Inicio Foros Formación cofrade Yo también soy Iglesia IGLESIA – ESTADO, SOCIEDAD Y RELIGIÓN

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    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]IDENTIDAD Y TOLERANCIA[/align]

    [align=justify]Bajo el título IGLESIA – ESTADO; SOCIEDAD Y RELIGIÓN, quiero abir el debate sobre lo que significa y representa la presencia de los católicos -y por extensión de los adeptos a cualquier religión – en las sociedades desarrolladas.

    Comenzaré con una notica puede ayudar a contextualizar el ámbito en el que se desarrollan nuentras vidas.

    ________________________________________________________________________________________________

    El pasado 22 de diciembre leía esta noticia en Internet: el Primer Comisionado del condado de Henderson, (Texas), Joe Hall (cuya foto pueden ver más abajo), recibió en su despacho de Athens una carta exigiéndole que retirara inmediatamente el Belén que se colocaba, desde hace 30 años, junto a la sede de los Tribunales del Condado. Los firmantes de la carta consideraban “anticonstitucional” poner las figuras del Misterio en un lugar público.

    El Belén es propiedad de Keep Athens Beautiful, una asociación de voluntarios que se dedica a promover cualquier acción que embellezca la ciudad de Athens durante las Navidades.

    Joe Hall se calzó su gorra para recibir a la cadena de televisión “News 8” y explicarle al mundo entero su postura ante lo que lo que ya se daba en llamar “guerra de Navidad”: “Quitarán el Belén cuando el infierno se hiele – dijo – y eso no va a pasar”. El propio juez del condado, Richard Sanders, afirmó: “honestamente no entiendo a qué viene esto. Los residentes en el pueblo no han elevado ninguna demanda en ese sentido”. El resto de confesiones religiosas tampoco habían elevado petición alguna solicitando un trato similar.

    La fundación “Freedom From Religión” (Libertad ante la Religión), promotora de esta iniciativa, tiene su sede a 1.338 km de Athens. En teoría, pretende proteger el principio constitucional de separación entre Iglesia y Estado, pero en la práctica se dedica a soliviantar pacíficas comunidades locales, a protestar contra el Día Nacional de la Oración, a presentar como contradictorias la razón y la religión, a fomentar el ateísmo y a promover fiestas como el cambio de solsticio.

    La noticia concluía con este párrafo: “En los últimos años los grupos ateos norteamericanos han conseguido algunas victorias con campañas como esta, normalmente porque no han tenido en frente a un Joe Hall. Esta vez dieron con el hombre equivocado”.

    Esta situación no es desconocida para nosotros: los últimos años, en los municipios gestionados por socialistas, hemos vivido el mismo absurdo debate; la Generalitad de Cataluña aprobó en 2009 una ley de los centros de culto que se presta a “legalizar” conductas claramente contrarias al derecho de libertad religiosa; Zapatero dejó “en puertas” una ley sobre asociaciones religiosas y culto público que, o mucho me equivoco, o los socialistas retomarán cuando recuperen el poder del Parlamento nacional.

    Es una tentación irresistible para los “teóricos de la política y de los modelos de sociedad”, traer a colación, reiteradamente, el gran tema de las religiones, sus expresiones culturales y sus derivaciones morales. Pero al hacerlo no buscan primar la “mejor” religión, la “más tolerante” o la “más razonable”. Tampoco quieren conseguir la separación definitiva Iglesia – Estado, que en España existe de facto, ni garantizar la libertad interna o la imparcialidad de personas e instituciones; no se proponen asegurar la libertad religiosa de los ciudadanos (judíos, evangelistas, musulmanes, católicos, agnósticos, etc.). Lo que buscan es barrer toda referencia superior a la ley civil. ¿Porqué? ¿qué interés salvaguardan?

    El sentido común responde buscando otra perspectiva del asunto: ¿a quién beneficia que se retiren de los espacios públicos del planeta los Belenes, los Budas, las estrellas de David y otros signos religiosos? Un agnóstico o un ateo, ¿se siente más feliz y satisfecho si termina la jornada sin topar con un crucifijo? ¿Nos parecen “ilegales” las imágenes de dioses que adornan los monumentos griegos o mayas? ¿Los cristianos españoles de 2012 queremos imponer nuestra fe al resto de compatriotas? Asumiendo que nuestras normas morales fueran arcaicas e inútiles, ¿deterioramos el buen clima social de nuestro país defendiendo el derecho a la vida, reivindicando la estabilidad del matrimonio, el retraso del inicio en las relaciones sexuales hasta haber logrado la estabilidad que significa el matrimonio, o la justicia en el reparto de bienes materiales?

    Más bien temo que la pretensión de estos “forofos del ateísmo” sea suprimir el sentido de la conciencia individual. Las religiones – unas con mayor acierto que otras – refuerzan este sentido, luego interfieren. Además, si no hay Dios o norma moral por encima de la ley civil, quienes ostentan el poder político se convierten en diosecillos dotados de poder absoluto, sin nadie que les pida cuenta por los abusos y desmanes cometidos, que juegan el partido del cálculo del poder según las normas que ellos mismos establecen.

    Yo pregunto: aunque no seamos “fanáticos” de ninguna religión, ¿podemos permitirnos este constante maltrato a las expresiones de religiosidad?[/align]

    #12192
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]PRESENCIA EN EL MUNDO I[/align]

    [align=justify] Las reflexiones que siguen, enmarcadas en el gran tema “Iglesia-Estado”, hacer referencia, en el fondo, al derecho de las personas a vivir según su religión – la que sea – y al impacto (pretendido o indirecto) de la práctica religiosa en la configuración de las sociedades.

    Para ilustrar bien la perspectiva que les propongo al abordar este asunto, permítanme un relato. Es la historia real de un joven norteamericano:

    “Un día, cuando era estudiante de Instituto, vi al compañero nuevo de mi clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Kyle. Iba cargado con todos sus libros. «¿Por qué se llevará a casa todos los libros? Yo tenía completo el fin de semana: partido de futbol por la mañana, y por la tarde recreativos en el centro comercial. Pensé: “debe ser un empollón». Me encogí de hombros y seguí mi camino.

    De pronto vi a un grupo de chicos corriendo hacia él. Lo alcanzaron, le tiraron todos sus libros y le empujaron hasta hacerle caer al suelo. Sus gafas salieron volando y aterrizaron en la acera, como a tres metros de él. Una tremenda tristeza asomó en sus ojos y sentí el impulso de ayudarle. Le devolví sus gafas y le dije, «esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto». Me miró y me dijo: «¡gracias!».

    Le ayudé con sus libros y caminamos hasta su casa. Vivía cerca de mí. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana.

    El lunes por la mañana ahí estaba Kyle, de nuevo con aquella enorme pila de libros. Le dije: «Vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días». Se rió y me dio la mitad para que le ayudara. Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.

    Al terminar el instituto, Kyle se veía realmente bien. Era una de esas personas que se había encontrado a sí mismo durante el Bachillerato, había mejorado en todos los aspectos, sus gafas no eran motivo de burlas o de complejos, y las chicas lo adoraban. ¡Caramba!… Algunas veces hasta me sentía celoso. Ambos decidimos ir a universidades distintas, pero yo sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración.

    Un día, jugando a “las prendas” (el que pierde elige quitarse una prenda o responder una pregunta directa) contó cómo nos habíamos conocido. Inició su respuesta con esta reflexión: » Ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir”. Yo miraba incrédulo a mi amigo cuando relataba que el fin de semana que nos conocimos él había planeado suicidarse. Limpió su taquilla y se llevó todos sus libros a casa para evitar que su madre tuviera que pasar el mal trago de regresar al “insti” a recoger sus cosas. Mirándome, con una sonrisa culpable dibujada en su rostro, dijo: «Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable».

    Asombrado, pensaba cómo era posible que un chico apuesto y popular como mi amigo contara a todos su momento de debilidad. El concluyó su narración diciendo:

    Quote:

    «Nunca subestiméis el poder de vuestras acciones: con un pequeño gesto podéis cambiar la vida de otras personas, para bien o para mal.”

    Como les decía la semana pasada, los cristianos de 2012 no buscamos imponer nuestra religión o norma moral a nadie, pero creemos firmemente que otro mundo es posible.

    Desde mi punto de vista, el secreto para lograr el éxito en esta empresa, no es imponer desde el poder establecido una religión y/o unos valores, sino adoptar, individualmente, actitudes que marquen la diferencia. La suma total de muchas amas de casa, estudiantes, maestros, periodistas, médicos, políticos y profesionales varios, que no ceden a la mediocridad, que procuran ser fieles a los valores cristianos y se mantienen constantemente aprendiendo, lograría que se visualizara la religión en el espacio público con la naturalidad que le corresponde; supondría que todos ellos – cada cual en el campo donde su experiencia le avala – serían capaces de aportar al diálogo social argumentos razonables y consistentes; alcanzaríamos la autonomía necesaria para vivir en libertad según la fe de cada cual, sin sufrir el anticlericalismo en la sociedad civil, ni el clericalismo en el seno de la Iglesia, y lograríamos que los estados, poco a poco, entendieran y practicaran la plena cooperación con todas las religiones. Les invito a seguir “cavilando” conmigo en estos aspectos.[/align]

    #18245
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]PRESENCIA EN EL MUNDO I[/align]

    [align=justify] Las reflexiones que siguen, enmarcadas en el gran tema “Iglesia-Estado”, hacer referencia, en el fondo, al derecho de las personas a vivir según su religión – la que sea – y al impacto (pretendido o indirecto) de la práctica religiosa en la configuración de las sociedades.

    Para ilustrar bien la perspectiva que les propongo al abordar este asunto, permítanme un relato. Es la historia real de un joven norteamericano:

    “Un día, cuando era estudiante de Instituto, vi al compañero nuevo de mi clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Kyle. Iba cargado con todos sus libros. «¿Por qué se llevará a casa todos los libros? Yo tenía completo el fin de semana: partido de futbol por la mañana, y por la tarde recreativos en el centro comercial. Pensé: “debe ser un empollón». Me encogí de hombros y seguí mi camino.

    De pronto vi a un grupo de chicos corriendo hacia él. Lo alcanzaron, le tiraron todos sus libros y le empujaron hasta hacerle caer al suelo. Sus gafas salieron volando y aterrizaron en la acera, como a tres metros de él. Una tremenda tristeza asomó en sus ojos y sentí el impulso de ayudarle. Le devolví sus gafas y le dije, «esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto». Me miró y me dijo: «¡gracias!».

    Le ayudé con sus libros y caminamos hasta su casa. Vivía cerca de mí. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana.

    El lunes por la mañana ahí estaba Kyle, de nuevo con aquella enorme pila de libros. Le dije: «Vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días». Se rió y me dio la mitad para que le ayudara. Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.

    Al terminar el instituto, Kyle se veía realmente bien. Era una de esas personas que se había encontrado a sí mismo durante el Bachillerato, había mejorado en todos los aspectos, sus gafas no eran motivo de burlas o de complejos, y las chicas lo adoraban. ¡Caramba!… Algunas veces hasta me sentía celoso. Ambos decidimos ir a universidades distintas, pero yo sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración.

    Un día, jugando a “las prendas” (el que pierde elige quitarse una prenda o responder una pregunta directa) contó cómo nos habíamos conocido. Inició su respuesta con esta reflexión: » Ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir”. Yo miraba incrédulo a mi amigo cuando relataba que el fin de semana que nos conocimos él había planeado suicidarse. Limpió su taquilla y se llevó todos sus libros a casa para evitar que su madre tuviera que pasar el mal trago de regresar al “insti” a recoger sus cosas. Mirándome, con una sonrisa culpable dibujada en su rostro, dijo: «Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable».

    Asombrado, pensaba cómo era posible que un chico apuesto y popular como mi amigo contara a todos su momento de debilidad. El concluyó su narración diciendo:

    Quote:

    «Nunca subestiméis el poder de vuestras acciones: con un pequeño gesto podéis cambiar la vida de otras personas, para bien o para mal.”

    Como les decía la semana pasada, los cristianos de 2012 no buscamos imponer nuestra religión o norma moral a nadie, pero creemos firmemente que otro mundo es posible.

    Desde mi punto de vista, el secreto para lograr el éxito en esta empresa, no es imponer desde el poder establecido una religión y/o unos valores, sino adoptar, individualmente, actitudes que marquen la diferencia. La suma total de muchas amas de casa, estudiantes, maestros, periodistas, médicos, políticos y profesionales varios, que no ceden a la mediocridad, que procuran ser fieles a los valores cristianos y se mantienen constantemente aprendiendo, lograría que se visualizara la religión en el espacio público con la naturalidad que le corresponde; supondría que todos ellos – cada cual en el campo donde su experiencia le avala – serían capaces de aportar al diálogo social argumentos razonables y consistentes; alcanzaríamos la autonomía necesaria para vivir en libertad según la fe de cada cual, sin sufrir el anticlericalismo en la sociedad civil, ni el clericalismo en el seno de la Iglesia, y lograríamos que los estados, poco a poco, entendieran y practicaran la plena cooperación con todas las religiones. Les invito a seguir “cavilando” conmigo en estos aspectos.[/align]

    #12193
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]EL HECHO RELIGIOSO[/align]

    [align=justify]Si vamos a abordar el tema Iglesia-Estado, quizás convenga explicar por qué es un tema a debatir. ¿Por qué la religión merece consideración aparte? ¿Acaso no es un matiz más – comparable con la práctica sexual, el estilismo o la profesión – de la faceta privada en la vida de las personas?

    La respuesta es NO, categóricamente no. La religiosidad es una de esas actitudes personales que nos empujan a relacionarnos con los otros, con aquellas personas que participan de la misma fe. Tiene por lo tanto una dimensión pública inevitable. Y digo más, es tal el poder de cohesión que entraña, que muchos gobernantes han recurrido – y recurren – a la religión como instrumento de unidad nacional y organización territorial. Todos sabemos que han existido clérigos con afán de poder, que lograron situarse muy dentro y muy alto del aparato estatal. Pero los que promovieron y promueven la imposición de una u otra fe, aprovechando el sometimiento de las conciencias al que conduce un mal entendimiento de la moral religiosa, han sido los laicos que ostentaban el poder político, y que situaron deliberadamente a esos clérigos en determinados puestos.

    La religión, por su universalidad y evolución a través de los tiempos y las culturas, es un concepto que presenta tantas definiciones como ramas del saber promueven su estudio y comprensión. Pero podríamos agruparlas en tres categorías: históricas, teológico-filosóficas y antropológicas.

    En el primer grupo tenemos interpretaciones de la religión como explicación racional de los misterios de la naturaleza, como intento de controlar los fenómenos a través de la magia, o como respuesta a los sentimientos de impotencia ante los fenómenos de la naturaleza, ante la muerte y ante el anhelo de trascendencia que anida en el corazón de los hombres.

    Entre las definiciones teológico-filosóficas tenemos una larga lista de estudiosos e intelectuales que enfocan la religión de forma esencialista. Tratan de definir lo religioso como sistema de creencias, de explicar la dimensión espiritual del hombre, su alcance, el impacto que tiene en la configuración del “ente personal” y delimitar conceptos como “sagrado”, “misterio” o “absoluto”.

    Las definiciones antropológicas son funcionalistas, se fijan en los comportamientos particulares y sociales para explicar de forma pragmática las estructuras sociales y los mecanismos de control que desarrollan los distintos grupos humanos.

    Para los pueblos primitivos, la religión constituía el principal pilar del entramado social: brindaba estabilidad y supervivencia al grupo a través del mito.

    En las sociedades modernas la religión ha perdido importancia en estas funciones. No representa la única forma de moral, ni la única fuente de Derecho. Pero en tanto que ofrece respuestas a la interpretación del mundo (origen y destino), en tanto que configura la psicología del individuo, aportando elementos de estabilidad emocional (sentido de la vida, salvación individual) y social (defensa de la familia, dignidad del hombre y del trabajo, sentido de la autoridad, reivindicación del sacrificio, control de los sistemas económicos mediante la crítica) es un aspecto de la vida comunitaria que no se puede ignorar.

    Hoy día parece generalmente aceptada la no-discriminación por profesar una fe concreta o ninguna, pero lo cierto es que sí se discrimina e incluso se mata, tal como sucedió en Nigeria las pasadas Navidades. A muchos españoles esta actitud puede parecerles tercermundista y distante. Olvidan que hace sólo setenta y cinco años matábamos a curas, monjas y laicos cristianos sólo por ser fieles a la Iglesia católica, o que durante los ocho últimos años se ha desarrollado una agresiva campaña anticatólica, bajo el eslogan “los mismos derechos para todos”, que discriminaba a los católicos pretendiendo arrancarles espacios y derechos adquiridos durante siglos, por su contribución y presencia en la sociedad española. Me pregunto qué pasaría si se aplicara este mismo planteamiento a los privilegios históricos de los que disfrutan las comunidades forales españolas.

    La religiosidad no es una dimensión irrelevante. El tema Iglesia-Estado está sobradamente justificado. Sin prejuicios, con actitud abierta y desapasionada, vamos a intentar concluir cual sería la premisa más libre y justa posible para integrar el hecho religioso en la vida de nuestra sociedad.[/align]

    #18246
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]EL HECHO RELIGIOSO[/align]

    [align=justify]Si vamos a abordar el tema Iglesia-Estado, quizás convenga explicar por qué es un tema a debatir. ¿Por qué la religión merece consideración aparte? ¿Acaso no es un matiz más – comparable con la práctica sexual, el estilismo o la profesión – de la faceta privada en la vida de las personas?

    La respuesta es NO, categóricamente no. La religiosidad es una de esas actitudes personales que nos empujan a relacionarnos con los otros, con aquellas personas que participan de la misma fe. Tiene por lo tanto una dimensión pública inevitable. Y digo más, es tal el poder de cohesión que entraña, que muchos gobernantes han recurrido – y recurren – a la religión como instrumento de unidad nacional y organización territorial. Todos sabemos que han existido clérigos con afán de poder, que lograron situarse muy dentro y muy alto del aparato estatal. Pero los que promovieron y promueven la imposición de una u otra fe, aprovechando el sometimiento de las conciencias al que conduce un mal entendimiento de la moral religiosa, han sido los laicos que ostentaban el poder político, y que situaron deliberadamente a esos clérigos en determinados puestos.

    La religión, por su universalidad y evolución a través de los tiempos y las culturas, es un concepto que presenta tantas definiciones como ramas del saber promueven su estudio y comprensión. Pero podríamos agruparlas en tres categorías: históricas, teológico-filosóficas y antropológicas.

    En el primer grupo tenemos interpretaciones de la religión como explicación racional de los misterios de la naturaleza, como intento de controlar los fenómenos a través de la magia, o como respuesta a los sentimientos de impotencia ante los fenómenos de la naturaleza, ante la muerte y ante el anhelo de trascendencia que anida en el corazón de los hombres.

    Entre las definiciones teológico-filosóficas tenemos una larga lista de estudiosos e intelectuales que enfocan la religión de forma esencialista. Tratan de definir lo religioso como sistema de creencias, de explicar la dimensión espiritual del hombre, su alcance, el impacto que tiene en la configuración del “ente personal” y delimitar conceptos como “sagrado”, “misterio” o “absoluto”.

    Las definiciones antropológicas son funcionalistas, se fijan en los comportamientos particulares y sociales para explicar de forma pragmática las estructuras sociales y los mecanismos de control que desarrollan los distintos grupos humanos.

    Para los pueblos primitivos, la religión constituía el principal pilar del entramado social: brindaba estabilidad y supervivencia al grupo a través del mito.

    En las sociedades modernas la religión ha perdido importancia en estas funciones. No representa la única forma de moral, ni la única fuente de Derecho. Pero en tanto que ofrece respuestas a la interpretación del mundo (origen y destino), en tanto que configura la psicología del individuo, aportando elementos de estabilidad emocional (sentido de la vida, salvación individual) y social (defensa de la familia, dignidad del hombre y del trabajo, sentido de la autoridad, reivindicación del sacrificio, control de los sistemas económicos mediante la crítica) es un aspecto de la vida comunitaria que no se puede ignorar.

    Hoy día parece generalmente aceptada la no-discriminación por profesar una fe concreta o ninguna, pero lo cierto es que sí se discrimina e incluso se mata, tal como sucedió en Nigeria las pasadas Navidades. A muchos españoles esta actitud puede parecerles tercermundista y distante. Olvidan que hace sólo setenta y cinco años matábamos a curas, monjas y laicos cristianos sólo por ser fieles a la Iglesia católica, o que durante los ocho últimos años se ha desarrollado una agresiva campaña anticatólica, bajo el eslogan “los mismos derechos para todos”, que discriminaba a los católicos pretendiendo arrancarles espacios y derechos adquiridos durante siglos, por su contribución y presencia en la sociedad española. Me pregunto qué pasaría si se aplicara este mismo planteamiento a los privilegios históricos de los que disfrutan las comunidades forales españolas.

    La religiosidad no es una dimensión irrelevante. El tema Iglesia-Estado está sobradamente justificado. Sin prejuicios, con actitud abierta y desapasionada, vamos a intentar concluir cual sería la premisa más libre y justa posible para integrar el hecho religioso en la vida de nuestra sociedad.[/align]

    #12194
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center][align=justify]La religiosidad condiciona el desarrollo de las sociedades en una doble vertiente: por un lado, promueve un sistema de valores que los individuos aprenden, sobre todo en las familias, y que interiorizan conforme desarrollan su propia personalidad. Un hombre o una mujer ejemplar transformarán su entorno; por otro lado, el crecimiento en número de una comunidad religiosa hace más visible la estructura moral, el ritual y la historia de dicha religión: no serían concebibles el impacto mediático de la Conferencia Episcopal Española, ni la Semana Santa española, ni el peso cultural de nuestro patrimonio artístico, si la mayoría de los españoles no fueran católicos.

    Tradicionalmente se distinguen dos tipos de creyentes:

    Los practicantes: aquellos que se esfuerzan en ser consecuentes con la fe que profesan en su vida familiar y profesional, que procuran mantenerse formados en los temas cuya repercusión o calado requieren una valoración a la luz de la fe, que se preparan para recibir los sacramentos consciente, digna y asiduamente, que viven la proyección social de su fe (procesiones y otras celebraciones públicas, declaraciones y manifiestos de los obispos o de grupos laicos, participación en los debates que combaten leyes abiertamente inmorales, etc.) como expresión preclara de la libertad religiosa.

    Y los no practicantes: aquellos que adoptan una actitud pasiva en lo referente a la religión, relegándola al ámbito estrictamente privado y de los sentimientos particulares; no hacen ningún esfuerzo por actualizar su formación religiosa, viven los sacramentos de iniciación como un evento social o como parte de la tradición familiar, pero no piden los demás sacramentos, entienden que borrar del mapa social las expresiones religiosas públicas no supondría agravio alguno ni diferencia sustancial, que las asociaciones de fieles no han de beneficiarse de ninguna subvención estatal, y que los argumentos religiosos no tienen cabida en la discusión de leyes que afectan al colectivo de los españoles.

    Yo añadiría un tercer grupo, que probablemente aglutina a la mayoría de los españoles: los cristianos “informales”. Serían aquellos cristianos que, pese a no mover un dedo para ser consecuentes con su fe, sienten muy hondo la religión recibida de sus padres o abuelos y la reconocen como raíz cultural inapelable. No van a misa los domingos por pereza, pero acuden a la iglesia cuando suben al pueblo paterno; reconocen y desean el modelo de familia y sociedad que promueve el cristianismo – aunque no sean consecuentes con él- por parecerles el más sensato y viable; no son indiferentes a la fe católica y aunque recurren a los tópicos para criticar a la Iglesia, defienden el cristianismo y sus expresiones como aquel que defiende al chico con gafas del que todos se ríen en el patio del colegio.

    Tal como lo veo, sólo los primeros son solventes cara a la participación en el diálogo social. Y puesto que es imposible conocer el Evangelio – o la Doctrina de la Iglesia emanada del mismo – y no sentirse vivo por dentro a la par que protagonista de la propia historia, estos cristianos son también los más indicados para presentar en público las razones del cristianismo.

    La semana pasada señalaba cuál es la relevancia del hecho religioso para concluir que los argumentos enraizados en la propia religión, pueden ser compartidos o no pero, no son irrelevantes. Los cristianos tenemos, por lo tanto, derecho a reclamar voz y voto propios en aquellos asuntos que afectan a dimensiones esenciales de la persona.

    Afirmar que un alcalde o un médico tocólogo, ateo o agnóstico, es más imparcial y justo que otro practicante, es perverso y falso. No se puede asociar el bien con la ley impuesta por los gobernantes (positivismo) y la moral con el subjetivismo de la persona.

    El bien y el mal objetivos existen, y cualquier hombre es capaz de discernirlos. Por ejemplo, toda persona puede entender que matar es malo, cosa que no puede decirse de la ley hipotecaria. La norma de conducta universal que señala el camino del bien es la ley natural (perfectamente reunida en los mandamientos de Moisés). Esta ley apela a lo moralmente recto, lo imponible, mientras que las leyes civiles son (o deberían ser) consejos que aspiran a promover la progresiva perfección de las sociedades. Por lo tanto, en la búsqueda de la verdad que nos conduce a una sociedad más justa y libre conviene tener presentes todos los puntos de vista posibles (el estadista, el filosófico, el del derecho…) También el religioso.[/align]

    #18247
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center][align=justify]La religiosidad condiciona el desarrollo de las sociedades en una doble vertiente: por un lado, promueve un sistema de valores que los individuos aprenden, sobre todo en las familias, y que interiorizan conforme desarrollan su propia personalidad. Un hombre o una mujer ejemplar transformarán su entorno; por otro lado, el crecimiento en número de una comunidad religiosa hace más visible la estructura moral, el ritual y la historia de dicha religión: no serían concebibles el impacto mediático de la Conferencia Episcopal Española, ni la Semana Santa española, ni el peso cultural de nuestro patrimonio artístico, si la mayoría de los españoles no fueran católicos.

    Tradicionalmente se distinguen dos tipos de creyentes:

    Los practicantes: aquellos que se esfuerzan en ser consecuentes con la fe que profesan en su vida familiar y profesional, que procuran mantenerse formados en los temas cuya repercusión o calado requieren una valoración a la luz de la fe, que se preparan para recibir los sacramentos consciente, digna y asiduamente, que viven la proyección social de su fe (procesiones y otras celebraciones públicas, declaraciones y manifiestos de los obispos o de grupos laicos, participación en los debates que combaten leyes abiertamente inmorales, etc.) como expresión preclara de la libertad religiosa.

    Y los no practicantes: aquellos que adoptan una actitud pasiva en lo referente a la religión, relegándola al ámbito estrictamente privado y de los sentimientos particulares; no hacen ningún esfuerzo por actualizar su formación religiosa, viven los sacramentos de iniciación como un evento social o como parte de la tradición familiar, pero no piden los demás sacramentos, entienden que borrar del mapa social las expresiones religiosas públicas no supondría agravio alguno ni diferencia sustancial, que las asociaciones de fieles no han de beneficiarse de ninguna subvención estatal, y que los argumentos religiosos no tienen cabida en la discusión de leyes que afectan al colectivo de los españoles.

    Yo añadiría un tercer grupo, que probablemente aglutina a la mayoría de los españoles: los cristianos “informales”. Serían aquellos cristianos que, pese a no mover un dedo para ser consecuentes con su fe, sienten muy hondo la religión recibida de sus padres o abuelos y la reconocen como raíz cultural inapelable. No van a misa los domingos por pereza, pero acuden a la iglesia cuando suben al pueblo paterno; reconocen y desean el modelo de familia y sociedad que promueve el cristianismo – aunque no sean consecuentes con él- por parecerles el más sensato y viable; no son indiferentes a la fe católica y aunque recurren a los tópicos para criticar a la Iglesia, defienden el cristianismo y sus expresiones como aquel que defiende al chico con gafas del que todos se ríen en el patio del colegio.

    Tal como lo veo, sólo los primeros son solventes cara a la participación en el diálogo social. Y puesto que es imposible conocer el Evangelio – o la Doctrina de la Iglesia emanada del mismo – y no sentirse vivo por dentro a la par que protagonista de la propia historia, estos cristianos son también los más indicados para presentar en público las razones del cristianismo.

    La semana pasada señalaba cuál es la relevancia del hecho religioso para concluir que los argumentos enraizados en la propia religión, pueden ser compartidos o no pero, no son irrelevantes. Los cristianos tenemos, por lo tanto, derecho a reclamar voz y voto propios en aquellos asuntos que afectan a dimensiones esenciales de la persona.

    Afirmar que un alcalde o un médico tocólogo, ateo o agnóstico, es más imparcial y justo que otro practicante, es perverso y falso. No se puede asociar el bien con la ley impuesta por los gobernantes (positivismo) y la moral con el subjetivismo de la persona.

    El bien y el mal objetivos existen, y cualquier hombre es capaz de discernirlos. Por ejemplo, toda persona puede entender que matar es malo, cosa que no puede decirse de la ley hipotecaria. La norma de conducta universal que señala el camino del bien es la ley natural (perfectamente reunida en los mandamientos de Moisés). Esta ley apela a lo moralmente recto, lo imponible, mientras que las leyes civiles son (o deberían ser) consejos que aspiran a promover la progresiva perfección de las sociedades. Por lo tanto, en la búsqueda de la verdad que nos conduce a una sociedad más justa y libre conviene tener presentes todos los puntos de vista posibles (el estadista, el filosófico, el del derecho…) También el religioso.[/align]

    #12195
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]DEBATE CONSTRUCTIVO [/align]

    [align=justify]Poner freno a la práctica de una religión o secta que fomenta el asesinato de negros albinos para atraer a la suerte, parece razonable. Sin embargo, hechos como éste no justifican el afán por apartar la idea de Dios de las sociedades desarrolladas, sobre todo cuando el modelo de religión que tenemos más cerca, aquel que vivimos mayoritariamente en Europa, es el de un credo que protege la vida e impulsa la fraternidad.

    Ahora bien, ¿los católicos sabemos fomentar el diálogo entre la sociedad y la religión? ¿Conducimos este diálogo de forma constructiva? ¿Qué podemos aportar al mismo?

    Enumeraré algunos temas en los que nuestro criterio, por ser distinto y objetivamente mejor, puede ser expuesto sin reparos y tenido en cuenta:

    1. La belleza como expresión y recompensa del bien al que tendemos: hay edificios, mosaicos, pinturas, esculturas, diseños de interiores, obras civiles, ect., que nos roban el aliento. Recientemente vi unas fotos de la mezquita de Sheikh Zayed, y otras de la catedral de San Basil’s que me fascinaron. La belleza que conmueve nos remite al interior de nosotros mismos, a mirar a los otros con confianza porque quien es capaz de crear tanta belleza tendrá, al menos, un punto bueno. La belleza nos remite a Dios como al Creador que hizo al hombre capaz de tales obras.

    2. La concepción de la mujer: no sólo predicamos igual dignidad – en términos de derechos y deberes – entre hombres y mujeres, sino que valoramos mucho las dotes que distinguen y acompañan a la feminidad (maternidad, afán de superación, capacidad para sociabilizar, cercanía, coraje, responsabilidad, etc.) por la repercusión que tienen en las familias y en las sociedades. Fomentamos la libertad femenina reforzando la misma con premisas basadas en el amor, alertamos sobre el utilitarismo sexual al que quiere someterla la sociedad de consumo, etc.

    3. Familia: la gente puede tener la familia que desee – o la que le toque -, pero el modelo que viven y defienden los cristianos es el más humano y viable.

    4. Derechos humanos: nadie defiende la vida en términos tan absolutos como el cristianismo. La dignidad de hijos de Dios que viven los fieles católicos refuerza cualquier argumento en favor de los derechos humanos, convirtiéndose en el razonamiento definitivo para zanjar la discusión sobre si son o no fundamentales.

    5. Justicia social: el cristianismo reivindica continuamente el concepto de “bien común” – un concepto menospreciado por la Justicia civil – frente a la “justicia individual distributiva” (lo que conviene a todos, por ejemplo que nazcan los niños, frente a lo que cada uno reclama, por ejemplo mayor libertad individual o beneficio económico).

    Son valores surgidos y desarrollados bajo la influencia del cristianismo: el derecho de los hombres a vivir de su trabajo, la defensa del trabajador como un valor en sí mismo al que no se debe renunciar en primer lugar, la erradicación de la explotación laboral, la colaboración denodada con el desarrollo de ideas empresariales que hagan de este mundo un lugar más parecido al reino de los cielos o la cooperación al desarrollo como expresión del reparto de los bienes en la tierra.

    6. Leyes civiles: denunciar y oponerse a leyes abiertamente injustas que se imponen amparadas por las mayorías, promover un derecho que no renuncie a la discusión sobre la verdad y lo bueno para el hombre según la ley natural, aplicar las normas legales preguntándose por la justicia que resuelve el conflicto y educa a la sociedad, en lugar de por la norma que toca o conviene aplicar, etc.

    7. Religión: fomentar una sociedad donde el hombre pueda – si así lo desea – ir al encuentro de Dios.

    8. Ciencia: no reducir al hombre a mero sustrato para la investigación, sino optimizar y/o descubrir los recursos de la naturaleza al servicio de la vida buena, un ideal practicable.

    9. Democracia: profundizar en el significado de la subsidiariedad y del equilibrio necesario entre esta, y la solidaridad.

    10. Paz: en una sociedad con un creciente mestizaje de culturas, alimentar la convivencia basada en el respeto, el perdón y la justicia.

    Los cristianos podemos – y debemos – promover un diálogo constructivo. ¿Cómo? Unas veces será con el ejemplo (actitud irrenunciable), otras, provocando el debate sobre los asuntos que requieren nuestra atención.[/align]

    #18248
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]DEBATE CONSTRUCTIVO [/align]

    [align=justify]Poner freno a la práctica de una religión o secta que fomenta el asesinato de negros albinos para atraer a la suerte, parece razonable. Sin embargo, hechos como éste no justifican el afán por apartar la idea de Dios de las sociedades desarrolladas, sobre todo cuando el modelo de religión que tenemos más cerca, aquel que vivimos mayoritariamente en Europa, es el de un credo que protege la vida e impulsa la fraternidad.

    Ahora bien, ¿los católicos sabemos fomentar el diálogo entre la sociedad y la religión? ¿Conducimos este diálogo de forma constructiva? ¿Qué podemos aportar al mismo?

    Enumeraré algunos temas en los que nuestro criterio, por ser distinto y objetivamente mejor, puede ser expuesto sin reparos y tenido en cuenta:

    1. La belleza como expresión y recompensa del bien al que tendemos: hay edificios, mosaicos, pinturas, esculturas, diseños de interiores, obras civiles, ect., que nos roban el aliento. Recientemente vi unas fotos de la mezquita de Sheikh Zayed, y otras de la catedral de San Basil’s que me fascinaron. La belleza que conmueve nos remite al interior de nosotros mismos, a mirar a los otros con confianza porque quien es capaz de crear tanta belleza tendrá, al menos, un punto bueno. La belleza nos remite a Dios como al Creador que hizo al hombre capaz de tales obras.

    2. La concepción de la mujer: no sólo predicamos igual dignidad – en términos de derechos y deberes – entre hombres y mujeres, sino que valoramos mucho las dotes que distinguen y acompañan a la feminidad (maternidad, afán de superación, capacidad para sociabilizar, cercanía, coraje, responsabilidad, etc.) por la repercusión que tienen en las familias y en las sociedades. Fomentamos la libertad femenina reforzando la misma con premisas basadas en el amor, alertamos sobre el utilitarismo sexual al que quiere someterla la sociedad de consumo, etc.

    3. Familia: la gente puede tener la familia que desee – o la que le toque -, pero el modelo que viven y defienden los cristianos es el más humano y viable.

    4. Derechos humanos: nadie defiende la vida en términos tan absolutos como el cristianismo. La dignidad de hijos de Dios que viven los fieles católicos refuerza cualquier argumento en favor de los derechos humanos, convirtiéndose en el razonamiento definitivo para zanjar la discusión sobre si son o no fundamentales.

    5. Justicia social: el cristianismo reivindica continuamente el concepto de “bien común” – un concepto menospreciado por la Justicia civil – frente a la “justicia individual distributiva” (lo que conviene a todos, por ejemplo que nazcan los niños, frente a lo que cada uno reclama, por ejemplo mayor libertad individual o beneficio económico).

    Son valores surgidos y desarrollados bajo la influencia del cristianismo: el derecho de los hombres a vivir de su trabajo, la defensa del trabajador como un valor en sí mismo al que no se debe renunciar en primer lugar, la erradicación de la explotación laboral, la colaboración denodada con el desarrollo de ideas empresariales que hagan de este mundo un lugar más parecido al reino de los cielos o la cooperación al desarrollo como expresión del reparto de los bienes en la tierra.

    6. Leyes civiles: denunciar y oponerse a leyes abiertamente injustas que se imponen amparadas por las mayorías, promover un derecho que no renuncie a la discusión sobre la verdad y lo bueno para el hombre según la ley natural, aplicar las normas legales preguntándose por la justicia que resuelve el conflicto y educa a la sociedad, en lugar de por la norma que toca o conviene aplicar, etc.

    7. Religión: fomentar una sociedad donde el hombre pueda – si así lo desea – ir al encuentro de Dios.

    8. Ciencia: no reducir al hombre a mero sustrato para la investigación, sino optimizar y/o descubrir los recursos de la naturaleza al servicio de la vida buena, un ideal practicable.

    9. Democracia: profundizar en el significado de la subsidiariedad y del equilibrio necesario entre esta, y la solidaridad.

    10. Paz: en una sociedad con un creciente mestizaje de culturas, alimentar la convivencia basada en el respeto, el perdón y la justicia.

    Los cristianos podemos – y debemos – promover un diálogo constructivo. ¿Cómo? Unas veces será con el ejemplo (actitud irrenunciable), otras, provocando el debate sobre los asuntos que requieren nuestra atención.[/align]

    #12196
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]AUTONOMÍA TEMPORAL I

    (Un gesto de justicia)[/align]
    [align=justify]Autonomía y libertad son conceptos muy ligados, y si no, que se lo pregunten a las personas que necesitan asistencia a causa de alguna deficiencia física.

    Las mujeres del mundo entero sabemos que nuestra libertad está muy vinculada al sueldo que ganamos o ganaremos. Este nos permite – o permitirá – tomar decisiones sobre nuestras vidas (estudios, esposo, vender y comprar propiedades, viajar, etc.) que de otro modo estarían supeditadas a la voluntad de nuestro padre o tutor. Independencia económica y libertad de decisión, hoy día, son conceptos equivalentes.

    Cualquier asociación de personas empieza su andadura impulsada por la necesidad de reclamar o defender un bien común, pero uno de los primeros pasos a dar será buscar la financiación que le permita cumplir su objetivo. Puesto que los beneficiados directos son los propios asociados, ellos corren con los gastos y trabajos habituales derivados de la actividad ordinaria de la asociación. Sin embargo, la sociedad también se beneficia de la labor realizada por estas personas que, por poner algún ejemplo, evidencian las deficiencias del Estado en la atención de los enfermos de esclerosis múltiple o de los niños superdotados y en la investigación de enfermedades raras; asociaciones que inculcan en niños y jóvenes el compromiso activo con el medio ambiente y, por extensión, con la sociedad civil y con la democracia; que recogen y atienden a los más pobres, etc. Por este motivo el Estado suele concederles alguna ayuda en forma de subvención o convenio.

    Este planteamiento no sólo es de justicia, sino necesario. Tengamos presente que por la naturaleza de la actividad que desarrollan, no pueden generar recursos propios. Es decir, no venden nada que se les pueda pagar, ni ingresan dinero que puedan reinvertir en la propia asociación. Ayudarles económicamente, cuando se hace, demuestra la sensibilidad de las personas que integran las instituciones estatales. Es tanto como reconocer que “se les escapan” algunas realidades merecedoras de su atención – realidades que sí conocen a fondo asociaciones como las mencionadas-, y es la fórmula más eficiente para promover la iniciativa ciudadana y la corresponsabilidad social.

    Este es el punto de partida adecuado para debatir sobre la financiación de la Iglesia. Yo añado el siguiente matiz: no es lo mismo colaborar en la financiación de una institución que permite, protege y promueve el desarrollo de derechos fundamentales, entre ellos la libertad de culto, que una asociación que se dedica a recuperar el juego de los niños en las plazas de la ciudad, por muy loables que sean ambas acciones.

    La Iglesia (todos nosotros) es mucho más que una asociación de fieles, pero también es eso, una asociación. Si quiere ser autónoma, tendrá que aplicarse algunos principios que asumen aquellas instituciones cuya independencia y eficacia son demostradas: 1/. Asumir que el mayor bienhechor será aquel más consciente de la urgencia de los proyectos realizados y el más afín a la espiritualidad (filosofía, intencionalidad o mentalidad) que los sustenta. Por eso ha de salirse a su encuentro con campañas bien organizadas, sin perder de vista los propios fines, conscientes de que la independencia estará siempre por encima de la gratitud. 2/. No puede darse por ganado o perdido definitivamente a ningún colaborador. 3/. A falta de un impuesto religioso – caso de Alemania, cuyos pros y contras sería bueno discutir -, es imperativo lograr que los cristianos nos hagamos “socios” de la Iglesia. No basta con marcar la “x” en la casilla de la declaración de la renta. Para lograr esto hay que currarse una buena campaña de sensibilización. 4/. Tampoco estaría de más someterse a la auditoría de instituciones independientes y de prestigio. 5/. Los laicos católicos debemos dejar de tirar piedras contra el propio tejado diciendo cosas como que “a la Iglesia no se le debe respaldo económico alguno, y que si tiene problemas de liquidez puede vender el Vaticano”. ¿Le diríamos lo mismo al Estado en el caso de de los museos u otros edificios civiles destacados?

    Buscar la independencia económica y pelear denodadamente por conseguirla es un objetivo irrenunciable para la Iglesia. Pero seamos realistas: quien no tiene un sueldo no puede ser independiente, y quien tiene una vocación tan filantrópica como es el caso que nos ocupa, difícilmente puede dejar de pedir para dar.[/align]

    #18249
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]AUTONOMÍA TEMPORAL I

    (Un gesto de justicia)[/align]
    [align=justify]Autonomía y libertad son conceptos muy ligados, y si no, que se lo pregunten a las personas que necesitan asistencia a causa de alguna deficiencia física.

    Las mujeres del mundo entero sabemos que nuestra libertad está muy vinculada al sueldo que ganamos o ganaremos. Este nos permite – o permitirá – tomar decisiones sobre nuestras vidas (estudios, esposo, vender y comprar propiedades, viajar, etc.) que de otro modo estarían supeditadas a la voluntad de nuestro padre o tutor. Independencia económica y libertad de decisión, hoy día, son conceptos equivalentes.

    Cualquier asociación de personas empieza su andadura impulsada por la necesidad de reclamar o defender un bien común, pero uno de los primeros pasos a dar será buscar la financiación que le permita cumplir su objetivo. Puesto que los beneficiados directos son los propios asociados, ellos corren con los gastos y trabajos habituales derivados de la actividad ordinaria de la asociación. Sin embargo, la sociedad también se beneficia de la labor realizada por estas personas que, por poner algún ejemplo, evidencian las deficiencias del Estado en la atención de los enfermos de esclerosis múltiple o de los niños superdotados y en la investigación de enfermedades raras; asociaciones que inculcan en niños y jóvenes el compromiso activo con el medio ambiente y, por extensión, con la sociedad civil y con la democracia; que recogen y atienden a los más pobres, etc. Por este motivo el Estado suele concederles alguna ayuda en forma de subvención o convenio.

    Este planteamiento no sólo es de justicia, sino necesario. Tengamos presente que por la naturaleza de la actividad que desarrollan, no pueden generar recursos propios. Es decir, no venden nada que se les pueda pagar, ni ingresan dinero que puedan reinvertir en la propia asociación. Ayudarles económicamente, cuando se hace, demuestra la sensibilidad de las personas que integran las instituciones estatales. Es tanto como reconocer que “se les escapan” algunas realidades merecedoras de su atención – realidades que sí conocen a fondo asociaciones como las mencionadas-, y es la fórmula más eficiente para promover la iniciativa ciudadana y la corresponsabilidad social.

    Este es el punto de partida adecuado para debatir sobre la financiación de la Iglesia. Yo añado el siguiente matiz: no es lo mismo colaborar en la financiación de una institución que permite, protege y promueve el desarrollo de derechos fundamentales, entre ellos la libertad de culto, que una asociación que se dedica a recuperar el juego de los niños en las plazas de la ciudad, por muy loables que sean ambas acciones.

    La Iglesia (todos nosotros) es mucho más que una asociación de fieles, pero también es eso, una asociación. Si quiere ser autónoma, tendrá que aplicarse algunos principios que asumen aquellas instituciones cuya independencia y eficacia son demostradas: 1/. Asumir que el mayor bienhechor será aquel más consciente de la urgencia de los proyectos realizados y el más afín a la espiritualidad (filosofía, intencionalidad o mentalidad) que los sustenta. Por eso ha de salirse a su encuentro con campañas bien organizadas, sin perder de vista los propios fines, conscientes de que la independencia estará siempre por encima de la gratitud. 2/. No puede darse por ganado o perdido definitivamente a ningún colaborador. 3/. A falta de un impuesto religioso – caso de Alemania, cuyos pros y contras sería bueno discutir -, es imperativo lograr que los cristianos nos hagamos “socios” de la Iglesia. No basta con marcar la “x” en la casilla de la declaración de la renta. Para lograr esto hay que currarse una buena campaña de sensibilización. 4/. Tampoco estaría de más someterse a la auditoría de instituciones independientes y de prestigio. 5/. Los laicos católicos debemos dejar de tirar piedras contra el propio tejado diciendo cosas como que “a la Iglesia no se le debe respaldo económico alguno, y que si tiene problemas de liquidez puede vender el Vaticano”. ¿Le diríamos lo mismo al Estado en el caso de de los museos u otros edificios civiles destacados?

    Buscar la independencia económica y pelear denodadamente por conseguirla es un objetivo irrenunciable para la Iglesia. Pero seamos realistas: quien no tiene un sueldo no puede ser independiente, y quien tiene una vocación tan filantrópica como es el caso que nos ocupa, difícilmente puede dejar de pedir para dar.[/align]

    #12197
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]AUTONOMÍA TEMPORAL II [/align]
    [align=center]¿Libres o esclavos del dinero?[/align]
    [align=justify]El domingo pasado, comentando esta sección, me decía una señora: “dices que la independencia económica es un objetivo irrenunciable para la Iglesia y, al mismo tiempo, que seamos realistas y que no dejemos de pedir al Estado para poder seguir dando, ¿en qué quedamos?”.

    Tenía razón esta señora al señalar la aparente contradicción. Pero resulta que, una vez más, la virtud está en el medio.

    Es evidente que no pueden tener igual tratamiento las empresas o los particulares con capacidad de generar recursos propios, para hacer con ellos lo que quieran – fijar la sede en el rascacielos más alto de España o comprarse un Rolex-, que aquellas asociaciones de ciudadanos, constituidas sin ánimo de lucro, cuyo objetivo es lograr un bien común, por ejemplo, socorrer a las mujeres embarazadas que se plantean el aborto por la falta de recursos materiales para criar a sus hijos. La Iglesia católica entra en esta segunda categoría.

    El objetivo de una empresa es ganar dinero vendiendo algo que el resto del mundo está dispuesto a comprarle. El objetivo de la Iglesia, y de muchas otras asociaciones, no es ganar dinero, sino dar respuesta a múltiples necesidades planteadas en determinados colectivos. Por pretender un bien común, no un interés personal, sólo por eso, ya merecería el apoyo estatal.

    El Estado es subsidiario de los derechos y deberes de las personas que habitamos dentro del mismo, pero no debe decidir -pese a los antecedentes en sentido contrario- que un derecho deja de serlo porque el Gobierno de turno lo quiera, ni usurpar el ejercicio particular de cualquier derecho, ni inventarse derechos que atentan contra la ley natural, esa que todos los hombres del mundo entendemos y podemos aceptar como el marco universal de la justicia que regirá nuestras vidas.

    Un estado razonable, plural, sin condicionamientos ideológicos ni religiosos, debe ayudar a la Iglesia porque los fines que persigue son buenos, y porque, en el caso de nuestro país, integran esta institución en torno al 85% de los españoles.

    Soslayo deliberadamente el asunto de la participación – a mi juicio obligada – en el mantenimiento del patrimonio cultural legado por los cristianos españoles de todos los tiempos, y el asunto de si se nos debe el mismo trato o no, que a otras religiones.

    Ahora bien, no es el Estado quien debe asegurar el funcionamiento de la Iglesia, sino los propios cristianos. Así sucede de hecho en aquellas regiones del mundo donde la Iglesia es perseguida, y así ha sucedido tradicionalmente. La Iglesia ha sabido subsistir pese a desamortizaciones y expolios varios.

    Si los cristianos no podemos contar con ninguna ayuda económica estatal, haremos como hacen las familias que padecen el paro: funcionar con lo que tenemos. Dejaremos caer los tejados que no podamos reparar, alquilaremos lonjas para celebrar la misa dominical en lugar de comprar parcelas para levantar templos, elegiremos entre pagar el recibo de la luz de la parroquia o volver a las velas, y entre asegurar el alimento, vestido y alojamiento de nuestros sacerdotes, en nuestras casas, o entregarles un sueldo digno obtenido a escote. Los cristianos no somos esclavos del dinero, nunca lo hemos sido y nunca lo seremos, porque si una cualidad nos caracteriza, esa es la capacidad de compartir y ayudar.

    Ello no obstante, será difícil mantener el enorme abrazo que ofrecemos a los más necesitados de la sociedad – que no siempre son pobres – si no tenernos más medios que nuestro oído para escuchar con amor.

    ¡Venga! Seamos consecuentes y generosos.»Suscribámonos” a la Iglesia. Vayamos esta misma semana al banco, y demos orden de transferir mensualmente a la cuenta de nuestra iglesia diocesana , o de nuestra parroquia, o de Manos Unidas, o de… la cantidad que podamos permitirnos (15, 70, 150 €, o los que sean).

    Hagamos lo que está a nuestro alcance para logar la autonomía temporal de la Iglesia. Démosle y exijámosle al mismo tiempo.

    Iglesia somos todos, y será tanto mejor, más actual, más potente, dinámica, austera, generosa, intelectual, práctica, etc., cuanto más actuales, dinámicos, austeros, generosos, formados, prácticos, etc. seamos cada uno de nosotros.[/align]

    Quote:

    El número de cuenta de la Diócesis es: 2085 5652 81 0300438880. Cualquier donativo realizado (esporádico o mensual) puede desgravarse del IRPF.

    #18250
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]AUTONOMÍA TEMPORAL II [/align]
    [align=center]¿Libres o esclavos del dinero?[/align]
    [align=justify]El domingo pasado, comentando esta sección, me decía una señora: “dices que la independencia económica es un objetivo irrenunciable para la Iglesia y, al mismo tiempo, que seamos realistas y que no dejemos de pedir al Estado para poder seguir dando, ¿en qué quedamos?”.

    Tenía razón esta señora al señalar la aparente contradicción. Pero resulta que, una vez más, la virtud está en el medio.

    Es evidente que no pueden tener igual tratamiento las empresas o los particulares con capacidad de generar recursos propios, para hacer con ellos lo que quieran – fijar la sede en el rascacielos más alto de España o comprarse un Rolex-, que aquellas asociaciones de ciudadanos, constituidas sin ánimo de lucro, cuyo objetivo es lograr un bien común, por ejemplo, socorrer a las mujeres embarazadas que se plantean el aborto por la falta de recursos materiales para criar a sus hijos. La Iglesia católica entra en esta segunda categoría.

    El objetivo de una empresa es ganar dinero vendiendo algo que el resto del mundo está dispuesto a comprarle. El objetivo de la Iglesia, y de muchas otras asociaciones, no es ganar dinero, sino dar respuesta a múltiples necesidades planteadas en determinados colectivos. Por pretender un bien común, no un interés personal, sólo por eso, ya merecería el apoyo estatal.

    El Estado es subsidiario de los derechos y deberes de las personas que habitamos dentro del mismo, pero no debe decidir -pese a los antecedentes en sentido contrario- que un derecho deja de serlo porque el Gobierno de turno lo quiera, ni usurpar el ejercicio particular de cualquier derecho, ni inventarse derechos que atentan contra la ley natural, esa que todos los hombres del mundo entendemos y podemos aceptar como el marco universal de la justicia que regirá nuestras vidas.

    Un estado razonable, plural, sin condicionamientos ideológicos ni religiosos, debe ayudar a la Iglesia porque los fines que persigue son buenos, y porque, en el caso de nuestro país, integran esta institución en torno al 85% de los españoles.

    Soslayo deliberadamente el asunto de la participación – a mi juicio obligada – en el mantenimiento del patrimonio cultural legado por los cristianos españoles de todos los tiempos, y el asunto de si se nos debe el mismo trato o no, que a otras religiones.

    Ahora bien, no es el Estado quien debe asegurar el funcionamiento de la Iglesia, sino los propios cristianos. Así sucede de hecho en aquellas regiones del mundo donde la Iglesia es perseguida, y así ha sucedido tradicionalmente. La Iglesia ha sabido subsistir pese a desamortizaciones y expolios varios.

    Si los cristianos no podemos contar con ninguna ayuda económica estatal, haremos como hacen las familias que padecen el paro: funcionar con lo que tenemos. Dejaremos caer los tejados que no podamos reparar, alquilaremos lonjas para celebrar la misa dominical en lugar de comprar parcelas para levantar templos, elegiremos entre pagar el recibo de la luz de la parroquia o volver a las velas, y entre asegurar el alimento, vestido y alojamiento de nuestros sacerdotes, en nuestras casas, o entregarles un sueldo digno obtenido a escote. Los cristianos no somos esclavos del dinero, nunca lo hemos sido y nunca lo seremos, porque si una cualidad nos caracteriza, esa es la capacidad de compartir y ayudar.

    Ello no obstante, será difícil mantener el enorme abrazo que ofrecemos a los más necesitados de la sociedad – que no siempre son pobres – si no tenernos más medios que nuestro oído para escuchar con amor.

    ¡Venga! Seamos consecuentes y generosos.»Suscribámonos” a la Iglesia. Vayamos esta misma semana al banco, y demos orden de transferir mensualmente a la cuenta de nuestra iglesia diocesana , o de nuestra parroquia, o de Manos Unidas, o de… la cantidad que podamos permitirnos (15, 70, 150 €, o los que sean).

    Hagamos lo que está a nuestro alcance para logar la autonomía temporal de la Iglesia. Démosle y exijámosle al mismo tiempo.

    Iglesia somos todos, y será tanto mejor, más actual, más potente, dinámica, austera, generosa, intelectual, práctica, etc., cuanto más actuales, dinámicos, austeros, generosos, formados, prácticos, etc. seamos cada uno de nosotros.[/align]

    Quote:

    El número de cuenta de la Diócesis es: 2085 5652 81 0300438880. Cualquier donativo realizado (esporádico o mensual) puede desgravarse del IRPF.

    #12198
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]Cooperación del estado con las religiones[/align] [align=justify]Ya en el primer decenio del siglo XX el gran poeta Charles Pèguy decía que se estaba alumbrando, por primera vez, “un mundo sin Jesús después de Jesús”’.

    Esta afirmación no merecería comentario alguno si fuera la constatación de un hecho accesorio. Pero yo les pregunto: ¿el mundo que teníamos antes de Jesús era mejor? Si pudiéramos coger en las manos la historia, como si de la cinta de una película se tratara, y cortar o borrar de la misma el fenómeno del cristianismo, a las personas realizaron cualquier obra alentados por sus convicciones religiosas y todo lo que tiene algún matiz cristiano, tras los reajustes necesarios en la línea espacio temporal, el nuevo resultado obtenido, sin Jesús, ¿sería un mundo más humano o más salvaje?

    Benedicto XVI sentenciaba en su viaje a Compostela en 2010: “es una tragedia que en Europa haya arraigado la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”.

    En el fondo de toda discusión que implique los términos iglesia, estado, sociedad civil, religión y libertad, está el afán por responder a ésta pregunta: ¿la presencia de las religiones en el mundo contribuye al desarrollo de las sociedades o es un elemento prescindible y pasado de moda?

    Es público y notorio que el derecho y la economía han reducido el peso que en otro tiempo tenían la teología y la filosofía en la reflexión sobre el hombre y su acción personal y social. Hoy todos reivindicamos el respeto a los llamados derechos fundamentales y cada vez más personas tienen como única aspiración “el gozar de sus derechos sobre los demás hombres”. No logramos encontrar el justo equilibrio entre “mi derecho” y el “derecho ajeno”. Recurrimos constantemente al arbitrio del Estado renunciando, con frecuencia, a la reflexión en términos de moral, verdad o bien común y concediéndole al Estado la máxima potestad y libertad para interpretar los derechos fundamentales.

    Esto no debería ocurrir jamás. El poder político y el Estado no son sagrados ni omnipotentes. La afirmación de Jesús: “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, desmitifica la dimensión absoluta del poder político. Los llamados cuerpos intermedios de la sociedad (familia, asociaciones de todo pelaje, religiones con estructura social definida), deben tener su peso -y cada vez más- en la solución de conflictos y en la educación de la sociedad.

    Por otro lado, pensamos que si logramos hacernos ricos, tendremos el futuro y la felicidad asegurados. ¿Qué cosa nueva o necesaria o gratificante nos podrían aportar las religiones?

    Teniendo en mente a las cinco grandes religiones del mundo (cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo e hinduismo), y aún reconociendo diferencias notables, la respuesta no deja lugar a dudas: las religiones promocionan valores que configuran las relaciones entre las personas o entre el estado y el sujeto. De este modo refuerzan la identidad y la conciencia de los pueblos, dos aspectos que determinan la evolución de cualquier sociedad.

    La democracia necesita, ante todo, un capital social de confianza y un marco de ideales compartidos. Sin ellos degenera en pura administración de los conflictos entre intereses contrapuestos. Las religiones son amplios marcos, válidos dentro de ese primer marco general, que apelan continuamente a la antropología, que son fuente de civilización y prueba de que es posible construir la unidad desde la diferencia.

    La libertad religiosa no sólo es un derecho individual en la línea de la libertad de pensamiento, la objeción de conciencia o la libertad de cátedra. Es también un derecho de las sociedades a decidir, con absoluta libertad, de qué fuentes de conocimiento quiere nutrir su pensamiento colectivo –mayoritario o no-, sus leyes y sus expresiones culturales.

    Francia, Italia y España son los países europeos que tienen un debate sobre la laicidad más vivo. En los tres se sostiene normalmente que el estado ha de ser laico y neutro. Pero es necesario interpretar bien esta fórmula porque en las lecturas más radicales el adjetivo “laico” no significa “a-religioso”, sino “anti-religioso”.

    ¿Cuál podría ser el nuevo perfil público que se espera de las religiones en la actual coyuntura histórica de Occidente? Lo más urgente sería permitir la creación de una esfera – pública y plural, religiosamente cualificada- en la que las religiones desempeñen un papel de sujeto público, bien separado de la institución estatal y bien distinto dentro de la propia sociedad civil.

    Marta Caño Montejo[/align]

    #18251
    Anónimo
    Inactivo

    [align=center]Cooperación del estado con las religiones[/align] [align=justify]Ya en el primer decenio del siglo XX el gran poeta Charles Pèguy decía que se estaba alumbrando, por primera vez, “un mundo sin Jesús después de Jesús”’.

    Esta afirmación no merecería comentario alguno si fuera la constatación de un hecho accesorio. Pero yo les pregunto: ¿el mundo que teníamos antes de Jesús era mejor? Si pudiéramos coger en las manos la historia, como si de la cinta de una película se tratara, y cortar o borrar de la misma el fenómeno del cristianismo, a las personas realizaron cualquier obra alentados por sus convicciones religiosas y todo lo que tiene algún matiz cristiano, tras los reajustes necesarios en la línea espacio temporal, el nuevo resultado obtenido, sin Jesús, ¿sería un mundo más humano o más salvaje?

    Benedicto XVI sentenciaba en su viaje a Compostela en 2010: “es una tragedia que en Europa haya arraigado la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”.

    En el fondo de toda discusión que implique los términos iglesia, estado, sociedad civil, religión y libertad, está el afán por responder a ésta pregunta: ¿la presencia de las religiones en el mundo contribuye al desarrollo de las sociedades o es un elemento prescindible y pasado de moda?

    Es público y notorio que el derecho y la economía han reducido el peso que en otro tiempo tenían la teología y la filosofía en la reflexión sobre el hombre y su acción personal y social. Hoy todos reivindicamos el respeto a los llamados derechos fundamentales y cada vez más personas tienen como única aspiración “el gozar de sus derechos sobre los demás hombres”. No logramos encontrar el justo equilibrio entre “mi derecho” y el “derecho ajeno”. Recurrimos constantemente al arbitrio del Estado renunciando, con frecuencia, a la reflexión en términos de moral, verdad o bien común y concediéndole al Estado la máxima potestad y libertad para interpretar los derechos fundamentales.

    Esto no debería ocurrir jamás. El poder político y el Estado no son sagrados ni omnipotentes. La afirmación de Jesús: “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, desmitifica la dimensión absoluta del poder político. Los llamados cuerpos intermedios de la sociedad (familia, asociaciones de todo pelaje, religiones con estructura social definida), deben tener su peso -y cada vez más- en la solución de conflictos y en la educación de la sociedad.

    Por otro lado, pensamos que si logramos hacernos ricos, tendremos el futuro y la felicidad asegurados. ¿Qué cosa nueva o necesaria o gratificante nos podrían aportar las religiones?

    Teniendo en mente a las cinco grandes religiones del mundo (cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo e hinduismo), y aún reconociendo diferencias notables, la respuesta no deja lugar a dudas: las religiones promocionan valores que configuran las relaciones entre las personas o entre el estado y el sujeto. De este modo refuerzan la identidad y la conciencia de los pueblos, dos aspectos que determinan la evolución de cualquier sociedad.

    La democracia necesita, ante todo, un capital social de confianza y un marco de ideales compartidos. Sin ellos degenera en pura administración de los conflictos entre intereses contrapuestos. Las religiones son amplios marcos, válidos dentro de ese primer marco general, que apelan continuamente a la antropología, que son fuente de civilización y prueba de que es posible construir la unidad desde la diferencia.

    La libertad religiosa no sólo es un derecho individual en la línea de la libertad de pensamiento, la objeción de conciencia o la libertad de cátedra. Es también un derecho de las sociedades a decidir, con absoluta libertad, de qué fuentes de conocimiento quiere nutrir su pensamiento colectivo –mayoritario o no-, sus leyes y sus expresiones culturales.

    Francia, Italia y España son los países europeos que tienen un debate sobre la laicidad más vivo. En los tres se sostiene normalmente que el estado ha de ser laico y neutro. Pero es necesario interpretar bien esta fórmula porque en las lecturas más radicales el adjetivo “laico” no significa “a-religioso”, sino “anti-religioso”.

    ¿Cuál podría ser el nuevo perfil público que se espera de las religiones en la actual coyuntura histórica de Occidente? Lo más urgente sería permitir la creación de una esfera – pública y plural, religiosamente cualificada- en la que las religiones desempeñen un papel de sujeto público, bien separado de la institución estatal y bien distinto dentro de la propia sociedad civil.

    Marta Caño Montejo[/align]

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