Con esta interpretación «existencial» del regreso a casa, los Padres nos explican al mismo tiempo lo que es la «conversión», el sufrimiento y la purificación interna que implica, y podemos decir tranquilamente que, con ello, han entendido correctamente la esencia de la parábola y nos ayudan a reconocer su actualidad. El padre ve al hijo «cuando todavía estaba lejos», sale a su encuentro. Escucha su confesión y reconoce en ella el camino interior que ha recorrido, ve que ha encontrado el camino hacia la verdadera libertad. Así, ni siquiera le deja terminar, lo abraza y lo besa, y manda preparar un gran banquete. Reina la alegría porque el hijo «que estaba muerto» cuando se marchó de la casa paterna con su fortuna, ahora ha vuelto a la vida, ha revivido; «estaba perdido y lo hemos encontrado» (15, 32). Los Padres han puesto todo su amor en la interpretación de esta escena. El hijo perdido se convierte para ellos en la imagen del hombre, el «Adán» que todos somos, ese Adán al que Dios le sale al encuentro y le recibe de nuevo en su casa. En la parábola, el padre encarga a los criados que traigan enseguida «el mejor traje». Para los Padres, ese «mejor traje» es una alusión al vestido de la gracia, que tenía originalmente el hombre y que después perdió con el pecado. Ahora, este «mejor traje» se le da de nuevo, es el vestido del hijo. En la fiesta que se prepara, ellos ven una imagen de la fiesta de la fe, la Eucaristía festiva, en la que se anticipa el banquete eterno. En el texto griego se dice literalmente que el hermano mayor, al regresar a casa, oye «sinfonías y coros»: para los Padres es una imagen de la sinfonía de la fe, que hace del ser cristiano una alegría y una fiesta. Pero lo esencial del texto no está ciertamente en estos detalles; lo esencial es, sin duda, la figura del padre. ¿Resulta comprensible? ¿Puede y debe actuar así un padre? Pierre Grelot ha hecho notar que Jesús se expresa aquí tomando como punto de referencia el Antiguo Testamento: la imagen original de esta visión de Dios Padre se encuentra en Oseas (cf. 11, 1-9). Allí se habla de la elección de Israel y de su traición: «Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; sacrificaban a los Baales, e incensaban a los ídolos» (11,2). Dios ve también cómo este pueblo es destruido, cómo la espada hace estragos en sus ciudades (cf. 11, 6). Y entonces el profeta describe bien lo que sucede en nuestra parábola: «¿Cómo te trataré, Efraín? ¿Acaso puedo abandonarte, Israel?… Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti.» (11, 8ss). Puesto que Dios es Dios, el Santo, actúa como ningún hombre podría actuar. Dios tiene un corazón, y ese corazón se revuelve, por así decirlo, contra sí mismo: aquí encontramos de nuevo, tanto en el profeta como en el Evangelio, la palabra sobre la «compasión» expresada con la imagen del seno materno. El corazón de Dios transforma la ira y cambia el castigo por el perdón. Para el cristiano surge aquí la pregunta: ¿dónde está aquí el puesto de Jesucristo? En la parábola sólo aparece el Padre. ¿Falta quizás la cristología en esta parábola? Agustín ha intentado introducir la cristología, descubriéndola donde se dice que el padre abrazó al hijo (cf. 15, 20). «El brazo del Padre es el Hijo», dice. Y habría podido remitirse a Ireneo, que describió al Hijo y al Espíritu como las dos manos del Padre. «El brazo del Padre es el Hijo»: cuando pone su brazo sobre nuestro hombro, como «su yugo suave», no se trata de un peso que nos carga, sino del gesto de aceptación lleno de amor. El «yugo» de este brazo no es un peso que debamos soportar, sino el regalo del amor que nos sostiene y nos convierte en hijos. Se trata de una explicación muy sugestiva, pero es más bien una «alegoría» que va claramente más allá del texto.
Grelot ha encontrado una interpretación más conforme al texto y que va más a fondo. Hace notar que, con esta parábola, con la actitud del padre de la parábola, como con las anteriores, Jesús justifica su bondad para con los pecadores, su acogida de los pecadores. Con su actitud, Jesús «se convierte en revelación viviente de quien El llamaba su Padre». La consideración del contexto histórico de la parábola, pues, delinea de por sí una «cristología implícita». «Su pasión y su resurrección han acentuado aún más este aspecto: ¿cómo ha mostrado Dios su amor misericordioso por los pecadores? Haciendo morir a Cristo por nosotros «cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,
. Jesús no puede entrar en el marco narrativo de su parábola porque vive identificándose con el Padre celestial, recalcando la actitud del Padre en la suya. Cristo resucitado está hoy, en este punto, en la misma situación que Jesús de Nazaret durante el tiempo de su ministerio en la tierra» (pp. 228s). De hecho, Jesús justifica en esta parábola su comportamiento remitiéndolo al del Padre, identificándolo con Él. Así, precisamente a través de la figura del Padre, Cristo aparece en el centro de esta parábola como la realización concreta del obrar paterno. Y he aquí que aparece el hermano mayor. Regresa a casa tras el trabajo en el campo, oye la fiesta en la casa, se entera del motivo y se enoja. Simplemente, no considera justo que a ese haragán, que ha malgastado con prostitutas toda su fortuna —el patrimonio del padre—, se le obsequie con una fiesta espléndida sin pasar antes por una prueba, sin un tiempo de penitencia. Esto se contrapone a su idea de la justicia: una vida de trabajo como la suya parece insignificante frente al sucio pasado del otro. La amargura lo invade: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos» (15,29). El padre trata también de complacerle y le habla con benevolencia. El hermano mayor no sabe de los avatares y andaduras más recónditos del otro, del camino que le llevó tan lejos, de su caída y de su reencuentro consigo mismo. Sólo ve la injusticia. Y ahí se demuestra que él, en silencio, también había soñado con una libertad sin límites, que había un rescoldo interior de amargura en su obediencia, y que no conoce la gracia que supone estar en casa, la auténtica libertad que tiene como hijo. «Hijo, tú estás siempre conmigo —le dice el padre—, y todo lo mío es tuyo» (15, 31). Con eso le explica la grandeza de ser hijo. Son las mismas palabras con las que Jesús describe su relación con el Padre en la oración sacerdotal: «Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10). La parábola se interrumpe aquí; nada nos dice de la reacción del hermano mayor. Tampoco podría hacerlo, pues en este punto la parábola pasa directamente a la situación real que tiene ante sus ojos: con estas palabras del padre, Jesús habla al corazón de los fariseos y de los letrados que murmuraban y se indignaban de su bondad con los pecadores (cf. 15, 2). Ahora se ve totalmente claro que Jesús identifica su bondad hacia los pecadores con la bondad del padre de la parábola, y que todas las palabras que se ponen en boca del padre las dice El mismo a las personas piadosas. La parábola no narra algo remoto, sino lo que ocurre aquí y ahora a través de El. Trata de conquistar el corazón de sus adversarios. Les pide entrar y participar en el júbilo de este momento de vuelta a casa y de reconciliación. Estas palabras permanecen en el Evangelio como una invitación implorante. Pablo recoge esta invitación cuando escribe: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co5, 20). Así, la parábola se sitúa, por un lado, de un modo muy realista en el punto histórico en que Jesús la relata; pero al mismo tiempo va más allá de ese momento histórico, pues la invitación suplicante de Dios continúa. Pero, ¿a quién se dirige ahora? Los Padres, muy en general, han vinculado el tema de los dos hermanos con la relación entre judíos y paganos. No les ha resultado muy difícil ver en el hijo disoluto, alejado de Dios y de sí mismo, un reflejo del mundo del paganismo, al que Jesús abre las puertas a la comunión de Dios en la gracia y para el que celebra ahora la fiesta de su amor. Así, tampoco resulta difícil reconocer en el hermano que se había quedado en casa al pueblo de Israel, que con razón podría decir: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya». Precisamente en la fidelidad a la Torá se manifiesta la fidelidad de Israel y también su imagen de Dios. Esta aplicación a los judíos no es injustificada si se la considera tal como la encontramos en el texto: como una delicada tentativa de Dios de persuadir a Israel, tentativa que está totalmente en las manos de Dios. Tengamos en cuenta que, ciertamente, el padre de la parábola no sólo no pone en duda la fidelidad del hijo mayor, sino que confirma expresamente su posición como hijo suyo: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Sería más bien una interpretación errónea si se quisiera transformar esto en una condena de los judíos, algo de lo no se habla para nada en el texto. Si bien es lícito considerar la aplicación de la parábola de los dos hermanos a Israel y los paganos como una dimensión implícita en el texto, quedan todavía otras dimensiones. Las palabras de Jesús sobre el hermano mayor no aluden sólo a Israel (también los pecadores que se acercaban a Él eran judíos), sino al peligro específico de los piadosos, de los que estaban limpios, «en regle» con Dios como lo expresa Grelot (p. 229). Grelot subraya así la breve frase: «Sin desobedecer nunca una orden tuya». Para ellos, Dios es sobre todo Ley; se ven en relación jurídica con Dios y, bajo este aspecto, a la par con Él. Pero Dios es algo más: han de convertirse del Dios-Ley al Dios más grande, al Dios del amor. Entonces no abandonarán su obediencia, pero ésta brotará de fuentes más profundas y será, por ello, mayor, más sincera y pura, pero sobre todo también más humilde.
Añadamos ahora otro punto de vista que ya hemos mencionado antes: en la amargura frente a la bondad de Dios se aprecia una amargura interior por la obediencia prestada que muestra los límites de esa sumisión: en su interior, también les habría gustado escapar hacia la gran libertad. Se aprecia una envidia solapada de lo que el otro se ha podido permitir. No han recorrido el camino que ha purificado al hermano menor y le ha hecho comprender lo que significa realmente la libertad, lo que significa ser hijo. Ven su libertad como una servidumbre y no están maduros para ser verdaderamente hijos. También ellos necesitan todavía un camino; pueden encontrarlo sencillamente si le dan la razón a Dios, si aceptan la fiesta de Dios como si fuera también la suya. Así, en la parábola, el Padre nos habla a través de Cristo a los que nos hemos quedado en casa, para que también nosotros nos convirtamos verdaderamente y estemos contentos de nuestra fe.
[/align]
[align=right]Benedicto XVI[/align] -
AutorEntradas
- Debes estar registrado para responder a este debate.